I Es muy interesante indagar sobre la
evolución de las tradiciones culinarias con las que tenemos o queremos tener
contacto. Aunque las más de las veces nos encontramos con vacíos de información
que con evidencias claras, la tarea no es frustrante. No lo es porque la
búsqueda se disfruta a cada paso con hallazgos esperados o inesperados, con
especulaciones imaginativas que pretenden rellenar esos vacíos y con el
disfrute de un plato de comida cuando está bien hecho, aunque su identidad sea
de dudosa consistencia.
Referencia de la imagen en (a)
Entre el cúmulo de especulaciones imaginativas que ensayo
habitualmente, va la que informa este artículo. Me he preguntado más de una vez
¿cuál es el origen del sushi tal y como lo conocemos hoy? ¿dónde y cómo este
arroz avinagrado, esta vieja técnica japonesa de conservación de alimentos como
el gravlax de los vikings o el charqui y el chuño del altiplano andino, alcanzó
el prestigio y la difusión masiva que tiene hoy en buena parte del planeta?
¿Cómo evolucionó el sushi en La Argentina? Ensayé algunas respuestas en mi
mente, pero es poco lo que hice para avanzar sobre la confirmación de alguna de
ellas. Sólo tengo unas cartas de restaurantes de sushi de Tokio que me trajo un
amigo y unas pocas de restaurantes de Buenos Aires que fui adquiriendo yo.
Inesperadamente, un libro de 1963 me puso de nuevo sobre la pista
para perseguir un hilo, una reconstrucción histórica del sushi en La Argentina.
Este texto, como se verá, no constituye una evidencia definitiva porque, además
de tratarse de un caso único y por ahora, aislado, posee algunas
características que impiden sacar conclusiones concluyentes a partir de su
lectura. Sin embargo, ofrece fuertes indicios para pensar que esa indagación no
sería vana.
El libro de marras me lo prestó Ricardo Ohoka. Ricardo es un
gastrónomo notable, le gusta la buena mesa y la cocina (alguna vez probé su
locro que prepara con gusto exquisito y dedicación académica). Hace algunos
días, durante la jornada laboral, de manera incidental me comentó que su madre
había tenido, cuando él era un niño, un recetario de cocina oriental que
siempre le había llamado la atención. Ahora, después de muchos años, se decidió
a buscarlo. Consiguió un ejemplar. Era el libro que tenía entre manos(1).
Lo hojeé con interés. Tenía escasas referencias acerca de quién
era Marta Beines, su autora; pero lo que más me llamó la atención fue su
composición. El volumen reúne cinco recetarios de distintas tradiciones
culinarias asiática, a saber: árabe, china, india, del sudeste asiático y
japonesa. Inmediatamente, después de verificar el año de edición, me dirigí a
buscar qué decía del sushi. ¿Cómo era el sushi en 1963? Lo que encontré no me
sorprendió. Mi primer interés se concentró en establecer su autoridad de la
autora en el tema, ya que el libro no daba semblanza de ella ni ofrecía ningún
soporte erudito a simple vista sobre el que pudiera soportarse la identidad de
las recetas.
Me pregunté cómo llegó
ese libro a las manos de la madre de Ricardo. Le manifesté mi interés y quedó
en preguntarle, mientras me dejaba el libro por unos días. Aproveché la ocasión
para tomar registros del capítulo que me interesaba y de algunas páginas más
(información legal, pie de imprenta, etc.). El
comentario de su madre fue sencillo y contundente. Compró el libro a principios
de los años ochenta en una librería de viejo porque le interesó el capítulo de
la cocina japonesa que refería a la nacionalidad de su suegro y el de la cocina
árabe que refería al origen de su padre.
