12 a 14 de noviembre de 2015
“De la cueva salen
largos
sollozos.
”(Lo cárdeno
sobre
el rojo).
”El gitano evoca
países
remotos.
”(Torres altas y hombres
misteriosos)
”En la voz entrecortada
van sus
ojos.
”(Lo negro
sobre
el rojo).
”Y la cueva encalada
tiembla
en el oro.
”(Lo blanco
sobre
el rojo).”
(García Lorca, Federico, “Cueva”)
I Cocina y música andaluza
Poco hemos visto de Jerez de la Frontera en el primer día. Una
caminata por el casco histórico y un poco de descanso. Sin embargo,
aprovechamos el tiempo disfrutando, por sugerencia del conserje de nuestro
hotel, del excelente restaurante Cuchara de palo que se monta entre el lobby de
un Hotel de la cadena NH y la avenida Alcalde Álvaro Domecq.
Las imágenes pertenecen al autor
Dedico varios párrafos a las cualidades
de la oferta gastronómica y de su cocinero, Carlos Herrero Puerto, en el
artículo sobre la gastronomía andaluza. Tuvimos la oportunidad de conocerlo
cuando se acercó al salón. Charlamos largamente sobre La Rioja y Andalucía,
sobre los emigrados a América, sobre su cocina personal y la influenciada americana
que tiene y, también, sobre la música flamenca. Después de comentarnos que su
mujer era ecuatoriana, dejó de sorprendernos que en la carta de este
restaurante de cocina española hubiera una oferta de Ceviche.
Sus reflexiones se dirigieron hacia la
música andaluza, a considerar que el flamenco se ha enriquecido con ritmos
caribeños, con músicas que regresan a España grávidas de transformaciones
criollas. Yo mismo aporte a la charla la idea de que algo parecido podía
percibirse con la cocina. Carlos asintió, diciendo que era por ello que ofrecía
ese Ceviche. Sumé evidencia refiriendo que en el mesón Fogón de Galicia
(restaurante gallego de Granada), habíamos comido Filloas con dulce de leche… No
se sorprendió por ello.
II Entre la catedral y la Bodega González Byass
El recorrido por el casco histórico de
Jerez de la Frontera es amable. No hace demasiado calor, pero el sol de
Andalucía no deja de estar presente. Bodegas, catedrales y bares de tapas son
los hitos indelebles de nuestra caminata.
La Catedral Nuestro Señor San Salvador es
bella y luminosa, en su tesoro pudimos ver un cuadro de Francisco de Zurbarán y
una puerta antigua de la iglesia de San Dionisio. El personal de turismo que
nos atendió cumplía su trabajo con pasión. Una mujer, a cargo de la taquilla,
no sólo nos explicó como recorrer la catedral; sino que nos recomendó
restaurantes y espectáculos de flamenco. Cuando le dijimos que esa noche
iríamos a la peña La Bulería, exclamó “caramba, se ve que estáis bien
informados”.
Tal y como ella nos indicó, su compañero de
tareas aguardaba a los visitantes en el tesoro. Fue él quien nos describió con
amorosa precisión lo que podía verse en el cuadro denominado “Virgen niña en
meditación” y quien nos recomendó ir a la iglesia de San Dionisio porque nos
iba a sorprender, mientras nos mostraba la fina ornamentación mudéjar de la
antigua puerta que había sido reemplazada para hacer posible su conservación.
Bien
alimentados por el buen arte, continuamos nuestra recorrida, rodeamos el casco
histórico por donde se encuentra el viejo alcázar moro, frente la bodega Tío
Pepe de la familia González Byass. Más adelante, dimos con la bodega Pedro
Domecq. Finalmente, recalamos en el restaurante La Marea (el recomendado de
nuestra anfitriona de la taquilla de la Catedral). Allí comimos pescaditos
fritos… y percibimos que el arte continúa en cada rincón de la ciudad.
Eran las cuatro de la tarde y emprendimos
el regreso al hotel. Nos sorprendió ver, en los bares de tapas a muchas
personas almorzando, en el sentido argentino a esa hora de la tarde.
