14 a
18 de octubre de 2015
IV Taormina, la Magna Grecia
Taormina es también la Magna Grecia. De modo que marchamos a ella,
luego de conocer Siracusa, creyendo saber con qué nos íbamos a encontrar… y,
sin embargo, Taormina es como si fuera una contra cara de la Patria de
Arquímedes.
Me explico. Es una ciudad bella, muy bella, pero el recorrido que
lleva desde la entrada hasta el teatro griego sólo admite turistas. No hay
fachada que no se encuentre ocupada por un comercio dedicado a los visitantes.
En Ortygia, centro histórico de Siracusa, también los hay; pero la
ciudad tiene una vida propia y calles a las que el interés de los turistas no
accede (nos hemos perdido entre ellas, de modo que lo digo por experiencia).
Hemos comido en un pequeño bar en la entrada del área peatonal, donde sólo
ofrecían comida siciliana. En Taormina, los restaurantes de cocina local están
claramente disimulados detrás de una fachada internacional, como los del barrio
de San Marco en Venecia.
También es diferente el teatro griego. Nos encontramos con un
edifico muy intervenido. Pero aquí no hay un defecto, sino una virtud. El
teatro de Taormina tuvo y sigue teniendo funciones de tal. Ha permanecido
activo a lo largo de los siglos y, como corresponde, un edificio que se usa,
debe ser mantenido. Ese mantenimiento, desde luego, ha ido llevando con los
materiales y las técnicas disponibles en cada siglo. Puede verse, incluso, un
tablado moderno en el sitio del escenario.
Taormina es bella. A Haydée, le encantó. A mí me pareció lo menos
interesante de nuestro pequeño giro por Sicilia.
V Catania de día
Antes de ir a Taormina,
fuimos al centro de Catania a plena luz del día. Acertamos en haber ido de
noche la primera vez. De día, los edificios vuelven a tener la dureza de lo
real y, aunque no todo es vigilia, cuando tenemos los ojos abiertos(1); en este
caso, hemos logrado despertar.
¿Es acaso que Catania perdió su magia? No, sólo ocurre que, de
día, no hay que buscarla en el Centro, sino en el mercado de pescadores.
Me fascinan los mercados, lo he dicho muchas veces. Me encantó
caminar por Rialto durante la mañana de un día de semana. Pero, éste, el de
Catania, tiene un encanto especial. En otro artículo, lo describo. Pero sólo
diré que, entre tantos puestos que vendían pescados y frutos de mar, hortalizas
y verduras, había uno que ofrecía aceitunas. Compré un puñado de aceitunas
scacciatas, bastante picantes (¿Por moda o por influencia calabresa? No pude
saberlo), que me fui comiendo camino a Taormina.
VI Módica y el señorío aragonés
Llegar a Modica ha sido la comunión con lo cercano, con lo vital,
con lo entrañable. ¿Qué es lo que tenemos que ver con esa ciudad importante de
Sicilia? Haydée, poco. Sólo lo que pudo entreverla en las historias que le he
ido contando. Yo, mucho. Este rincón del planeta está vinculado con intensos
momentos de felicidad en torno de un pan llevado con amor a la mesa navideña.
Durante más de quince años compartimos la Fiestas con Ignacio
Migliore y su mujer Susana Bertoloti, suegros de mi hermano Alejandro. Como en
tantas otras familias en La Argentina, las reuniones eran multitudinarias y se
organizaban según las pautas de una sencilla economía familiar. Mi tío hacía
ensalada de fruta, mi padre un pequeño asado y cada uno llevaba algo para
compartir en la mesa.
Susana es calabresa. Ignacio, siciliano… sí, sí de Modica. Susana
es una gran cocinera y aprendió preparar platos sicilianos porque Ignacio es un
cultor de la buena mesa y le fue pasando sus conocimientos sobre la cocina de
su pueblo. Ya he publicado una recopilación de sus recetas(2); pero ahora
quiero recordar una. Es que, Susana nos deleitaba todos los años con un pan
único, la Scaccia. Era una escena repetida ver a don Ignacio contando historias
de su ciudad natal, a Susana sirviendo la Scaccia y, a nosotros delirando de
placer con ese pan chato y relleno.
