11 a 13 de octubre de 2015
I Excitado, tal vez, por llegar a Venecia de noche
Caminamos las dos o tres cuadras que separan el aeropuerto Marco
Polo del puerto de lanchas colectivas que nos llevarán a la Plaza San Marco. Es
noche cerrada, está por llover y no conocemos el camino. Haydée me sigue con la
confiada resignación de quien me supone dueño de una adecuada capacidad de
orientación… y, sin embargo, manifiesta su duda a cada paso de que estemos en
el camino correcto.
Las imágenes pertenecen al autor
Llegamos,
pero la ansiedad me puede y me confronta con la parquedad de los venecianos.
Pregunto a un hombre que transitaba por allí por la ubicación de los muelles en
que paran los botes que buscamos. Me responde con poco más que un gruñido.
Luego advierto que es el responsable de controlar el embarque. ¿Hay soberbia y
suficiencia en el gesto? No veo un gesto despectivo en el personaje y me quedo
con imaginar en él una de las características salientes del veneciano medio, la
parquedad.
El
viaje es más largo de lo esperado. La embarcación recorre la Laguna en
tinieblas, ingresa por los canales iluminados, llega a San Marco casi sobre la
medianoche. Está lloviendo. Es una llovizna tenue pero nos obliga a arrastrar
las valijas bajo la protección de un paraguas. La plaza está vacía. Los bares Quadri
y Florian están cerrados. ¿Dónde están los turistas? ¿Dónde están los
venecianos? Sólo vemos unos soldados que no saben indicarnos, ni por
aproximación, dónde está nuestro hotel.
Un aire fantasmal nos ofrece la vista de
una Venecia inesperada: la noche está húmeda y el vaho de la Laguna nos excita
con aromas que en nada se parecen a los perfumes franceses. Pero la Serenísima
se muestra señorial en sus monumentalidad sombría como si estas percepciones
nos confirmaran de manera definitiva que estamos en la ciudad mágica que todos
suponemos que es… la ciudad es, en esta hora una puntilla, un tenue y
contundente entretejido que arrincona el vacío por todos lados. Imagino que ese
es el paisaje de un domingo a medianoche. Luego sabría que es el paisaje de
Venecia después de las 11 de la noche en cualquier día de la semana.
Llegamos a comer en el único bar abierto
que estaba ya por cerrar. En las mesas sólo se hablaba castellano… éramos todos
americanos.
Nuevo
día en Venecia. El trajín de los turistas nos despertó temprano. Desayunamos y
salimos a la calle… la ciudad que habíamos visto en la noche anterior, perdió
su magia… ¿perdió su magia? No, sólo perdió esa magia y adquirió otra.
¿Cuál
es el encanto de Venecia? No hay autos, no hay edificios de vidrio y hormigón,
no huele a perfume francés… ¿Es poco? No, es mucho y mucho más que esa escueta
enumeración. Es, por ejemplo, esa uniformidad diferenciada que hace que, cuando
creemos que hemos recorrido todo y que sabemos con qué nos vamos a encontrar,
doblamos una esquina, cruzamos un puente, y encontramos paisajes diferentes de
los que ya hemos visto.
Vemos
que la limpieza de las calles no es una de las virtudes de este rincón del
planeta. No preocupa porque esa disrupción no es excesiva y me da la idea de
estar en una ciudad con vida y no en un museo inmaculado que ofrece vistas
inanimadas.
Con
Haydée decidimos ir al bullicio de Rialto. Salimos de los comercios y nos
metemos en el mercado entre las señoras que hacen las compras… ellas no son
turista… caramba, viven venecianos en Venecia. Un recorrido por los barrios de
Dorsoduro y Castello nos confirma esa imagen. Vemos la ropa tendida en la
ventana y calles transitadas por escasos turistas… Incluso descubro que la
Plaza Santa Agnese, en Dorsoduro, es ideal para tomar unos matecitos y me
demoro en ello y me detengo a soñar en la fortuna que deben tener de vivir en
ese pueblo.
Pero
el demonio acecha con sus amenazas. El Basilisco de un capitalismo dedicado a
vender productos mediocres intenta levantar su mirada paralizante casi todos
los días. Veo las ventanas embanderadas con pancartas que se quejan por el
tránsito de los cruceros por el Canal de la Giudeca… los venecianos resisten en
soledad y los compradores de chucherías deambulan por San Marco como si nada
pasara.
