sábado, 26 de diciembre de 2015

Julio en Mar del Plata I: restaurantes y museos

No voy a decir más que lo obvio: Mar del Plata es una ciudad maravillosa. ¿En qué reside su maravillante esplendor? No lo sé. En lo personal,  siempre pensé que era como una réplica de Buenos Aires junto al mar y eso me conformaba... tal vez allí esté la llave del misterio. Es que en algún sentido esa identidad es un valor originario sustentado en hechos concretos. Juan de Garay, el fundador de nuestra Atenas platense, anduvo 80 leguas hacia el sur, casi en línea recta, hasta que dio con la “galana costa” de Mar del Plata(1) y, desde entonces, desde esa eternidad, ambas ciudades parecen estar unidas por un conducto invisible... y si no, ¿cómo explicar que siendo una ciudad balnearia, sea el sitio preferido de muchos viajeros en pleno invierno?  
 
 Las imágenes pertenecen al autor
Y así fue... A principios de julio de 2015, fuimos con Haydée en plan de visita familiar y de paseo de disfrute. Aquí unas notas de lo que vivimos en esos días.
I Una recorrida gastronómica
Para la vocación geográfica de este Recopilador de sabores, una ciudad puede concebirse como una red de boliches (bodegones y restaurantes de copete, cafés, pizzerías e ainda mais)... Sí, sí, pero, tratándose de Mar del Plata, todos deben ser locales de comidas lentas, claro está.
Es por eso, y porque el paisaje de la Pampa Húmeda invita tanto a andar con morosidad como a llegar pronto, es que nos gusta detenernos en la Parrilla Santa María de la localidad de Maipú. Está sobre la autovía, muy cerca de la entrada principal de la ciudad (sí, es ahí mismo, donde está la vaca). El ritual es comer una deliciosa porción de chorizos chacareros y que el dueño nos pregunte si somos porteños, porque, si lo somos, es probable que no nos guste.
Esta vez logré emocionarlo porque le llevé una copia de un viejo artículo que publiqué en El Recopilador en junio de 2012. En ese texto, describía boliche y personaje... y ritual. Si van en verano, pidan los chorizos secos y pechito de cerdo al asador (en invierno, las condiciones del local reducen el asado a la parrilla que también es muy buena).
Ya instalados en el barrio de La Perla, caminamos por la desolación de la calle 3 de Febrero, entre La Rioja y Corrientes. Fiera venganza, la del tiempo, que te hacer ver deshecho lo que uno amó. En todo el recorrido, pueden verse los chalecitos típicos de la ciudad, esos que tienen revestimiento de piedra en los frentes y prolijos tejados. Casi todos están abandonados y exhibiendo carteles de venta. Entre ellos, ya se levantan edificios nuevos e insípidos, signos del destino que les espera.
No es nueva esta política de planificación urbana en Mar del Plata; pero alguna vez habría que ponerle un límite, como parece ocurrir, quién sabe por cuánto tiempo más, en la zona del mismo barrio que se despliega hacia el noroeste del cruce de las avenidas Independencia y Libertad. Quienes hayan leído otros artículos míos saben que pienso que el atractivo turístico de las ciudades no reside en que se parezcan entre sí, sino en sus caracteres diferenciadores.
Luego salimos al mar y recorrimos la costa desde Punta Iglesias hasta las viejas piletas del Hotel Provincial. Terminamos nuestra tarde tomando café en la Boston sobre la calle Buenos Aires. Este local puede recibir sin temor la vieja denominación de confitería. Allí se pueden comer tortas, sandwiches y picadas y uno se siente sumergido en un pasado difícil de encontrar en otros lugares. La boiserie que cubre las paredes y los ingredientes de los platitos para la picada (Lomo strogonoff, pollo al verdeo, etc.) nos remiten al esplendor de un refinamiento típico de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.       
La noche transcurrió en el cálido ambiente de la Trattoria Napolitana de la familia Véspoli (La Primera Sorrentinería del País), en la calle 3 de Febrero entre Catamarca y la Avenida Independencia... pero esta fue una historia especial a la que accederé en otro artículo.

