Eduardo Gutiérrez
(1851-1899) fue un prolífico escritor argentino. Sus textos contaron con gran
número de lectores porque eran publicadas en los folletines de los periódicos
porteños. Sus obras más reconocidas fueron: Juan
Moreira (1879) y Hormiga Negra (1881).
Un viaje infernal relata las
aventuras y desventuras de dos amigos militares que se dirigen desde La Rioja a
Buenos Aires. Son acompañados por dos comerciantes ingleses y otros pasajeros
circunstanciales. Es una de las obras menos conocidas y menos estudiadas del
autor. Fue publicada como folletín en el diario La Crónica de Buenos Aires (1) y, como libro, en el año de la
muerte del autor. Los fragmentos que transcribo a continuación pertenecen a
ella.
El relato ficcional
describe un viaje entre La Rioja y la Ciudad de Buenos Aires. El autor pone
énfasis en la caracterización de la vida rural en parajes alejados de una
imprecisa geografía de las provincias de la Rioja y Catamarca (2) que contrasta
con la vida en las grandes ciudades argentinas, Córdoba, Rosario y Buenos
Aires. La comida popular y criolla, la que se come en el campo es valorada, más
por los ritos de comensalidad que por sus atributos organolépticos, frente a la
cocina de fonda a la que puede accederse en las ciudades modernas. En este
juego de contrastes, la ciudad de Córdoba aparece como un espacio de transición
entre los dos mundos considerados. (3)
El viaje se desarrolla en tres etapas,
diferenciadas por el medio de transporte utilizado, a saber: mula desde La
Rioja hasta la estación de ferrocarril San Pedro (Provincia de Santiago del
Estero); tren hasta las ciudades de Córdoba y Rosario y vapor hasta Buenos
Aires. Los fragmentos incluidos en este artículo corresponden al segundo tramo
del viaje. Los personajes viajeros son cinco. Los oficiales Lagos y
Herrera, los ingleses Ireloir y don Ricardo y el relator, que también es
soldado. El relato comienza con los viajeros tomando el tren con destino a la
Ciudad de Córdoba en la estación de San Pedro (Provincia de Santiago del Estero). El relato llega a ser
sorprendente por las actitudes de los tres jóvenes militares que confrontan con
la avidez de unos jóvenes diputados y roban un paquete de comida a un viejo y
un chifle con agua a una viajera, también de edad avanzada, como si se tratara
de hechos naturales.
Viaje en tren hasta
la ciudad de Córdoba
Los diputados
nacionales y las provisiones en el tren
“Con el pesar de aquel que ve suspendida una función teatral
predilecta, nos retiramos de San Pedro, sin haber podido conocer nunca el
resultado de aquella tremenda batalla, ni como concluiría aquella célebre
cuestión de límites.
”Tomamos el tren que pasaba para Córdoba y que debía demorarse
aquella noche en El Recreo, de donde salían mensajerías para otras provincias.
”Pocos pasajeros llevaba el tren: dos diputados que venían a
incorporarse al Congreso y unas seis mujeres, dos de las cuales iban hasta
Quilino y cuatro a Córdoba.
”Los dos diputados dormían apaciblemente un sueño de felicidad
suprema, a juzgar por la expresión risueña de sus fisonomías.
”Sin duda soñaban que les aumentaban el sueldo y la partida de viaje.
”Reposaban las cabezas llenas de ilusiones sobre las petacas que
les servían de almohada.
”Las mujeres tenían los ojos hinchados por el sueño, porque no se
habían atrevido a dormir en presencia de los dos padres de la patria.
”¡Cómo era posible dormir delante de dos diputados al Congreso! no
era decente ni respetuoso.
”El tren empezó a rodar y bien pronto los ronquidos de los padres
de la patria empezaron a hacerse insoportables.
”Don Ricardo, que al ver mujeres había sentido una fuerza de
inspiración estupenda templó su guitarra y se puso a cantar una Zamba que hizo
titilar a los dos diputados, que, por lo que podía ser aquello, se abrazaron
estrechamente a sus petacas.
”Bien pronto fueron cayendo al vagón los empleados de encomiendas
y los guardatrenes, no cayeron también los maquinistas porque se les sacó con
cajas destempladas.