Indagando un poco sobre el
origen de la preparación, advertí que se trataba de una receta originaria de
Modica, al punto que he visto, en varias oportunidades, que se la denomina,
lisa y llanamente, Scaccia modicana(3). De modo que cuando decidimos conocer
Sicilia, esa tierra misteriosa, arrasada por múltiples influencias culturales, el
programa comenzó a tener un detalle adicional que lo hacía importante: si elegíamos
el sudeste de la isla, no sólo buscaríamos los testimonios arqueológicos de la
Magna Grecia, sino que, también, podríamos probar Scaccia modicana en Modica
misma.
Cada Navidad, veía a don
Ignacio feliz de comer la Scaccia como si, junto al Niño Jesús, él mismo
renaciera nel suo lontano paese… y yo comía feliz porque ese pan de Susana era
increíblemente sabroso y porque, en cada mordisco, sentía la presencia de una palpable
autenticidad. De modo que ir a Modica era más que alcanzar una meta de camino, era
como llegar a un centro y encontrarme con algo que durante años me ha producido
felicidad. Haydée que no compartió aquellas navidades, pudo probar la Scaccia
que hice un par de veces y la de Susana en una fiesta familiar reciente. Pudo
comprender, entonces, mi deseo profundo.
Cuando le confiamos el
proyecto a Rosanna Contessa, nuestra anfitriona en Catania, nos agregó que
Modica no sólo era famosa por la Scaccia, sino también por el chocolate hecho
con viejas recetas aztecas que trajeron los españoles desde América. Nos explicó
que hacían un chocolate picante que lleva peperoncino. Inmediatamente, mi mente
encontró allí, en una infundada asociación de ideas, la influencia aragonesa.
Es que es verdad que la comida española no es picante, pero hay recetas
catalanas de conejo que llevan chocolate en la salsa.
Íbamos, además, con
referencias para encontrarnos con Ana María, prima de Roxana Migliore, mi
cuñada. De modo que el umbral de expectativas era muy alto, propicio para el
desencanto. Pero ocurrió un milagro: Modica no sólo no nos defraudó; sino que
nos dio más que lo que esperábamos.
Hicimos dos recorridas por
la ciudad. La primera, aunque intensa, nos permitió relevar la superficie como
turistas bien informados. La segunda, con Ana María, pudimos escarbar un poco
más en las entrañas de esa bella ciudad barroca.
Antes de encontrarnos con
Ana María en Piazza Giacomo Matteotti a media tarde, tuvimos tres horas para
hacer un recorrido por el centro histórico. Salvo tres edificios construidos
hace unos cuarenta años, el paisaje barroco le da una impronta bella y
homogénea a esta ciudad. Esa visión nos impactó de tal forma que supimos que
con eso bastaba para justificar nuestro viaje desde Catania.
Luego de andar y ver fuimos
por la Scaccia. No fue sencillo. Hubo que hacer consultas, pasar y repasar
calles, hasta que dimos con el pequeño bar de don Angelo Di Martino. Llegamos con
la advertencia de que era allí donde se comía la mejor Sacccia modicana. Uno
nunca sabe… y, sin embargo…
El Piccolo Bar es realmente pequeño
y se ubica en un rincón de la Piazza Matteotti. La Scaccia que nos ofreció don
Angelo era muy buena (la preparaba personalmente su mujer a quien conocimos,
por supuesto). Sólo sentía que encontrarme allí era como un presagio de cosas
buenas, de felicidad experimentada en un momento simple y llano. Sentía la
satisfacción por haber completado un arco imaginario que me condujo, como el
vuelo de una flecha, desde mi barrio de Mataderos en Buenos Aires hasta la
esencia de ese rincón de Sicilia. ¿Es exagerado lo que digo? No sé, es lo que
sentí.
La conversación con don
Angelo fue animada e intensa. Me habló de sus parientes en Argentina, sin poder
comprender la dimensión de Buenos Aires. Le hablé del padre de Roxana. Me habló
de Modica Alta y Modica Baja (me pareció entender que el poder aragonés se
había concentrado en el barrio alto) y ofreció una cazuela con un plato típico:
Fabes modicanas (una especie de Fabada o Cassoulete que se me ocurrió muy
catalana, esta vez con asidero).
Cuando nos encontramos con
Ana María y convinimos en que no podíamos quedarnos a cenar, nos dijo que era
una lástima, que ella sabía por Roxana que nos gustaba la Scaccia y que, antes
de ir a su casa a tomar café, debía suspender el encargo que había hecho. Entró
en el Piccolo Bar y dijo que no llevaría lo que le había encargado (obviamente,
Scaccia). Don Angelo vio con asombro, casi con incredulidad, en qué circunstancia
habíamos regresado a su local. En tanto, Ana María afirmaba que allí se ofrecía
al mejor Scaccia de toda la ciudad.
