15
y 16 de junio de 2012
I
De Ávila, la muralla, claro está... pero Ávila es mucho más que la muralla.
Hace
muchos, muchísimos años que una imagen de las murallas de esta ciudad me incitó
a conocerla. En ese tiempo de juventud, no sólo pensaba en el tesoro que las
murallas protegerían, sino también en lo que había fuera de ellas. Lo cierto es
que, en un recodo de la autopista, aparece de pronto el recinto amurallado y la
emoción que evocaba aquellas fantasías se trasforma en una realidad
contundente, en una piedra dura que está allí desde los siglos.
Las imágenes son propiedad del autor
Quedé
maravillado. ¿Cómo se ha conservado en tan buen estado esa construcción a
través de nueve siglos?... Luego sabría que hay mucho trabajo humano para que
las cosas estén como están... pero, en ese primer contacto, la muralla se
impone con clara contundencia como si hubiese estado así, casi perfecta, por
todo el tiempo de su existencia.
Casi
es verano. Llegamos a la ciudad a media mañana. Nos instalamos en un hotel de
extramuros a metros de la muralla y de la Puerta de San Vicente que nos da paso
a la ciudad intramuros. A poco que acomodamos nuestras cosas, comenzamos
nuestra andanza por la ciudad milenaria.
Es
inevitable la comparación con Toledo. Desde luego que Ávila es dueña de un
patrimonio monumental notable, aunque no en la proporción de la capital
manchega. Aquí, por otra parte, como la afluencia de turismo se concentra en
temporada, el acceso a los monumentos está restringido fuera de ella. En este
sentido, Toledo está mucho más abierta durante todo el año. Pero Ávila tiene lo
suyo... y no es sólo la muralla.
Ahora
bien, si hablamos del presente, es una ciudad mucho más acogedora que Toledo,
el tránsito automotor está mucho más controlado, las áreas peatonales se
respetan y la gastronomía es mucho más amigable. Aquí, los restaurantes de
medio pelo, aquellos preferidos por los turistas, tienen un mejor nivel
gastronómico y precios más accesibles.
La
ciudad intramuros es relativamente pequeña y está dividida en dos sectores
desde la Plaza del Mercado Chico hacia la catedral (es decir, hacia el este),
es un barrio vital, lleno de actividad. Hacia el otro lado (hacia el poniente),
fuera de los sectores monumentales, se extiende un barrio casi vacío
(literalmente vacío en algunos rincones). La ciudad en sí misma, la ciudad
moderna, se desarrolla por fuera de las murallas.
Ya
nos habían llamado la atención en Toledo, pero aquí es sorprendente la
proporción de ciertas aves en el cielo. Esta expresión debe justificarse en su
literalidad, porque los vencejos no paran de volar, nunca aterrizan. Me había
sorprendido el extraño volar de estas aves, y sus chillidos, hasta avanzada la
noche. De no ser por su parecido físico a las golondrinas, hubiese pensado en
murciélagos. Debe uno acostumbrarse a estas benéficas aves migratorias que, en
temporada estival, habitan en los huecos de la muralla y que durante sus vuelos
limpia el aire de insectos dañinos para la salud humana, entre ellos, los
mosquitos.
El
conserje matutino del hotel, nos contó que había habido una polémica en las
últimas intervenciones de mantenimiento de la muralla (fue entonces que logré
explicarme, cómo es que se conserva a través de los siglos) porque, para
hermosearlas se habían rellenado muchos huecos. La intervención impactó sobre
la población de vencejos que se vio notable mente reducida, aumentando los
riesgos para la salubridad de la vida humana... Sorprendente, el comentario.
Esta ciudad que iríamos descubriendo asombro tras asombro, tenía también
historias recientes dignas de ser
tenidas en cuenta.
II
Historias, historias y más historias, todas ellas con ribetes de leyenda,
pueblan esta ciudad mágica y mística.
Si se visitan los templos vinculados con la vida de Santa Teresa
de Jesús (1515-1582), uno se encuentra con historias que allí se cuentan sobre
su vida; si se sube a las murallas, la visita guiada audiovisual está llena de
historias que se ponen en boca de Santa Teresa... Recorrimos lo que pudimos la
tarde en que llegamos a esta ciudad y nos fuimos topando con estos relatos: la
niñez de Santa Teresa, su vida militante, la gesta de los sombreros con que las
mujeres defendieron la ciudad de un ataque de los moros, un rey niño protegido
en el recinto amurallado, la obra colosal de casi tres km de extensión de las
murallas construidas en el término de nueve años... Al llegar al hotel, en el
vértigo de tantas historias que nos invitaban a reposar para dejarlas
acomodarse en nuestra mente, una nueva sorpresa, el conserje nocturno nos
recibió con una nueva retahíla de historias, a cual más incitante.
