Maruca Pugliese se fue hace
algunos meses; pero me dejó un enorme tesoro, el recuerdo de la cocina
maravillosa que ejercía.
La imagen pertenece a Haydée Espada
En los primeros días de El Recopilador de sabores, a principios
de 2012, publiqué recetas que ella misma me trasmitió. Lo hice bajo el título
“El eco de la Pampa Gringa”. Esas recetas las recordaba de la infancia. A
principios de los años sesenta, todas las mujeres de la familia poseían un
recetario en común, a la vez que ensayaba algunas especialidades que las
diferenciaban entre sí.
Una de las recetas que publiqué
es la de las marineras. Me asombraba de niño esa manera tan rara como sabrosa
que tenía mi tía de preparar milanesas
(plato inevitable en casa, en la de mis otras tías y en la de mi abuela). Algunos
adivinarán, sin necesidad de consultar la receta, que estoy hablando de unos
escalopes de ternera rebozados a la romana. En la familia, aunque la única que
las hacía era tía Maruca, todos las llamábamos marineras. ¿De dónde salió ese
nombre? No lo sé. Lo único que pude verificar es que no era un nombre aislado, originado
en una ocurrencia familiar, o local de la ciudad de San Pedro (Buenos Aires)
donde mi tía nació. En San Luis, por ejemplo, mi amiga Mercedes las comía en su
infancia y las conocía con el mismo nombre.
La otra receta que publiqué fue
la de ajíes en vinagre. Una preparación muy sencilla de encurtidos crudos (¡qué
cosa, ¿no?!). Claro que la receta es muy conocida por lo que no debiera
sorprender esa crudeza. Debo decir que siempre me gustaron las preparaciones
saladas en la hora de la merienda cuando todo era pan, manteca, mermelada y
facturas. De modo que cuando la tía Negra me ofrecía un sanguchito de
berenjenas en aceite, deliraba y, cuando la tía Maruca iba hasta la alacena y
traía a la cocina una gran damajuana que
las contenía, también.
Recuerdo que esa damajuana era
gigantesca, tal vez no lo era tanto, y que tenía un tapón de corcho como de
diez centímetros de diámetro, tal vez un poco menos. La tía quitaba el tapón y
retiraba dos maderitas cruzadas, luego entendí que estaban allí para evitar que
la tendencia flotar de los ajíes los exponga al aire y les quite la protección que
les da el vinagre conservador. La mujer metía la mano y sacaba un par de estas
joyas verdes, cortaba unos pedacitos y los ponía sobre un pan y me lo daba. Me
encantaba ese exceso de acidez que me ofrecían a la boca. En realidad, no eran
ajíes en sentido estricto, no picaban para nada (es más, la preparación era
pungente, pero no picante); pero se les llamaba y se lo sigue haciendo así en
Buenos Aires.
La tía
dejó unos recetarios que mi prima
Haydée Espada tuvo la amabilidad de prestarme. Consistían en unas bolsas con una
desordenada colección de papeles sueltos, aislados o agrupados en folios de
plástico, mezclados con recortes de diario y algunos suplementos “Ollas y
Sartenes” del diario El Clarín. La
colección era una masa anárquica que sólo podría entenderse, si alguien me
ayudaba a darles forma. Haydée lo hizo.
Mi prima me mostró, además, el
libro de doña Petrona de su madre, tenía algunas hojas señaladas, y me habló de
una carpeta que su madre tenía y que ella no logró encontrar.
Las recetas no tienen fecha ni
orden, pero los recortes me dieron algunos indicios. Un cuaderno con algunas
recetas y los suplementos de El Clarín,
por ejemplo, están fechados entre fines de los años ochenta y principios de los
noventa del siglo pasado.
