sábado, 21 de septiembre de 2013

Ávila: mirando el cielo protegido

15 y 16 de junio de 2012
I De Ávila, la muralla, claro está... pero Ávila es mucho más que la muralla.
Hace muchos, muchísimos años que una imagen de las murallas de esta ciudad me incitó a conocerla. En ese tiempo de juventud, no sólo pensaba en el tesoro que las murallas protegerían, sino también en lo que había fuera de ellas. Lo cierto es que, en un recodo de la autopista, aparece de pronto el recinto amurallado y la emoción que evocaba aquellas fantasías se trasforma en una realidad contundente, en una piedra dura que está allí desde los siglos.
 
Las imágenes son propiedad del autor
Quedé maravillado. ¿Cómo se ha conservado en tan buen estado esa construcción a través de nueve siglos?... Luego sabría que hay mucho trabajo humano para que las cosas estén como están... pero, en ese primer contacto, la muralla se impone con clara contundencia como si hubiese estado así, casi perfecta, por todo el tiempo de su existencia.
Casi es verano. Llegamos a la ciudad a media mañana. Nos instalamos en un hotel de extramuros a metros de la muralla y de la Puerta de San Vicente que nos da paso a la ciudad intramuros. A poco que acomodamos nuestras cosas, comenzamos nuestra andanza por la ciudad milenaria.
Es inevitable la comparación con Toledo. Desde luego que Ávila es dueña de un patrimonio monumental notable, aunque no en la proporción de la capital manchega. Aquí, por otra parte, como la afluencia de turismo se concentra en temporada, el acceso a los monumentos está restringido fuera de ella. En este sentido, Toledo está mucho más abierta durante todo el año. Pero Ávila tiene lo suyo... y no es sólo la muralla.
Ahora bien, si hablamos del presente, es una ciudad mucho más acogedora que Toledo, el tránsito automotor está mucho más controlado, las áreas peatonales se respetan y la gastronomía es mucho más amigable. Aquí, los restaurantes de medio pelo, aquellos preferidos por los turistas, tienen un mejor nivel gastronómico y precios más accesibles.
La ciudad intramuros es relativamente pequeña y está dividida en dos sectores desde la Plaza del Mercado Chico hacia la catedral (es decir, hacia el este), es un barrio vital, lleno de actividad. Hacia el otro lado (hacia el poniente), fuera de los sectores monumentales, se extiende un barrio casi vacío (literalmente vacío en algunos rincones). La ciudad en sí misma, la ciudad moderna, se desarrolla por fuera de las murallas.
Ya nos habían llamado la atención en Toledo, pero aquí es sorprendente la proporción de ciertas aves en el cielo. Esta expresión debe justificarse en su literalidad, porque los vencejos no paran de volar, nunca aterrizan. Me había sorprendido el extraño volar de estas aves, y sus chillidos, hasta avanzada la noche. De no ser por su parecido físico a las golondrinas, hubiese pensado en murciélagos. Debe uno acostumbrarse a estas benéficas aves migratorias que, en temporada estival, habitan en los huecos de la muralla y que durante sus vuelos limpia el aire de insectos dañinos para la salud humana, entre ellos, los mosquitos.
El conserje matutino del hotel, nos contó que había habido una polémica en las últimas intervenciones de mantenimiento de la muralla (fue entonces que logré explicarme, cómo es que se conserva a través de los siglos) porque, para hermosearlas se habían rellenado muchos huecos. La intervención impactó sobre la población de vencejos que se vio notable mente reducida, aumentando los riesgos para la salubridad de la vida humana... Sorprendente, el comentario. Esta ciudad que iríamos descubriendo asombro tras asombro, tenía también historias recientes  dignas de ser tenidas en cuenta.         
II Historias, historias y más historias, todas ellas con ribetes de leyenda, pueblan esta ciudad mágica y mística.
Si se visitan los templos vinculados con la vida de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), uno se encuentra con historias que allí se cuentan sobre su vida; si se sube a las murallas, la visita guiada audiovisual está llena de historias que se ponen en boca de Santa Teresa... Recorrimos lo que pudimos la tarde en que llegamos a esta ciudad y nos fuimos topando con estos relatos: la niñez de Santa Teresa, su vida militante, la gesta de los sombreros con que las mujeres defendieron la ciudad de un ataque de los moros, un rey niño protegido en el recinto amurallado, la obra colosal de casi tres km de extensión de las murallas construidas en el término de nueve años... Al llegar al hotel, en el vértigo de tantas historias que nos invitaban a reposar para dejarlas acomodarse en nuestra mente, una nueva sorpresa, el conserje nocturno nos recibió con una nueva retahíla de historias, a cual más incitante.
