No, no cambie de canal.
Este no es un artículo de autoayuda, ni un pastiche
que pretende ser incluido en el libro de los cronopios de Julio Cortázar.
Tampoco pretende ensayar sobre la preceptiva metodológica de la historiografía
y la manera de aprovechar estos documentos. Sólo pretendo reflexionar sobre qué
es lo que me pasa cuando consulto uno.
Tengo una importante colección de recetarios
argentinos que abarcan un período de 125 años (el más antiguo es Cocina Ecléctica de Juan Manuela
Gorriti). No son todos los que quisiera tener. También tengo una colección de
recetarios españoles (algunos datan de casi doscientos años) que he conseguido
por la Internet y tengo los que compro cada vez que viajo por La Argentina o
por otros países. La colección es incompleta y, a veces, enriquecida por el
azar.
Los he usado con la finalidad de dar coordenadas de
tiempo y espacio a mis indagaciones y, por supuesto, para cocinar. Pero su
lectura me ha deparado dificultades y sorpresas. Todos sabemos que, salvo
excepciones, no se puede estas colecciones leer como un libro. Es necesario
volver una y otra vez sobre ellos para consultarlos, no sólo si quiero oficiar
una receta, sino también para encontrar las señas del pasado que busco.
Sencillo, ¿no?, y sin embargo… Cuando se trata de
libros que incluyen contenidos lejanos en el tiempo o el espacio, no alcanza con
hojear y ojear los recetarios para adquirir algún tipo de certezas sobre una
receta o una serie de recetas que compartan alguna idea gastronómica, una
técnica, un acervo de condimento para aliñarla, un conjunto de productos
disponibles. Evidentemente hay algunas condiciones que limitan nuestro acceso a
la comprensión.
En los siguientes artículos, pasaré revista a algunas
de ellas, vistas desde el ángulo del cocinero o del crítico gastronómico que
pretenda una incursión historiográfica en la materia; proponiendo algunas
argucias para ampliar el alcance de nuestra mente a partir de esos textos.
Parte I:
reflexiones para el cocinero que puede aprovechar el crítico gastronómico
I El problema de
la comprensión de cocinas lejanas en el espacio
Como he dicho, es obvio que nos cuesta mucho entender
aquello que es ajeno a nuestra experiencia de vida. ¿Es obvio? No tanto,
siempre hay muchos osados que se animan a experimentar con lo ajeno. Esa osadía,
que sanamente envidio, puede dar lugar a diversos productos que van desde
mamarrachos incomibles a razonables adaptaciones y novedosas creaciones que, en
algunos casos, llegan a planos sublimes.
Este tipo de osadía no está enteramente fuera de mi
campo de interés; pero aun siendo importante en algunas búsquedas que realizo,
no ocupan un lugar de centralidad, ni forma parte del utillaje con que me
dirijo a esas tradiciones.
Algunos amigos y profesionales que conozco lo han
intentado con resultados satisfactorios; pero han tenido que superar un par de
escollos.
Muchos han comenzado pensado que una determinada
tradición culinaria se reconoce en una determinada combinación de aromas y
sabores. La idea no está mal. Pero allí se han encontrado con una primera
dificultad, bien visible, que reside en el acceso a los productos que los
garanticen y una segunda, mucho más difícil de identificar, que tiene que ver
con la autenticidad de los recetarios que han podido consultar.
Por supuesto que la autenticidad de un recetario
resulta difícil de comprobar, casi imposible si no contamos con un corresponsal
confiable que dé cuenta de ella o con información erudita que la confirme.
Adicionalmente, aunque accedamos a esa certeza porque
el corresponsal nos ha ayudado, una colección de recetas jamás podrá ser una
enciclopedia o una suma que represente la integridad del universo que estamos
explorando. Un recetario supone una selección y una selección será siempre una
muestra sesgada de la totalidad que invoca. Claro está que la pretensión de la
integridad en materia culinaria, como en muchas otras, es vana y banal. De modo
que estaría satisfecho con contar con algún número razonable de recetarios
sobre los que tenga alguna certeza de autenticidad para poder acceder a una
determinada tradición con la confianza de respirar el aire correcto… y aun así,
resulta insuficiente.
Los que han tenido mayor éxito en esta aventura de
zambullirse en tradiciones culinarias ajenas han completado la lectura de
recetas confiables de diversas procedencias con la de otros libros que les
hablan de la historia y la cultura del colectivo social que dio origen a la
tradición culinaria de su preferencia.
Sin embargo, no todo es lectura. Algunos de ellos, eligieron
caminos más vitales como aprovechar la posibilidad de viajar y probar la comida
que se ofrece en las calles y los restaurantes que visitan. Guiados por la
preceptiva que nos brinda el conocido poema de Cavafis, cargan en su equipaje
perfumes increíbles y siguen transitando la vida enriquecidos por esas
experiencias.
