No voy a decir más que lo obvio: Mar del Plata es una ciudad
maravillosa. ¿En qué reside su maravillante esplendor? No lo sé. En lo
personal, siempre pensé que era como una
réplica de Buenos Aires junto al mar y eso me conformaba... tal vez allí esté
la llave del misterio. Es que en algún sentido esa identidad es un valor
originario sustentado en hechos concretos. Juan de Garay, el fundador de
nuestra Atenas platense, anduvo 80 leguas hacia el sur, casi en línea recta,
hasta que dio con la “galana costa” de Mar del Plata(1) y, desde entonces,
desde esa eternidad, ambas ciudades parecen estar unidas por un conducto
invisible... y si no, ¿cómo explicar que siendo una ciudad balnearia, sea el
sitio preferido de muchos viajeros en pleno invierno?
Las imágenes pertenecen al autor
Y así fue... A principios de julio de 2015, fuimos con Haydée en
plan de visita familiar y de paseo de disfrute. Aquí unas notas de lo que
vivimos en esos días.
I Una recorrida gastronómica
Para la vocación geográfica de este Recopilador de sabores, una
ciudad puede concebirse como una red de boliches (bodegones y restaurantes de
copete, cafés, pizzerías e ainda mais)... Sí, sí, pero, tratándose de Mar del
Plata, todos deben ser locales de comidas lentas, claro está.
Es por eso, y porque el paisaje de la Pampa Húmeda invita tanto a
andar con morosidad como a llegar pronto, es que nos gusta detenernos en la
Parrilla Santa María de la localidad de Maipú. Está sobre la autovía, muy cerca
de la entrada principal de la ciudad (sí, es ahí mismo, donde está la vaca). El
ritual es comer una deliciosa porción de chorizos chacareros y que el dueño nos
pregunte si somos porteños, porque, si lo somos, es probable que no nos guste.
Esta vez logré emocionarlo porque le llevé una copia de un viejo
artículo que publiqué en El Recopilador en junio de 2012. En ese texto,
describía boliche y personaje... y ritual. Si van en verano, pidan los chorizos
secos y pechito de cerdo al asador (en invierno, las condiciones del local
reducen el asado a la parrilla que también es muy buena).
Ya instalados en el barrio de La Perla, caminamos por la
desolación de la calle 3 de Febrero, entre La Rioja y Corrientes. Fiera
venganza, la del tiempo, que te hacer ver deshecho lo que uno amó. En todo el
recorrido, pueden verse los chalecitos típicos de la ciudad, esos que tienen
revestimiento de piedra en los frentes y prolijos tejados. Casi todos están
abandonados y exhibiendo carteles de venta. Entre ellos, ya se levantan
edificios nuevos e insípidos, signos del destino que les espera.
No es nueva esta política de planificación urbana en Mar del
Plata; pero alguna vez habría que ponerle un límite, como parece ocurrir, quién
sabe por cuánto tiempo más, en la zona del mismo barrio que se despliega hacia
el noroeste del cruce de las avenidas Independencia y Libertad. Quienes hayan
leído otros artículos míos saben que pienso que el atractivo turístico de las
ciudades no reside en que se parezcan entre sí, sino en sus caracteres
diferenciadores.
Luego salimos al mar y recorrimos la costa desde Punta Iglesias
hasta las viejas piletas del Hotel Provincial. Terminamos nuestra tarde tomando
café en la Boston sobre la calle Buenos Aires. Este local puede recibir sin
temor la vieja denominación de confitería. Allí se pueden comer tortas,
sandwiches y picadas y uno se siente sumergido en un pasado difícil de
encontrar en otros lugares. La boiserie que cubre las paredes y los
ingredientes de los platitos para la picada (Lomo strogonoff, pollo al verdeo,
etc.) nos remiten al esplendor de un refinamiento típico de los años cincuenta
y sesenta del siglo pasado.
La noche transcurrió en el cálido ambiente de la Trattoria
Napolitana de la familia Véspoli (La Primera Sorrentinería del País), en la
calle 3 de Febrero entre Catamarca y la Avenida Independencia... pero esta fue
una historia especial a la que accederé en otro artículo.
El día siguiente lo repartimos, en términos gastronómicos, entre
el Rincón Vasco (Juan B. Justo y Entre Ríos) y la pizzería Pedrito (Salta y
French) donde disfrutamos de una hermosa velada con los sobrinos de Haydée.