Todo empezó por mi acento de porteño y la evocación que el hombre hizo de Buenos Aires y su santo patrono. Cuando pregunté qué tenía que ver San Martín de Tours con Ávila, me respondió que nada, que, en realidad, Martín de Tours y Ambrosio de Milán habían defendido a Prisciliano el obispo de Ávila, cuando fue condenado a muerte por el emperador Máximo por haber incurrido en la magia y la herejía. Asombrosamente, mi interlocutor, en lugar de vindicar la ortodoxia de Prisciliano, como hicieran Martín y Ambrosio, y considerarlo antes un mártir que un hereje, sostuvo lo contrario. La idea de que Prisciliano de Ávila fue el último druida casi no me dejó dormir y me ocupó buena parte de la noche buscando información sobre el santo hereje. 
La muralla que se interviene todos los años para que parezca bien conservada a pesar de los siglos (sin contar con la vista nocturna que se ofrece maquillada de luces estratégicamente dispuestas); las historia de druidas y de romanos, de moros y de cristianos y de la vida mística y militante de Santa Teresa te dan vueltas en la cabeza en cada paso que das. Uno camina por las calles de Ávila y tiene la sensación que esos relatos tan diversos y complejos forman un sólo haz... parece un delirio, pero no es tal. Para descubrir la racionalidad que se esconde detrás de los relatos, no hay mejor manera que asistir al recorrido que propone el Centro de Interpretación del Misticismo.
El día en que llegamos habíamos ido hasta un centro de información turística. Allí nos dieron un folleto que ordenaba los monumentos que podían visitarse por recorridos temáticos. Se destacaban dos, los templos del período románico y los edificios vinculados con la vida de Santa Teresa... a ello se agregaba el recorrido por las murallas. Sin plan fuimos recorriendo la muralla y los edificios románicos; pero para acceder a la vida de Santa Teresa, decidimos empezar por el Centro de Interpretación del Misticismo.  
Poco puedo decir del contenido de lo que allí vi porque merece estudios mayores y conocimientos consolidados; pero algo puedo decir de lo que sentí. Entramos y se nos proveyó de una guía para recorrer el Centro.(1) En esa guía, por ejemplo, se nos decía que el ascensor que nos conducía a los subsuelos era parte del recorrido místico que empezaba en las raíces de la tierra y terminaba en la luz del cielo abierto, del cielo azul de Ávila. La persona que nos ofreció la guía, nos adelantó que en la sala de la luz, nos íbamos a encontrar con un mandala y que esa pieza había sido obsequiada por unos monjes budistas venidos desde Oriente a recorre el Centro. Que ese obsequio era muy valorado porque daba una señal de acuerdo de los monjos con la manera en que la institución concibe la vida mística.
El primer momento del recorrido consiste en la contemplación del edificio. Pero veamos qué nos dice la guía al respecto y como esta visión anticipa el recorrido total por el Centro de Interpretación.
La visita o exploración del Centro de Interpretación del Misticismo puede pautarse en diez momentos, a semejanza de los diez grados de la escala secreta de san Juan de la Cruz. Diez momentos de desigual entidad e intensidad, pero que establecen la estructura y composición del conjunto.
El primer momento es el propio edificio. Se sitúa extramuros, en lo que fuera frontera o límite entre la antigua ciudad cristiana y el viejo barrio judío, uniendo simbólicamente  culturas. De constitución alargada y rectangular, corre en paralelo con la muralla, estableciendo un diálogo con ella, como símbolo de continuidad espiritual entre el pasado y el presente.
De alguna manera, la universalidad del misticismo se refleja ya en la construcción y en su emplazamiento: frente a la amplitud del valle de Amblés, escapando al abrazo de la  muralla sin romper con ella y mostrando su absoluta sobriedad de líneas. Sobriedad, austeridad y pobreza, son igualmente la pauta de la disposición y los materiales empleados en el interior: cemento, madera, esparto, cal, hierro, agua.”
El recorrido va dando las pautas, a lo largo de las diez etapas, a partir de las cuales un ser humano puede abandonarse de las cuestiones materiales que rodean la propia vida y encontrarse de este modo consigo mismo, con su deseo de conectarse con Dios, para luego regresar a la vida social de modo de que sea posible que estos encuentros se reflejen en esa vida y en la acción cotidiana.