¡Ah! Si
bien no pudimos entrar, debo decir que la visión exterior de la Iglesia de San
Dionisio es maravillosa. Es increíble la armonía entre el estilo gótico y
mudéjar, apenas opacada por la intervención barroca sobre la fachada.
Sin la
monumentalidad de La Alhamabra, Jerez no carece de belleza. Iglesias luminosas,
buena gastronomía, grandes vinos… y sin embargo, lo bueno nos se agotaba allí, en
la caminata del turista, como íbamos a comprobar por la noche.
III Todo fue magia en la noche de La Bulería
Es noche en Jerez de la Frontera. No
dirigimos a la peña La Bulería en el barrio de San Miguel… Canta Jesús Méndez y
trataremos de asomarnos a un mundo desconocido para nosotros. No la música a la
que hemos accedido en distintos momentos de la vida, no la poesía del cante a
la que llegamos de la mano magistral de Federico García Lorca; sino al mundo
vital de las cuevas de flamenco, donde gitanos y payos hablan de paisajes
lejanos con von sollozante y entrecortada.
Ingresamos en la calle Empedrada donde se encuentra
el establecimiento entre una sucesión de casas neobarrocas de dos plantas, casi
todas pintadas de blanco, casi todas con frisos amarillos… Pero, antes de
ingresar en esa vía, nos encontramos frente a la imagen imponente de una
mujeraza que canta y baila flamenco. Es enorme, como de tres metros de alto,
tal vez más. El frío metal con que ha sido construida es desmentido por el
gesto de sus manos, su cuerpo imponente, su boca sensual y su mirada perdida en
la interioridad de su espíritu… Lola Flores nos da la bienvenida con su
aparición inesperada, nos invita a meternos en un mundo mágico en el que “el
sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero”.
Ya en el
vestíbulo de la peña, que no es una cueva en sentido estricto, aunque, nos
aseguran, conserva el viejo espíritu, nos sumergimos en el clima que buscamos…
lleva la apariencia de un bullicio ruidoso y anárquico. Picamos chorizo seco y
queso y nos tomamos una cervecita, todo de parado y entre los empujones amables
y eufóricos de los concurrentes. La imagen de la Paquera de Jerez, en una
pequeña escultura, preside el local, es una réplica de la estatua que se
encuentra en el otro extremo de la calle Empedrada, por donde se accede, si uno
va en auto.
La
organización y el orden brillan por su ausencia, el salón está cerrado y nos
agolpamos esperando para ingresar. Nadie pone orden y, el que debiera hacerlo,
se hace el distraído gastando sonrisas entre los amigos. Finalmente, abren las
puertas y se desata la puja por entrar y tener un lugar para presenciar el
espectáculo… es libre y gratuito y la figura de la noche, ya lo sabíamos, es
dueña de una notoriedad significativa… el desorden, explicable, por cierto, me
resulta tan familiar que hasta casi llego a disfrutarlo.
Poco a poco todo se calma, la magia vuelve…
nunca se fue… Jesús Méndez, canta y llena el espacio de sonoridades que hacen
vibrar hasta los corazones más indiferentes… afuera, el barrio que lo vio
crecer, también vibra; pero no por su canto. Vibra porque el canto de Jesús es
su manera de vivir la vida, es hijo de mañanas soleadas, tardes apacibles y
noches de dramática vitalidad. Es precisamente esa manera de vivir la vida que
tiene el barrio de San Miguel lo que hace que la voz de Jesús se quiebre en
antiguas sonoridades y se recomponga con las palmas de sus acompañantes y los
“olé y olé” que profieren los que están escuchando y son del palo.
No tengo experiencia para evaluar la talla
del cantante, pero sí oído para disfrutar de la música y corazón para sentirla
como propia… mi corazón y mis oídos también vibran y aunque no tengo capacidad
para distinguir sutilezas que diferencien payos de gitanos, siento una enorme
proximidad. ¿Por qué? No lo sé ni me interesa saberlo por el momento. Los
cierto es siento que esta música mágica, que parece ordenar la anarquía y dar
sentido a la vida de este pueblo, estaba como adentro mío en esos momentos en
la Bulería… Hay mucho de todo esto en el Río de la Plata, en el tango, en las
milongas, en la manera de vivir el barrio… Tal vez sea por eso.
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