Buscando el origen del gusto socialmente constituido por las carnes asadas en La Argentina, he imaginado algunas hipótesis. Claro que el culpable no fue Adolfo Dembo como se pregunta el título(1); pero mi apelación, con las debidas disculpas del caso a la persona del ilustre docente, intentan dar fuerza a una de las hipótesis surgidas en mi imaginación y dejo planteadas en estas notas.
Espero que no
se moleste el lector por la formulación que hago de una serie de reflexiones
que acaban en una serie de preguntas para las que aún no tengo respuesta. Sin
embargo, hacer preguntas adecuadas, creo que las mías lo son, es andar una
parte importante del camino a la verdad… tal vez, la tengo ahí, frente a mis
propios ojos y no puedo verla.
IV El
gusto inglés por nuestros asadores
Antes de
meternos de lleno en el tema, quiero dedicar unos párrafos por el gusto inglés
por nuestros asados. Este acápite que puede ser tomado como una digresión o
como un aspecto de mi artículo anterior (cuyo subtítulo, “Give my curry” alude
a una expresión, al reclamo de un inglés que pedía salsa a los paisanos y que
estos escuchaban como “chimichurri”), es también una luz para iluminar las
razones principales de esta segunda parte.
Ya transcribí,
las impresiones de soldados británicos que estuvieron en el Río de la Plata
durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y de un inglés que vivió en
Buenos Aires quince años después(2). Todos coinciden en apreciar el modo de
comer la carne de los gauchos más que como lo hacen los porteños. Agrego dos
testimonios del siglo XX que subrayan esa admiración de los ingleses por
nuestro asado.
Leemos en el libro de Juan Carlos
Martelli y Beatriz Spinosa sobre la cocina criolla:
“Un inglés moderno, el zoólogo, ecologista y etólogo
Gerald Durrell (hermano de Lawrence, el de El Cuarteto de Alejandría) ha
descripto el ceremonial clásico del asado, sus luces, sus sensaciones con el
colosal asombro de un extranjero inteligente.
”...Nos echamos alrededor del fuego y
bebimos vino tinto mientras se hacía nuestra comida... He asistido a muchos
asados en Argentina, pero aquel primero en la Estancia de Huich: quedará para
siempre en mi memoria como el más perfecto. El maravilloso olor de las ramas
secas, ardiendo mezclado con el olor de la carne asándose, las lenguas rosas y
anaranjadas de las llamas, alumbrando las paredes verdes, hechas de cipreses,
del refugio, y el ruido del viento golpeando ferozmente contra esas paredes,
para apagarse luego en un suave suspiro al enredarse y debilitarse su fuerza en
la red de ramas, y sobre nosotros el cielo de la noche, con un temblor de
estrellas, iluminado por una frágil brizna de luna. Beber un trago de vino
tinto, suave y tibio, inclinarse luego hacia delante para cortar un bocado de
carne aromática de la red burbujeante que tenía enfrente, mojarlo en la salsa
picante de vinagre, ajo y pimentón, y meterlo, dulce y jugoso en la boca, me
pareció uno de los actos más satisfactorios de mi vida....
”...Pronto, cuando nuestros ataques a la res
se hicieron más esporádicos, Huich tomó un trago de vino, se limpió la boca con
el dorso de la mano y me miró desde el otro lado de las ascuas rojas y
palpitantes, tendidas como una espléndida puesta de sol en el suelo.
”-Mañana -dijo sonriendo-, ¿Vamos a los
pingüinos?
