Por Willy Cersósimo
Febrero de 2016
La
historia del vino patagónico comenzó a principios del siglo XX y fue como
corolario de una guerra que por suerte no ocurrió, ganó la paz. En 1881, se
firmó un tratado para establecer el límite definitivo entre los territorios de
la Argentina y Chile, su texto contenía muchas ambigüedades y eso generó varias
controversias por la posesión de los territorios australes. La situación se
volvió muy tensa a partir de 1894 y ambas naciones se embarcaron en una carrera
armamentista que prenunciaba el inminente conflicto bélico. Los militares
argentinos tenían buenas razones para sentirse más inquietos, por caso una
división chilena podía traspasar la frontera en horas, pero su equivalente de
este lado de la Cordillera debía cruzar una meseta árida e inhabitada de 1000
kilómetros para arribar al mismo lugar. La decisión del gobierno nacional no se
hizo esperar, y el 16 de marzo de 1896 se firmó el contrato con el Ferrocarril
del Sud, la empresa ferroviaria más grande de Sudamérica. La construcción de
554 kilómetros de vías en zona desértica, y con la premura del caso, no era una
tarea sencilla. Pero el viejo ferrocarril inglés cumplió los plazos y, en algo
más de dos años, a un promedio de unos 800 metros diarios a pico y pala, casi
sin maquinarias pesadas, los rieles surcaron los suelos patagónicos, desde
Bahía Blanca hasta la confluencia de los ríos Limay y Neuquén. No obstante,
para 1899 el fantasma de la guerra por suerte se había disipado.
Las imágenes pertenecen al autor
Allí
quedo tamaña obra sin utilidad alguna, entonces se vislumbró que podía ser
utilizada si se lograba atraer a inmigrantes para generar riquezas agrícolas y
pecuarias que le dieran un sustento económico a la zona aprovechando la
cercanía de varios ríos caudalosos. Luego de largos años de estudios y
proyectos se impuso la idea del ingeniero italiano César Cipolletti, la que
consistía en levantar un dique sobre el río Neuquén y construir un canal de 130
kilómetros para bañar el Alto Valle por su lado norte. La monumental obra,
iniciada en 1910, contó con la asistencia técnica, operativa y financiera del
Ferrocarril del Sud, que facilitó un préstamo al gobierno para encarar los
trabajos. Hacia fines de esa década el riego ya estaba funcionando y las
actividades productivas se consolidaban rápidamente, en tres especialidades
básicas, la alfalfa, los árboles frutales y la vid.
Aunque
hoy resulte difícil de creer, la Patagonia fue la segunda zona productora de argentina
en materia de uvas y de vinos -después de Cuyo- por más de 50 años, hasta que
la situación crítica en la que entró el sector en la década que va de 1985 a 1995,
llevó a que los últimos productores independientes cesaran con su actividad.
Con excepción de Canale, no hubo, durante mucho tiempo, otros establecimientos
o marcas que representaran a la Patagonia en las góndolas. Es justo recordar
que la historia de la vitivinicultura patagónica tuvo su propia edad de oro
durante el período 1920-1960, cuando la región llegó a contar con 260 bodegas
pequeñas, medianas y grandes, que elaboraban vinos de buena calidad y de
variedades nobles. Una segunda etapa de florecimiento de la actividad se
produce recién a finales del mismo siglo XX.
A
miles de kilómetros de allí, donde los días son calurosos y húmedos, propios de
una zona con un clima tórrido, nació Bernardo C. Weinert, en un pequeño pueblo
del Estado de Río Grande do Sul en Brasil, Ijui que se encuentra formado
íntegramente por alemanes. Ya en su adultez, se dedicó a la actividad del
transporte y fundó la empresa Coral, una de las más importantes del rubro en su
país. Tenía oficinas por toda América latina y llevaba vinos argentinos y
chilenos a Brasil y casualmente fueron esos vinos los que lo llevaron a él hasta
la provincia de Mendoza. Allí vio el gran potencial que éstos tenían en el
mercado internacional decidiendo a raíz de ello incursionar en la industria.
