9 a 12 de noviembre de 2015
“Qué
lejos por mares, campos y montañas!
Ya
otros soles miran mi cabeza cana. Nunca fui a Granada.
Mi
cabeza cana, los años perdidos.
Quiero
hallar los viejos, borrados caminos.
Nunca vi Granada.
”/…/.
”Venid
los que nunca fuisteis a Granada.
Hay
sangre caída, sangre que me llama.
Nunca entré en
Granada.
”/…/.
”Del
mejor amigo, por los arrayanes.
Sangre
por el Darro, por el Genil sangre.
Nunca vi
Granada.
”Si
altas son las torres, el valor es alto.
Venid
por montañas, por mares y campos.
Entraré
en Granada.”
(Alberti,
Rafael, “Balada del que nunca fue a Granada”)
El tránsito desde la Cataluña francesa hasta la Andalucía española
lo hicimos en tren, con trasbordo en Barcelona. Pasamos una noche en Málaga y,
desde allí, en auto hasta Granada. El hotel y la oficina de alquiler de autos
estaban en la misma estación de ferrocarril María Zambrano de Málaga. De modo
que, de esta ciudad, sólo recorrimos las calles que nos llevaron a la
autopista. Sin embargo, la experiencia gastronómica en el hotel fue excitante,
tanto en la cena como en el desayuno de la mañana siguiente. Por esta razón esa
noche tiene su acápite en mis notas sobre la gastronomía andaluza… ahora los
invito a caminar por Granada.
Las imágenes pertenecen al autor
I Del Albaicín a la Alhambra
Tuvimos la suerte de hospedarnos en un hotel que se aloja en el
Palacio Santa Inés en pleno barrio de Albaicín. Casi todas las construcciones
que vemos en el barrio datan de los primeros cincuenta años de la Granda
cristina. El edificio en que se encuentra el hotel, por ejemplo, comenzó a
construirse en 1520.
Salimos
de nuestro albergue hacia una pequeña plaza seca que, obviamente, se llama
Santa Inés. Bajamos cincuenta metros por la Cuesta de Santa Inés y dimos con la
Carrera del Darro. Éste es un río que separa nuestro barrio de las murallas,
altamente fortificadas de La Alhambra… Si nuestro deseo fue estar en Granada,
qué lugar mejor.
Recorremos
el barrio por la ribera del río, la calle se llama ahora Paseo del Padre Majón.
Atravesamos unas plazas en el sitio que llaman Paseo de los Tristes. Torcemos
por la Cuesta del Chapiz y empezamos a subir por ella hasta dar con el Archivo
Histórico de Granada que se aloja en el Palacio de los Córdova.
En la
ribera dominan los palacios renacentistas, arriba el pueblo blanco de fuerte identidad
mozárabe, se adueña del paisaje urbano. Todo el bello y nos transporta en el
tiempo hacia la época de los reyes católicos… me pregunto, si todo está como
estaba, sólo modificado el mantenimiento de los edificios y la readecuación a
las nuevas funcionalidades de la vida…
…la
historia vuelve a repetirse. El relato de un guía en San Millán de la Cogolla
que nos dijo que un ala del monasterio fue demolida a principios del siglo XX
porque el gobierno consideró que no tenía valor patrimonial. La imagen de un
mercado de estilo inglés de más cien años en Zaragoza que quieren desmantelar,
aunque la población se opone (veo su ubicación y pienso que para construirlo
debió demolerse parte de la muralla romana)… No, no, no… aquí es distinto… no
es un relato sin fundamentos eruditos, ni un producto de mi imaginación… aquí
hay una infografía oficial del ayuntamiento de Granada.
Allí
se nos informa que el Palacio de los Córdova, claro ejemplo del renacimiento
español, debió ser reconstruido a fines del siglo XX, en otro sitio de la
ciudad, debido a que en 1919 fue demolido para dotar a Granada de un diseño urbano
moderno. Claro está que, en este caso, existió la afortunada circunstancia de
que aquel adelantado “desarrollador” que lo demolió, conservó los materiales.
En
fin, así son y han sido los caminos de la conservación patrimonial en
Occidente. Por suerte, la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad a todo el
barrio del Albaicín en 1994…
De
regreso al hotel, me detengo en el Paseo de los Tristes a contemplar la otra
ribera del Darro. Las fortificaciones de La Alhambra son imponentes, parecen
inexpugnables, y sin embargo… Medito en que hay un algo de debilidad en todos los
muros y fortificaciones que han construido los hombres en el tiempo. En el largo
tiempo, ninguno resultó realmente inexpugnable… La Alhambra tampoco. Me domina
la impresión de que se debilitan cuando pierden el contacto con la tierra que
los nutre y las gentes que la habitan… Pero no me hagan caso, es sólo una
impresión personal.
II En La Alhambra
Imposible
describir La Alhambra sin caer en lugares comunes. El recorrido por los
Palacios Nazaríes, construidos en el siglo XIV, es, como dicen los españoles,
acojonante.
Con
Haydée recorremos el conjunto en que se superponen los palacios del Reino
Nazarí, el último bastión de dominio musulmán en España, y los muy renacentistas
Palacio de Carlos V e Iglesia Santa María de la Alhambra, construidos en los
siglos XVI y XVII. El conjunto está muy bien conservado y se observa, en cada
tramo la tarea que los curadores realizan a diario.
Al
contrario del caso del Palacio de los Córdova, la restauración y conservación
de La Alhambra se inició en el primer tercio del siglo XX.
Caminamos
rincones de admirables artesonados y estucos, fuentes y patios, bellas
decoraciones. En un momento me abandoné al ensueño, me alejé de las historias
positivas que transmiten folletos e infografías y me sentí transportado al
siglo XIV y a la vida de la corte musulmana, como un observador inoportuno.
¿Por qué tanta agua en los patios y los jardines? ¿Acaso estos hombres con
atavismos del desierto imaginaron el paraíso bajo la especie de un oasis e
intentaron reproducirlo puntualmente en estos palacios?
III Granada para vivir
Granada, ¿Es algo más que La Alhambra y
el Albaicín?… Sí, por supuesto. Granada es una bella ciudad. Algo digo de su
gastronomía en otra parte y aquí de su catedral. Cuando entramos en ella, dimos
con una impresionante colección de libros de pergamino con escritura musical
para canto gregoriano. La recorrimos con parsimonia, acompañados por la
increíble luz natural que el sol de Andalucía produce entre sus naves.
Siento que no tengo cosas nuevas para
decir de La Alhambra y de Granada… prefiero que hablen Washington Irvin,
Agustín Lara y Rafael Alberti y quedarme con la secreta satisfacción de haber
vivido momentos de íntima felicidad en esta ciudad.
Teníamos que buscar nuestro auto en un
estacionamiento público fuera del Albaicín. El área que ocupa el barrio que nos
hospedó tiene acceso restringido de tránsito. Los pocos vehículos autorizados,
entre ellos, los taxis, tienen un recorrido fijo para seguir. Esto es, ingresan
por la Carrera del Darro, suben por la Cuesta de Chapiz y regresan a la ciudad
atravesando el corazón del pueblo blanco. Maravillados por el paisaje de
despedida, le comentamos al taxista que nos había gustado Granada, pero que nos
íbamos con gusto a poco, que es una ciudad para estar más tiempo… Sin mirarnos,
simplemente nos contestó “Granada es para vivir”.
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