”-Sí, sí -contesté sonriendo, inclinándome
hacia delante, por pura avaricia, para cortar otra tirita de piel crujiente de
los restos de oveja que se enfriaban -mañana, a los pingüinos.”(3)
Creo que este texto de Bee Wilson
(historiadora inglesa contemporánea), explica de alguna manera esa afinidad que
hay entre argentinos y británicos en la manera de comer el asado en:
“Otro aspecto crítico del asado a fuego
abierto era situar la comida justo en la posición adecuada. Muchos creen que
asar al espetón consistía en asar sobre fuego, cuando en realidad el
asado se realizaba a una buena distancia de la llama, y la carne solo se
acercaba al final, para que se dorase. Esta es una técnica similar al asado
argentino actual, en el que se cocinan lentamente animales enteros, dispuestos
en espetones inclinados situados a más de medio metro de una hoguera alimentada
con carbón vegetal, hasta que la carne queda suculenta y ahumada. Un asador
experimentado sabía que situar la carne a la distancia adecuada era
determinante a la hora de controlar la acumulación de calor en la superficie.
/.../.”(4)
Retengamos esta imagen para ver cuál es la verdadera
manera del asado que comían los gauchos: fuego abierto y al aire libre,
asadores y carne jugosa. Esa manera es nuestro punto de partida. La carne muy
cocida y el uso de la parrilla es nuestro punto de llegada.
V La
lectura de Dembo
La primera
hipótesis que tuve en relación con los cambios en el gusto argentino sobre el
punto del asado fue la de pensar que la sobre cocción de las carnes era una
política de salud pública impulsada por la eficacia del sistema educativo
emergente del Estado formateado en las ideas del la Generación del Ochenta.
¿Dónde ver
esas políticas de salubridad? Había dos lugares propicios: los textos de
biología de la Escuela Secundaria y las prescripciones médicas de moda.
Busqué en mi
memoria para ver cómo aparecía todo esto en mi infancia y mi adolescencia, pensé
en las prédicas de mis maestros y profesores que tomando los criterios
científicamente difundidos de prevención de zoonosis nos enseñaban a evitar el
contagio de la taenia saginata, la temida lombriz solitaria que se adquiría a
partir de comer carne de vaca infestada.
De
modo que decidí ir a las fuentes y consultar el Curso de zoología de don Adolfo Dembo. En la edición de 1958 se
lee:
“Taenia saginata produce inflamaciones intestinales e
intoxicaciones. Llega al intestino humano al ser ingeridos sus cisticercos
conjuntamente con la carne contaminada. Por lo tanto, el mejor modo de evitar
la infestación es destruir los cisticercos, y esto se consigue sometiendo los
alimentos a una temperatura de 50º.”(5).
¿En qué punto
queda la carne después de ser sometida a esa temperatura? En el que los franceses
denominan saignant, es decir sangrante (sellado por afuera y rojo, muy jugoso,
por dentro). Para el gusto argentino socialmente constituido esa carne está
cruda.
De modo que
por ahí no es… que Dembo no tiene la culpa de nada.
¿Y las
prescripciones médicas? Parece que tampoco. Recuerdo que una amiga me decía que
comía la carne muy cocida porque de chica su abuelo la obligaba a tomar jugo de
carne. Este se obtenía prensando carne cruda. Decía también que su abuelo
seguía prescripciones médicas de la época.
Sería
interesante seguir la historia de estas prescripciones, pero aún no he tenido
acceso a estudios realizados por investigadores médicos e historiadores sobre
la materia. Mis amigos médicos no han podido orientarme. Además, hay una sutil
separación entre las prescripciones médicas reales y lo que las gentes suponían
tales. De modo que el tema es muy difícil de historiar.
Sólo
traigo un caso anecdótico que nos impide identificar esa diferencia, pero nos
asegura que ese poder disciplinante del sistema de salud o no era tan eficaz o
nada tiene que ver con el cambio del gusto. Ofelio
Vecchio, pionero en la historiografía local del barrio de Mataderos, nos cuenta
que a principios del siglo XX, la matanza de animales en el Mercado de
Haciendas se hacía con público. ¿Qué buscaba el público presente?
“Una vez rematada la hacienda, a tanto de peso vivo, los
compradores (exportadores, matarifes, etc.) mataban en el mismo matadero o en
mataderos particulares; se mataba en la playa al efecto: pasaba del corral a la
playa, de la playa al yugo, donde se la desnucaba con una especie de cuchillo
corto, uno de los cuales puede apreciarse en el Museo Criollo de los Corrales y
luego se la degollaba, cayendo al suelo la sangre.