El día siguiente lo repartimos, en términos gastronómicos, entre el Rincón Vasco (Juan B. Justo y Entre Ríos) y la pizzería Pedrito (Salta y French) donde disfrutamos de una hermosa velada con los sobrinos de Haydée.
No me canso de ir al Rincón Vasco y de discutir con el Lendakari si el Bacalao ajoarriero lleva o no cangrejo. La calidez del lugar y la calidad de su oferta justifican nuestra reincidencia. Compartimos unas gambas al ajillo memorables y un abadejo en salsa verde muy bueno que se dejaron acompañar por un buen torrontés salteño. Mientras charlamos, y comemos, contemplo la ambientación. Me detengo en las láminas con equipos de fútbol. Están el Athetic de Bilbao, la Real Sociedad, el Osasuna y el Deportivo Alavés... No falta ninguno, aunque mi corazón hubiese admitido el poster con el equipo de aquel legendario Deportivo Logroñés que jugó en la primera división de España antes de su catastrófica desaparición...    
A las revelaciones de la familia Véspoli, oriunda de Sorrento, atendida por la segunda generación de argentinos, debo sumar la sorpresa que me provocó Pedrito. Una pizzería que, según se lee en una plaqueta dispuesta  bajo el retrato de su fundador, fue creada en 1952. Nada indica, a simple vista, el origen de Pedrito. Es una pizzería, ¿nos induce a pensar una identidad italiana? Aunque no necesariamente. Hay una pizarra impresa en una tabla que conserva las características de la estética de los años cincuenta del siglo XX. Allí se ofrece Pescadito frito... sí, como si estuviéramos en Cadiz...
En fin, Juan Castagnari nos informa que el fundador de esa pizzería fue Pedro Vento, un inmigrante siciliano arribado a Mar del Plata durante la posguerra(2).
Los cierto, es que la trazas de bodegón argentino se conservan desde su creación en la iconografía que ambienta el lugar en el que hoy sólo se venden pizzas. Las preparan sin molde sobre el piso de un horno visible desde todo el ámbito del local. La pizza es deliciosa porque si bien la masa no alcanza un volumen notable (es más bien fina), tiene una esponjosidad   que la diferencian de esas galletitas que suelen vendernos por pizza a la piedra en tantos locales de Buenos Aires con la finalidad, sospecho, de provocarnos la idea visual de que podemos conservar la dieta comiendo pizza.
Les puedo asegurar que la pizza de Pedrito es adictiva.        
II Mar, Museo de Arte Contemporáneo
La mañana es fría; pero como no hay viento, está soleado y no hay turistas, caminar por la rambla marplatense resulta un ejercicio apacible y recomendable. Decidimos, con Haydée, caminar por allí desde la Plaza España hasta el Mar, el nuevo Museo de Arte Contemporáneo, que está casi llegando a la Avenida Constitución.
Uno a uno superamos los hitos familiares de ese recorrido que es bastante habitual para nosotros. La tradicional fábrica de alfajores de Havanna, la pizzería de Pedrito, donde iríamos a comer esa noche con nuestros sobrinos y el monumental Palacio Unzué que con mucho esfuerzo está restaurando el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. El edificio impresiona por su sencillez: tres cubos de hormigón casi ciegos (cuando se recorre la muestra, se puede observar la funcionalidad de esta estructura) soportados sobre una planta cuya fachada principal está ampliamente conectada con el exterior a partir de una gran vidriera.     
En el atrio (no sé cómo llamarlo de otro modo), al aire libre, hay una escultura que impresiona por evocarnos algún objeto kitsch: un enorme lobo marino que desde lejos parece ser de metal con vetas doradas y plateadas. Si te parás cerca de él, te das cuenta que está hecho con envoltorios de alfajores. Fui virgen de información al Museo, de modo que cuando leí la firma del autor de la escultura, tuve un sentimiento ambivalente: nada de lo que haga Marta Minujín me sorprende. Su concepto del arte que parece expresarse en la ejecución de obras efímeras, la llevó a idear un lobo marino hecho con alfajores en Mar del Plata. Pero nosotros, los simples mortales, no resistimos ese concepto y soñamos con obras permanentes. Por fortuna para nuestra limitación, las autoridades del Museo pensaron lo mismo. Según me contaron, durante casi un año la escultura estuvo hecha con envases auténticos de alfajores, pero recientemente los reemplazaron por un símil hecho con materiales más resistentes.     
