sábado, 13 de octubre de 2018

Escasez de pan en las pampas argentinas (1887)


Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888(2). El ejemplar que consulté pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones y comentarios sobre la edición francesa.
Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en 1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de 10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación pertenecen al segundo tomo. En estos fragmentos, el autor asocia la escasez de pan en las pampas argentinas con la morosidad histórica del desarrollo de la agricultura en la región, y ésta con ineficacia de las Leyes de Indias de los reyes de España, en especial, aunque no lo dice explícitamente, con las políticas coloniales de los reyes de la casa de Borbón. Las dificultades para el cultivo de trigo se prolongaron, todavía, por 50 años más después de declarada la independencia debido a las guerras civiles en La Argentina.
Causas remotas de la escasez de pan
en las pampas argentinas
“En medio de todas su pruebas la pobre colonia de Buenos Aires se vió sin embargo protegida contra su propio descuido y defendida del hambre por una institución de uno de sus primeros gobernadores, /…/.
”En 1589 dicho gobernador, Juan Torres de Casareto, admirado del descuido é indolencia de los colonos que no pensaban en conservar el grano necesario para la siembra del año siguiente, concibió el plan de un banco agrícola tan fecundo en sus resultados como sencillo en su modo de funcionar. Estableció una especie de depósito de grano donde cada uno, al llegar la época de la siembra, podía tomar el trigo con la sola condición de restituir después la misma cantidad más una décima parte. /…/.
”Aquel no encontraba en ninguna otra parte cosa alguna que le alentase y animase. Las leyes muy estudiadas, que Carlos Quinto y Felipe II habían promulgado en favor suyo, y que Carlos II reunió y promulgó juntas en 1680 bajo el título de Leyes de Indias, contenían en realidad, con relación al referido colono, todos los preceptos con que un padre de familia previsor puede proteger la inexperiencia y evitar las temeridades de su descendencia; mostrabánle el camino que había de seguir, le prodigaban los consejos prácticos y cuanto podía contribuir á fomentar sus propósitos, sin dejarle ignorar ninguno de los principios, que la colonización científica de nuestro siglo cree descubrir y que no hace sino darlos á la luz nuevamente al cabo de tres siglos; pero estas leyes habían olvidado el defenderle contra los celos del comercio de la metrópoli y sus explotaciones ruinosas.
”Las ordenanzas sucesivamente arrancadas á los reyes se resumían en una prohibición general de trabajar y producir y en una obligación impuesta á los colonos de consumir los productos de la metrópoli. Estas ordenanzas llegaban hasta el punto de quitarles el derecho de transformar en harina el trigo que cosechaban, para obligarles á consumir harinas de España.
”Un día, sin embargo, á pesar de las ordenanzas y prohibiciones, un colono tuvo la idea de construir en los límites de la ciudad un molino de viento para moler en él los trigos de la colonia é intentó exportar al Brasil la harina que se cambiaba por esclavos negros; el consumo que se había hecho de los desdichados Indios hacía necesaria esta importación. El comercio español desencadenó sus iras contra este molino hubo una batalla en regla, cuya táctica parece haber sido prevista por Cervantes; pero por esta vez el molino llevó la peor parte teniendo que recoger sus alas. ¿Cómo hemos de admirarnos de estos extraños principios económicos puestos en práctica desde el siglo XVI al XVIII, cuando Francia ha proclamado los mismos en el siglo XIX? Durante veinte años, ¿no ha prohibido la entrada en Francia á los trigos de Argelia, una ley que nada tiene que envidiarle á las ordenanzas de Cádiz?