En
1975 compró en Luján de Cuyo, una bodega de 1890 que estaba abandonada desde
1920. Así comenzó don Bernardo su sueño de elaborar grandes vinos. En 1977
reconstruyó la bodega, incorporó nuevas tecnologías y se asoció con el
reconocido enólogo don Raúl de la Mota, con quien comenzó a producir vinos de
guarda de alta gama estilo bordeaux. Dos años más tarde, los vinos de Bodegas y
Cavas de Weinert ya se encontraban posicionados dentro de Brasil, y en los años
80 expandieron el mercado a otros países, como Inglaterra, EE.UU. y Canadá. A
principios de los 90 se convirtió en la primera bodega argentina en ser
mencionada por Robert Parker y aparecer en la prestigiosa revista Wine Advocate;
la empresa duplicó su mercado y, cuando alcanzó presencia en más de 20 países,
don Bernardo decidió mudarse y enfocarse en el negocio de los vinos. Las
etiquetas más famosas que hicieron historia son, “Pedro del Castillo”, “Weinert
Carrascal” y los muy afamados “Weinert Estrella”.
Don
Bernardo Weinert fue desde siempre un fanático de la pesca con mosca y recorre
el mundo desarrollando este deporte. Con cierta asiduidad despuntaba el vicio pescando
en los lagos del sur, en Cholila, pudiendo observar y disfrutar de las
riquísimas frutas finas que se producen en la región, por lo que se aventuró a
predecir, pensando en sus viñedos mendocinos, que el mismo fenómeno podía
generarse con las uvas. Una idea estaba en ciernes.
Tiempo
más tarde al realizar otra excursión pesquera, en esta caso en Oregón, pudo observar
que este lugar se parecía mucho a la zona surcada por el paralelo 42 en nuestro
país en plena Patagonia y a 300 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí se
cerró el círculo y se completó la idea, la que no tardó en poner en marcha.
Los
primeros testeos comenzaron en El Bolsón, precisamente en el cerro
Piltriquitrón, a donde viajó Weinert con más 800 plantines de uvas en una
camioneta, las entregó a pobladores de distintos puntos de la zona y durante
cuatro años volvió cada año para ver su evolución.
La
bodega más antigua de la provincia de Chubut se ubica en la localidad de El
Hoyo de Epuyén, siendo además la más austral de América, a escasos 18
kilómetros de la rionegrina población de El Bolsón. Su nombre es Patagonian
Wines y su propietario es obviamente Bernardo C. Weinert.
Patagonian
Wines ocupa desde 1997 un espacio de casi 30 hectáreas de monte y rosa mosqueta
en un terreno montañoso con pendiente y una laguna pequeña, de las cuales se
cultivan 25, en el año 2000 se plantó Merlot, Pinot Noir, Chardonnay, Riesling,
Gewürztraminer y otras cepas de
ciclo corto, además de contar con 3 hectáreas de Pinot Noir, ubicadas a 255 km
al sudeste de esta localidad en el paraje de Piedra Parada en la ribera del Río
Chubut.
Las
cualidades de la zona que hacen posible que las fronteras de la vitivinicultura
en Argentina se amplíen hacia las profundidades patagónicas son varias. Entre
ellas podemos mencionar, la gran amplitud térmica que existe entre el día y la
noche, además de la extendida exposición solar de los faldeos y las largas
jornadas de verano, detalles todos que influyen de manera positiva y decisiva
en el proceso de maduración de las uvas, las que logran aromas, colores
especiales y particulares. Las uvas, en este marco, crecen fuertes y sanas,
aunque el peligro -descartado completamente el granizo- son las “heladas
tardías”, que sin embargo son mucho más intensas e implacables en los valles
que en los faldeos de las montañas. El recaudo principal que se debe tomar es
poseer un correcto sistema anti-heladas, que es tal vez el fenómeno más
amenazante al que se le debe prestar atención, considerando que estamos
hablando de una bodega ubicada por debajo del paralelo 42, aunque ese aumento
en la inversión inicial signifique plantar menos hectáreas en el principio, es
primordial proteger la producción ante un evento que puede destruirla por completo.
