José Luis Busaniche fue
un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de
la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos
Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos
franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe
en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción
del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas
argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para
la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos
de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.
Santiago de Estrada (1845-1892) nació en
Buenos Aires. Escribió notas de viaje críticas sociales y cuadros de
costumbres. Era miembro corresponsal de la Real Academia Española. Sus Obras completas se publicaron en 1889.
Era amigo personal de Juana Manuela Gorriti quien lo menciona en su libro Íntimas.
El fragmento describe un viaje en diligencia por
las pampas cordobesas en dirección de la Ciudad capital de la Provincia, en
momentos en que este medio de transporte comenzaba su declinación por el avance
de la construcción de ferrocarriles. Describe las aventuras del viaje, el
funcionamiento deficiente del servicio de estaciones de posta subvencionadas
por el Estado y la comida y bebidas que se podía consumir en ellas, y en el
camino.
Llegando a Córdoba
en diligencia
“La diligencia era como todas las diligencias, salvo que la
manejaban ocho postillones, caballeros de otros tantos caballos, cargados de
años, de hambre y de mañas. Entre los pasajeros iba un ingeniero alemán, un
comerciante que trataba de introducir en Córdoba el alumbrado a gas, un poeta
que había escrito dramas y un canónigo de la Catedral de Paraná.
”En el camino, tropezábamos de tiempo en tiempo, con los troncos
de los árboles derribados para fabricar los durmientes para el Ferrocarril
Central; sorprendíamos de cuando en cuando, alguna familia de guancos o
encontrábamos de hora en hora alguna tropa de carretas, cuyos conductores
parecían solazarse con la parsimonia de sus bueyes.
”Llegamos a Chapa, primera posta de esta jornada. La posta de la
pampa es el lugar en que se mudan caballos o se pasa la noche. El estado
subvenciona a los que se consagran a este servicio, que desatienden hasta donde
es posible descuidarlo. En la posta hay un corralito de ramas, en el cual se
cogen los caballos para la muda, un pozo de agua salobre y dos ranchos: uno
para alojamiento de los pasajeros y otro para habitación del llamado maestro de la ya nombrada estación. Los
peones duermen bajo la ramada en que
se cocina o en la diligencia que conducen.
”Nos detuvimos en tres puntos, llamados Chamico, Lujunta y
Empírea. Éste no tenía de su tocayo sino las dificultades del camino.
”Caía la tarde cuando nos aproximábamos a lo de Villalón, donde
debíamos dar por terminada la jornada. Desde una larga distancia descubrimos
más de cincuenta gauchos a caballo, lo cual no dejó de alarmarnos, a pesar de
que el dormilón del mayoral nos dijo que se trataba de carreras y nos aseguró
que éstas ocasionaban aquel grupo de gente fosca y mal pergeñada.
”Bajamos donde Villalón, con cierta desconfianza por la seguridad
de nuestros equipajes, golosina que suponíamos muy del paladar de aquellos
beduinos. Pero, apenas descubrieron al canónigo, todos echaron pie a tierra y
empezaron a saludarlo y pedirle la bendición. La exclamaciones de ¡paire! ¡mi pagre! ¡el curita! y sobre
todo los innumerables: ¡mi tío! ¡mi señor
padrino! ¡el que me casó! ¡el que me bautizó el muchacho!, que resonaron en
torno del sencillo sacerdote, nos tranquilizaron y volvieron la seguridad de
que nuestros equipajes continuarían siendo nuestros al día siguiente.
”Como por ensalmo apareció un fogón, sobre el fogón una marmita y
junto a la llama de leña un asado. Aquellos buenos hombres, sospechados por
nosotros de malas intenciones, se reunieron al amor de la lumbre a esperar al
canónigo que, de regreso a sus pagos, les iba a hacer el honor de presidir el fogón.
”Comimos en una mesa de tres pies, traicionera y maligna, que a
cada momento se echaba al suelo, y sentados en escaños de adobe, que, de puro
sólidos, nos hacían ver las estrellas. A contemplarlas de veras salí yo. La
luna se alzaba en el confín izquierdo de la llanura, tan pálida que parecía
enferma. Un cielo azul y transparente, salpicado de puntos luminosos, cubría el
cuadro. Los lejanos balidos de los rebaños de cabras, mezclábanse con los
incomprensibles rumores de la soledad. Una que otra luz revelaba la existencia
de otros hogares, más miserables que el que ardía a pocos pasos, en torno de
los cuales quizá se hablaba de amor y cuya llama secaba tal vez las lágrimas
del gaucho soldado o de la madre viuda, errante como el paria…
”A las tres de la madrugada del 1° de marzo nos pusimos en marcha
hacia Córdoba. Atravesamos con dificultad un lugar arenoso, que debíamos pasar
con la fresca, para no fatigar los
caballos, y entramos, ya de día, en los campos vecinos a la posta de Moyano,
cubierto de margaritas silvestres y de una hierba de emanaciones resinosas
llamada poleo.
”El Río Segundo, que atravesamos, tirada la diligencia por bueyes,
me pareció encantador. Apenas lo vadeamos bebimos de su agua deliciosa y nos
detuvimos un momento a admirar el paisaje, en cuyo fondo apenas se destacaban
las sierras sonrosadas.
”Quebraban la monotonía de ambas márgenes del río algunos ranchos,
blanqueados con cal indígena, de una albura sólo comparable con la de la nieve.
Veíanse en los techos de las cabañas, tendales de duraznos descarozados puestos
a secar al sol.
”Los postillones refrescaron en la pulpería vecina, cuyas
existencias no pasaban de dos azumbres de aguardiente y una hornada de tortas.
”A mediodía, llegamos a la posta de Rodríguez, posada regular,
cercada de algarrobos, con un jardín y una laguna artificial al frente.
”En el palenque nos aguardaba la propietaria del parador, muy
alegre, cuarentona, ordinaria, parlanchina, hospitalaria y afectísima a
encontrar semejanzas. Antes que hubiéramos pisado el patio de la casa, ya
sabíamos quiénes eran nuestros parecidos de Córdoba. Entre las plantas del
jardín, y más rosada que sus claveles, se hallaba una muchacha fresca, robusta
y lectora de novelas por entregas.
”No habíamos vuelto del fastidio que nos produjo el cariño
irreflexivo de doña Eduvigis, cuando nos gritó desde el pescante el mestizo
dormilón ¡Córdoba!... (2)
Notas y Bibliografía:
(1) 1959, Busaniche,
José Luis, Estampas del pasado, lecturas
de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
(2) Busaniche, José
Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 306-310.
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