”En los primeros años, continuando la costumbre de los Corrales
Viejos, asistía público para ver cómo se mataba; ello dió lugar a escenas que
algunos aún recuerdan como la creencia que algunas enfermedades se curaban
encerrando al niño en el vientre vacío de la vaca.
”/…/.
”Madres envueltas en vestidos y tapados de buena ropa, llevaban
consigo en brazos, bien arropados, a niños de muy corta edad que lastimeramente
traducían alguna dolencia que merecía ser tratada.
”Hombres bien trajeados, con sombreros de fieltro, algunos de
copa, apoyados en un bastón, sufrían la falta de una normal circulación
sanguínea y mujeres maduras y ancianas, tenían envueltos en trapos sus manos y
brazos, escondiendo un deformante reumatismo.
”Los trabajadores del establecimiento al verlos llegar, los
miraban con lástima; en nuestro barrio, se nacía, se crecía, se vivía sanos y
fuertes, la abundancia de alimentos estaba al alcance de todos y las proteínas
de la carne, las vitaminas de las frutas, los minerales de los vegetales, les
daban aquel aspecto de atletas y luchadores envidiables.
”Mientras miraban cómo se mataba una vaca, preparaban una copa
alta, y con la mano tendida, con la mirada esperanzada, obtenían sangre
caliente del animal degollado. Llenada la copa, que la recibían de algunos de
los muchos chicos -hijos o conocidos de los matarifes- con una cucharita larga,
la “batían”, retirando la espuma y luego dándose vuelta para no ser mirados, se
bebían en uno o dos sorbos el contenido. Se limpiaban los labios con un pañuelo
que luego tiraban, para volver al día siguiente siempre con la esperanza de que
su tos, su tisis, su tuberculosis, se frenara, se curara, desapareciera.”(6)
De modo que,
sin más información disponible, la hipótesis del impacto de las políticas de
salubridad sobre el punto de las carnes, parece llevarnos a una vía
muerta.
VI Los
cocineros académicos y las ecónomas
Para completar
mis búsquedas sobre las políticas sanitarias, he intentado ver las
recomendaciones de higiene que se pueden encontrar en viejos recetarios
argentinos(7) y españoles(8) que tengo disponibles en mis bibliotecas. Nada hay
en ellos acerca de la necesidad de sobre cocinar las carnes para que no resulte
tóxica.
Con todo debo
destacar algunos detalles. Todas las recetas que se transcriben en estas
colecciones, suponen asados hechos en el horno o sobre una parrilla. La única excepción
se encuentra en la receta de Mercedes Torino de Pardo que publica Juana Manuela
Gorriti (1891)(8) de la que hemos hablado en la Primera Parte de este artículo.
Aunque ésa parece una receta tardía, expuesta más con vocación etnográfica que
con sentido testimonial acerca de cómo se preparaba el asado en las casa de la
burguesía argentina a fines del siglo XIX. El resto de las recetas del capítulo
del libro, usan la tecnología de brasas y parrilla que veremos más
adelante.
Es más en El cocinero práctico (1892)(9), hay un
interesante capítulo inicial que describe las ventajas del uso de los fuegos
cerrados en la cocina de fines del siglo XIX. Volveré a referirme a este texto
más abajo.
El otro
detalle que se destaca en mi consulta es una referencia de doña Petrona de 1942
sobre el punto en que debe servirse el asado al horno. Dice la cocinera
nacional: “Esta carne debe resultar jugosa y algo rosada, pues seca no es
agradable”(10). La recomendación está relacionada, en mi opinión, con la idea
de que el asado a la parrilla puede comerse más cocido (lo que los argentinos
llamamos a punto) sin que por ello resulte menos agradable. El párrafo prueba, también en mi opinión,
que el punto del asado argentino, tal y como lo conocemos hoy ya estaba
socialmente consagrado cuando se editó el libro.