No me canso de ir al Rincón Vasco y de discutir con el Lendakari
si el Bacalao ajoarriero lleva o no cangrejo. La calidez del lugar y la calidad
de su oferta justifican nuestra reincidencia. Compartimos unas gambas al ajillo
memorables y un abadejo en salsa verde muy bueno que se dejaron acompañar por
un buen torrontés salteño. Mientras charlamos, y comemos, contemplo la
ambientación. Me detengo en las láminas con equipos de fútbol. Están el Athetic
de Bilbao, la Real Sociedad, el Osasuna y el Deportivo Alavés... No falta
ninguno, aunque mi corazón hubiese admitido el poster con el equipo de aquel
legendario Deportivo Logroñés que jugó en la primera división de España antes
de su catastrófica desaparición...
A las revelaciones de la familia Véspoli, oriunda de Sorrento,
atendida por la segunda generación de argentinos, debo sumar la sorpresa que me
provocó Pedrito. Una pizzería que, según se lee en una plaqueta dispuesta bajo el retrato de su fundador, fue creada en
1952. Nada indica, a simple vista, el origen de Pedrito. Es una pizzería, ¿nos
induce a pensar una identidad italiana? Aunque no necesariamente. Hay una
pizarra impresa en una tabla que conserva las características de la estética de
los años cincuenta del siglo XX. Allí se ofrece Pescadito frito... sí, como si
estuviéramos en Cadiz...
En fin, Juan Castagnari nos informa que el fundador de esa
pizzería fue Pedro Vento, un inmigrante siciliano arribado a Mar del Plata
durante la posguerra(2).
Los cierto, es que la trazas de bodegón argentino se conservan
desde su creación en la iconografía que ambienta el lugar en el que hoy sólo se
venden pizzas. Las preparan sin molde sobre el piso de un horno visible desde
todo el ámbito del local. La pizza es deliciosa porque si bien la masa no
alcanza un volumen notable (es más bien fina), tiene una esponjosidad que la diferencian de esas galletitas que
suelen vendernos por pizza a la piedra en tantos locales de Buenos Aires con la
finalidad, sospecho, de provocarnos la idea visual de que podemos conservar la
dieta comiendo pizza.
Les puedo asegurar que la pizza de Pedrito es adictiva.
II Mar, Museo de Arte Contemporáneo
La mañana es fría; pero
como no hay viento, está soleado y no hay turistas, caminar por la rambla
marplatense resulta un ejercicio apacible y recomendable. Decidimos, con
Haydée, caminar por allí desde la Plaza España hasta el Mar, el nuevo Museo de
Arte Contemporáneo, que está casi llegando a la Avenida Constitución.
Uno a uno superamos los
hitos familiares de ese recorrido que es bastante habitual para nosotros. La
tradicional fábrica de alfajores de Havanna, la pizzería de Pedrito, donde
iríamos a comer esa noche con nuestros sobrinos y el monumental Palacio Unzué
que con mucho esfuerzo está restaurando el Ministerio de Desarrollo Social de
la Nación. El edificio impresiona por su sencillez: tres cubos de hormigón casi
ciegos (cuando se recorre la muestra, se puede observar la funcionalidad de
esta estructura) soportados sobre una planta cuya fachada principal está
ampliamente conectada con el exterior a partir de una gran vidriera.
En el atrio (no sé cómo llamarlo de otro modo), al aire libre, hay
una escultura que impresiona por evocarnos algún objeto kitsch: un enorme lobo
marino que desde lejos parece ser de metal con vetas doradas y plateadas. Si te
parás cerca de él, te das cuenta que está hecho con envoltorios de alfajores.
Fui virgen de información al Museo, de modo que cuando leí la firma del autor de
la escultura, tuve un sentimiento ambivalente: nada de lo que haga Marta
Minujín me sorprende. Su concepto del arte que parece expresarse en la
ejecución de obras efímeras, la llevó a idear un lobo marino hecho con
alfajores en Mar del Plata. Pero nosotros, los simples mortales, no resistimos
ese concepto y soñamos con obras permanentes. Por fortuna para nuestra
limitación, las autoridades del Museo pensaron lo mismo. Según me contaron,
durante casi un año la escultura estuvo hecha con envases auténticos de
alfajores, pero recientemente los reemplazaron por un símil hecho con
materiales más resistentes.
Adentro se exhibe la exposición semestral “Horizontes de deseo”.