Todo
empezó por mi acento de porteño y la evocación que el hombre hizo de Buenos
Aires y su santo patrono. Cuando pregunté qué tenía que ver San Martín de Tours
con Ávila, me respondió que nada, que, en realidad, Martín de Tours y Ambrosio
de Milán habían defendido a Prisciliano el obispo de Ávila, cuando fue
condenado a muerte por el emperador Máximo por haber incurrido en la magia y la
herejía. Asombrosamente, mi interlocutor, en lugar de vindicar la ortodoxia de
Prisciliano, como hicieran Martín y Ambrosio, y considerarlo antes un mártir
que un hereje, sostuvo lo contrario. La idea de que Prisciliano de Ávila fue el
último druida casi no me dejó dormir y me ocupó buena parte de la noche
buscando información sobre el santo hereje.
La
muralla que se interviene todos los años para que parezca bien conservada a
pesar de los siglos (sin contar con la vista nocturna que se ofrece maquillada
de luces estratégicamente dispuestas); las historia de druidas y de romanos, de
moros y de cristianos y de la vida mística y militante de Santa Teresa te dan
vueltas en la cabeza en cada paso que das. Uno camina por las calles de Ávila y
tiene la sensación que esos relatos tan diversos y complejos forman un sólo
haz... parece un delirio, pero no es tal. Para descubrir la racionalidad que se
esconde detrás de los relatos, no hay mejor manera que asistir al recorrido que
propone el Centro de Interpretación del Misticismo.
El
día en que llegamos habíamos ido hasta un centro de información turística. Allí
nos dieron un folleto que ordenaba los monumentos que podían visitarse por
recorridos temáticos. Se destacaban dos, los templos del período románico y los
edificios vinculados con la vida de Santa Teresa... a ello se agregaba el recorrido
por las murallas. Sin plan fuimos recorriendo la muralla y los edificios
románicos; pero para acceder a la vida de Santa Teresa, decidimos empezar por
el Centro de Interpretación del Misticismo.
Poco
puedo decir del contenido de lo que allí vi porque merece estudios mayores y
conocimientos consolidados; pero algo puedo decir de lo que sentí. Entramos y
se nos proveyó de una guía para recorrer el Centro.(1) En esa guía, por
ejemplo, se nos decía que el ascensor que nos conducía a los subsuelos era parte
del recorrido místico que empezaba en las raíces de la tierra y terminaba en la
luz del cielo abierto, del cielo azul de Ávila. La persona que nos ofreció la
guía, nos adelantó que en la sala de la luz, nos íbamos a encontrar con un
mandala y que esa pieza había sido obsequiada por unos monjes budistas venidos
desde Oriente a recorre el Centro. Que ese obsequio era muy valorado porque
daba una señal de acuerdo de los monjos con la manera en que la institución
concibe la vida mística.
El primer
momento del recorrido consiste en la contemplación del edificio. Pero veamos
qué nos dice la guía al respecto y como esta visión anticipa el recorrido total
por el Centro de Interpretación.
“La visita o exploración del Centro
de Interpretación del Misticismo puede pautarse en diez momentos, a semejanza
de los diez grados de la escala secreta de san Juan de la Cruz. Diez momentos
de desigual entidad e intensidad, pero que establecen la estructura y
composición del conjunto.
“El primer momento es el propio
edificio. Se sitúa extramuros, en lo que fuera frontera o límite entre la
antigua ciudad cristiana y el viejo barrio judío, uniendo simbólicamente culturas. De constitución alargada y
rectangular, corre en paralelo con la muralla, estableciendo un diálogo con
ella, como símbolo de continuidad espiritual entre el pasado y el presente.
“De alguna manera, la universalidad del misticismo se refleja ya en
la construcción y en su emplazamiento: frente a la amplitud del valle de
Amblés, escapando al abrazo de la
muralla sin romper con ella y mostrando su absoluta sobriedad de líneas.
Sobriedad, austeridad y pobreza, son igualmente la pauta de la disposición y
los materiales empleados en el interior: cemento, madera, esparto, cal, hierro,
agua.”
El
recorrido va dando las pautas, a lo largo de las diez etapas, a partir de las
cuales un ser humano puede abandonarse de las cuestiones materiales que rodean
la propia vida y encontrarse de este modo consigo mismo, con su deseo de
conectarse con Dios, para luego regresar a la vida social de modo de que sea
posible que estos encuentros se reflejen en esa vida y en la acción cotidiana.