El
Hoyo, particularmente, reúne algunas condiciones básicas para la puesta en
marcha de un proyecto de esta naturaleza, el clima suave y las temperaturas
bajas, producen en consecuencia que los distintos varietales demoran más tiempo
en desarrollarse en el lapso que va de la floración a la maduración. Las
distintas cepas como el Merlot, el Pinot Noir, el Chardonnay y el Gewürztraminer, por ejemplo, también se plantan en
Mendoza pero la consecuencia de sembrarlas “tan al sur” es la maximización de la
concentración de la calidad aunque el resultado final implique también una disminución
de los rendimientos. La bodega se encuentra ubicada con respecto al mundo en la
misma latitud que los emprendimientos llevados adelante en Australia y Nueva
Zelanda.
La
historia de los viñedos patagónicos del empresario Weinert -que exporta vinos
argentinos desde Mendoza- comenzó, como dijimos, en 1997 cuando se compraron
las tierras en El Hoyo y años más tarde se cultivaron las primeras plantas en
una chacra de 27 hectáreas. La primera cosecha de merlot en 2006 se mandó a
procesar a las bodegas que la firma posee en Mendoza con el fin de elaborar la
primera remesa de vino la que se embotelló con la etiqueta "Primera
cosecha", fueron pocas botellas, debido a que sufrieron un ataque por
parte de los zorzales que se comieron casi toda la uva. Recién en 2009 tuvieron
una muy buena cosecha, con 40.000 kilos de uva y se comenzó a envasar en origen
con una máquina semiautomática con dos etiquetas, una "Piedra parada"
y "Faldeo del Epuyén" la otra.
El
sanjuanino Darío González Maldonado, es un ingeniero agrónomo especializado en
vitivinicultura de zonas templado-frías y es a su vez el director técnico de la
bodega Patagonian Wines, encargándose de las tareas directamente vinculadas con
las cuestiones técnicamente agrarias y de las enológicas. La bodega cuenta con
una capacidad total de elaboración de 250 mil litros. Cuenta con maquinarias de
poco volumen y de tecnología innovadora donde se pretende obtener un producto
casi artesanal y de alta calidad. El objetivo es elaborar vinos de zonas frías
de gran performance enológica y para ello cuentan con la asistencia técnica del
enólogo Hubert Weber, responsable de Cavas de Weinert, ubicada en Lujan de Cuyo
en Mendoza. La proyección a que se aspira es alcanzar una producción de entre
70.000 y 100.000 litros de los cuales un porcentaje será provisto con uvas
propias y el resto por productores de la zona.
A
diferencia de otras zonas vitivinícolas de nuestro país y que ya hemos
descripto en otras notas anteriores, aquí, la historia es hoy, “Todavía tenemos que hacer la historia del
vino”, dice Weinert. El enólogo bordelés Michel Rolland, que comparte su
tiempo entre Burdeos y la gestión de sus propiedades argentinas sentenció, "Hoy por hoy, nadie sabe lo que esta
zona es capaz de producir en vino" y estima que "Plantar cepas en territorios como éstos, sin pasado vitivinícola,
es toda una aventura". Sin embargo, Bernardo Weinert como buen
emprendedor siempre se sintió confiado en el éxito de su empresa, ya que muchos
viñedos en todo el planeta están situados más allá del paralelo 42, el cual en
este caso sirve de frontera provincial en el Chubut. En el hemisferio norte,
Borgoña, Alsacia, Renania y Oregón se encuentran sobre el paralelo 42 entre
tanto en el hemisferio sur lo hacen Australia y Nueva Zelanda. Además en esta
región se produce fruta roja, como en Borgoña y también lúpulo como en Alsacia,
dos productos que son muy sensibles al frío. En contra del estereotipo
habitual, esta parte de la Patagonia, encajada entre dos altas montañas proporcionando
un clima seco con unas temperaturas que van desde unos 8º C como máximo en
invierno a unos 36° C en verano, haciendo que la calidad fitosanitaria de los granos
sea casi perfecta, utilizándose, y de forma eventual, escasas cantidades de bactericidas
o sulfato de azufre logrando que el producto final, la uva, sea prácticamente
biológica. La alternancia entre días calientes y noches frías exalta el aroma
de los vinos, que, por otra parte, presentan una acidez muy interesante. Conforme
los dichos de Michel Rolland en cuanto que, "para
la maduración de la uva es más importante quizás el sol que el calor",
encontramos aquí que la Patagonia al estar situada más cerca del polo se
beneficia de un mayor tiempo de sol en verano que la región de Mendoza, cuna
tradicional de la viticultura argentina.
