29 de abril de 2015
I Piedra del Molino
El avión surca el cielo del Valle de Lerma
acercándose a la pista del aeropuerto de la ciudad de Salta. Cuando conserva
aún cierta altura, veo un cerro nevado en el último cordón montañoso sobre el
horizonte hacia el oeste. Desde mi ignorancia creo ver en él al Nevado de
Cachi, la impresionante mole de piedra que habrá de acompañarnos en los
próximos días.
Las imágenes pertenecen al autor
Estamos llegando a Salta con Haydée para
participar de las actividades que organizó Sala de Payogasta para el fin de
semana largo que se avecina. Asistiremos a la cosecha, secado y molido de uno
de los mejores pimentones del mundo y a las experiencias de cocina que lo
tendrán como protagonista central.
Alejandro Alonso y María Fernanda Sola han
tenido la generosa amabilidad de invitarnos y allí estamos encontrándonos con
ellos en el vestíbulo del aeropuerto internacional... y desde allí derecho a
Payogasta. El pueblo está unos 10 km antes de llegar a la ciudad de Cachi si
uno viene a él desde la capital provincial. El camino que ya hemos transitado
en sentido contrario en octubre de 2014, promete aventuras... el cielo está
nublado en el Valle de Lerma y parece haber niebla sobre la falda de los cerros
que debemos atravesar... sobre la Cuesta del Obispo.
Hay poco más de 130 km entre el aeropuerto
y Payogasta, pero ese recorrido, en condiciones climáticas normales, se
practica en unas tres horas. Sin embargo, la charla afable y encantadora hace
que el viaje nos resulte demasiado corto. Releo lo de charla encantadora... sí,
sí, es una palabra exacta para describir ese viaje.
Primero, por el Valle de Lerma hasta la
ciudad de El Carril, luego la yunga en la Quebrada de Escoipe, una parada en el
restaurante de Margarita, la Cuesta del Obispo y, finalmente, la recta de Tin
Tín.
Ya en nuestro viaje
anterior nos había impresionado el paisaje de la yunga... esa selva húmeda,
petisa, pero enmarañada que parece habitada por elfos y hadas... o por el
espíritu de los antiguos. El camino sube, en las laderas, la selva y abajo el
río.
Aparecen las historias,
relatos e imágenes mentales se suceden sin orden aparente... Sobre aquellos
cerros, señala Fernanda, hay restos muy bien conservados del Qhapaq Ñan (la red
caminera que hicieron construir los Incas para conectar las Cuatro Provincias
del Sol con el centro del poder imperial en el Cuzco).
Las indicaciones de
Fernanda nos llevan a otro cerro, del otro lado están las condoreras. Allí se
puede ir a ver los nidos de estas aves majestuosas, legendarias para mí (se
agolpan las imágenes en mi mente... el poema de Olegario Víctor Andrade, el
manual Kapelutz con su imagen, el nido en el Jardín Zoológico de Buenos Aires,
la imagen estilizada que está desde que era niño en el logo institucional de
Aerolíneas Argentinas). Lo que más me sorprendió es que no imaginaba que estas
aves tuvieran sus nidos tan abajo... bueno, en realidad ya estábamos en plena
cordillera; pero, en realidad las creía dueñas de los picos más altos.
El camino gira y contra
gira y los lugares y sus nombres se suceden: Maray (evoca una herramienta
fundamental en la metalurgia prehispana), una capilla y un cartel que reza San
Fernando de Escopie y, sobre el final de la quebrada, cuando el camino está a
punto de cambiar radicalmente en su fisonomía, el restaurante de Margarita
donde muchos viajeros se detienen a comer. El edificio es muy viejo (tal vez
tenga más de 120 años) y tuvo múltiples funciones a lo largo de los años
(escuela y oficina de correo, entre otros).
La tarde gris da para la aparición de
relatos tétricos... ya sabemos que arriba nos espera una niebla cerrada.
Alejandro cuenta la historia de San Fernando de Escoipe. En 1973, un alud
arrasó este pequeño pueblo que se levantaba cerca del río. No quedó ningún
edificio en pie, salvo la capilla que estaba en una loma elevada... Alguien vio
venir la catástrofe e hizo repicar las campanas de la pequeña iglesia. La hora desacostumbrada y la
intensidad de los repiques dio una alerta temprana a los vecinos que pudieron
refugiarse en zonas elevadas de modo que, aunque el pueblo se perdió, todas las
vidas pudieron salvarse.