Ahora bien, la gran pregunta es
si esta colección representa enteramente “la cocina de mi tía”. Seguramente no,
sólo representa un recorte temporal de una larga historia frente a las
hornallas (cuando disfrutaba de sus marineras, mi tía tendría poco más de 40
años; cuando reunió estas recetas, se acercaba a los 70). El tiempo pasa, pero
una cierta formación básica debe permanecer constante en las ideas que aprendió
de chica y la guía imperturbable de doña Petrona. Sobre esa base, así lo
muestra esta colección, tía Maruca fue incorporando nuevos productos y
discretas modificaciones.
De modo que las recetas que
aquí recopilo configuran una segunda parte de “El eco de la Pampa Gringa”. Pero
esta segunda parte no es una simple adenda de recetas, sino el reflejo de la
evolución de la cocina de esa mujer de la que conservo un recuerdo entrañable.
A su vez, la cocina de mi prima
Haydée se formó con esa influencia, y también con otras guías, por eso conserva
algunas continuidades con la cocina de su madre, pero sus rupturas son más notorias…
pero de ellas hablaré en otra parte.
Para poner un poco de orden, le
pedí a mi prima que me dijera cuáles
eran las recetas más frecuentes en la cocina de su madre. Hizo memoria y propuso
una lista con los platos que recordaba como los más frecuentes. Transcribo la
lista: lengua a la vinagreta, berenjenas en
escabeche, tarta de berenjenas, tarta de humita, empanadas de humita, carne al
horno adobada y unos ajíes de calahorra conservados en aceite que no recuerda
cómo su madre los hacía. ¿Cómo saber si había alguna otra receta preferida de
mi tía que cocinaba habitualmente y Haydée no recordaba? Sin embargo, a los
efectos de dar forma a una idea, no es poco.
Luego
pasamos a hojear el libro de doña Petrona para identificar las recetas
señaladas. La lista es escueta, pero significativa. La transcribo: canelones de
humita, salsa para adobos, salsa blanca, crema de manteca, scons, dulce de
zapallo. Aquella lista difusa, tomada a partir de los recuerdos de Haydée,
comenzó a tornarse más clara. Las condiciones para hacer tartas y empanadas de
humita están garantizadas con esta selección de recetas de doña Petrona… y la
carne al horno adobada, también. Pero las preparaciones dulces (repostería,
mermeladas, etc.), parecen tener una presencia que Haydée no recordaba.
Estas
listas me han ayudado a percibir, además, algunas transformaciones en la cocina
de mi tía en los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI con
relación a los recuerdos de la infancia. Las más notorias son la preferencia
por las tartas y los scons.
A
mí me cuestan los dulces, no sé prepararlos y hasta suelo concebirlos,
injustamente claro está, como un arte menor en la cocina. Pero debo reconocer
que para las mujeres de la generación de mi tía eran importantes, sobre todo en
las tardes de domingo. De modo que no debiera haberme sorprendido la marca en
la receta de scons. Sin embargo, si mal no recuerdo, mi tía solía preparar
buñuelos de manzana para ese momento de la semana; pero el pasaje bien puede
explicarse por un progresivo abandono de los fritos en favor de las cocciones
al horno, que llevan mejor reputación para la salud de las personas. Sin
embargo, no estoy seguro porque tía Maruca también preparaba pasta frola de
dulce de batata. En fin, lo cierto es que los scons de doña Petrona tenían una
marca.
Con
estas revelaciones tenía ante mí una lista de recetas que puedo suponer, con
razonable seguridad, eran las que mi tía prefería, su recorte específico de la
cocina familiar de los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI. Ahora,
sólo tenía que encontrar las recetas en la colección de papeles que Haydée me
había dado.
Pero
no sería tan fácil. Primero hay que ver cómo están escritas las recetas.
Algunas, por ejemplo, describen el proceso, otras no. Estas últimas son muy
interesantes. A veces son simplemente una lista de ingredientes que deben
aplicarse a ideas que seguramente estaban en la mente de mi tía o que hay que
encontrar, buscando un poco, en otro apunte o en algún recorte.
Transcribo un par para que se den una idea.
