Héctor Zancada y
Mario Aiscurri
Buenos
Aires 15 de julio de 2016
Asunto: Un
nuevo tema
Querido Héctor:
Veo
que proponés un nuevo tema que tenía en carpeta y no quise desarrollar en la
mía del 6 de julio para no abrir demasiado el abanico. Sin embargo, voy a
entrarle para que no quede picando.
Mi
descubrimiento de la existencia de un restaurante porteño típico, diferente a
los bodegones de barrio, es reciente. Mi acceso a él ha sido libresco porque
tengo una historia familiar muy particular en relación con restaurantes. En
casa, se hacia un culto de la cocina hogareña. Provengo de familias de
trabajadores urbanos y rurales de bajos recursos. Pero, cuando ya la situación
de la economía familiar era potable, el ritual de la mesa de familias pobres
impidió que en casa se viera con atractivo salir a comer “afuera”. Durante mi
infancia, alguna vez he ido a comer a una cantina de La Boca o del Abasto o a
comer una porción de pizza de parado en el Centro y nada más.
De
modo, que accedí a comer afuera siendo más grande. Mi predilección por la pizza,
el asado y, en alguna medida, la cocina salteña hizo que mis salidas
veinteañeras tuvieran un destino sesgado. La parrilla el Mirasol en el barrio
de Boedo (al que fui buscando un sucedáneo de un restaurante salteño que
frecuentaba en Vicente López) y La República de Mataderos y la Ponderosa en el
barrio de Mataderos fueron mis predilectos por años. El primer bodegón que
conocí fue el que tenía don Mendoza en Franco, entre Helguera y Cuenca, en
Villa Pueyrredón. Iba allí con mis amigos a tomar un vinito en las tardes de
verano cuando tenía 20 años. Algunos años después conocí Spiagge Di Napoli,
cuando ya tenía 25. Un poco después comencé a frecuentar un restaurante porteño,
Pepito en la calle Montevideo a pocos metros de Avenida Corrientes.
Fue
recién en los años noventa que empecé a recorrer algunos restaurantes de
Recoleta y Puerto Madero. Pero fue precisamente en esa época, cuando el bodegón
empezó ser una imagen nostálgica del pasado al tiempo en que el restaurante
porteño entró en crisis. Nunca fui a La Emiliana o a Lo Prete y cuando fui a Zum
Edelweiss, ya estaba en decadencia.
De
modo que, cuando comencé a realizar mis investigaciones sobre la cocina
argentina, mi primer interés, siguiendo los rituales de infancia, se centró en
la cocina familiar antes que en la restauración (aún sigue interesándome más la
cocina familiar, pero ya por otras razones).
En
mis primeras lecturas, algunas confusiones a veces involuntarias, y otras no,
me llevaron por senderos esquivos, alejados del pasado real, y aún más del
verdadero. Dereck Foster, por ejemplo, en su recordado Gaucho Gourmet (2000), cuestionaba la categoría de “cocina porteña”
que otros críticos gastronómicos utilizaban con eficacia (v. g., Fernando Vidal
Buzzi).
El
mayor aporte a la confusión lo aportó Pietro Sorba. Este crítico xeneize
intervino intensamente en el rescate de la cocina de los bodegones,
contribuyendo significativamente en la formación de la tendencia que instauró el
regreso de los bodegones en las preferencias de los porteños, como contra
partida a los años noventa que fueron el reino de la nouvelle cuisine y los
primeros años del siglo XXI en los que la cocina étnica (no la de los
colectividades, sino la de los cocineros especializados), la cocina creativa
(también llamada de autor), e incluso la cocina vegana impusieron tendencia
importantes alejándonos de la identidad de lo propio.
En
2009, su guía Bodegones de Buenos Aires
causó un impacto importante y, si bien pudo publicar un recetario recién en
2015, esa obra contiene, además de una teoría acerca del origen de estos restaurantes,
un listado básico de qué piezas debieran componer la colección de recetas que
los identificara, al sugerir su plato predilecto dentro de cada uno de los
establecimientos reseñados. Algunas de estas recetas son clásicas de bodegón (v.
g., los fusilli al fierrito que ofrecen en varios restaurantes, Spiagge Di
Napoli, Chichilo, etc.), otras conducen a la confusión (v. g., Pavita en escabeche
en Margot o Jamón crudo con queso Gruyere en Cervecería López).
Particularmente
pienso, con Sorba, que el recetario de los bodegones es consecuencia del
intercambio, la mezcla, la fusión, es decir, el mestizaje de fórmulas de
diversas procedencias. También pienso que la confusión de don Pietro se origina
en que el restaurante porteño, en crisis y poco visible, construyó su recetario
del mismo modo, aunque el mestizaje fuera producto del diálogo entre otras
procedencias, no sólo nacionales, sino también sociales.
También
creo que el mítico bodegón resurgido en los últimos años como tendencia
gastronómica local es el refugio de una historia de restauración popular que se
inicia en las postas y pulperías del siglo XIX y, a la vez, del restaurante
porteño invisibilizado por su decadencia. De modo que lo que aparece es una
fusión del viejo bodegón con el restaurante porteño, a la que se suma la
profesionalización de los cocineros y su vocación de creatividad y
refinamiento.
Fue
leyendo a Sorba que intenté, entre 2012 y 2014, reconstruir tímidamente el
recetario de los bodegones porteños, sin darme cuenta que lo que estaba a
haciendo era identificar las piezas que conforman el recetario del restaurante
porteño, en el que la influencia del bodegón es tan solo una pequeña parte.