II La señora Marta Beines es recordada con
mucho cariño por quienes la conocieron personalmente, como María Adela Baldi(2)
y Miguel Brascó quien, además, aseguraba que Marta era su tía(3). Sólo por dar
algunas señas, diré que fue productora del programa “Buenas tardes, mucho
gusto” que se emitía por canal 13 en los años sesenta y que escribió artículos
sobre cocina en la Revista del diario La Nación entre 1969 y
1973(4).
En el reportaje a la señora Baldi se leen
algunas notas de interés para completar una idea acerca de quién fue la señora
Beines:
“Otra periodista
gastronómica enorme en su época, que curiosamente María Adela (Baldi) nos
recuerda que no era cocinera, pero sí que tenía una fabulosa memoria, lo que le
permitía escribir sus notas describiendo con precisión sus experiencias
gastronómicas en los numerosos viajes que realizaba. Los lectores de La Nación conocieron y disfrutaron de su pluma.”(5)
El diario La Nación
ha sido, desde su creación a mediados del siglo XIX, el vocero político y cultural de la burguesía
nacional argentina. Desde esta “tribuna de doctrina”, su fundador, Bartolomé
Mitre, pretendió formar una opinión pública hegemónica, racional y burguesa.
Esa burguesía se caracterizó, aunque no sin matices notables, por extender su
mirada desde la gran ciudad portuaria hacia la adquisición acrítica de las
creaciones culturales del foreland, despreciando las creaciones propias del
hinterland. Hubo escasas voces que se opusieron a esta visión sectaria, ensayando
la pretensión de alcanzar un equilibrio entre lo foráneo y lo nativo. Aunque
esas voces no fueron determinantes, ese equilibrio es el que, en definitiva,
facticamente se configuró en la sociedad real, conformando el perfil cultural
de los argentinos.
La cultura cocoliche(6)
de las clases medias debe evitar otra visión sectaria, reconociendo que
encuentra las bases de su formación, tanto en la tradición criolla de los
suburbios y el campo y en los atados de los inmigrantes, como en la doctrina
burguesa difundida por La Nación y otros voceros.
La gastronomía fue uno
de los aspectos centrales en esta encrucijada cultural. A las tradiciones
criollas que Juana Manuela Gorriti(7) recogió para que la burguesía se
empoderara de un auténtico sentimiento nacional en la materia, se le opuso el
obstinado afrancesamiento de esta elite que solo miraba a París a la hora de
poner la mesa. Con el correr de los años, el horizonte de foreland gastronómico
se amplió al resto del mundo, pero la
burguesía argentina siguió sin mirarse en el espejo que la sabia
escritora salteña le proponía. Algunos recetarios que se escribieron en el seno
de este sector social son notables en ese sentido. A la tradición de los más
puramente elitistas como los del diplomático chileno José Eyzaguirre(8) y la
señora Luisa Madero de Martínez de Hoz(9), le siguió el interesante intento de
doña Lola(10) de competir contra la campeona de la cocina cocoliche, doña
Petrona C. de Gandulfo(11).
¿En qué equipo jugó
Marta Beines? No tengo suficientes elementos para establecer un juicio
definitivo. Sin embargo, creo que encarnó esa fascinación por lo foráneo de la
burguesía nacional y por el sentimiento de superioridad cultural que de esa
fascinación emergía. No sólo lo digo porque haya escrito en La Nación
que para muchos es la representación fáctica de esa superioridad, sino porque
algún testimonio me los da entender. Hay un blog que rescata las recetas de
Marta Beines, sus autores dicen, entre otras cosas:
“Un homenaje a esta
gran cocinera y autora de libros de cocina, con recetas y técnicas muy
avanzadas para su época. Sin embargo parece olvidada en estos días luego de la
vuelta que tuvo Doña Petrona de la mano de Narda Lepes. Creemos que si Doña
Petrona enseñó a los argentinos a cocinar, Marta Beines enseñó a cocinar
mejor.”(12)
El texto no prueba que
Marta Beines tuviera personalmente ese sentimiento de la superioridad de la
cultura elitista; sólo muestra que así puede ser leído por sectores que
participan de ese sentimiento. Además del libro que nos ocupa, Marta Beines ha
publicado otro que me interesa destacar porque nos permite completar la imagen
que nos estamos forjando de la autora. Se trata de un recetario al que, lo
confieso, aún no he accedido, pero que, por el título y por las referencias que
he encontrado acerca de él, parece llevar una vocación de enciclopedia de la
cocina universal. Se llama El gran libro de la cocina(13). De allí toman
las recetas los autores del blog citado...