Receta de lasañas:
“Relleno de lasagnas
”1- verdura
”2- paleta y
queso
”3- carne picada c/salsa
blanca”
O esta de pesto:
“ajo – 30 hojas
de albahaca –Pesto–
”150 g nueces – 250 g queso
rallado. 10 dientes”
Y esta otra que es notable:
“Pizza
”250 g. de
harina - sal
”250 c/c de soda – Royal”
Hay
varias recetas de pizza, de modo que no puedo asumir que este apunte sea
central en la colección. Sólo me limito a reseñar la curiosidad en la que el
efecto leudante se logra con el polvo de hornear de la marca Royal. Lo que no
logro comprender es cómo trataría el exceso de humedad. Imagino que mezclaría
los ingredientes en un perol y los volcaría directamente sobre una asadera… o,
simplemente, usaría alguna otra de las recetas que encontré en la colección.
Un
detalle no menor es que los papeles de tía Maruca contienen algunos recortes
con consejos útiles para el hogar, reflexiones para la vida cotidiana,
información histórica y consejos para una alimentación sana. Como nos explica
Gastón E. De Lazzari, las primeras recetas de cocina publicadas en medios
gráficos en La Argentina se agrupaban en una sección de consejos útiles para el
hogar (esto ocurrió antes de las primeras publicaciones de doña Petrona,
principios de los años treinta del siglo pasado). (1)
Componiendo
con apuntes de aquí y de allá pude reconstruir las siguientes recetas: tartas (berenjenas,
humita y choclo), berenjenas en escabeche y
carne adobada. Agrego una receta de matambre arrollado porque mi prima me
regaló la prensa que su madre utilizaba (en el artículo correspondiente cuento
la historia) para preparar esta receta en ocasiones especiales. Lamentablemente,
nada encontramos acerca de esos ajíes de Calahorra que mi prima recordaba con
tanto afecto.
Corono
la colección con una
receta de la gran cocinera nacional, el dulce de zapallo de doña Petrona.
Cuando le comenté a Haydée que iba a incluir este artículo, me refirió que su
madre preparaba ese dulce.
Suelo
incluir recetas de doña Petrona en mis recopilaciones para dejar testimonio de
predicamento de esa mujer sobre las amas de casa argentinas de buena parte del
siglo XX. También es un humilde homenaje a la contribución que hizo para la
formación de un auténtico recetario nacional. Pero, en esta oportunidad, la
receta lleva un sello de afinidad, mi tía la preparaba y la tenía marcada en el
libro de la maestra.
Debo
recordar aquí al principal beneficiario de la cocina de Maruca Pugliese, mi tío
Oscar Espada, hombre de buen comer. Su labor en la cocina, fue siempre pasiva;
pero no en la provisión de alimentos. Ambos conservaron el hábito de cultivar
una quinta hasta pasados los noventa años de vida. Recuerdo que la última vez
que los vi juntos estaban esperando la madurez de los tomates que habían
plantado.
Notas
y referencias:
(1) 2002, De Lazzari, Gastón E., “Las recetas de
cocina en las revistas argentinas (1915-1940), en AAVV, La cocina como
patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico,
Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp. 63-74.
Mario, mamá hacía la pastafrola de dulce de batata porque a mí me gustaba más que el membrillo y también el zapallo en almíbar que curaba en cal viva para que soportara la cocción sin deshacerse.
ResponderEliminarGracias, Oscar, por tus comentarios.
EliminarRecuerdo la pastafrola con dulce de batata de doña Maruca.
En el recuerdo de los preparados dulces de mamá estoy refrescando estas exquisiteces: panqueques con masiva presencia de dulce de leche, buñuelos de banana, torta invertida de manzana, natillas, una vieja preparación de Quaker mezclado con cacao sobre una cama de galletitas tipo Criollitas que se servía congelada, torta marmolada y churros.
ResponderEliminarParo aquí porque me estoy ahogando en saliva.
Gracias, Oscar, por tus comentarios siempre enriquecedores.
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