Este
ascetismo que aquí se propone puede conducir a conflictos y enfrentamientos con
la jerarquía burocrática que conducen las instituciones eclesiásticas, de hecho
así ocurrió con Santa Teresa de Jesús y con San Juan de la Cruz. La experiencia
mística no exclusiva de la fe católica, nos dice el recorrido que hay
experiencias místicas en las prácticas chamánicas de los pueblos primitivos...
Sentí
entonces que, sin conocer en profundidad las doctrinas en juego, estaba en
condiciones de conocer un poco de la vida de esa maravillosa mujer que fue
Santa Teresa de Ávila, cuyas historias me rondaban en la cabeza, junto con
otras y no sin cierto vértigo, desde hacía 24 horas.
III
Así preparados, fue que llegamos a uno de los momentos más emotivos de nuestro
viaje, por lo menos en mi experiencia personal.
Nos
dirigimos al Museo de Santa Teresa. En realidad, hicimos una visita en tres
etapas. Ingresamos a la ciudad intramuros por la puerta que está cerca del
Centro de Interpretación del Misticismo y da con una plaza frente a la que se
levantaba la iglesia que forma parte del Convento de Santa Teresa (construido
sobre la propiedad de su familia, sobre la vivienda de su infancia).
Sobre
un lateral de la plaza hay una construcción que contiene algunas salas en las
que se exponen reliquias de la santa y se detalla la lista de conventos y
monasterios carmelitas por ella fundados en toda España. Recordé, entonces, algunos
de los conceptos expuestos en el Centro de Interpretación, donde habíamos
estado minutos antes, y me construí la imagen de una mujer poderosa. ¿Poderosa?
Sí, pero ¿en qué sentido? Una mujer templada en el ascetismo místico que le
daba una fuerza inusual para vivir una vida militante, a pesar de las
pretensiones restrictivas de la jerarquía eclesiástica y del machismo imperante
en la España barroca.
Entramos,
luego, en la Iglesia con una pequeña ola de turistas en momentos en que estaban
por iniciarse los oficios religioso. Esta circunstancia me paralizó porque
suelo explorar los tesoros de las iglesias cuando ellas se encuentran vacías.
Es que soy respetuoso de las prácticas religiosas porque me parece una
impertinencia perturbarlas con el cuchicheo de turistas ávidos de fotografías y
recuerdos coleccionables. Cuando estaba por proponerle a Haydée que nos
retiráramos, una mujer que allí estaba me dijo que fuera a la capilla que se
encuentra sobre la izquierda de la nave principal, antes de que la cerraran.
Allí fuimos, casi corriendo. Se trata de una sala pequeña y recargada de
objetos y adornos, pero señalada con una pequeña inscripción que nos indicaba
que esa capilla había sido construida sobre la estancia en que había nacido la
Santa. Frente a la capilla había una reconstrucción de un pequeño jardín con la
representación de dos niños. Ese habría sido el rincón en donde Teresa y su
hermano, Rodrigo, jugaban de niños. Contemplar esa escena, suspendiendo la
incredulidad a la que me sometía el montaje didáctico, y recorrer la capilla,
respirando profundamente el aire disponible, me provocó una emoción intensa,
difícil de poner en palabras.
Finalmente
fuimos al museo ubicado en lo que fuera la cripta del convento. Allí se
encuentra el despliegue de otra de las aristas en la vida de la Santa, su labor
intelectual. Han tenido que pasar casi 400 años para que los varones de la
Iglesia Católica le reconocieran sus méritos. Se exhibe en una vitrina el acta
de proclamación de Santa Teresa de Jesús como Doctora de la Iglesia firmada por
Paulo VI el 27 de setiembre de 1970.
Nos
vamos de Ávila, una ciudad llena de historias de heroísmos militantes y de
místicas contemplaciones. La ciudad de los druidas, de la racionalidad romana,
de los caballeros, de los leales, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de
Jesús, esa gran militante de la vida.
Notas y
referencias:
(1)
Leído el 19/11/2012 en http://www.avilamistica.com/index.php?option=com_frontpage&Itemid=1.
Mario: claramente no digo "el hombre blanco", digo "EL HOMBRE DE BLANCO" y no estoy hablando de etnias, jamás lo haría
ResponderEliminarTenés razón, Cantares... me parece que ver el uniforme de un soldado del imperio me predispuso a leer mal...
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