Willy Cersósimo
05/2016
Colalao
del Valle. Se encuentra a una altura de 1815 metros sobre el nivel del mar,
creció a orillas del río Santa María que le tributa sus aguas y alimenta sus
tierras. Limita al norte con Tolombón (Salta), al sur con Santa María
(Catamarca), al este con las Cumbres Calchaquíes y al oeste con las sierras de
El Cajón o Quilmes. La actividad económica principal es la producción de nueces,
especias, productos artesanales y vinos.
Este
lugar es, sin duda, privilegiado para el descanso y la meditación debido a la
benignidad de su clima, su paisaje encantador, la lentitud del paso del tiempo,
la humildad de sus viviendas y la tranquilidad contagiosa de sus calles. Está
enmarcado por un sereno paisaje que invita a recorrerlo a pie o a caballo. Está
a escasos 190 km de la ciudad de San Miguel de Tucumán capital de la provincia.
Su
historia se remonta a principio del siglo XVIII. Luego de la conquista, en este
lugar se asentaron familias de origen español. Durante ese siglo, el valle estuvo
bajo las órdenes de comandantes españoles, el último de ellos, fue el
terrateniente Valentín Armella. Hacia fines del siglo XIX, la pequeña villa se
transformó en un lugar de veraneo gracias a su clima seco y a su atractivo
paisaje. La palabra Colalao proviene del quichua y su significado es: astuto,
talentoso, triunfador y también arrullo de palomas. En quechua collai es:
cacique y lao: pueblo (pueblo del cacique collai). Llamado "el corazón del
Valle Calchaquí", Colalao del Valle es un pueblo donde se dice que Dios
creó belleza, música y poesía. Este poblado es un gran alhajero que guarda
celoso toda la sabiduría del espíritu indígena.
En
este Paraíso ubicado en la Tierra
llegó a fines del siglo XIX, Baltazar Chico proveniente de Barcelona y recorrió
el Valle con la intención de implantar viñedos. Unos años más tarde, a
principios del siglo XX, implantó en Colalao del Valle los viñedos que darían
origen a la primera bodega tucumana.
Como
vemos, la producción de vinos en Tucumán no es algo nuevo. No podemos negar que
hablar de vinos en Tucumán puede sorprender a muchos, pero lo cierto es que
esta provincia tiene una historia vitícola que se remonta al siglo XVI cuándo,
cómo en muchos otros puntos del país, los jesuitas elaboraban sus vinos de
misa, incluso existen registros que aseguran que para 1880 la provincia contaba
con unas 300 hectáreas en producción; aunque para inicios del siglo XX, la
actividad comenzaba a perder fuerza y solo algunos productores mantendrían viva
la llama del vino tucumano. Entre estos se destaca Baltazar Chico quien fundó
su propia bodega en Colalao del Valle en 1910 llegando a tener 83 hectáreas en
producción que aun hoy se mantienen en pie en manos de sus nietos.
El
porqué de su origen y su subsistencia hasta el siglo XXI lo podemos encontrar
en el terroir. La actual industria vitivinícola de Tucumán se ubica en el área
central del Valle Calchaquí, la reconocida geografía denominada sub-andina que abarca
las provincias de Salta y Catamarca. Es en estos suelos arenosos y rocosos de
origen aluvional que los salteños explotan magistralmente bien con sus vinos de
Cafayate que es el epicentro vitivinícola calchaquí, ubicado a unos escasos cuarenta
kilómetros de Colalao del Valle. Es por esto que no debemos extrañarnos de la
vitivinicultura que se desarrolla en Tucumán ya que comparte uno de los
terruños más interesantes del país, famoso en el mundo por la altura de sus
viñas que en el caso de Salta se ubican entre los 1750 y 3100 metros sobre el
nivel del mar.
A
pesar de habitar el mismo valle la ubicación de los viñedos tucumanos se
encuentra algo mas al sudeste lo cual le imprime características diferenciales
en cuanto a temperatura y lluvias.
A
diferencia de lo que ocurre en Cafayate, en Colalao el régimen de lluvias se
ubica entre los 80 y 150 milímetros anuales siendo más seco, mientras que los
vientos constantes aseguran una temperatura más moderada, mayor amplitud
térmica y una sanidad inobjetable. Aquí los veranos son muy calurosos mientras
que los inviernos son muy fríos a pesar de sus 350 días de buen sol. Es a
partir de estas características que la actual viticultura se orienta hacia la
elaboración de vinos de alta gama.
