Del
14 al 18 de mayo de 2012
I
Venecia es una ciudad soñada. No lo digo en el sentido metafórico con que
usamos la expresión para significar la cercanía de la realidad al ideal... Me
expresé mal, Venecia es una ciudad que alguien está soñando, que alguien viene
soñando desde el fondo de los siglos y que, por fortuna, no atina a
despertarse. Camino las calles y lo que veo es tan real como lo que vemos en un
sueño y tan irreal como lo que recordamos de ese mismo sueño cuando ya estamos
despiertos.
Con
esas palabras en la mente, camino por las calles de la ciudad, cruzo sus
puentes, admiro sus canales y me siento adentro de este sueño colectivo...
Venecia
es, también, una ciudad de bares y buenos restaurantes. Nos topamos con el
Harry's Bar al sumergirnos en la ciudad, luego de descender del vaporeto que
nos condujo a la Plaza San Marco... y ya en la Plaza, los cafés Florián, Quadri
y Lavena. Tomamos un café en el Florián (“Dicen que el café Florian era el
preferido de Corto Maltés, /.../. Cuenta la frondosa imaginación veneciana de
Hugo Pratt que el marino apreciaba sentarse en las mañanas soleadas en una de
las mesas de esos cafés.”, dice Beatriz en la carta que ya mencioné). La
relación de estos bares con la Plaza y con el mar se asemeja a un paso de
baile. Es maravilloso recorrer la Plaza en el crepúsculo del atardecer, cuando
ya se ha aplacado el trajín de los visitantes, y sentir que el aire está lleno
de música que proviene de los bares y del golpeteo de las olas sobre las
defensas del muelle cercano. Si es primavera, como ahora, el aire de la noche
es placentero y uno empieza a creer en la realidad del sueño.
Pedimos
en el hotel que nos recomendaran un restaurante de cocina veneciana. Fue de
este modo que dimos con la Enoteca San Marco. Compartimos unas berenjenas
rellenas con muzzarella. Haydée prefirió ravioles y yo elegí hígado a la
veneciana (saltado con cebolla y acompañado con polenta). Fue nuestra primera
experiencia con los vinos de la Valpolicella.
Tanto
el hígado saltado con cebolla como la polenta formaban parte de la cocina
familiar de mi infancia. Platos sencillos y rústicos, preferidos por las
mujeres de la familia para sus hijos por el alto componente nutritivo; pero
odiados por los niños por el exceso de expresividad de los gustos. En el
restaurante, los platos eran tan sencillos como en el recuerdo de la infancia;
pero estaban cocinados con refinada delicadeza. ¿Me daría el cocinero el
secreto de su elaboración, si se lo pedía? Manifesté mi inquietud al mozo,
mientras entreveía al cocinero manipulando sartenes. Con la cuenta, recibí un
papel de comanda, con la receta de puño y letra del maestro de cocina. Allí
estaban buena parte de sus secretos... no todos, claro está... ¿cómo transmitir
en ese papel tan pequeño, la maestría que ejercían sus manos sobre el fuego?
Por
la noche comimos pizza en Venecia. Claro que no estábamos en Nápoles, pero sí
en Italia. Pude comprobar los asertos de Pietro Sorba con relación a las
diferencias entre la pizza italiana y la pizza argentina.(2) En Venezia, la
pizza es sutil y delicada, muy lejos de la exuberancia de la pizza porteña. En
otras mesas, se comían platos diversos. Pude apreciar que la ensalada mixta que
ofrecía la carta, se componía de lechuga, tomate y zanahoria rayada y nada, ni
una brizna, de cebolla. ¿Será cierto lo que afirma Dereck Foster sobre la
identidad argentina de la ensalada de lechuga, tomate y cebolla?(3)
II
Nuestra estancia en el Veneto, no se agotó en nuestra recorrida por la ciudad
de Venecia. Teníamos una invitación para pasar unos días con el primo de
Haydée, Héctor Durana, y su esposa, la ya mencionada Beatriz Rodaro Vico.
Inmejorables anfitriones, principalmente por la calidez y el afecto con que nos
recibieron, pero también por la entrañable relación que tienen con la tierra
veneciana.