Poco después de nuestra parada, el camino
gira a la derecha en forma pronunciada y se produce un cambio de escenario
bastante brusco... una gran aridez reemplaza a la selva, el asfalto se
interrumpe y una niebla cerrada nos traslada a un ambiente fantasmal. La
camioneta está equipada con un sistema de luces para la ocasión y la sabia
prudencia del conductor que lleva realizando ese recorrido una vez por semana,
ida y vuelta, desde hace 20 años nos ponen a salvo de cualquier riesgo. Hemos
ingresado en la famosa Cuesta del Obispo que habíamos recorrido con Haydée, sin
bruma.
La charla sigue, el camino evoluciona dando
vueltas increíbles y, de pronto aparece un cielo azul y un sol impecables. Son
las últimas horas de luz de este día, pero nos alcanza para distinguir bien el
panorama. Estamos en el mirador denominado Piedra del Molino. Desde allí, la
clara luz de la razón nos da otra imagen de lo que habíamos visto y vivido en
los últimos kilómetros de camino. Lo que era una bruma fantasmal, ahora es tan
solo una nube recostada sobre sobre el faldeo. La vemos desde arriba, asemeja
un mar poblado de islas (la parte visible de los cerros más elevados).
Es el sitio más alto en el camino entre el
Valle Calchaquí y el Valle de Lerma (3457 msnm). Desde allí puede verse el
serpenteo de la Cuesta del Obispo, ahora tapada por la nube y la ruta que sigue
y se dirige a Cachi, a cielo limpio y abierto. Hay una piedra de molino que en
un traslado desde la ciudad de Salta, decidió quedarse allí... la leyenda
parece ser tan verdadera como la de la Virgen en Luján, pero carece de ribetes
místicos y religiosos, o tal vez no... El conjunto se completa con una pequeña
capilla que, a la manera de una apacheta, sirve de punto de referencia a los
promesantes.
Hacia el norte se abre un campo apto para
la observación de aves (cóndores incluidos). Hacia el sudoeste, la ruta se
interna en el Parque Nacional Los Cardones, donde nos espera la impresionante
recta de Tin Tin, junto al cerro del mismo nombre. Esa recta es un tramo del
camino de 12 km construida sobre un
trazado impecable que no requirió ni ingenieros ni agrimensores para su diseño
porque se erigió sobre un fragmento supérstite del Qhapaq Ñan.
Atravesamos la recta ya casi de noche y
unos minutos más estábamos llegando a Sala de Payogasta, donde Haydée y yo, nos
alojamos en los día siguientes.
II Sala de Payogasta
El edificio fue construido a principios del
siglo XX y perteneció a la Familia Ruíz de los Llanos que vive en el Valle
Calchaquí desde mediados del siglo XVII. Es la sede del hotel que administran
Alejandro, Fernanda, Julio Ruíz de los Llanos y su esposa Alicia.
El edificio fue construido por Emilio
Ghana, abuelo de Julio, en la tercera década del siglo XX. Su planta consiste
en cuatro alas que rodean un patio enrome y cuadrado en cuyo centro hay un
fogón. Las habitaciones se disponen en cada ala protegidas por un alero. Tengo
la impresión de estar en una casa colonial del siglo XVIII. Desde mi
ignorancia, le atribuyo ese carácter y la juzgo como una construcción típica
del lugar, tanto por el dispositivo espacial como por las técnicas de
construcción utilizadas (paredes de adobe y techo de cañas, es decir, cielo raso
de cañas sobre cumbreras y tirantes de eucalipto y techo de adobe).