”El resultado estuvo en razón directa de la sabiduría del principio. La crónica nos pinta con colores sombríos el aspecto de las campiñas de la pampa, á fines del siglo pasado. Se hallaban en un completo estado de barbarie; las habitaciones que se veían en ellas, no eran ni mucho mejores ni mucho más cómodas que las que poseían los Indios en tiempo de la conquista; por todo mueble se hallaba un odre para contener agua y cuerno para beberla, por asiento una cabeza de buey, por cama unos cueros, y para cubrirse por la noche algunas pieles de carnero sin curtir. La tierra valía de dos á veinte pesos la legua cuadrada, ó sea de 10 a 100 francos las dos mil setecientas hectáreas; el rey de España era el vendedor; era preciso recurrir á la metrópoli y á la administración de la colonia para obtener sus títulos de propiedad en toda regla; esta formalidad exigía por lo menos ocho años y costaba más de cuatrocientos pesos. Los habitantes se guardaban bien de solicitar las liberalidades costosas del gobierno y preferían ocupar sin título los terrenos baldíos, cuyo número y extensión eran considerables. Á este deplorable estado social hay que atribuir el abandono en que quedó, juntamente con el campo, la agricultura.
”La prohibición de exportar harinas subsistía en 1801; el campesino había echado desde hacía largo tiempo, el mango tras de la escoba, como vulgarmente se dice, y reemplazado el pan con carne producida sin trabajo. Las leyes restrictivas producían el mismo resultado que las prohibiciones aduaneras del corn-law en Inglaterra; conseguían que el pueblo se acostumbras á no comer pan. Hoy día mismo que la República Argentina, después de una regeneración agrícola completa, se ha convertido en un país exportador de trigo, el uso del pan no está generalizado en el campo; por todas partes es para el campesino un objeto de lujo, lo mismo que lo son en las ciudades los pásteles. Habiéndonos tenido que alejar de las poblaciones nos ha sucedido estar sin pan varios días, y hasta no poder renovar nuestra provisión de galleta.
”Los cincuenta años de guerra civil que siguieron á la proclamación de la Independencia impidieron que el campesino se aprovechase del régimen de la libertad comercial que aquella aseguraba. Chile, durante este período se acostumbró á ser el granero de las repúblicas americanas del Sur.
”Desde comienzos del siglo XVII, la agricultura prosperaba allí, fomentada como lo estaba por la demanda de su rico vecino el Perú. Éste había tenido que renunciar á producir trigo á consecuencia del temblor de tierra de 1687, que causó una terrible epidemia en los valles vecinos á Lima, produjo en los trigos una enfermedad desconocida, cuyos efectos fueron tales que de allí en adelante no volvió á dar resultado alguno su cultivo. La consecuencia fue un alza considerable; en 1675 (sic) se eleva hasta 25 y 30 pesos la fanega, medida equivalente á 100 kilogramos.
”El cultivo del trigo, fomentado por esos precios inesperados, se implantó en Chile, desarrollóse la exportación y se extendió hasta el litoral del Atlántico; los habitantes de las orillas del Plata se acostumbraron á recibir este socorro anual, olvidando que su suelo, destruído por la guerra civil, hubiera podido dar igualmente abundantes cosechas. No se hablaba en Chile más que de ricos cultivadores, mientras que era proverbial la pobreza del chacarero ó sea arrendador de la pampa; decíase: “pobre como un chacarero,” y esto era suficientemente (sic) para que no saliese de su pobreza.
”Por último, de pronto en 1870 se produjo un fenómeno que por decirlo así, no estaba previsto; las harinas de Chile llegaron á Buenos Aires en su época acostumbrada, pero no hallaron comprador; el mercado estaba rebosando de productos indígenas.
”Había nacido la agricultura local; desde 1864 había explotado el mercado que le abrían durante la guerra del Paraguay las necesidades de los ejércitos aliados; terminada la guerra, estaba en disposición de abastecer por sí sola, toda la región del Plata. Este año fué la ruina para los negociantes que habían adquirido la costumbre de realizar pingües ganancias con la importación de harinas chilenas. Se habían dejado sorprender por esa repentina manifestación de la agricultura de la pampa, cuyos progresos no se habían cuidado de vigilar.” (3)
Notas y Bibliografía: 
(1) Prestigioso editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en 1891.
(2) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3) Ídem, tomo II, pp. 337-340.

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