Ya
hablé demasiado, te toca el turno. Elegí uno de los temas y empecemos por allí.
Un abrazo, Mario.
Buenos
Aires 26 de julio de 2016
Asunto: Re: Un
nuevo tema
Querido Mario,
ya que se ha dado este tema como comienzo de un intercambio donde se busca el
enriquecimiento de ideas, me parece oportuno continuar con él.
Tuve una
sospecha de dónde provenía la confusión al leer en tu blog El recopilador de sabores el listado de
platos que vos enumerás dividido por estaciones del año. Al leerlo pensé: la
mayoría de ellos yo los hubiera referido como platos del restaurante porteño y
no del bodegón. Así, sin ninguna duda. (1)
Vale como en tu
caso dar un poco de antecedentes, provengo de una familia de clase media donde,
si bien se valoraba la buena comida casera, no se hacía un culto de ella. Los
domingos al mediodía o a la noche, se hacía un culto de comer en familia pero
no tenía nada que ver con la calidad de la comida.
Desde mi
infancia y adolescencia mi familia vivió el ascenso social de clase media a
media alta. Fui a un colegio de clase media alta en Caballito, barrio donde
viví hasta bien entrada la edad adulta.
Era costumbre
desde que recuerdo salir a cenar una vez por semana, generalmente los viernes o
sábados por la noche y a veces más, según el ánimo de mis padres. En aquella
época si a mi padre se le hubiera ocurrido llevarnos a un bodegón, mi madre
hubiera puesto el grito en el cielo, eso no era una salida familiar. A los
bodegones podía ir a almorzar mi viejo los días de semana sin ella.
Claro, fui
creciendo, fui viajando y fui ganado en experiencia y cultura gastronómica.
Siempre mantuve la costumbre de comer afuera, ya sea con amigos, ya sea con
alguna novia.
Cuando me
incorporé al mundo del trabajo, ya en mi juventud, trabajaba en Parque
Patricios y al mediodía solía almorzar en algunos bodegones de la zona. La
frecuencia de visitar bodegones para el almuerzo y de cenar en restaurantes a
la noche (con menor frecuencia) me permitió poder discriminar unos de otros sin
dudar.
Para ubicarnos
en el tiempo, estamos hablando de la segunda mitad de la década del 70 en
adelante. Ésta disquisición cronológica me parece importante ya que, en la
constante evolución de las costumbres culinarias, estas fronteras se van
corriendo o sus límites se van haciendo menos nítidos. A mi entender, es lo que
sucede actualmente y de allí provienen las confusiones y la imposibilidad de
clasificar, con certeza, algunas propuestas gastronómicas.
Aclarado este
punto, debo decir que aquella certeza que yo sentía en poder diferenciar uno de
otro era válida para aquel momento y hasta bien entrada la década del 90; no
más allá.
Retomando el
tema, creo que puedo caracterizar, desde mi experiencia, algunos rasgos típicos
de los bodegones de antaño: una carta corta, bien acotada en la oferta de
platos y vinos; comida rápida sencilla y casera, sin lujos ni elaboración
sofisticada; algunos cortes de carne a la parrilla, alguna pasta rellena
(ravioles) y tallarines; algunos guisos en invierno (lentejas, mondongo); en
pescados, el clásico filet de merluza a la romana, nada de mariscos (nada,
nada: ni mejillones, ni rabas); algunos platos al horno como vacío y pollo con
papas o puré; entradas simples como fiambres o matambre arrollado frío; unas
pocas ensaladas nada complicadas (lechuga, tomate, cebolla, papas, chauchas,
huevo duro); tortillas; postres muy pocos, flan, ensalada de fruta y el clásico
queso y dulce; vino de la casa y algún otro de precio módico, con muy poca
variedad de bodegas; mesas con un mantel de tela y de papel encima que se
cambiaba con cada comensal, cubiertos y vasos de vidrio; eso sí, precios muy
accesibles. En mi memoria esto era el bodegón.
Referencia de la imagen (2)
La brevedad de
la oferta no le resta méritos, en muchos de ellos se comía muy bien, sin
embargo, los veo como hermanos menores del restaurante porteño. No competían,
era otra oferta gastronómica distinta.
Ahora, cabe
preguntarnos qué sucedió, como fue que se confundieron unos con otros. En mi
humilde opinión (no creas lo de humilde) a principios del siglo XXI (2005
aproximadamente) surge en la ciudad de Buenos Aires una explosión de la oferta
de distintos restaurantes, los de autor, los de comida étnica, etc. Ello generó
que los límites de unos y otros se volvieran difusos. Muchos debieron
actualizarse, modificar sus cartas y sus propuestas, para poder seguir en
carrera. Los bodegones y los restaurantes porteños y las cantinas (ya volveré
sobre ellas) no escaparon a esta fantástica sobreoferta de propuestas. Fijate
que lo circunscribo a la ciudad de Buenos Aires ya que, creo, que en otras
ciudades el proceso fue más paulatino y lento, donde si bien se actualizó y se
amplió la oferta gastronómica no fue con la velocidad y la cantidad de la
nuestra.
Seguiré
reflexionando sobre estos puntos y te vuelvo a escribir, mientras tanto un
abrazo, Héctor.
Notas y referencias:
(1)
Leído el 10 de febrero de 2018 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/11/el-recetario-de-los-bodegones-portenos.html.
(2)
Leído el 10 de febrero de 2018 en http://viaresto.viapais.com.ar/Ciudad-de-Buenos-Aires/El-Obrero-315.aspx.
No hay comentarios:
Publicar un comentario