Este ascetismo que aquí se propone puede conducir a conflictos y enfrentamientos con la jerarquía burocrática que conducen las instituciones eclesiásticas, de hecho así ocurrió con Santa Teresa de Jesús y con San Juan de la Cruz. La experiencia mística no exclusiva de la fe católica, nos dice el recorrido que hay experiencias místicas en las prácticas chamánicas de los pueblos primitivos...
Sentí entonces que, sin conocer en profundidad las doctrinas en juego, estaba en condiciones de conocer un poco de la vida de esa maravillosa mujer que fue Santa Teresa de Ávila, cuyas historias me rondaban en la cabeza, junto con otras y no sin cierto vértigo, desde hacía 24 horas.    
III Así preparados, fue que llegamos a uno de los momentos más emotivos de nuestro viaje, por lo menos en mi experiencia personal.
Nos dirigimos al Museo de Santa Teresa. En realidad, hicimos una visita en tres etapas. Ingresamos a la ciudad intramuros por la puerta que está cerca del Centro de Interpretación del Misticismo y da con una plaza frente a la que se levantaba la iglesia que forma parte del Convento de Santa Teresa (construido sobre la propiedad de su familia, sobre la vivienda de su infancia).
Sobre un lateral de la plaza hay una construcción que contiene algunas salas en las que se exponen reliquias de la santa y se detalla la lista de conventos y monasterios carmelitas por ella fundados en toda España. Recordé, entonces, algunos de los conceptos expuestos en el Centro de Interpretación, donde habíamos estado minutos antes, y me construí la imagen de una mujer poderosa. ¿Poderosa? Sí, pero ¿en qué sentido? Una mujer templada en el ascetismo místico que le daba una fuerza inusual para vivir una vida militante, a pesar de las pretensiones restrictivas de la jerarquía eclesiástica y del machismo imperante en la España barroca. 
Entramos, luego, en la Iglesia con una pequeña ola de turistas en momentos en que estaban por iniciarse los oficios religioso. Esta circunstancia me paralizó porque suelo explorar los tesoros de las iglesias cuando ellas se encuentran vacías. Es que soy respetuoso de las prácticas religiosas porque me parece una impertinencia perturbarlas con el cuchicheo de turistas ávidos de fotografías y recuerdos coleccionables. Cuando estaba por proponerle a Haydée que nos retiráramos, una mujer que allí estaba me dijo que fuera a la capilla que se encuentra sobre la izquierda de la nave principal, antes de que la cerraran. Allí fuimos, casi corriendo. Se trata de una sala pequeña y recargada de objetos y adornos, pero señalada con una pequeña inscripción que nos indicaba que esa capilla había sido construida sobre la estancia en que había nacido la Santa. Frente a la capilla había una reconstrucción de un pequeño jardín con la representación de dos niños. Ese habría sido el rincón en donde Teresa y su hermano, Rodrigo, jugaban de niños. Contemplar esa escena, suspendiendo la incredulidad a la que me sometía el montaje didáctico, y recorrer la capilla, respirando profundamente el aire disponible, me provocó una emoción intensa, difícil de poner en palabras. 
Finalmente fuimos al museo ubicado en lo que fuera la cripta del convento. Allí se encuentra el despliegue de otra de las aristas en la vida de la Santa, su labor intelectual. Han tenido que pasar casi 400 años para que los varones de la Iglesia Católica le reconocieran sus méritos. Se exhibe en una vitrina el acta de proclamación de Santa Teresa de Jesús como Doctora de la Iglesia firmada por Paulo VI el 27 de setiembre de 1970.    
 
Nos vamos de Ávila, una ciudad llena de historias de heroísmos militantes y de místicas contemplaciones. La ciudad de los druidas, de la racionalidad romana, de los caballeros, de los leales, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, esa gran militante de la vida.


Notas y referencias:
(1) Leído el 19/11/2012 en http://www.avilamistica.com/index.php?option=com_frontpage&Itemid=1 

2 comentarios:

  1. Mario: claramente no digo "el hombre blanco", digo "EL HOMBRE DE BLANCO" y no estoy hablando de etnias, jamás lo haría

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    1. Tenés razón, Cantares... me parece que ver el uniforme de un soldado del imperio me predispuso a leer mal...

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