Gracias
a su trabajo, la Cámara de Bodegas y Viñedos del Tucumán, bajo un programa
integrador, busca destacar y difundir las particularidades de los proyectos de
la provincia. Desde hace aproximadamente unos diez años nuevos actores se han
sumado a la escena con la intensión de aggiornar la imagen del vino tucumano y
aprovechar este terruño olvidado por largos años. En los orígenes de la
viticultura de este rincón calchaquí el desarrollo fue de la mano de las uvas
criollas, en cambio hoy las cepas cultivadas son Torrontés, Malbec y Cabernet
Sauvignon como protagonistas mientras que también encontramos Bonarda, Syrah y
Tannat. Debido al tipo de clima y condiciones del valle los vinos ostentan gran
carácter, especialmente los tintos, con colores profundos y concentrados, con
una paleta aromática altamente expresiva y paladar firme. En conclusión un
estilo que se asemeja al de los vinos de altura salteños pero con una
estructura más marcada y a la vez con una acidez vivaz e interesante.
Un
capítulo aparte merece el Torrontés en el que se observa una personalidad
propia que lo diferencia de los elaborados en Salta o La Rioja. Aquí el
Torrontés es de una aromática menos invasiva, donde se destacan las frutas de
carozo y blancas, con un fondo floral nítido mientras que en el paladar es
amplio y graso.
La
provincia explota estratégicamente este renacer vitivinícola en el Valle
Calchaquí al combinarlo con el turismo arqueológico que invita a contactarse
con los pueblos originarios y su cultura, siendo Amaicha del Valle un alto
obligado para luego visitar la maravillosa Ciudad Sagrada de los Quilmes. En la
zona de viñedos de las bodegas en actividad las que más se destacan por sus
construcciones son Arcas de Tolombón y Bodega Posse dos proyectos cuyos vinos
demuestras una apuesta decidida a competir en las grandes ligas. En ambos casos,
las visitas son recibidas con una degustación y un recorrido por los viñedos e
instalaciones.
Dentro
de los proyectos más pequeños, encontramos a Estancia Río de Arena que recibe a
los turistas en su hostería donde el mismo Roberto Carro, propietario de la
bodega, siempre está listo para contar todo sobre sus vinos acompañado por sus famosas
empanadas. Uno de los proyectos más curiosos e interesantes es Altos de la
Ciénaga en pleno corazón del pueblo de Colalao del Valle.
Aquí
Luis Rolando Díaz elabora un vino casero que sorprende a todo el que lo
descubre. La degustación la realiza en la misma casa familiar a la sombra de
una parra en compañía de los dulces que elabora su madre y los frutos secos que
la familia produce en la zona. Y por último, para conocer toda la historia de
este terruño centenario es imprescindible visitar la bodega más antigua de la
región, Chico Zossi donde los miembros de la familia siempre están dispuestos a
compartir su vino junto a la historia de Baltazar y recorrer los viñedos.
La
bodega Chico Zossi es, como dijimos, la primera de la provincia, fundada en el
año 1910 y produce sus vinos desde 1916. La historia se inició con Baltazar
Chico, que arrancó con la bodega cuando llegó de España. Hoy, un siglo después,
Baltazar Chico Zossi y su hijo Baltazar están a cargo del emprendimiento
viñatero. Sólo dejaron de producir durante algunos años en la década del ‘60.
Lograron levantarse y continuar, imbuidos por la pasión familiar de elaborar
vinos. La bodega, que produce unos 20.000 litros de vino al año, cuenta con una
sala de degustación que está abierta al público. Para Baltazar, Tucumán no está
actualmente a la altura de Salta o de Catamarca porque no se han realizado las
inversiones necesarias, lo que sí ocurrió en ciudades como Santa María y
Cafayate. Las condiciones del suelo y las climáticas están dadas, y la uva
torrontés, entre otras, posee mucha más sanidad que la de otras provincias.
Las
líneas de vinos que producen son: “Chico
Zossi Malbec”, 100% Malbec. Notas
de cata: Se presenta con aroma a frutos rojos como ciruela y a pasas de
uva, típicos de la variedad. En boca es suave, de taninos redondos y dulces, de
acidez agradable y de un sabor final en boca muy persistente. “Chico Zossi
Torrontés”, 100% Torrontés. Notas de cata: Posee un color amarillo con reflejos
verdosos, aromas que recuerdan a rosas, y un sabor fresco y cítrico; producto
de la armoniosa combinación entre las cualidades de la uva y la potencia que le
aporta terroir. “Chico Zossi Torrontés Dulce Natural”, 100% Torrontés. Notas de
cata: De color amarillo limpio, su aroma recuerda a miel y flores. En boca
presenta un sabor fresco y untuoso; cualidades que se equilibran gracias a su
excelente terroir y su cuidada elaboración.