VII El
asado de los inmigrantes
Haciendo agua
en relación con las prescripciones sanitarias a través del sistema educativo y
de la prédica de ecónomas y cocineros, dirigí mi mirada a la inmigración
europea en La Argentina.
El gran ciclo
de esa inmigración fue entre 1880 y 1914. Coincide, por cierto, con el momento
en que se produce el cambio del gusto argentino que estamos analizando. ¿Puede
explicarse ese cambio por la influencia de los inmigrantes?
Son muchos los
autores que señalan que los inmigrantes que llegaron a nuestro suelo eran
dueños de dietas basadas en verduras y hortalizas (la que hoy conocemos como dieta
mediterránea, es uno de los casos más típicos). En ellas, la carne formaba
parte de guisos y cocidos sustanciosos y rendidores. Era una dieta de la
pobreza. Pero al llegar a nuestro suelo adoptaron aquí el patrón cárnico y, por
ende, el asado.
Trascribo
un fragmento de un bello libro de Ana María Shua sobre la cocina judía en
nuestro país que da cuenta de esta adopción:
“No es extraño, entonces, que ante la abundancia de este
alimento tan raro, difícil y deseado como era para los pobres de toda Europa la
carne de vaca, todas las colectividades hayan dejado su platos típicos para
abalanzarse sobre el asado y el bife.(11)”
Por
su parte, Patricia Aguirre, siguiendo a Emilio Daireaux sostiene que:
“Para 1888 el
puchero (una mezcolanza “abundante y burguesa” de carne legumbres y verdura)
era el plato cotidiano debido a su costo mínimo. Pero el preferido en la escala
de valoración de la cocina era el asado, de carne vacuna y cuarto trasero. Más
atrás le siguen las empanadas y la carbonada (todos son platos a base de carne)(12).
Es que la carne barata conspiraba contra la adopción de otros patrones
alimentarios. Los inmigrantes, acostumbrados a lo que hoy llamaríamos “dieta
mediterránea” (que ellos consideraban dieta de la escasez) rápidamente la
abandonaron a favor del régimen carnívoro de los porteños. Es más, serán estos
inmigrantes los que “inventarán” el asado como se conoce hoy día: acostando la
vaca sobre una parrilla horizontal, a diferencia del asado gaucho, que era
vertical “a la cruz” una pértiga de madera o metal con brasas a su alrededor.(13)”
Aunque podamos
demostrar que fueron los inmigrantes europeos los que impusieron el uso de la
parrilla y que fue la adopción de este implemento lo que determinó el cambio;
sólo podremos decir que esas poblaciones nuevas participaron del cambio en el
gusto, pero de manera incidental. Hasta ahora, siguiendo a la Dra. Aguirre,
puedo dar por cierta la primera afirmación. Sin embargo, no puedo afirmar más que
lo dicho sobre la generación del nuevo gusto porque no puedo afirmar que fue el
uso de la parrilla y de la cocción sobre brasas lo que determinó ese cambio.
VIII Confluencia social y tecnológica
De acuerdo con
los testimonios expuestos tenemos que situar el cambio del gusto sobre el punto
de cocción del asado en una coordenada de tiempo (digamos, el último tercio del
siglo XIX) en que coincide, precisamente, con la confluencia de diversas
circunstancias que pueden ser asociadas de una manera u otra al cambio: la
afluencia de inmigrantes y el impacto sobre la población rural, el criollo
asumido como trabajador asalariado, el mejoramiento de las razas bovinas, la
adopción de un sistema racional de cortes y las nuevas tecnologías en la cocina.
El
tema de la evolución de la cocina civilizada en Europa merece ser nuestro
próximo foco de atención. Me parece interesante, en este punto del relato,
rescatar un párrafo de un recetario español de 1892 que da cuenta de estos
cambios en la cocina del orbe civilizado:
“Para calentar y cocer las
viandas se emplean en la actualidad dos
clases de aparatos, descartando los primitivos y anticuados hogares bajos que
aún predominan en las aldeas y localidades pequeñas, donde no se dan cuenta de la trascendencia que tiene el
buen arreglo de las comidas.