En
una apretadísima síntesis, como hacemos cuando hablamos de cosas muy dolorosas,
diré que el padre de Beatriz nació en esta tierra veneciana, que emigró a La
Argentina y que luego de una vida sacrificada, dedicada al trabajo y al
compromiso con el semejante, fue víctima del terrorismo de Estado. Beatriz y
Héctor debieron exilarse y desarrollaron su vida en Francia. Casi en paralelo,
Beatriz consiguió, en los últimos años, que La Argentina reconociera que su
padre fue víctima del terrorismo de Estado y que Venecia lo homenajeara como emigrante
ilustre.
La
cabeza del municipio es San Michele al Tagliamento, pero nosotros disfrutamos
de la ciudad balnearia de Bibione que balconea sobre el Adriático a mitad de
camino entre la Serenísima y Trieste. Bibione está en un sitio denominado Pineda,
por tratarse de un soto de pinos junto al mar. El lugar es apacible, aunque no
siempre fue así. Donde se levanta Pineda, a principios del siglo XX se
desplegaba un pantano. Un pantano que fue objeto de la voracidad veneciana por
resolver los problemas con trabajo. Es así como, con el esfuerzo colectivo de
dieciséis familias fundadoras, se reemplazaron las miasmas del infierno con una
plantación de pinos del paraíso y con la prosperidad de pueblos como Cesarolo y
Bevazzana que allí se consolidaron a la vez que Bibione era erigida como nacida
del agua. Esta historia permite verificar el aserto de Beatriz, el veneciano
concibe la vida como una sucesión de problemas por resolver y no concibe que
haya problemas que no se puedan resolver con trabajo.
Vivían
en el paraíso y la guerra los devolvió al infierno. Las tropas alemanas que
ocuparon Italia sobre el final de la guerra, decidieron asolar los campos en
venganza por la resistencia y hostilidad de los partisanos venecianos. El
pueblo del término municipal de San Michele al Tagliamento volvió a erigir el
paraíso después de cinco años de trabajo denodado. Esta reconstrucción fue
coronada con la transformación de Bibione en un balneario importante, un
destino turístico atractivo para italianos, franceses y alemanes.
La
historia es conmovedora, ¿no?
Conmueve
ver como Beatriz, dueña de ese tesón veneciano llegó al paraíso, encontró a su
familia, veneró la memoria de su padre y se integró en esta comunidad en donde
todos la aman y la reconocen como miembro activo. El afecto y reconocimiento
que, por carácter transitivo, recibimos Haydée y yo de esta comunidad es prueba
de ello.
Hace
siete años que Héctor y Beatriz toman sus vacaciones en Bibione. Lo hacen en
primavera, cuando el clima ya es agradable, pero la ciudad aún no está
desbordada de veraneantes. De este modo, pueden consolidar el vínculo con la
comunidad a la vez que descansar.
Renzo
Simonatto y su esposa, Gianna Trevisan, son amigos
entrañables de Beatriz y Héctor. Viven en Cesarolo, a poco más de 10 kilómetros
de Bibione. Con Renzo mantengo un
intercambio epistolar sobre temas de gastronomía. Es un conocedor de la cocina
regional veneto-friulana. A partir del vínculo con Beatriz, ha desarrollado un
interés por la cocina argentina. Por fin iba a conocerlo personalmente, pero no
había imaginado de qué modo.
Llegamos
a Latisana, la estación ferroviaria en donde Beatriz y Héctor nos esperaban,
sobre el mediodía. El encuentro fue propicio para las efusiones de cariño que
ambos profesan por Haydée cada vez que se encuentran y que transfieren, sin
mengua a mi persona. Beatriz nos impuso al momento que Renzo, percibiendo los
inconvenientes prácticos de nuestro arribo, había decidido invitarnos a
almorzar. Sorpresa por el agasajo y placer por la comida compartida con esa
familia que nos había abierto sus puertas casi sin conocernos y sólo porque
éramos de la familia de Beatriz.
No
fue el único gesto, al día siguiente fuimos por la tarde a casa de Elide. Ella
es prima segunda de Beatriz. Es una bellísima persona, al igual que Giovanni
Buttó, su marido. A pesar de la hora, serían las cuatro de la tarde, nuestra
anfitriona cortó salame y descorchó una botella de vino.