II Murano: el diseño y la
creatividad en Italia
El vaporetto surca la Laguna Veneta…. Llueve. Dejamos atrás la
Serenísima y vamos primero a Lido. Por suerte no descendemos allí donde la
“civilización” automotriz amenaza con volver a contaminarnos. Breve parada de
colectivo, ascensos y descenso de pasajeros y nuevamente navegamos hacia el
corazón de la Laguna, allí mismo donde la magia continúa.
Dejamos atrás la base naval y enfilamos a Murano por entre pilotes
y farolas indicadoras… intuimos que un poco más allá de Punta Sabbioni, el
Adriático es señor de las aguas; pero la lluvia impide que nuestros ojos
adquieran certeza.
De pronto estamos en Murano, descendemos del vaporetto y accedemos
al taller en donde nos hacen una demostración de la técnica milenaria que sigue
dando fama a esa pequeña isla. Me impresiona el salón en dónde pretenden
vendernos objetos de ese bellísimo cristal… Lo consiguen, pero no es eso lo que
me impresiona. Sino la evidencia muy clara algo que vengo meditando desde hace
algún tiempo: el glamour abandonó Francia para vivir su retiro posmoderno y
decadente en Italia.
En épocas en que el envase vale más que el contenido, el diseño
vale más que el arte puro e Italia ejerce su dulce hegemonía, en el mundo que yo
conozco por lo menos. El salón de la cristalería que visitamos es una muestra
palmaria de lo que digo. Verdaderamente asombra ver como una técnica tan
antigua ofrece productos nuevos que se recrean constantemente. Imaginamos que
en el taller nos mostraron la técnica y sabemos de qué se trata; pero es
imposible entender luego cómo es que se fabrican, con esa misma técnica, los
objetos que se exhiben en el salón.
Mis reflexiones son subjetivas, pero allí están, en todo el mundo,
las creaciones del diseño italiano que mitigan la soledad de la mirada que
ensayo... Ádemás, me asombra, en Murano, la vitalidad de este arte en un clima
cultural en que todo parece muerto y vacío. Pienso que ésta es la decadencia
que da el ser dueño de una jubilación de privilegio… y sonrío para adentro de
mi apreciación ingenua.
Murano es poco más que lo que vimos en la fábrica… ¿poco más? No,
Murano es mucho más: es Venecia sin la abusiva instalación de negocios para
turistas, es caminar bajo la lluvia por la Plaza Santo Donato, es entrar en esa
iglesia, es comer auténtica comida veneciana en un restaurante lleno de
muraneses (en la Trattoria Ai Frati las Sarde in saor tienen el gusto que deben
tener).
Volvemos
a San Marco con el alma henchida de belleza, invención y armonía…
III Últimas imágenes de Venecia
En nuestra última noche en Venecia y pensamos celebrar la armonía
y la invención. Teníamos dos opciones probar las creaciones de Cipriani y
demorarnos en el Harry`s Bar compartiendo Bellinis o escuchar las creaciones
que un veneciano genial que compuso, hace ya muchos años, los conciertos de las
Cuatro Estaciones.
No pudimos conciliar ambos programas y nos limitamos a escuchar la
magnífica interpretación de la Música de Vivaldi en la iglesia de San Vidal,
casi junto al Puente de la Academia.
Venecia fue en estos días magia, magia y más magia… pero mi deseo
me dictaba la ilusión de que podría ver Venecia desde el aire. Si el viento
soplaba desde el lado adecuado y las nubes que descargaban su furia sobre la
Laguna estaban lo suficientemente altas, el avión debería darnos esa imagen.
¡Qué desilusión!
La nave pasaba sobre la ciudad, pero las nubes estaban muy bajas y pronto nos
impidieron el contacto visual con la superficie. Sin embargo, la ciudad no quiso
dejarnos sin su esencia y vaya a saber con qué teje y maneje de nigromante, el
cielo se abrió en una pequeña ventana… En un rapto de intensa fugacidad, no sé
si llegaron a ser 15 segundos, por entre las nubes se veía perfectamente
recortada esa ciudad fascinante… Luego dormimos plácidamente una siesta que nos
permitió llegar satisfechos a Catania.
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