Para ser utilizado como hotel, el edificio
ha sido modernizado, casi sin que se vea la intervención, hace unos 20 años. El
hotel tiene todas las comodidades que espero en el Valle Calchaquí: desde el
patio se ve un sol pleno durante el día y un estrellerío notable a pesar de la
luna llena, por la noche; el salón comedor que tiene una intervención mayor, en
este caso justificada, con una impresionante vista sobre el Nevado de Cachi; un
baño con instalación completa; calefacción opcional a gas o a leña y,
fundamentalmente, la correcta ausencia de un aparato de televisión que nos
permite conectarnos con el entorno y percibir perfectamente los sonidos de
silencio... Es fascinante despertar por la mañana y ver la cumbrera añosa y las
cañas de noventa años que parecen haber sido instaladas ayer e ir a desayunar
con esa vista increíble.
Sin embargo, me desorienta un comentario de
Julio. Cuando nos explicaba que la casa se inauguró en 1922, nos dice que no
responde a la tipología del Valle... ¿Cuál será entonces esa tipología sobre la
que se construyó esta casa herética?
Planteé la cuestión a mis amigos y en una
serie de correo-e me dieron las siguientes opiniones.
Alejandro:
“Respecto a la arquitectura la
"tipología vallista", no soy el más indicado para opinar. La hermana
de Fernanda, Charo Sola ha trabajado en todo el rediseño como hotel de esta
casa y ella lo hizo con mucho conocimiento (ha realizado un postgrado en
Canarias sobre restauración de patrimonio arquitectónico) /.../. Para mí, y con
100 años, esta casa tiene los aportes culturales de quienes la hicieron y
moraron en ella, la inmigración Sirio Libanesa ha sido muy fuerte en toda la
zona y con los gallegos y lugareños deben haber dado una profunda impronta.”(1)
María Fernanda:
“Respecto al estilo de la casona de Payogasta, creo, como en todo
lo popular, que no hay un estilo puro de casa vallista, sino que se van
incorporando aportes a lo largo de los siglos, que marcan tendencias,
tipologías.”(2)
Finalmente me escribió la arquitecta María del Rosario
Sola (Charo) quien puso estas palabras esclarecedoras:
“En esa zona, las influencias indígenas no sólo provienen de los
aborígenes locales (entiendo que cacanos), sino que hay fuerte influencia
incaica y no debemos olvidar que los Incas "extrañaron" pueblos de
territorios que dominaban y que eran muy rebelde por lo que los llevaban a pie
a otros territorios. Todos tienen la tradición del patio pero los indígenas
construían dos o tres recintos separados y completaban el cierre del patio con
pirca. Tanto los hispanos como el arribo tardío de inmigrantes árabes, como es
el caso del constructor de la casa, remiten a la tradición de la casa rural
mediterránea que el Imperio Romano unifica en ambos lados del mar Mediterráneo.
No deja de ser importante para aprendizaje de otros arquitectos que encaren un
reciclaje de arquitectura popular, entender el criterio de la arquitectura
rural descontracturado y ocurrente para intervenir en estas obras sin cambiar
el rumbo ni perder el encanto. Improvisar, mezclar, mucha micro-intervención,
poca rigidez y la sala vuelve a la vida y se amplía bastante, pero sin traumas.
El cromatismo (blanco-celeste-gris-borravino) y las piedras estaban presentes
en la casa; pero se enfatizó un poco para darle más carácter, separando más el
interior con los celestes-grises y el exterior con los tonos del vino.”(3)
El abogado (Julio es abogado, pero también
un gran estudioso de la historia social de Payogasta), el ingeniero agrónomo,
la antropóloga y la arquitecta permitieron que me hiciera una idea que, como
historiador, debí intuir de entrada. No existe un estilo típico en el Valle que
se haya definido de una vez y para siempre. La integración de experiencias
diversas a lo largo del tiempo han generado esta casa que se encuentra en
envidiable estado de conservación. Interpreto que la expresión de Julio aludía
precisamente a la influencia sirio libanesa en esta construcción en
particular.
Notas y referencias:
(1) 2015, Alonso, Alejandro, correo-e del
15 de mayo.
(2) 2015, Sola, María Fernanda, correo-e
del 15 de mayo.
(3) 2015, Sola, María del Rosario, correo-e
del 15 de mayo.
Que buen articulo de la arquitectura vernácula vallista. Gracias Mario !! Sin nos permitís, citando la fuente, lo podríamos subir a la Web..!
ResponderEliminarGracias, querida amiga, por tus comentarios:
EliminarSería un honor para mí, que subas el texto a la página Web de Sala de Payogasta