2015, 9 a 19 de noviembre
Fueron días muy intensos en Andalucía. Recorrimos su cocina y sus
vinos desde el momento en que llegamos, con la sola interrupción de un blanquito
de Ribeiro, servido desde la bota, que resultó irresistible en Granada…
¿Pecado? Sí, pero venial, ¿no?
Las imágenes pertencen al autor
I Los
trenes del mundo
Habíamos
elegido ir hasta Granada desde la bella Perpiñán. No era descabellado; pero la
mejor combinación de trenes que encontramos nos dejaba en Málaga casi a media
noche. La decisión de tomar ese camino nos dio un algo de pesadumbre. ¿Cómo
estar en Málaga sin estar en Málaga? No formaba parte de nuestro plan de viaje,
pero allí estábamos. ¿Cómo disfrutarla, entonces? No lo sabíamos…
El
hotel Barceló, donde nos alojamos, se dispone sobre los mismos andenes de la
estación María Zambrano, donde desembarcamos del tren. Nos instalamos y
preguntamos por el restaurante. Nos dirigimos a él con la resignación de quien
sabe muy bien que la cocina de los hoteles suele ser muy correcta, pero no
sorprendente.
El
restaurante En el Andén nos recibió con una ambientación hospitalaria y un
servicio discreto. Pero lo que comí superaba la media de esos establecimientos.
Una lubina grillada que brillaba por su frescura acompañada por un blanco de
uva moscatel vinificado seco. Sí, fue un lujo encontrarme con el chozno de
nuestro torrontés riojano. En ese vino, muy marino y apto para acompañar
pescado, ya se anuncia el carácter floral y fiestero de nuestro gran blanco
salteño.
Me
sentí como en casa, bueno, a decir verdad, no es posible sentirse de otro modo
en Andalucía… y sin embargo, aún me esperaba otra sorpresa.
La carta del restaurante era correcta, no demasiado extensa
y con una buena selección de vinos; pero venía acompañada por otra que me
pareció una carta de estación. En la cabeza de ésta, se leía el siguiente
título: “Pop Up, Food & Train”. ¿Estaba frente a una auténtica experiencia “pop
up” que el restaurante ofrecía? No lo sé, ni lo pregunté porque cuando me puse
a examinar el contenido ya había pedido mi lubina.
Con
todo, lo más impactante fue la elección temática del pop up, los platos eran
introducidos por trenes famosos del mundo. Después de ofrecer queso malagueño y
jamón ibérico se sucedían propuesta como “Caballa ahumada con blinis y sus
salsas (Rusia)”, debajo del título “Transiberiano”.
Seguí leyendo hasta que llegué al
título “De las Nubes” que ofrecía “Bife de chorizo 350 gr (Argentina)” y
“Trilogía de dulce de leche (Argentina)”.
El desayuno fue igualmente fantástico.
Caña de lomo de ibérico y Pan con tomate que me preparé con lo que allí había.
Esta vez no me ocurrió lo de Andorra, pude rallar la tostada con un diente de
ajo que me entregaron, ni bien lo solicité… No puedo explicarles la sonrisa de
la moza cuando pedí el ajo, la atravesaba una luz llena de rubor y satisfacción
a un tiempo, el gesto de quien es sorprendido en el secreto de su identidad en
un lugar inesperado…
Ese desayuno que, de entrada, nos
había parecido caro, nos llenó de felicidad y nos metió a disfrutar de sol de
Andalucía de un sopetón…
II Galicia
en Granada
Nuestro
primer almuerzo en Granada no pudo ser más herético, comimos en un restaurante
gallego (Mesón Fogón de Galicia). Almejas a la marinera y ensalada de pimientos
asados y un vinito blanco de Ribeiro servido en unos cuencos de loza
directamente de la bota, fresco y liviano, sin excesos de acidez ni dulzura…
¡Qué bien se dejó tomar en la tierra del sol permanente!
En
el almuerzo siguiente, no pudimos resistirnos e insistimos. Al vino blanco de
Ribeiro lo acompañamos, en esa oportunidad, con un “Pulpo a la gallega” (así
rezaba la carta).
III Gastronomía en Granada
El
restaurante gallego me impidió tomar una idea más acabada de la restauración
granadina. Sin embargo, pudimos observar que hay varios circuitos o polos
gastronómicos en la ciudad. Frecuentamos el de la calle Navas, donde está Fogón
de Galicia, que se extiende a partir de la Plaza del Carmen, frente al palacio
del Ayuntamiento.
También
hay varios bares de tapas en el Paseo de los Tristes, en el barrio del
Albaicín. Pero sólo están abiertos de día en esta época del año. Pudimos comer
algo en uno de ellos que encontramos abierto gracias a la persistencia de algunos
parroquianos (en Cádiz nos enteramos que noviembre no es un mes propicio para
las recorridas gastronómicas en la región).
Dimos con
otro sitio de bares de tapas en la calle que se abre desde la Plaza Alonso Cano
que enfrenta el edificio de la Catedral. Lo descubrimos casi de casualidad, cuando
llegamos hasta esa iglesia gracias al encanto con que nos atrajo el pasaje
Alcacería, por el que decidimos transitar nuestras fantasías ilusorias de
mercados orientales a la sombra de la sed del desierto. Pero este sitio nos
quedaba bastante de lado en nuestras correrías por la ciudad…
… y tal vez
nuestra herejía gallega no haya sido casual.