El
riego de los viñedos se realiza por goteo en la mayoría de los casos, aunque también
se aplica el riego por manto. Siempre se utiliza agua pura de deshielo, lo cual
favorece a la pureza de la uva.
La
combinación entre la altura, que alcanza hasta 2500 metros sobre el nivel del
mar, las óptimas condiciones climáticas, que a su vez repercuten en el suelo
haciéndolo fuerte y resistente y el agua de deshielo dan como resultado vinos
con una impronta única que concentran en cada botella la personalidad de una
región que, a pesar de estar ubicada en la provincia más pequeña de la Argentina,
se proyecta en grande gracias a la calidad de su producción.
Como
vimos la tradición vitivinícola en la provincia se inició en el siglo XVI.
Luego, en el siglo XIX, comenzaron a elaborarse vinos para el mercado interno
con uvas de la variedad Criolla Chica. A partir de 1910, Baltazar Chico,
principal productor de la época, expandió la superficie de sus viñedos gracias
a canales de riego y represas, logrando hacia la primera mitad del siglo XX
exportar vinos a los países limítrofes. Para adecuarse a los avances
productivos, importó maquinaria francesa como una prensa, una trasegadora, y
filtros, logrando alcanzar una capacidad de producción de 40.000 litros anuales
que se destinaban tanto al mercado interno como a la exportación.
Durante
las décadas del ’60 y del ’90 la bodega entró en un impasse, dedicándose
exclusivamente a comerciar sus uvas a bodegas aledañas de la vecina región de
Cafayate en Salta. De la mano de la tercera y cuarta generación, a principio de
los 2000 retomó su actividad, apoyándose en un viñedo fortalecido por años de
trabajo, con la premisa de exponer aquel potencial que Baltazar Chico descubrió
en la mítica región.
En
la actualidad, la superficie de los viñedos alcanzan las 89 hectáreas, en las
cuales hay implantadas uvas de las variedades Tannat, Malbec, Syrah, Bonarda,
Torrontés y Cabernet Sauvignon. Todas cepas de gran producción a nivel nacional
y mundial pero distintas de todo lo conocido gracias al carácter esencial del
Valle Calchaquí.
Baltazar
Chico, bisnieto de Baltazar Chico, cuenta que su bisabuelo llegó a Colalao del
Valle a fines del siglo XIX, cautivado por el complejo paisaje del Valle
Calchaquí, que fue consciente del potencial que este lugar posee para el
cultivo de la vid y que funda por los años 1910 la primera y única Bodega de
Tucumán en aquella época. Mediante la construcción de una represa, amplió la
plantación de viñedos que abastecieron la bodega logrando así su primera
exportación. El emprendimiento demandó un gran esfuerzo ya que no había medios
de locomoción ni caminos adecuados.
En
1937 su heredero Luis Antonio Chico administra la bodega y los viñedos hasta
1954. En 1960 la bodega deja de funcionar, pero sigue la tradición familiar de
la mano de María Zossi de Chico, viuda de Luis Antonio Chico, quien implantó
nuevos varietales y le trasmitió la pasión familiar de producir vinos a su hijo
Francisco Baltazar Chico Zossi, que a fuerza de trabajo, sacrifico y austeridad,
luego de graduarse en la Escuela de Agricultura, abre nuevamente la bodega bajo
una empresa familiar de menor escala, que combina el gran potencial que
vislumbraron los antepasados, con el espíritu innovador de sus hijos.
Actualmente
es la cuarta generación que continúa con dedicación y empeño en la elaboración
de vinos de alta calidad en una empresa familiar, pionera en la Vitivinicultura
en Tucumán.
María
Zossi de Chico, fue la primera que le puso nombre a la finca y la bautizó como
“La Perseverancia”, y la elección no fue al azar, representa el valor de una
familia que a través de cuatro generaciones, con los altibajos propios de un
siglo de trabajo y esfuerzo, logra mantener vivo el sueño que Baltazar Chico tuvo
cuando sus ojos vieron por primeras vez estas generosas tierras.
Muy interesante y completa la información! Gracias por compartir!
ResponderEliminarGracias, cocinaros, por su comentario.
EliminarExcelente nota. Felicidades a la familia Chico Zossi por su "perseverancia" y entusiasmo
ResponderEliminarGracias, Anónimo, por su comentario.
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