Pero ésa no fue la única
revelación. La amable mujer nos condujo hasta su casa por una calle lateral. Nos
introdujimos en un barrio tradicional de Modica con imponentes edificios de
piedra. Los relatos de Ana María intercalaban episodios de la vida familiar y
con los de la historia de la ciudad. Allí nos enteramos del terremoto de 1694 que
destruyó la ciudad y de los 80 años que llevó reconstruirla; de la aventura
argentina de su suegro (hermano de don Ignacio); del castillo del Conde de
Modica y su reloj; de la vida de sus hijos (los de Ana María, claro está); del
casamiento del conde de Modica con una española en pleno período de dominio
aragonés…
Su casa, en un edificio del
siglo XVIII, reconstruido y “modernizado” con respeto extremo. Lo que veíamos
iba dándole la razón a nuestra anfitriona. Cuando nos asomamos al balcón y volvimos a ver
el reloj del castillo, comprendimos el carácter señorial de la ciudad sostenido
por la estrategia del conde que fortaleció su poder en una alianza con los aragoneses.
Las imágenes del príncipe de
Lampedusa afirmando que Sicilia nunca tuvo tiempo de ser ella misma se me
presentaron claras en la mente(4). Había visto ya la influencia griega y romana
frente al Mar Jónico y española en Modica. Quedará para otro viaje explorar los
restos de la presencia cartaginesa, normanda y sarracena…
El resto de nuestra estadía
en esa bella ciudad se redujo… no, no, si lo tengo que decir con propiedad debo
expresarlo así: el resto de nuestra estadía en Modica se amplió con nuestra
visita a la prima María que vive en las afueras. Postres, licores y una
catarata de afecto sobre el tío que vive al otro lado del Océano… ¡Cómo me
hubiese gustado estar allí mismo, en Modica, con don Ignacio Migliore! “¿Un
poco de vino, don Ignacio?” “Se, un pò…” Salute.
VII Últimas imágenes de Catania
Sábado a la tarde. Estábamos un poco tristes porque en la mañana
del día siguiente debíamos partir de Sicilia. Bueno, esa noche coronaríamos con
una deliciosa cena en el centro de de la ciudad, en nuestro ya amado U
Fucularu. Pero ahora caminábamos por la Piazza Pardo hacia la Vía Cristoforo
Colombo rumbo al hotel. Eras las primeras horas del ocio del fin de semana en
ese barrio de esforzados trabajadores del mar.
Debajo de los arcos del ferrocarril y en la plaza, en los lugares
en donde se veían hasta el medio día improvisados puestos de comida callejera,
se veía a grupos de hombres jugando a las cartas. También se los veía en bares,
kioskos y otros negocios que ya no atendían al público. Me llamó la atención
ver las puertas entre abiertas de estos locales, como si hicieran alarde de la
publicidad de esa actividad recreativa.
Intrigado hice mis averiguaciones,
afortunadamente entre mujeres. Es el juego de las Tres Cartas (ignoro si tiene
algo que ver con el Tresillo español, como convendría a una justicia poética
siciliana). Está prohibido porque se hacen apuestas. Pero lo más interesante es
que, mientras juegan, hay algunos que simulan perder siempre. La trampa
consiste en que siempre habrá un ingenuo que pasa por las calles, que los ve
jugar, que ve que hay algún perdedor nato. Los jugadores invitan a participar
al ingenuo visitante con la única intención de esquilmarlo en las apuestas.
Después tantos años de sábados a la tarde, ¿seguirá habiendo ingenuos en
Catania?
Notas
y referencias
(1)
La metáfora se la hurté a Macedonio Fernández
(2)
“Susana e Ignacio Migliore, el sur (de la bota) también existe”, leído en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/09/susana-e-ignacio-migliore-el-sur-de-la.html,
el 10 de diciembre de 2015.
(3)
Por ejemplo, este artículo leído el 10 de diciembre de 2015 en http://www.cbg.es/blog/2015/02/16/la-scaccia-modicana-de-oliver-balteo-receta-sicilia/.
(4) 1958,
Tomasi de Lampedusa, Giuseppe, El Gatopardo, Buenos Aires, Longseller S. A.,
2001, trad: Dalia G. Sonatore de Areco, pp. 173-181.
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