sábado, 12 de diciembre de 2020

Pericón, empanadas y vino en una yerra (1861)

 

José Luis Busaniche fue un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.

Pablo Mantegazza. Escritor, médico, higienista y antropólogo italiano. Realizó viajes por La Argentina en los años 1858, 1861 y 1863. Firmó un contrato de colonización con el gobierno de Salta. En 1867 escribió y publicó el libro Río de la Plata y Tenerife. Algunos capítulos fueron traducidos por Juan Heller y Publicados por la Universidad Nacional de Tucumán en 1916, bajo el título Viajes por el Río de la Plata y el interior de la Confederación Argentina. El texto expresa una cierta admiración por las destrezas de los gauchos en la yerra, a pesar de la soberbia académica desde donde realiza sus observaciones. Juzga imprescindible esta celebración de trabajo rural en un país en que los campos no están cercados. Utiliza el término “pasteles” para definir las empanadas; pero identifica formas diversas, entre las que se encuentran los pastelitos “repulgados”, sin aclarar cuáles son las diferencias. Interesante descripción de la música, bailes y payadas.

Empanadas, vino y pericón (1861)

“Estamos en invierno o a principios de la primavera, y un rico estanciero nos ha invitado a su fiesta. Desde los cuatro rumbos del horizonte herboso que de lejos limita nuestra vista, avanzan grupos de gentes a caballo, o familias amontonadas en carros de dos ruedas, lentamente arrastrados por dos bueyes; de todas partes llega un retintín de espuelas, un relinchar de caballos, un murmullo de voces. La señorita salta ligera de la grupa en donde se sostenía apretada al flanco del padre o de un amigo; los jóvenes, picando sus cabalgaduras, que parecen como recién salidas de las carreras desenfrenadas de la salvaje libertad, se ejercitan en juegos peligrosos, y hacen brillar al sol mil guarniciones de plata. Mientras tanto, el dueño de casa ha reunido desde el alba, en el corral, todo su ganado bovino, y por primera vez contempláis, encerrados en estrecho recinto, centenas y millares de materia viva, que se agita y alborota.

”Un gaucho, montando su caballo y agitando en el aire con mucha elegancia el nudo abierto de su lazo, hiende la onda de aquel océano bovino, y con vista que nunca yerra, distingue al ternero que aún no está marcado, y arrojándole el asa del lazo lo aprisiona y arrastra fuera de la empalizada. Apenas se ve libre en el campo, el animal intenta escapar, y cuando demuestra que va a satisfacer este deseo, desde el cerco vivo de gauchos, que están de pie en las puertas del corral, parte silbando un torbellino de lazos, que, antes de que termine de contarlo, le envuelve y aprieta en una red inextricable, le detiene en su carrera y le ofrece, rendido, al hierro marcador, el que llega corriendo con las marcas enrojecidas y estampa sobre uno de los flancos el testimonio de vasallaje, el signo que protege de las pérdidas y de los robos al propietario. Desde este momento, apenas se deshace la red que lo envuelve, el fresco buey puede correr de nuevo a los pastos de la pampa, a los que vendrá más tarde a buscarlo el hierro de carnicero.

”En un país en el que los campos no están encerrados por setos, ni zanjas, la marca constituye la única garantía de propiedad y su dibujo se deposita en los archivos públicos. Cuando se venden caballos y bueyes, el nuevo propietario estampa su marca, y el antiguo dueño también de nuevo la suya, en señal de que acepta el contrato, por lo que dos marcas de la misma forma se anulan. /…/ Es extraño ver como el gaucho más grosero y menos inteligente, que tal vez no conoce la o, por redonda, sabe distinguir perfectamente y a primera vista cien marcas distintas entre rebaños de varios propietarios que se han mezclado, lo mismo que traza el dibujo de todas en el suelo, aunque algunas sean complicadísimas. Vaya como una de las mil pruebas de la influencia del continuo ejercicio sobre el desarrollo del poliedro intelectual.

”Una de las operaciones que exigen mayor agilidad de músculos y más agudo golpe de vista es, sin duda, la de echar un lazo a un animal que huye, aprovechando el instante rapidísimo en que levanta del suelo una de sus patas anteriores, pasándolo por entre ésta y el casco y derribando en un relámpago al prisionero. He visto practicar esta operación, que se llama pialar, cien veces, y otras tantas la he admirado como cosa prodigiosa. /…/. Es así como un hombre solo puede apoderarse, sin armas de fuego del animal más salvaje de la pampa, degollar un buey, detener un caballo que huye, estrangular un tigre.

”/…/.

”Mientras los hombres atienden la hierra, compitiendo en su habilidad en pialar, las señoritas se atarean en los preparativos de la comida, en la que jamás deben faltar las tradicionales pasteles (pastelitos de carne, pasa, tocino, etc.), sean de hojaldre, repulgadas o de bocado.

”La fiesta termina con un baile, que casi siempre se realiza al cencerreo de dos o tres guitarras mal afinadas. La danza más común es el pericón, pero también se bailan el cielito en batalla o de la bolsa, el gato, los aires. El fandanguillo, de origen andaluz, se baila raras veces.

”Los bailes nacionales argentinos son graciosos, tranquilos, acompañados de mucha mímica y a menudo de cumplimientos rimados (relaciones), que se dirigen unos a otros y que alternan con el castañeteo de los dedos y el martilleo de los talones.

”Entre un pericón y un cielito. Corren copiosas libaciones de vino y aguardiente, mientras que los más sobrios chupan mate, y el poeta de la reunión improvisa cuentos y chistes amorosos, que con voz nasal y melancólica, acompaña con la guitarra, Muchas veces he admirado en aquellos improvisadores gran fantasía y espiritualidad, pero mis oídos se ha rebelado siempre contra aquella música horrorosa y que es, sin embargo, la única armonía nacional del gaucho. El chisporroteo vivaz y lascivo de las canciones andaluzas, se ha perdido completamente en las campañas argentinas, y la pampa solitaria y las costumbres de la vida salvaje e independiente, han creado una música triste, monótona, lúgubre, en las que a veces mal se asocia la lascivia con el estoicismo apático de las razas indias.

”La riqueza del estanciero que nos ha invitado a su hierra, se mide por la duración de su fiesta, que puede prolongarse tanto un día como una semana.” (2)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.

(2) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 237-240.

 

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