”Los diputados miraban a don Ricardo como una especie de masón
remitido allí por el diablo expresamente para turbarles el sueño, y a cada
momento se persignaban rezando en voz baja sus más eficaces letanías.
”Nosotros no habíamos alzado en San Pedro más que unas pocas
tortas fritas y un cuarto de cabro asado, que sacamos aguzados por el hambre, y
nos pusimos a comer, previa invitación a las pasajeras y a los diputados, que
aceptaron en el acto, acercándose y olvidando que don Ricardo era un enviado de
la masonería infernal.
”Mientras cortábamos unas rebanadas para obsequiar a las damas,
los diputados se le acomodaron al cabro con tal fe, que si nos descuidamos no
nos hubiera quedado ni los huesos para roer.
”Eran tan enormes los bocado que cortaban, que para llevárselos a
la boca tenían que hacer esfuerzos supremos, no sabiendo después como darlos
vuelta.
”Fue preciso que cada uno cortase un buen pedazo para sí, si
quería salvar algo de aquella formidable carga de asalto.
”Desconsolados los diputados, sin duda porque no habían podido dar
fin y remate al cabro se retiraron con sus petacas a los asientos que habían
ocupado desde el principio.
”Allí abrieron sus petacas, de donde sacaron ocultamente unas
quesadillas y unas tabletas.
”Nosotros dimos por bien empleado el cabro que habíamos perdido
creyendo que nos irían a invitar, pero no fue malo el chasco que nos dimos.
”Se taparon con los ponchos hasta la cabeza como quien se prepara
a dormir la siesta, y bien pronto los sentimos comer con una avidez y un
entusiasmo digno de una paliza
”Pronto nos llegó la hora del desquite.
”Don Ricardo destapó la damajuana de vino, invitando primeramente
a las damas en alta voz para ser sentido por los diputados, quienes sabiendo de
lo que se trataba, dejaron caer los ponchos y se acercaron al vino como se
habían acercado al cabro.
”Y con su más amistosa sonrisa estiraban ya la mano creyendo que
don Ricardo les daría la damajuana para que se sirvieran, cuando éste la tapó
flemáticamente diciendo.
”Nosotros tenía muchas ganas de tabletas y quesadillas y ustedes
no convidar nosotros; ustedes tener muchas ganas de vino y nosotros no convidar
ustedes.
”Los diputados pusieron las caras más elegíacas que pueda
imaginarse y se retiraron a sus asientos con más ganas de llorar que de
responder una palabra.
”Y debían tener grandes deseos de tomar un trago de vino porque el
atracón de tabletas había sido formidable.
”Fue tal la expresión que conservaron los diputados en sus
fisonomías que las damas aquellas no se atrevían a mirarlos por temor de que
estallase en una carcajada la risa que jugueteaba sobre sus labios.
”Don Ricardo, entonces, nos refirió un cuento de unos viajeros que
llevaban comida, entre otros viajeros hambrientos y que fueron asesinados una
noche para robarles la comida.
”Desde aquel momento, los diputados no nos quitaron la vista de
encima, y a la primera parada que hizo el tren, salieron del vagón para no
volver más.
”Cuando el tren siguió su marcha, viendo que no había otro coche
de pasajeros, preguntamos al guardatrén que había sido de los diputados.
”No sé porque no han querido volver aquí, nos dijo el empleado;
han preferido seguir viaje en un vagón de carga: algo les habrán hecho ustedes.
”Aquello había sido simple obra del cuento de don Ricardo.
”Sin duda los diputados habían creído que seríamos capaces de asesinarlos
para robarles las quesadillas y los dulces que llevaban en las petacas.” (4)
Pan relleno de
chorizo
“A la noche llegamos al Recreo, estación que por su nombre nos prometía
algo bueno.
”Llevábamos una sed de todos los diablos y un hambre que no quería
ser menos que ella.
”¿Cómo en el Recreo no habíamos de encontrar agua buena y algo que
comer?
”Pero nuestra desilusión fue grande cuando bajamos del tren.
”En el Recreo no había ni siquiera un poco de aguardiente para
calentar agua, ni más agua que la que servía para proveer a la locomotora, un
agua terriblemente salobre, que no había gañote capaz de soportar.