Las obras responden a los más diversos géneros de las artes plásticas, desde el
dibujo y la escultura hasta el video y la animación. Haydée quedó muy
impresionada con varias obras y yo también. A ella le encantaron los videos a
mí las esculturas y algo más. Cuento de mis preferidos:
En la sala 3, hay una enorme construcción de madera de Mariana
Tellería que pone en escena las imágenes de un naufragio. Es notable el detalle
con que la escultora reproduce fragmentos de partes de un navío antiguo
(digamos del siglo XVIII)... también es notable que el conjunto sólo se puede
mirar desde adentro porque la obra está contenida en todo el ámbito de la sala
y no ofrece una mirada en perspectiva.
En la sala 2, hay un sector en que se exponen las piezas de una
colección de materiales ferroviarios. La boiserie verde, el banco de madera y
los boletos Edmonson me evocaron un pasado que alcancé a vivir (yo anduve, les
puedo asegurar, en trenes tirados por locomotoras a vapor) y que, en algún
lugar, en donde los edificios aún no fueron alcanzados por la voracidad
modernizadora de los funcionarios, aún pueda disfrutarse aunque sólo sea de
manera fragmentaria (alguna sala de espera que se conserva original, algún
reloj centenario que todavía funciona, etc.).
Pero fue en la sala 1 donde obtuve la mayor recompensa. Pocas
cosas me fascinan más que las visiones futuristas que se construyeron en el
pasado. Tal fue el caso de la exhibición de dibujos y maquetas del arquitecto
Amancio Williams. La obra de don Amancio está tan ligada a Mar del Plata como
los alfajores que Marta Minujín utilizó para su escultura. Fue él quien diseñó
y construyó la Casa del Puente para su padre, el célebre músico argentino
Alberto Williams(3). Se exhiben unos dibujos y maquetas de su proyecto para la
construcción de monobloques en Buenos Aires (1942). En ellos, cada departamento
estaba acompañado por una terraza jardín (anticipando los techos verdes tan de
moda en el siglo XXI). También pueden verse sus diseños de una ciudad para
construir en la Antártida y una pieza magnífica: la maqueta original de la Casa
del Puente. Todo el material, se nos informó, pertenece al archivo de
Williams(4).
La sala está coronada por una escultura de Martín Huberman. No
recuerdo el nombre de la obra, pero sí que parte de ideas del “Monumento del
fin de milenio” diseñado por Williams (actualmente se exhibe en el paseo de la
costanera del Municipio de Vicente López en el Gran Buenos Aires). Huberman
toma la forma de “bóvedas cáscaras” imaginadas por su colega Williams, pero
desarrolladas con otras materiales.
La experiencia fue tan nutricia que vale la pena llegarse cada
seis meses a Mar del Plata para ver que sorpresas deparará cada exposición.
De regreso hacia el hotel, nos reconciliamos con la ciudad y el
barrio de La Perla. Rodeamos el Palacio Unzué admirando el área restaurada y
nos dirigimos por la calle Jujuy hasta la Av. Libertad. En ese tramo la
construcción típica marplatense se conserva, incluso pudimos ver el buen estado
de conservación de la casa en la que Haydée veraneaba durante la infancia.
Notas
y Referencias:
(1) 1582, Garay, Juan, Carta al Rey Felipe II del 20 de abril, en
1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia
argentina -I-, Buenos Aires, Hyspamérica, pp. 57-59.
(2)
Leído en http://www.elgranbanquete.com.ar/guia/pedrito-el-rey-de-la-pizza-a-la-piedra/,
el 14 de julio de 2015.
(3)
La casa estaba abandonada y sufrió un incendio vandálico. La municipalidad de
General Pueyrredón la expropió y encaró un programa de reconstrucción. Para
obtener más información en (incluye horarios de visitas) http://www.mardelplata.gob.ar/casadelpuente,
leído el 15 de julio de 2015.
me encanta tu relato de Mar del Plata, mi mujer y yo vamos todos los años y paramos en un departamento en la perla.
ResponderEliminarHace muchos años que conocemos la tratoria Vespoli. Andando por ese barrio encontramos un viejo edificio declarado monumento por la ciudad que fue hecho por el ingeniero Vespoli. Ignoro la conexión con la familia de los sorrentinos, debe ser cercana ya que el edificio es del 30 aprox
Gracias, Héctor, por tus comentarios.
EliminarIgnoro ese vínculo, es más, no recuerdo haber visto el edificio del Ing. Véspoli.
¿Me podrías decir dónde está, de modo que la próxima vez que vaya a Mar del Plata pueda verlo?