Otros han tenido una fortuna mayor. Han elegido
inclinarse por tradiciones culinarias que arribaron a nuestro país a través de
las colectividades de inmigrantes. La cocina coreana y la cocina china, por
ejemplo, están muy presentes en este sentido y, nuestros amigos, han tenido la
fortuna de vincularse con cocineros de esas procedencias. Este vínculo no
resuelve el problema de la selección sesgada de recetas; pero sí el de la
autenticidad de las mismas y el del acceso a productos sustitutos que
reemplacen los aliños originales y, fundamentalmente, a las técnicas que sólo
pueden ser accedidas en el contacto directo y que ningún libro, ni formación
académica, te podrá revelar. (1)
II El problema de
la comprensión de cocinas lejanas en el tiempo
En cuanto a los recetarios más viejos de la tradición
culinaria argentina, las dificultades son dos que están asociadas a la
posibilidad de comprender recetas que han dejado de practicarse y con las limitaciones
didácticas de los textos.
En relación con el primer tema, nuestra historia es
tan corta que no ha pasado demasiado tiempo aún como para que no podamos
rescatar recetas de aquellos recetarios que tenemos a mano, como sí ocurre con
tradiciones culinarias más prolongadas con recetarios que llevan hasta seis o
siete siglos de publicados. Sólo es cuestión de deseo y voluntad porque aún
resultan comprensibles.
Por otra parte, en algunos recetarios, las fórmulas
son demasiado escuetas, las apreciaciones técnicas y la cantidad de los
ingredientes brillan por su ausencia. Los libros de Marta (2) y Teófila
Benevento (3) poseen este cariz. Sus recetas fueron pensadas para mujeres que
conocían los rudimentos básicos de la cocina. Las dueñas de casa se encargaban
que sus empleadas domésticas los estudiaran. Esos recetarios estaban pensados
para que una cocinera ya experimentada pudiera obtener resultados nuevos con
nuevas fórmulas y combinaciones.
Doña Petrona irrumpió en el parco universo de las
recetas escritas con una didáctica destinada a la ama de casa que cocina por su
cuenta y tiene que aprender a cocinar con las recetas escritas en un libro y
que no han tenido oportunidad de aprender de cursos o de la experiencias de sus
madres y abuelas. (4)
El problema que representan los recetarios de Marta y
Benavento se resuelven con conocimientos previos y experimentación. Doña
Petrona habla por sí sola. Claro que, aunque con ella no son necesarios, con
conocimientos técnicos sus fórmulas pueden aprovecharse mejor
Notas y
referencias:
(1) Entre los amigos que no son cocineros
profesionales, aplaudo, por ejemplo, los esfuerzos de Walter Eyaralar por
encontrar el kimchi perfecto. Entre los profesionales, aprecio las andanzas de
Christian Sala por el mundo y su generosidad para compartir sus experiencias a
través de la palabra escrita. Hay muchos más y sólo los pongo como ejemplo de
la búsqueda crítica y honesta de las tradiciones culinarias exóticas.
(2) C 1957, Cocina tradicional argentina
por Marta, Buenos Aires, Distal, nueva edición de La cocinera criolla,
facsímil de una edición más moderna (no indica fecha), 2010 (1° edición 1914).
(3) 1940, Benavento, Teófila, La perfecta
cocinera argentina, Buenos Aires, Escuela Taller Divino Rostro, 1° edición
de 1894.
(4) 1942, Gandulfo, Petrona C. de, El
libro de doña Petrona, Buenos Aires, 1942, edición 11° (1° edición de 1934)
Siempre enriquecedoras sus reflexiones, Recopilador.
ResponderEliminarDoña Petrona estaba acostumbrada a explicar a ignorantes en la materia. Me acuerdo que en un reportaje contaba que en una clase de cocina ella pidió a sus alumnas que batieran 2 huevos y una de ellas los mandó al bol con cáscara y todo. Estaba acostumbrada a ver cada cosa la pobre.
Gracias, Instigadora, por tus comentarios.
EliminarLa vida de doña Petrona estuvo siempre cargada de anécdotas tan sabrosas como su cocina.
Le gustaba manejar su auto. Contó, en otro reportaje, que una vez se cruzó mal en la calle con Ángel Labruna. Obviamente, don Ángel la increpó desde su auto con un "Andá a cocinar"... la santiagueña se bajó del suyo y le alcanzó una tarjeta. Labruna no sabía dónde meterse. Doña Petrona contó que, después, se hicieron muy amigos.
jjjjajaajaaaaaa qué buena historia!
EliminarMe hizo acordar a otra anécdota que no tiene que ver con la cocina, pero sí son los autos. Juan Manuel Fangio iba a los piques por la 9 de Julio, cuando otro automovilista le grita: "pero quién te creés que sos? Fangio?". Y no dijo cómo terminó la historia, si llegó a revelar su identidad, o si se quedó piola, porque estaba en falta por exceso de velocidad.
Mario: viajar y animarse a comer lo distinto te abre la cabeza y el paladar; podés entender los lugares que visitás si te dejás llevar por su comida, apreciás sus ingredientes y técnicas y te da un sentido del lugar. Gracias!
ResponderEliminarGracias, Ritabahiana, por sus comentarios.
EliminarSus palabras son atinadas al extremo. Lo único que no tenemos que olvidar es que el camino es el mismo para el que va y para el que viene. De modo que, nuestra cocina es una gran oportunidad de mostrar qué y quiénes somos a aquellos que nos visitan y están deseosos de abrir sus paladares en nuestra casa.