”Es muy tarde, nos contestaban los empleados de la estación;
tengan ustedes paciencia hasta mañana, que tendrán todo cuanto necesitan.
”Fuera de la estación y bajo el alero que rodeaba el edificio para
guarecerlo del sol, había una cantidad de catres tendidos.
”En aquellas camas privilegiadas dormían los empleados de la
estación y los pasajeros y pasajeras que esperaban el tren o las mensajerías
para seguir viaje a la madrugada siguiente.
”/…/.
”El telegrafista del Recreo, /…/, vino a nuestra ayuda con una
noticia maravillosa. Uno de aquellos durmientes al aire libre, era dueño de un
envoltorio de provisiones de boca, donde había visto él varias gallinas
rellenas y un pan francés enorme escarbado y lleno de huevos con chorizos.
”/…/.
”El tacaño vejete se había puesto la almohada el envoltorio de
fiambres, de modo que era imposible sacárselo sin moverlo, e imposible moverlo
sin despertarlo.
”Suceda lo que suceda, es preciso comer esta noche, dijo don
Ricardo; y despierto o dormido, el vejete no tendrá más remedio que aflojar las
provisiones.
”Nos metimos dos abajo del catre, uno a la cabeza y otro a los
pies.
”El de la cabeza empezó a tirar suavemente del envoltorio,
primero, hasta que tuvo donde aferrar las dos manos y entonces sacudió un tirón
espantoso.
”El pobre viejo, despertado bajo impresión tan brusca, quiso
tirarse del catre por la cabeza, pero entonces el que estaba a los pies lo
trincó de las cachirlas y empezó a imitar un perro que muerde irritado.
”El pobre viejo, creyendo sin duda ser víctima de algunos perros
atraídos allí por el olor de los fiambres, no se atrevió a bajar del catre, y
poniéndose de pie empezó a dar grandes voces de auxilio.
”Pero el mayor Herrera había tenido tiempo de disparar con el lío
de los fiambres, y el que estaba de pie pudo hacer lo mismo con los magníficos
ponchos de guanaco.
”Todavía conservábamos un poco de vino en la damajuana, con lo que
nos prometimos la más soberbia noche de nuestra vida.
”Y formamos campamento a bastante distancia de la estación para no
ser vistos y poder comer tranquilamente.
”Entre tanto el vejete había puesto en terrible confusión a
pasajeros y empleados, dando gritos formidables de que los perros lo querían
comer.
”Tranquilizado un poco porque por allí no se veía el menor
vestigio de perro, empezó a buscar su lío de comestibles, echándose a llorar
como un recién nacido cuando vio que había desaparecido.
”Ahí tiene para lo que sirve tacañear la comida, decía una vieja
que dormía cerca del sanjuanino, si nos hubiera mezquinado un bocado de sus
gallinas, nadie se las habría robado.
”Pero de todos modos me hubiera quedado sin ellas, gimió el vejete,
porque como los dulces de Juana, todo se habría ido en convidadas.
”¡Ay mis gallinitas! ¡quién me las habrá robado!
”Entre tanto, metidos en un vagón nosotros, no perdíamos un
detalle de la cómica escena, ni bocado de las gallinas, que iban quedando
reducidas al más limpio esqueleto.
”Aquello era un comer formidable, como que hacía tres días que
ayunábamos.
”Y aquel pan francés relleno de chorizos con huevo y aquellas
gallinitas tiernas y gordas, estaban también preparadas, que cualquiera
observación a su respecto, habría sido de la más terrible injusticia.
”En vano el viejo ayudado de los empleados de la estación y otros
pasajeros hicieron todo género de pesquisas para hallar las gallinas.
”¡Qué habían de encontrar, si las estábamos comiendo metidos
dentro de un vagón!
”¡Y qué ricas estaban! ¡De cada bocado les sacábamos media libra
de comida.
”/…/. (5)
El agua, un bien
escaso en Córdoba
“Acababa de amanecer un día precioso verdaderamente, y el sol se
levantaba dorando el contorno de aquellas sierras magníficas cubiertas de
vegetación.
”Todos los pasajeros íbamos medio locos de sed, no se hallaba más
agua que la de las Estaciones, y ésta era bebible solamente para la locomotora.