Pero demosle la palabra porque resulta
esclarecedora:
“¿Por qué revivir a Marta Beines?
”Somos un matrimonio que nos gusta
cocinar, a mí lo salado y a mi esposa lo dulce. No somos cocineros expertos
pero nos gusta pensar en la cocina, en los alimentos, buscar recetas, comprar
libros y llevarlos a la práctica, y por sobre todo comer, disfrutar de la
comida, de la buena comida.
”Quizás todo comenzó hace más de 10
años, cuando no sabíamos ni siquiera hacer un huevo frito. Juntos trabajamos
para empresas multinacionales que nos hicieron viajar por el mundo. Y al estar
expuestos a otras culturas solo te quedan dos caminos, o encerrarse y extrañar
el dulce de leche o las milanesas con papas fritas, o abrirse a probar nuevos
sabores, platos con ingredientes que no conocíamos, o que no comeríamos nunca
en Argentina.
”Así fuimos desarrollando el gusto por
el buen gusto y luego hacerlo en casa. Compramos muchos libros de cocina, vimos
y vemos programas en la tele sobre cocina, se nos ocurren ideas de platos y los
buscamos en los libros o en Internet.
”Dos años atrás, para mi cumpleaños mis
suegros me regalaron fotocopias del “El gran libro de cocina” de Marta Beines,
edición de 1964 autografiada por la misma Marta Beines quien era amiga de la
familia. Con solo hojear el libro saltaron a la vista tres detalles: que era
muy viejo, que había sido usado y que es muy exacto en la descripción de las
recetas.
”En general el libro
se parece a los libros modernos de cocina que hacen más hincapié en la técnica
que en una simple lista de ingredientes y un relato de los pasos a seguir, teniendo
en cuenta que la primera edición es del año 1953. Asombrosamente, el libro de
Marta Beines se parece mucho al de Julia Child “The art of french
cooking” o al “The way to Cook”. La estructura, la descripción de las recetas,
y el índice hacen del libro fácil leerlo, entenderlo y cocinarlo. Solo a modo
de ejemplo, buscar una receta en el libro de Doña Petrona puede llevar varios
minutos y leerla lleva a varias interpretaciones. Esto no sucede en el libro de
Marta Beines.”(14)
III Vayamos ahora el contenido del
recetario que despertó mi interés. Pero antes de sumergirnos en el libro, una
pequeña síntesis. He sostenido en otro artículo, inspirado en un texto de
Patricia Aguirre(15), que la identidad de la cocina de la ciudad de Buenos
Aires y de la Pampa Húmeda es fruto del intercambio de ideas que permite el
puerto(16). Que este intercambio activaba una dialéctica en dónde la novedad
traída desde el foreland por la burguesía y los inmigrantes es reformulada en
creaciones populares propias en el hinterland.
Agrego dos cuestiones más. El camino lleva dos vías. Muchas veces
el inmigrante regresaba a su Patria y se llevaba algunas de estas creaciones o
recreaciones que terminaban imponiéndose en su tierra de origen. Esto nos tiene
que dar una idea del valor que estas personas le dieron a estas creaciones. Lo
otra es que, aunque esperáramos de la burguesía lo que debiera dar y no da, es
decir, el reconocimiento y la valoración de los productos de esta dialéctica,
su participación en el circuito no puede ser suprimida porque es el auténtico
motor de su funcionamiento porque, a diferencia de buena parte del trasiego que
traen los inmigrantes, agregan una vocación de refinamiento que suele
enriquecer las creaciones populares.
