por Tomás Elvino Machado
En 1974 José Luis Fernández Erro, Coco Barone y yo
emprendimos un viaje a la ciudad de Chilecito en la Provincia de La Rioja. La
condición era ir y venir a dedo por las rutas nacionales. Nuestro presupuesto
era que el viaje se podía hacer en cuatro días, pero no llevó seis. Nuestra
consigan era mucho locro y mucho vino, blanco, por supuesto. La intensidad de
la aventura fue registrada en aquellos días en poemas y canciones que José
escribió. Pero la crónica que cabía sólo apareció, y de una manera aleatoria,
treinta años después. Me explicaré. En 2004, yo coordinaba los contenidos de un
sitio de internet (se llamaba Bitácora global) dedicado a publicar obras
literarias que no lograban acceder a la estampa. Fue entonces que recibí este
relato debido a la pluma de Tomás Elvino Machado.
¿Quién es el autor? Según pude saber, los críticos lo
definen como navegante, cronista, poeta, bebedor de buenos vinos. Joven
dirigente político que en 1974 fundó la agrupación Empresa Peronista 12 de
Junio, que él prefería llamar con
humildad por su sigla: EmPeDoce. No se sabe si dejó la política o la política
lo dejó a él. Los hombres sensibles de Villa del Parque (que, según las mismas
fuentes, también existen) lo llaman “el tercer Machado” (no se sabe cuáles son
los otros dos borrachos que eluden con esta expresión).
Las razones por las que se hizo cargo de producir la
crónica se exponen a continuación, junto con el texto (Mario Aiscurri).
Estimado
Director:
Permítame
presentarme o, mejor dicho, recordarle mi existencia, ya que creo que nos hemos
cruzado alguna vez, muchos años atrás, y un común amigo le habrá dado
referencias de mí.
Quisiera
colaborar con su página web que desde el inicio me ha intrigado por su nombre,
grato a mi condición de descendiente de andaluces navegantes. Soy un escritor
aficionado e inconstante que de cuando en cuando comete algún poema o garabatea
un papel con alguna prosa. Por verso o prosa, mi condición principal es la de
cronista y, en este sentido, tengo alguna afinidad con su bitacórico espacio.
Esta
vez le envío una crónica que ese nuestro amigo común me pidió, alegando que se
la había usted encargado y no tenía ni tiempo ni ganas de escribirla.
Cumplido
su encargo, mi amigo, bastante terco y malhumorado, no la encontró buena y me
dijo que no la daría a conocer. Entre enviarla a la papelera o a usted, elegí
por mi cuenta lo segundo.
Ya le
iré haciendo llegar otras colaboraciones si es que son de su agrado y si es que
las escribo.
Un
cordial saludo
Tomás
Elvino Machado
LAS HUELLAS A CHILECITO
A Osman
Núñez, que anda por su cielo riojano
Si uno
se desanda, vuelven los amigos del andar, las huellas a Chilecito son huellas
que van al alma y aquellos días adquieren una extraña luminosidad, atravesada
la neblina de la memoria por recuerdos como lámparas. Ese fue un viaje fugaz y
alocado, propio de los años jóvenes, con la patria a cuestas como una mochila
esperanzada. Tuvo el desenfado de lo que se hace porque sí, sin más móvil que
la inquietud y el desafío de una charla en un bar de Buenos Aires, sin más
objetivo que el andar por el andar mismo. Se diría que se hizo siguiendo la
máxima inculcada por Don Juan Carlos Dávalos a sus hijos cuando se iban a los
cerros en el legendario Ford: "Vamos a andar, no a llegar".
Fue en
1974. Como en el poema de Marechal, eran tres aparceros. Atravesaron la pampa
en sucesivas etapas por lo verde, con los ojos extendidos al horizonte buscando
el último vuelo detrás de la última arboleda. Es difícil describir lo que
siente el hombre de la llanura cuando anda por su infinitud y el cielo desnudo
cae sobre él como una perplejidad que se va ensangrentando hacia el ocaso.
Después subieron por el Valle de Punilla hacia otras pampas y otros cielos:
Cruz del Eje, Villa de Soto, El Chamical... Se adentraron en la cerrada noche
que escamoteó el paisaje, mudándolo por uno nuevo y desconocido.
Amanecía
cuando llegaron a Chilecito. El aire montañés entraba en ellos como si fuera la
paz que, consciente o inconscientemente, habían perdido y estaban buscando. Es
difícil, pasados tantos años y tanta historia, explicar lo que era la paz en
aquellos días belicosos y furibundos. Tal vez bastaría con una fotografía de
aquel Chilecito, nevado el Famatina a la distancia. Tal vez. No se sabe.