”En las cocinas modernas se
usan los fogones y las hornillas. Los primeros se caldean con carbón de leña y
han de tener por lo menos tres bocas, una de 18 centímetros cuadrados, y las
otras de 15. /…/.
”Los
fogones metálicos se calientan con cok ó hulla que se introduce en una cavidad
colocada en la parte inferior, y desde la que el calor irradia a las hornilla.
El tubo ó chimenea lleva una ó varias planchas circulares que sirven para
graduar el calor. /…/.”(14)
La
ya citada historiadora inglesa Bee Wilson, también señala el impacto de esas
nuevas tecnologías en la cocina europea:
“/…/, y me quedo atónita al
pensar lo inusual que es ahora organizar toda una casa alrededor de un hogar
abierto. Antiguamente casi todo el mundo vivía así, porque un solo fuego servía
para calentar la casa y calentar el agua para lavar y cocinar. Durante milenios,
toda la cocina consistía en asar de uno u otra forma. Hoy en día, en los países
en vías de desarrollo, los más pobres siguen cocinando al calor de un fuego
abierto.
”En cambio, en nuestro mundo, el fuego ha sido “cerrado”
paulatinamente, y ya solo encontramos fuegos abiertos en las barbacoas o en las
hogueras de campamento, /…/. Muchos de nosotros declaramos sentir un cariño
particular por la carne asada (/…/), pero no tenemos ni los recursos ni las
ganas de disponer nuestras casas al servicio de la cocina a fuego abierto.
/…/.”(15)
La Argentina
de la Generación del Ochenta adquirió bastas prácticas de la modernidad
europea. La tendencia a dejar de lado los fuegos abiertos de los fogones sobre
el piso para controlarlos con un nuevo utillaje de fogones cerrados (las
primitivas cocinas a carbón de hierro fundido), no es menor en nuestro tema.
¿Se puede
establecer un sistema de causalidades en esta encrucijada en La Argentina y un
papel determinante a la modernidad de la cocción con fuegos cerrados? No creo
que podamos ir más lejos que la idea de que esta confluencia ha facilitado el
cambio en el gusto, pero no lo ha determinado. Hay un par de cuestiones que
llaman la atención y nos obligan a refinar la mirada.
La primera es
que el reemplazo del asador por la parrilla no supone la adopción de una
tecnología de fuego cerrado. La parrilla, tal y como la conocí hace sesenta
años, representaba claramente la pervivencia de los fuegos abiertos. Hacer un
asado era una aventura masculina que se ejercía a cielo abierto y fuera del
local destinado a la cocina donde el fuego estaba bien controlado por aparatos
de que iban desde las cocinas económicas a leña (que aún se usaban, en 1960, en
ámbitos rurales) y las cocinas eléctricas, a kerosene o gas (propias de los
ámbitos urbanos). Si esto era así a mediados del siglo XX, no podría haber sido
más moderno en el último tramo del XIX.
Por otro lado, también es llamativo que aparezca una
pequeña confusión de léxico técnico. En el ámbito académico, se suele llamar “asado”
a las cocciones realizadas a partir de cruces o espetones enfrentados con
llamas o brasas y a las cocciones de carnes al horno. En tanto que se denomina “grillado”
a las cocciones hechas sobre la parrilla o en la plancha dispuesta sobre una
hornalla. ¿Por qué seguimos llamando asado argentino a las parrilladas de
carnes, embutidos y achuras?
Ambas cuestiones parecen representar una necesidad de
anclaje en un pasado primitivo donde cocinar al fuego y cielo abierto es visto
como la seña de una identidad.
Habría que preguntarse, adicionalmente, si es precisamente
la parrilla la que favorece la tendencia a dejar que unas carnes, a fines del
siglo XIX, se cocinen con mayor morosidad y, por ende, resulten mucho más
cocidas que lo habitual entre los gauchos. ¿Acaso no pueden asarse carnes a la
cruz con proverbial morosidad?