Afortunadamente, en los últimos años, muchos argentinos de clase
media han podido viajar por el mundo, algunos de ellos con los sentidos bien
abiertos, lo que permitió ampliar el espectro social de los importadores de
ideas novedosas, reduciendo el sectarismo elitista.
Pero muy poco de esto último ocurría en 1963, de modo que es allí
donde los libros de Marta Beines encuentran su justificación, en especial con
el tema de la cocina oriental. Con la información de que dispongo sólo puedo
analizar el caso de este libro. Es el primer recetario argentino en el que
encuentro una receta de sushi. ¿Habrá otros? No lo sé. No los he buscado. Me
limitaré a hablar de este hallazgo.
De la lectura, no se puede establecer con certeza la confiabilidad
sobre la identidad de las recetas porque la autora no indica de dónde las ha
obtenido. Transcribí arriba el testimonio de Adela Baldi que da cuenta de los
viajes de la señora Beines y de cómo los utilizaba para alimentar sus
recetarios. De modo que esta podría haber sido una de las fuentes de acceso al
tema. En otro sentido, interesa rescatar los testimonios que aseguran el
vínculo entre Marta Beines y otros gastrónomos obsesionados por la fidelidad a
las recetas de origen. Un caso notable es de Roberto Fernández Beyró, con quien
la autora ha mantenido relaciones profesionales intensas. Los testimonios
aseguran que Fernández detestaba las creaciones culinarias porteñas por su
heterodoxia rayana en la herejía (el caso más significativo de sus ofuscaciones
es el que le provocaba la suprema de pollo a la maryland(17)). Es razonable
estimar que Marta Beines compartía esa obsesión. De modo que podemos suponer,
también con razonable verosimilitud, la
honestidad con que ha transcrito esas recetas en las que sólo ha introducido
pequeñas modificaciones para adaptarlas a los ingredientes que se pueden
conseguir en La Argentina(18).
Ahora bien, esta honestidad, ¿permite suponer que las recetas son
auténticas, que ellas reproducen el sentido verdadero de las originales? No
puedo afirmarlo, ni negarlo.
Despejada esta cuestión que nos permite valorar con algún reparo
el texto, debo explicar qué es lo que me ha llamado la atención del recetario.
El texto contiene recetas de sashimi, sushi y niguiri sushi. La receta de sushi
se limita a indicar como cocinar el arroz en dos versiones distintas que se
pueden consumir juntas o por separado. La receta de niguiri sushi indica cómo
preparar los bocadillos de niguiri a partir de bollitos de sushi. Hay también
una receta de tempura. Eso es todo, pero hay algo que falta, ¿no? Efectivamente,
no hay ninguna referencias a los makis y rolls de sushi.
Es sabido que el sushi, en sentido estricto, consiste en la forma
en que se cocina el arroz, tal y como lo muestra Marta Beines. Pero es habitual
que llamemos sushi a todo el conjunto de preparaciones que se hacen con él
(niguiri, maki, rolls y otras) y otras que no (sashimi, tempura y otras).
Mi hipótesis es que, si bien hay registros de la existencia de
restaurantes que ofrecían makis(19) (arrollados de sushi rellenos y envueltos
en alga nori) en Tokio a principios del siglo XIX, la gran difusión
internacional de estas preparaciones está asociada a los rolls (rollos de sushi
rellenos, con o sin algas) creados por los cocineros japoneses en los Estados Unidos. Es más, los
primeros rolls está asociados, por su denominación a este gran país (roll
philadelfia, roll nueva york, etc.). ¿Cuándo se ha operado esta difusión? No lo
sé con certeza, pero debe haber sido bastante después de que Marta Beines
escribiera su libro.
