Carlos Sorín estrenó Historias
mínimas en el año 2002. La película me pareció excelente no sólo por la
capacidad narrativa del director, ampliamente reconocida por los críticos, y por
su vocación amorosa que lo llevó a utilizar escenarios patagónicos en muchas de
sus películas; sino también por la idea que expresa.
Las imágenes pertenecen al autor
Presenta relatos de personas sencillas que resultan escasamente
intrigantes, hechos intrascendentes que no pretenden ir más allá de pequeñas
anécdotas de la vida cotidiana. Para subrayar más la idea, los actores, salvo
Javier Lombardo, no son artistas profesionales, sino personas del común que
parecen interpretarse a sí mismos con solvencia, sin ninguna inhibición (otro
logro del director que volverá a repetir en otras producciones).
Ustedes se preguntarán qué tiene de interesante contar estas
historias. Simplemente, en mi humilde concepto, el rasgo de humanidad que les
da forma desde el interior. En ellas, hay valores poco significativos en apariencia,
pero que, en definitiva, son los que constituyen a las personas individuales
que los ejercen sin otra intención de vivir de la mejor manera posible.
Son los etnógrafos en general, y en alguna medida los
historiadores, los que rescatan la validez universal de estos actos
individuales. Son ellos los que recopilan estas ocurrencias sin pretender que
nos develen las claves últimas que constituyen la esencia de lo humano, valorándolas
en la única dimensión de su propia existencia.
En la vida cotidiana, por sofisticados que pretendamos ser, vivimos
esas historias y disfrutamos en recordarlas y relatarlas una y otra vez a las
personas cercanas. Se me hace que estos relatos tienen un poder pedagógico
extraordinario porque nos enseñan a vivir mejor casi sin que nos demos cuenta.
Tanto la cocina como la comensalía, es decir, el disfrute de la
mesa compartida, forman parte de estas historias mínimas. El recuerdo de un
sabor o de una noche especial en torno de los fuegos nos acompaña toda la vida.
Personalmente sigo la idea de rescatarlas en mis recopilaciones. Sin embargo,
suelo poner los relatos y las recetas que reúno y publico ordenadas detrás de
algunas ideas. Indago, por ejemplo, las preferencias del autor de las recetas,
las forman en que ha aprendido a cocinar, las experiencias gastronómicas de la
infancia, los medios para acceder a nuevas ideas gastronómicas y recetas, etc.
Esta vez no… esta vez quiero actuar de otra manera. Quiero reunir
en esta recopilación un puñado de recetas que sólo hablan de un momento en la
vida de las personas que me las dieron.
La guardia de un hospital, por ejemplo, puede ser tan propicia a
la comensalía como el asado de falda que comen los obreros de la construcción.
Adolfo es médico y trae una versión de un Gulash que preparaba en la guardia de
un sanatorio donde trabajó por muchos años. Él mismo subraya la trascendencia
que tuvo la receta en su vida, relatando las circunstancias en que lo preparaba
una y otra vez.
Veis y Mercedes comparten muchas cosas en la vida, entre ellas, la
afición por los deportes náuticos en los grandes ríos del Plata. Veis es
uruguaya. Ama el río que nos separa y nos une. Sabe bien que el Uruguay no es un
río, sino un cielo azul que viaja. Mercedes es puntana. Ese río es, para ella,
un refugio que la protege de las ansiedades de la vida urbana. Comparten allí,
y también en el Paraná, experiencias de expediciones en kayak con un interesante
grupo de amigos. En ese ambiente, Veis aprendió a preparar una versión muy personal de “Gancia”… y Mercedes, también.
María Fernanda, compañera de trabajo, cuenta la historia de cómo
las empanadas polaquitas entraron en su familia… el amor todo lo puede y
alimenta bien la mesa de una vida compartida.
Los tres son buenos amigos míos y me confiaron sus recetas para
que esa sencilla regla de amar la vida disfrutando de pequeñas cosas se repita
a través del ritual de su publicación… lector, si las practicás, seguirás
celebrando...
Pero hay algo más, una yapa, sí una yapa (palabra indígenas que
los “tanos” verduleros y los “gallegos” almaceneros supieron utilizar con
solvencia en la Buenos Aires del siglo XX). Me la ofreció otro gran amigo,
Christian Sampedro. La historia mínima de esta receta especial, tiene más que
ver conmigo que con Christian… Aluciné cuando nos invitó a su casa y preparó
una tortilla con un huevo de ñandú.
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