La
última noche de nuestra estadía en Bibione, Beatriz y Héctor hicieron una
reunión con sus amigos y familiares y tuve que cocinar. Beatriz ya me había
alertado y fui preparado, llevé ají molido y preparé tomaticán cuyano y bifes a
la criolla. Renzo se encargó de la entrada. Ofreció una bandeja con rodajas de
lingual con una ensalada de papas condimentadas con kren. El lingual es un
embutido veneciano hecho sobre la base de la lengua de cerdo cocida. El kren es
la salsa de rábanos picantes que nosotros conocemos como hren. Los asistentes a
la cena fueron, además de Renzo y Gianna, los ya nombrados Elide
y Giovanni Buttò, Graziano Pizzolito y su mujer Pascuccia y Monseñor Sergio
Moretto quien administró una bendición para los alimentos que disfrutamos.
III En nuestra estancia en el Veneto he disfrutado
de los vinos regionales. El tren que nos condujo desde París pasa por Peschiera
del Garda antes de llegar a Verona. En ese tramo la extensión de viñedos es
extraordinaria. El paisaje es maravilloso por allí... el vino de la Valpolicella da cuenta de esa belleza,
en especial los amarone que se expresan profundos, llenos de matices cálidos y
amables. Una copa de ese vino hizo volar mi imaginación. Me vi en una excursión
invernal por los senderos alpinos, me vi llegando a un refugio, me vi curando
el frío con esta bebida... pero no, estábamos en primavera y nos dirigíamos por
el valle hasta el mar, donde Venecia ejerce su serenidad sobre una laguna
apacible y cálida. Está claro que en esta circunstancia el vino no pierde sus
virtudes, pero los venecianos prefieren, por lo menos en esta época, otros
estilos. Renzo, por ejemplo, nos convidó con vinos friulianos. La prima de
Beatriz nos ofreció un salame con un vino dulzón. En la cena compartida, Graziano Pizzolito trajo un
vino malbec italiano. Renzo dijo que era un vino dulce. Obviamente lo probé y
descubrí que, sin ser un vino de postre, realmente era más dulce que los
malbecs argentinos actuales. Ese vino me hizo recordar a los tintos que en La
Argentina se llamaban abocados (estimo que estaban hechos con bonarda y
malbec).
Cargadas
las mochilas de tanta energía, continuamos el viaje con un sentimiento que se
repetiría a lo largo del camino: ¡Qué lástima que no podíamos quedarnos unos
días más!
Notas
y referencias:
(1)
2009, Rodaro Vico, Beatriz, apuntes sobre la cocina veneciana bajo el título “Historia,
leyendas y gastronomía”, en correo-e del 6 de octubre.
(2)
2010, Sorba, Pietro, Pizzerías de Buenos Aires, Buenos Aires, Planeta,
pp. 9-13.
(3)
2011, msena, “Milanesa napolitana, ¿invento argentino?” (entrevista a Dereck
Foster), leído en http://dixit.guiaoleo.com.ar/milanesanapolitana/, el 3 de julio de 2012.
Hola amigo, uno de mis sueños dorados es conocer Europa, Italia entre mis lugares favoritos. Mi esposo vivió 8 meses en Europa, viajando, relevando edificios, y dice que el día que vaya a Europa me encantaré. Dichosos los que tuvieron la oportunidad de andar esas calles y navegar los canales. Un beso,
ResponderEliminarGracias, Myr por tu comentario... y por considerarme tu amigo.
EliminarLa arquitectura... y, por cierto el urbanismo han sido una vocación juvenil que no tuve voluntad para alimentar.
En algún sentido representa una frustración; pero en otro, no. He tenido la suerte de alimentar la mirada, intuir los espacios y tener muchos amigos arquitectos con los que charlar.
Esto me ha permitido disfrutar de la monumentalidad europea con escasos conocimientos, pero con mirada inquieta. Vos, te aseguro, que lo vas a disfriutar a rabiar.
Poco más que eso puede darnos hoy, la vieja Europa.
Te enumero los lugares que más disfruté, por lo poco que conozco y por orden de preferencias personales: Venecia, San Sebastián, París, Lisboa, Tarragona, Barcelona, Sevilla, Ávila, Toledo, Vitoria Gasteiz... y, por supuesto la entrañable Logroño. Madrid y Zaragoza tendría que recorrerlas más. Madrid es una ciudad barroca, exige otra mirada, y Zaragoza requiere algunos días más que los que estuve.
Te mando un beso, Mario.