Los
tres aparceros caminaron por las calles chileciteñas como en un sueño de
carnaval y alameda. Estaban en la tierra del Chacho: las chayas eran sonoros
galopes subiendo desde los llanos y los álamos lanzas montoneras. Algo de
dolorosa memoria y de oscura premonición se agitaba en los dentros, como en la
zamba:
"El
Chacho, sombra ardiente,
otra
vez nos quiere convocar.
Y viene
de un recuerdo de tragedia y de dolor,
roto el
corazón, desangrado ya,
pero
desde la sombra nos empuja a resistir,
para
defender la criolla dignidad."
Al
mediodía, los aparceros almorzaron en una fonda y bebieron el vino de la
tierra. Las rústicas jarras de vidrio contenían las alcohólicas mieles del
torrontés riojano. Y fueron pasando como un río por el que la tierra se hizo
carne, ya definitivamente, en ellos. Ahondaron cosas del hombre, verticalidades
hacia Dios, dispersos combates en el mundo, diálogo que ya no se recuerda pero
se fue sintetizando en el apretado silencio que llenó la siesta.
Con el
atardecer, salieron hacia Malligasta en la camioneta de una bodega. Iba en ella
Don Agüero, un paisano que, entre descripción y descripción de las parcelas en
las que crecía la viña nueva, exponía su filosofía algo estoica y muy
escéptica. -Qué lindo se ve de lejos el verdecito 'e la viña-, pintaba con tonada
octosilábica. -El que se apura se muere-, repetía a cada tanto. El paisaje se
abría como un anfiteatro entre los cerros áridos y era cierta la esperanza que
en ese momento alimentaba los labrantíos y ponía laboriosos a los hombres.
Después vinieron años de tristeza y los valles precordilleranos padecieron la
iniquidad de un país arrasado. Pero en ese entonces no había dudas de que esas
viñas cubrirían todos los valles y darían los mejores vinos para que el mundo,
liberado y justo, se alegrara con ellos. La utopía era tan verdadera como esos
brotes y el desencanto posterior fue como si los hubieran arrancado de raíz.
Tal vez no fue seguido a fondo el consejo de Don Agüero, hubo demasiado apuro y
la utopía murió, reseca y abandonada.
Entrada
la noche, los tres aparceros fueron al bar de la terminal de ómnibus en busca
de las últimas empanadas y los últimos vinos, pagaderos con el último dinero.
Los mozos del pueblo guitarreaban y uno de ellos tocó la sinfonía cuarenta de
Mozart. Para los idealistas oídos del momento, nadie lo hubiera hecho mejor y
esa interpretación dio sustento a la idea de que el pueblo tiene una profunda
capacidad de acceder a las melodías llamadas clásicas o cultas y hay firmes
puentes entre estas y las populares, cosa que mucho antes habían descubierto
Schubert, Enescu, Bartok, Sibelius, Falla, Albéniz, Ginastera, Guastavino... y
tantos y tantos otros. Después, una sucesión de chayas llenó el aire cálido de
la noche riojana, entremezclando al uso de la tierra, recitado y canto. La que hizo
llorar, presintiendo la despedida, fue esta:
"Por
esta calle a lo largo
llorando
estoy,
no
encuentro lo que yo busco
más
bien me voy,
llorando
estoy..."
A la
mañana empezó el regreso. Junto a las viñas de Nonogasta, los álamos y la
acequia refrescaron la espera. Pasó una bella nonogasteña que encendió al
aparcero más enamoradizo pero no lo torció del camino de regreso a casa. Luego, todo fue desandar lo andado, a la
buena del Señor, recurriendo a la ya casi perdida generosidad de los que van y
vienen por esas rutas llevando a los vagabundos. ¿Qué llevaban en el corazón
después de tan breve andadura? ¿Que estaba dejando Chilecito en la copa
adentrana, como poso después de haber bebido? Ante todo, la alegre aparcería,
las venturas y desventuras compartidas entre amigos. Pero también el sabor de
la tierra, ese dulzor de patero y esa aspereza de arena que sólo siente el que
anda enamorado.
Siempre,
claro está, con la nostalgia a cuestas. Y dando por cumplidas en buena parte
las palabras de Kavafis:
"Cuando
emprendas tu viaje hacia Ítaca
desea
que el viaje sea largo,
lleno
de aventuras, lleno de experiencias."
No hay comentarios:
Publicar un comentario