Lo cierto es
que el gazpacho que tomé en aquel bar del Paseo de los Tristes y unas tapas muy
buenas que tomamos con vino Rioja en un bar sobre la Carrera del Darro a 50
metros de Santa Inés, en nuestra última noche en Granada, fue el único contacto
que tuvimos con la gastronomía local.
IV La
Rioja en Jerez de la Frontera
Por
sugerencia del conserje del hotel fuimos a comer un par de veces al restaurante
Cuchara de palo. Se encuentra en el hotel de la cadena NH de la Avenida Alcalde
Álvaro Domecq de Jerez de la Frontera.
Alguna
independencia debe tener del hospedaje porque no es necesario ingresar al lobby
para acceder a él de una servidumbre de paso, una de sus puertas se abre a la
avenida.
El
restaurante, moderno y minimalista en su ambientación, tiene una propuesta
gastronómica local: todos los platos se ofrecen en dos tipos de porciones, tapa
y ración; se pueden comer especialidades andaluzas (el infaltable pescadito
frito), españolas (v. g., croquetas) e indianas (ceviche, burritos, etc.).
La carta de vinos es buena. Los consabidos tintos de Rioja
y Ribera del Duero forman línea con los vinos de Jerez, especialmente, se
destaca el oloroso (especialidad que Jean Louis Daniel, mi cuñado, nos había
recomendado antes de salir de Francia).
Todo
es oficiado con singular maestría por el cocinero a cargo, Carlos Herrero
Puerto, a quién tuvimos oportunidad de conocer cuando regresamos a comer por la
noche.
Carlos
es Andaluz, pero está vinculado con la Rioja (su padre es oriundo de Arnedo) y
nuestra América (uno de sus bisabuelos emigró a La Argentina y su mujer es
ecuatoriana). Hablamos de muchas cosas, del vínculo y el trasiego de productos,
personas e ideas entre América y España (en especial con Andalucía, a través de
la Provincia de Cádiz). Hablamos de cómo ese intercambio influyó sobre la
música andaluza y sobre su cocina y sobre las nuevas síntesis que lenta y
cotidianamente se produce.
Entre
otras cosas, nos recomendó que fuéramos a visitar el puerto de Bolonia, no fue
el único, por cierto. De pronto, como en entre sueños, nos describe esa pequeña
aldea de mar donde se puede descansar y comer muy bien. Pero, a pesar de la
fuerte incitación que nos provocó el relato, desistimos de corrernos hasta allí
porque estaba muy lejos de nuestro camino.
Los burritos con ibérico confirman lo que hemos hablado con
Carlos. Una idea gastronómica de América, convertida en algo muy local por la
vocación de intercambio que reina en la provincia portuaria de Cádiz. Probar
las Croquetas de ibérico acompañándolas con un buen oloroso local es hacer
realidad un placer soñado.
V Pescadito
frito
Jeréz
de la Frontera nos dio mucho más… y no sólo el cante en la voz quebrada de
Jesús Méndez en la peña La Bullería, sino también en las mesas de su
gastronomía que la ciudad vive con orgullo.
Recorriendo
el centro histórico de la ciudad accedimos a la catedral. La empleada de la
taquilla nos dio una breve explicación sobre lo que veríamos en el edificio;
pero su relato se hizo moroso, y delicioso, cuando se detuvo en recomendarnos
restaurantes y espectáculos de flamenco… ya su compañero nos explicaría los
secretos del cuadro de Zurbarán que se conserva en el tesoro de la iglesia.
Guiados
por sus consejos fuimos a comer Pescaíto frito al restaurante La Marea, muy
cerca de la Plaza del Arenal (según ella, el mejor restaurante de pescados de
la ciudad). No sólo comimos y bebimos muy bien protegidos del sol por la
estrecha disposición de la calle San Miguel, sino que nos atendió Marcos, el
responsable de la cocina.
El
hombre posee refinados conocimientos de su oficio y es dueño de una actitud de búsqueda
obsesiva de los mejores productos. El mozo nos confesó que lleva una aplicación
en su celular que lo mantiene informado de las novedades de la pesca en todo la
provincia de Cádiz y que es capaz de recorrer los más de 100 km que separan
Jerez de Bolonia, si el producto que allí ofrecen los pescadores, lo amerita. En
sus mesas, compartimos con Haydée unas Pijotas (merluzas pequeñas) y unos
Salmonetes fritos que estaban de rechupete. Abrimos el apetito con un Pedro
Ximenéz dulce, pero acompañamos la comida con un amontillado de complejas
profundidades que parecía evocarnos algas marinas.
Un
párrafo adicional para los vinos de Jerez. No alcanza con decir que son únicos,
que los son, se destacan también por la variedad. Percibo que habría que
pasarse una larga temporada en la Provincia para aprender algo de ellos. Pero,
aún con esa limitación, disfrutamos de cada sorbo como si hubiésemos llegado a
un paraíso.
excelente nota!
ResponderEliminarGracias, Hector, por el comentario.
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