Mi prima me entregó unas bolsas
con las recetas de mi tía Maruca. Tenía, por fin, en mis manos su anhelado
recetario. La colección era una masa dispar de apuntes y recortes que sólo podría
entenderse, si alguien les daba forma. Creí que Haydée Espada misma era la única
persona indicada para hacerlo. Le pedí entonces que me ayudara a ordenar esos
papeles. En respuesta, me invitó a almorzar.
Las imágenes pertenecen a Haydée Espada y al autor
De modo que, en un domingo
soleado de marzo, fuimos con Haydée a casa de Haydée. El otoño ya estaba
presente en el azul del cielo. El barrio de Mataderos resplandecía y el cielo me
mostraba aquella esquina en la que me crié con la vana esperanza de vivir en un
mundo mejor. Pasaron muchos años, aunque no parezcan tantos… hay algo
diferente en esas veredas tan apacibles como desoladas. Me quedé con una
sensación rara y ambigua, sentí que había perdido un tiempo irrecuperable y a
la vez que no.
Mi prima nunca dejó el barrio.
Allí cuida sus raíces, nuestras raíces. Allí empezó a recuperar, tímidamente,
su vocación por tener una quinta en el jardín. Aromáticas y frutales, y algo
más que irá viniendo, ya crecen bajo su cuidado. Allí recrea su alma pintando
cuadros extrañamente luminosos. Allí, en el barrio, cocina como lo hacía su
madre con la idea persistente de dar alimentos a la familia… pero lo hace con
personalidad propia. Como ocurre siempre con las cuestiones humanas, las
continuidades son tan inevitables como las rupturas… ¡Ah! Tal vez era eso lo
que sentía.
Haydée Espada nos recibió con
calidez. La charla discurrió por horas sobre los más diversos temas, entre los
que la cocina y las recetas de su madre, mi tía Maruca, tuvieron centralidad.
Sobre ellas ya he hablado en otros artículos. En éste quiero concentrarme en la
cocina de Haydée, porque también hablamos de ella, de su personalidad propia,
cuando recorríamos las recetas de tía Maruca y disfrutábamos de los manjares
que trajo a la mesa. (1)
Hace ya algunos años, cuando
tuvimos edad de acceder a la escuela secundaria, mi prima optó por ingresar en la
Escuela de Educación Técnica Paula Albarracín de Sarmiento que, ubicada cerca
del Parque Avellaneda, formaba mujeres en las distintas disciplinas de la
economía doméstica y la cocina.
Terminó sus estudios
secundarios e ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires (Haydée es Licenciada en Trabajo Social), pero siguió
estudiando cocina. En paralelo con la Universidad realizó cursos de cocina y
repostería, en la misma Escuela Técnica en que hizo la secundaria. Allí completó
su formación culinaria, alimentando su clara decisión vocacional de protagonizar
su propia vida, trabajando fuera del hogar y dentro, en la cocina familiar, sin
que una cosa fuera en mengua de la otra.
Ya tenemos buenos datos acerca
de cómo mi prima se formó como cocinera. Esos cursos fueron muy importantes. Sin
embargo, según nos contó durante ese almuerzo en Mataderos, lo decisivo en sus
aprendizajes no se jugó en las aulas, sino en el ámbito mismo la cocina, el
sector de su casa que más ama.
Insatisfecho
con su respuesta, le pregunté por correo-e, qué más había, cuáles fueron las
influencias que recibió más allá de sus estudios. En esa oportunidad me
contestó:
“Tomé de muchas personas el gusto por la cocina: mi madre, mi
abuela, mi tía, mi amiga Graciela, (quien nos halagaba cada viernes, en el
taller de pintura que compartíamos, con una torta distinta). De compañeras de
trabajo, las que, por tener mucha actividad, tienen un sentido práctico del que
yo carecía.
”Me enriquezco de la transmisión boca a boca y de los menús
de restaurantes y cafeterías, de donde “tomo” combinaciones de ingredientes
para rellenos, mezclas de productos para ensaladas y combinaciones para
presentar.
”Al cocinar siento que estoy creando, haciendo un “producto” que
va a disfrutar la gente que quiero y que nuclea, en un momento agradable y de
encuentro, algo placentero. Espacio en el que se dan charlas, risas y no sólo
alegrías, también nostalgias…” (2)
Estos últimos comentarios de
mi prima me hicieron acordar del título del libro de Ana María Shua (Risas y emociones de la cocina judía),
sólo que mi prima lo hace en clave de familia española. Es que la cocina era el
lugar en donde la familia de los inmigrantes se reunía, el verdadero living de
la casa, a veces agrandado por un vestíbulo contiguo, mientras la “sala”,
estaba allí cerca, sombría, esperando las grandes ocasiones que nunca había. (3)
En la cocina, en la generación
de nuestros padres, las mujeres recibían a sus maridos cuando ellos regresaban
de trabajar. Siempre había mate y facturas o bizcochitos y charla, mucha charla.
Allí compartían las vivencias del día y la charla se prolongaba, luego del
mate, mientras ella cocinaba y ellos ojeaban el diario. Allí los niños habíamos
resuelto las tareas escolares y jugábamos alrededor de la charla.
Sí, claro, las cosas
cambiaron, y mucho. Mi prima pertenece a la generación en que las mujeres
salieron a trabajar. Pero ella y yo seguimos venerando la cocina como el lugar
en dónde la civilización es posible (personalmente, por esa misma razón, nunca
tuve televisión en la cocina, el aparato siempre estuvo en el cuarto).
¿Qué cocina mi prima hoy? Los
invito a leer, esta recopilación de sus recetas: tapa de nalga rellena,
mejillones a la provenzal, copa de langostinos y langostinos fritos, gambas al ajillo y raviolones. Como pueden ver, recetas tradicionales de todos los
tiempos, marcadas por la persona única e irrepetible que ella es.
Notas
y referencias:
(1) 2017,
charla personal con Haydée Espada en marzo de 2017 (grabaciones en poder del
autor).
(2) 2017,
de Haydée Espada a Mario Aiscurri, Correo-e del 22 de octubre-
(3) 1993, Shua, Ana María, Risas y emociones de la cocina judía,
Buenos Aires, Emecé.
Me impactó profundamente la descripción del barrio y su efecto sobre los recuerdos y esperanzas.
ResponderEliminarEs tan gráfica que duele.
No se trata del dolor de la pérdida sino el del crecimiento porque si bien es cierto que hemos sido decepcionados en la esperanza de un mundo mejor, también es cierto que este mundo es mejor con sus más y sus menos respecto de aquél.
Reivindico la cocina como el lugar representativo del "hogar" y, talvez, de las primitivas fogatas, antiguos braseros o cocinas económicas vendrá su etimología.
En la casa que nos criamos, mientras fuimos chicos, el encuentro para comer era en la cocina. Cuando crecimos, y no puedo precisar en qué momento sucedió, el lugar de encuentro se mudó al comedor con el televisor en medio, lo que permitía compartir sin intimar, algo muy práctico porque así se soslaya el compromiso o exponer las debilidades.
La intimidad seguía en la cocina donde casi siempre éramos 2, excepcionalmente 3 pero nunca los 4.
Misterio.
Gracias, Oscar, por tus comentarios entrañables.
EliminarQue personalidad rica!!! Y sabia!
ResponderEliminarGracias, en nombre de Haydée Espada.
EliminarGracias.
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