Usualmente
las bodegas y fundamentalmente los nuevos proyectos, se ubican en verdaderos
paraísos geográficos, con viñedos en faldeos de montaña y con unas vistas
limpias e impecables al encontrase rodeados de la belleza de los picos nevados
del macizo andino el que deja ver los colores de sus distintas capas minerales,
o envueltos por esos callejones de álamos amarillos del otoño durante la
cosecha, con aromas a fruta y el tintinear del agua de las acequias que poseen
un efecto adormecedor durante las soleadas siestas. Aquellos que conocen El Hoyo
coinciden que su paisaje lo supera todo, es la mismísima oficina de Dios en la
tierra. Su vista es desbordante de belleza cambiante a cada centímetro, es
hipnótico, uno no pude dejar de mirar e inspirarse al punto de tener ganas de
ser poeta, pintor y desarrollar alguna de estas facetas artísticas que
parecieran potenciarse al estar sumergido en este entorno y el sanjuanino Darío
González Maldonado, responsable de este proyecto, parece haberlo plasmado en el
arte de hacer vinos. Sus obras de arte icónicas son el tinto “Piedra Parada”, un Blend de Merlot -
Pinot Noir de 14,5 v/alc., muy bebible que tiene siempre mucho por ganar en
botella. Elegante y fresco, la fruta roja no se expresa golosa sino más para
ciruela ácida. Es ideal para las carnes estofadas y condimentadas del invierno
patagónico. Y el blanco “Faldeos del
Epuyén”, Chardonnay - Riesling, arriesgado corte con aromas cercanos a
fruta y flores blancas, hierbas recién cortadas y la mineralidad se expresa
definido piedra mojada. Es fresco, buena acidez natural del vino, muy fluido. Es
ideal para la trucha patagónica asada en la parrilla.
Piedra
Parada debe su nombre a una gran e impresionante mole de piedra de origen
volcánico, que se encuentra solitaria en medio de una gran llanura. Esta piedra
tiene una base de 100 metros y 240 metros de altura. Muy cerca de ella se
encuentra la entrada al Cañadón de la Buitrera. A través de una excavación
arqueológica se encontraron pinturas rupestres, troncos petrificados y fósiles
marinos, estableciéndose la existencia de pueblos de hace más de 5 mil años, los
que fueron ocupación humana más antigua de toda la zona.
A
esta altura no queda lugar a dudas que Bernardo Weinert es el emprendedor al
cual Rio Negro le debe el renacer de la producción vitivinícola. Un hecho
ocurrido en enero de 2012 lo pinta de cuerpo entero y permite describir a esta
raza de hombres emprendedores hacedores de la historia y del futuro. En esa
fecha hubo un incendio feroz, típico de la zona patagónica, que afectó a un
tercio de su viñedo. Otro hubiera caído ante tamaña desgracia que tornaba
inviable el continuar vendimia. Pero no para Weinert. Tres meses después, en
abril, cosechó igual y continúo adelante, sorpresa, la uva tenía sabor a humo,
no sólo el incendio había afectado a parte del viñedo, sino que lo había
afectado en su totalidad al invadirlo con su humareda. ¿Se detuvo? No, vinificó
igual y continuo adelante. Por no detenerse, por continuar, por perseverar, por
ser un emprendedor obtuvo lo que buscaba, el resultado final, el vino. En este
caso muy particular logró algo único, un vino pinot noir - merlot que es
ahumado, de color cereza y con más cuerpo. Es “su” vino predilecto y lo define
como un vino típico de zona fría, con una gran expresión aromática y tiene ese
sabor ahumado que es un regalo de la naturaleza. Se lanzó como una edición
limitada de 15.000 botellas. Genial.
Bebiendo
unos de sus vinos comprendo mejor su pensamiento, plasmado en unas frases de la
vida, las que nos indican que con el azar y el talento no alcanza, se deben
complementar con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación para alcanzar la
excelencia y el éxito, "mientras
tengas tu propia filosofía y la mantengas durante los años, estarás en buen
camino" y “Los vinos Estrella
sólo se producen cuando la cosecha es excepcional, las estrellas nacen; uno no
las hace".
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