Adentro se exhibe la exposición semestral “Horizontes de deseo”. Las obras responden a los más diversos géneros de las artes plásticas, desde el dibujo y la escultura hasta el video y la animación. Haydée quedó muy impresionada con varias obras y yo también. A ella le encantaron los videos a mí las esculturas y algo más. Cuento de mis preferidos:
En la sala 3, hay una enorme construcción de madera de Mariana Tellería que pone en escena las imágenes de un naufragio. Es notable el detalle con que la escultora reproduce fragmentos de partes de un navío antiguo (digamos del siglo XVIII)... también es notable que el conjunto sólo se puede mirar desde adentro porque la obra está contenida en todo el ámbito de la sala y no ofrece una mirada en perspectiva.
En la sala 2, hay un sector en que se exponen las piezas de una colección de materiales ferroviarios. La boiserie verde, el banco de madera y los boletos Edmonson me evocaron un pasado que alcancé a vivir (yo anduve, les puedo asegurar, en trenes tirados por locomotoras a vapor) y que, en algún lugar, en donde los edificios aún no fueron alcanzados por la voracidad modernizadora de los funcionarios, aún pueda disfrutarse aunque sólo sea de manera fragmentaria (alguna sala de espera que se conserva original, algún reloj centenario que todavía funciona, etc.).   
Pero fue en la sala 1 donde obtuve la mayor recompensa. Pocas cosas me fascinan más que las visiones futuristas que se construyeron en el pasado. Tal fue el caso de la exhibición de dibujos y maquetas del arquitecto Amancio Williams. La obra de don Amancio está tan ligada a Mar del Plata como los alfajores que Marta Minujín utilizó para su escultura. Fue él quien diseñó y construyó la Casa del Puente para su padre, el célebre músico argentino Alberto Williams(3). Se exhiben unos dibujos y maquetas de su proyecto para la construcción de monobloques en Buenos Aires (1942). En ellos, cada departamento estaba acompañado por una terraza jardín (anticipando los techos verdes tan de moda en el siglo XXI). También pueden verse sus diseños de una ciudad para construir en la Antártida y una pieza magnífica: la maqueta original de la Casa del Puente. Todo el material, se nos informó, pertenece al archivo de Williams(4).    
La sala está coronada por una escultura de Martín Huberman. No recuerdo el nombre de la obra, pero sí que parte de ideas del “Monumento del fin de milenio” diseñado por Williams (actualmente se exhibe en el paseo de la costanera del Municipio de Vicente López en el Gran Buenos Aires). Huberman toma la forma de “bóvedas cáscaras” imaginadas por su colega Williams, pero desarrolladas con otras materiales.
La experiencia fue tan nutricia que vale la pena llegarse cada seis meses a Mar del Plata para ver que sorpresas deparará cada exposición.
De regreso hacia el hotel, nos reconciliamos con la ciudad y el barrio de La Perla. Rodeamos el Palacio Unzué admirando el área restaurada y nos dirigimos por la calle Jujuy hasta la Av. Libertad. En ese tramo la construcción típica marplatense se conserva, incluso pudimos ver el buen estado de conservación de la casa en la que Haydée veraneaba durante la infancia.       
Notas y Referencias:
(1) 1582, Garay, Juan, Carta al Rey Felipe II del 20 de abril, en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina -I-, Buenos Aires, Hyspamérica, pp. 57-59.
(3) La casa estaba abandonada y sufrió un incendio vandálico. La municipalidad de General Pueyrredón la expropió y encaró un programa de reconstrucción. Para obtener más información en (incluye horarios de visitas) http://www.mardelplata.gob.ar/casadelpuente, leído el 15 de julio de 2015.
(4) Más información en http://archivowilliams.blogspot.com.ar/, leído el 15 de julio de 2015.


2 comentarios:

  1. me encanta tu relato de Mar del Plata, mi mujer y yo vamos todos los años y paramos en un departamento en la perla.
    Hace muchos años que conocemos la tratoria Vespoli. Andando por ese barrio encontramos un viejo edificio declarado monumento por la ciudad que fue hecho por el ingeniero Vespoli. Ignoro la conexión con la familia de los sorrentinos, debe ser cercana ya que el edificio es del 30 aprox

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    1. Gracias, Héctor, por tus comentarios.
      Ignoro ese vínculo, es más, no recuerdo haber visto el edificio del Ing. Véspoli.
      ¿Me podrías decir dónde está, de modo que la próxima vez que vaya a Mar del Plata pueda verlo?

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