IV Pasaron más de cuarenta años desde que Marta
Beines publicara sus recetarios de la
cocina oriental. En el transcurso del tiempo, el sushi dejó de ser una técnica
de conservación y un conjunto de preparaciones nacionales del Japón, para
adquirir un verdadero rango de universalidad. Lo que fue parte de una tradición
culinaria exótica, pasó a ser un bien común de muchos pueblos. No se trata de
la hamburguesa globalizada por MacDonnals, se trata de una forma de preparar y
consumir los alimentos que cada pueblo ha adaptado a sus gustos. Ahora viene la
pregunta incitante: ¿Podemos hablar entonces de un sushi argentino?
Hace tiempo que he
dejado de creer en la historia de los héroes, aquella vieja concepción del
romanticismo alemán en la que se pensaba que “la historia de la humanidad” era
el resultado de la acción de grandes hombres individuales que fueron forjando
un camino y jalonando etapas. Me siento más cerca de los historiadores
franceses de la segunda mitad del siglo XX que confiaron en la capacidad de los
grupos sociales para crear la historia. Desde hace mucho tiempo, usando la
imagen de Alfredo Zitarrosa, pienso que el pueblo es el ánima del rumbo seguro.
Pero si nos concentramos en la presencia y evolución del sushi en La Argentina,
tengo que retroceder y considerar que el fenómeno social de la apropiación de
esta tradición tiene una figura dominante: el itamae argentino Iwao Komiyama.
Komiyama es arquitecto,
nació en el seno de una familia de origen japonés, formando parte de la segunda
generación de argentinos(20). Lo conocemos muy bien por los programas de
televisión de la señal El Gourmet. Según el relato familiar, y no encontré por
ahora nada que lo contradiga, padre y su abuela abrieron el primer sushi bar de
Buenos Aires a fines de los años setenta del siglo pasado. Se llamó Furusato.
Allí Iwao comenzó a trabajar cuando tenía 12 años en 1978. Llegó a ser su chef
propietario hasta que se desvinculó en 1995. “Iwao ostenta el único título de
Itamae en la Argentina -Maestro con honores en las artes culinarias de Cocina
Japonesa- luego de más de 20 años de estudio y perfeccionamiento. La
superioridad y originalidad de su propuesta le valió numerosas distinciones
internacionales, entre ellas, Mejor chef Japonés del mundo residente en el
exterior, entregada en Tokio, 2009 por el Primer Ministro de Japón y Secretario
de Estado, en reconocimiento a su trayectoria y constante difusión de su
cultura”(21).
Referencia de la imagen en (b)
En un reportaje de Moria Soto de 2004,
publicado en el suplemento Radar de Página 12 anuncia lo que sería su
plan de trabajo en los siguientes años. Veamos cómo lo cuenta:
“Yo mismo, que en los ‘90 traje el sushi americano (el japonés ya
lo hacía), ahora estoy en una etapa de hacer una cocina oriental más
argentinizada, incluso extenderme a Latinoamérica. El sushi tuvo tanto éxito en
los Estados Unidos porque fue un japonés y lo adaptó al paladar de ese país,
así fue como se popularizó en el mundo. Hasta hace poco, aquí sólo existía el
jengibre en pequeña escala y seco, molido. Ahora se consigue la raíz con
facilidad y se emplea en recetas asiáticas ortodoxas, y también se experimenta
mucho.”(22)
Quien se detiene a
mirar sus últimas series en El Gourmet (“Asia latina” y “Con sabor latino”),
advertirá con que plenitud logró ese objetivo.(23)
De nuevo: ¿Podemos
hablar entonces de un sushi argentino? Por supuesto. Aquí el sushi tuvo su
adaptación a nuestro gusto, como en otras regiones de la Tierra. En el nuestro, por ejemplo, el queso es una
presencia ineludible en muchísimos rolls. Es posible encontrar que muchos
restaurante de la ciudad ofrecen sus versiones del roll new york junto con el
rol new york con queso.