”Uno que no pudiendo resistir más la sed, se animó a tomar dos
tragos haciendo cada visaje que no había más que pedir, tuvo por todo el resto
del día los famosos efectos del Bálsamo de Fierabrás con que don Quijote quiso
curar las mataduras de Sancho Panza.
”Los que aún llevábamos vino tomamos de a pequeños traguitos, no
sólo porque éste aumentaba la necesidad de agua, sino porque no queríamos
concluir por domar monas.
”Don Ricardo tenía tan seca la boca, que había tenido que
abandonar sus eternas canciones, suspendiéndolas hasta que encontráramos agua.
”Y lo peor de todo era que se nos decía que hasta después de la
estación Quilino, no hallaríamos agua bebible.
”Pero Quilino es un pueblo de gente que debe tener la necesidad
del agua, decíamos. ¿Cómo es posible que no haya agua que beber?
”La hay, sí, pero sólo la que cada cual atesora en su casa, porque
tiene que ir a buscarla muy lejos, o esperar que llueva, cosa que no sucede con
frecuencia.
”Por eso es que cada uno viaja con su damajuana de agua, más
estimable que el vino mismo, por su misma escasez.
”No había otro remedio que conformarse; pero, ¿cómo aguantar la
sed hasta la noche, en que llegaríamos a Quilino, y donde tendríamos que ir a
buscar y a mendigar un poco de agua?
”Los que sabíamos vivir, no ignorábamos que en Quilino había agua
en alguna parte, y habiéndola en alguna parte la tendríamos nosotros.
”Por un par de reales, la misma agua era capaz de venirse hasta
nuestros estómagos.
”El dinero, en aquellos mundos, es la piedra de toque; lo que hay
es que se necesita saberlo emplear con un tino excepcional.
”/…/.
”/…/ nos prometíamos en Quilino, obtener la mejor agua, con la
simple oferta de un medio, o la presencia de un real.
”Pero la sed era devoradora y no íbamos a poder resistir hasta
Quilino.
”En el tren había agua: una vieja que iba hasta Córdoba llevaba un
chifle con agua, del que no quitábamos al vista un momento, esperando que la
vieja se durmiera para robárselo.
”Pero la vieja adivinando sin duda nuestras intenciones, tenía
tanta intención de dormir como de morirse.
”/…/.
”Aprovechando el primer momento de distracción, el Mayor Herrera,
con un movimiento desconocido por su rapidez, aún en el mismo dominio de la
electricidad, le arrebató el chifle a la vieja, y antes que ésta pudiera darse cuenta
de la cosa se lo había llevado a los labios.
”/…/
”Tal fue la impresión que produjo en la vieja cordobesa /…/, que
se desmayó ella misma después de haber llorado como un recién nacido.
”Como compensación a su agua con anís, un riquísimo anisado
tucumano, la extendimos sobre unos ponchos para que pasara su desmayo, y nos
preparamos a echar una siesta para matar el tiempo que nos separaba del famoso
Quilino. /…/.
” /…/. (6)
Notas y Bibliografía:
(1) 1884, Gutiérrez, Eduardo. Un viaje infernal, Buenos Aires, Juan
Schürer – Stolle, 1899, publicado originalmente como folletín en el periódico El Correo de la ciudad de Buenos Aires.
(2) El texto sostiene
que el viaje comienza en La Rioja, aunque no específica si se trata de la
ciudad capital de la Provincia. Independientemente de ello, hacer el recorrido
en mula hasta la estación San Pedro (ubicada en Santiago del Estero, casi en un
punto tripartito entre esta provincia y las de Tucumán y Catamarca) para tomar
un tren que luego pasa por El Recreo (Provincia de Catamarca) es incongruente.
Es más directo llegar desde la Rioja a El Recreo que a San Pedro y, aún en
ambos casos, es necesario atravesar la provincia de Catamarca, hecho que ni se
menciona en el relato.
(3) 2012, Tuninetti,
Ángel T., “De tortillas y asados: Literatura de viaje y cocina nacional en La
Argentina del siglo XIX”, en Cincinnati Romace Review, Winter 2012, pp. 164-174.
(4) 1884, Gutiérrez,
Eduardo, Op. Cit., pp. 56-59.
(5) Ídem, pp. 59-62.
(6) Ídem, pp. 64-66,
68, 70
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