El interés y la
percepción que tuvieron algunos viajeros de los años cincuenta del siglo XX,
como Marta Beines, permitió a unos pocos argentinos identificar una de las tendencias
culinarias que habrían de imponerse en un futuro cercano. Pero fue con Iwao
Komiyama que muchos pudimos a acceder a ella.
Notas
y referencias:
(a) Leído en http://annamariabtmg.tumblr.com/post/68453783594/aqu%C3%AD-con-marta-beines-se%C3%B1ora-distinguida-y-due%C3%B1a el 11 de junio de 2016.
(b) Leído en http://eldiariodemadryn.com/2014/05/el-chef-iwao-komiyama-dara-una-clase-magistral-en-puerto-madryn/ el 11 de junio de 2016.
(1) 1963, Beines, Marta, Especialidades de la cocina oriental,
Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora.
(2) S/D, Manglione, Alejandro, “¿Le Cordon Bleu en Buenos
Aires?”, leído el 2 de junio de 2014 en
http://www.conexionbrando.com/1393075.
(3) 2006, Brascó, Miguel,
“Políticamente incorrecto”, leído el 2 de junio de 2014 en http://www.lanacion.com.ar/852632-politicamente-incorrecto.
(4) S/D, “Ay Contanza”, leído el 2 de junio de 2014 en http://ayconstanza.blogspot.com.ar/2011/01/revista-la-nacion-anos-60-70-parte-1.html.
(5) S/D, Maglione, Alejandro, Op. Cit.
(6)
2005 Ducrot, Víctor Ego, “La cocina del poder y la cocina
cocoliche” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras
jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, pp. 53-59.
(7)
1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix
Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890. leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
(8)
1946, Eyzaguirre, José, El libro del buen comer, Buenos Aires, Editorial
Saber Vivir, 1946, 2° edición.
(9) 1946, Madero de Martínez de Hoz, Luisa, El Gusto de Cocinar,
Buenos Aires, Editorial Albatros.
(10) 1994, Doña Lola, El arte de la mesa, Buenos Aires,
Emecé.
(11)
1934, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona, Buenos Aires,
1958, edición 52°.
(12)
Leído en http://revivingmartabeines.blogspot.com.ar/, el 2 de junio de 2014.
(13) Ídem.
(14)
Leído en ttp://revivingmartabeines.blogspot.com.ar/2014/05/por-
que-revivir-marta-beines-somos-un.html ,el 2 de junio de 2014.
(15) 2006, Aguirre, Patricia, “Buenos Aires puerto de ideas”, Bio
& Sur (Asociación de Bioética y Derechos Humanos), Simposio la Comida en
las ciudades portuarias, leído el 6 de octubre de 2012 en http://www.biosur.org.ar/articulo_21_02_06.html.
(16) 2014, Aiscurri, Mario, “La cocina argentina: el país y sus
regiones (Parte I)”, leído el 6 de junio de 2014 en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2014/03/la-cocina-argentina-el-pais-y-sus.html
(17) Leído en http://www.lanacion.com.ar/211703-aquellos-buenos-viejos-tiempos y en http://www.conexionbrando.com/1602181 , el 6 de junio de
2014.
(18)
1963, Beines, Marta, Op. Cit. Pag. 11 y contratapa.
(19) 2008, Kishi, Daisuke, “El sushi en Japón y en el mundo”, en Análisis,
México y la Cuenca del Pacífico, Vol. 11, N° 32.
(20) 2011, “Samurai enjaulado” Leído el 6 de junio de 2014 en http://revistabacanal.com.ar/nota/revista/31/samurai-enjaulado.
(21) Leído el 8 de junio de 2014 en http://elgourmet.com/chef/iwao-komiyama.
(22) 2004, leído el 8 de junio de 2014 en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-1766-2004-10-24.html .
(23) Leídos el 9 de junio de 2014 en http://elgourmet.com/programa/asia-latina y http://elgourmet.com/programa/sushi-con-sabor-latino.
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