Tal vez, tengamos que utilizar una mirada más dinámica, no
buscar un momento de quiebre que no
vamos a hallar; sino una transformación paulatina, un proceso de cambio que
puede abarcar décadas.
Si releemos la letra chica de los testimonios ya expuestos,
podemos percibir que, a medida que se avanza en el tiempo, la prevención de los
europeos por la carne casi cruda va desapareciendo de los textos; pero no
ocurre lo mismo con la presencia de los asadores y de los fuegos abiertos.
Las primeras experiencias de gauchos transformados en peones rurales son
tempranas, primeras décadas del siglo XIX. Los textos de Juan Manuel de Rosas y
José Hernández que cita Mario Silveira dan cuenta de la idea de que las cocinas
deben construirse cerca a la casa principal de una estancia, pero separada de
ella. La propuesta es que se trate de un pabellón independiente destinado servir,
a la vez de cocina y de albergue para los peones(16).
Es evidente,
para los rioplatenses, por lo menos, que en los últimos cincuenta años, las
parrillas han seguido evolucionado hacia un mayor control del fuego. Muchas
parrillas poseen dispositivos que las transforman en un instrumento donde el
fuego queda totalmente encerrado, casi como en un horno, facilitando las burlas
de los asadores más tradicionalistas… pero no todo está perdido para los
amantes del fuego abierto.
Notas y Bibliografía:
(1) Leemos
sobre el Profesor Adolfo Dembo: “Diplomado en el Instituto Nacional del
Profesorado Secundario (Buenos Aires). Titular de Anatomía Artística e Higiene
Industrial en las Escuelas Técnicas Municipales “Raggio”. Profesor de Ciencias
Biológicas en la enseñanza media. Miembro correspondiente de la Sociedad de Historia
y Geografía de Guatemala. Miembro del Consejo Permanente del Congreso
Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas (2ª Sesión) realizada en
Copenhague (1938). Ex secretario del Instituto de Antropología de la
Universidad Nacional de Tucumán (1939-1940).” en 1958, Dembo, Adolfo, Curso de Zoología, Buenos Aires,
Cesarini Hnos. Editores, pag. 3.
(2)
s/d, Anónimo, “Diario de un soldado del Regimiento 71, de
Glasgow”, Traducción de Rubio Egusquiza, Carlos, en Revista de la Sociedad
de Amigos de la Arqueología. t. III, Montevideo, 1929 en 1959, Busaniche,
José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos
Aires, Hyspamérica, pp. 111.
1818,
Gillespie, Alexander, Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, 1986, pp.
106, 122.
1825, Un Inglés, Cinco
años en Buenos Aires, 1820-1825, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 93-94, 95.
(3) 1991, Martelli, Juan Carlos y Spinosa, Beatriz, El libro de la
cocina criolla, Buenos Aires, Edicol, 2009, 2º edición (actualizada por
Beatriz Spinosa), pp. 10-11.
(4) 2013, Wilson, Bee; La importancia del tenedor, Madrid,
Turner Publicaciones, pp. 122-123.
(5) 1958, Dembo, Adolfo, Op. Cit., pag. 30.
(6) (10) 1986, Vecchio, Ofelio, Mataderos,
mi barrio, Buenos Aires, edición del autor, 3° edición, pp. 77-81.
(7) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina
ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890.
leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
1894, Benavento,
Teófila, La perfecta cocinera argentina, Buenos Aires, s/pie de imprenta,
edición de 1940.
1914, Cocina
tradicional argentina por Marta, Buenos Aires, Distal, nueva edición de La
cocinera criolla, facsímil de una edición más moderna (no indica fecha),
2010.
1920, Congregación de Hijas
de María y Santa Filomena de Tucumán, El arte de cocinar, San Miguel de
Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2011, 6º edición (no indica la fecha
de la edición que se toma como base).
1934, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona,
Buenos Aires, 1940, edición 11°
(8) 1867, Moyano, Guillermo, El cocinero
español y la perfecta cocinera, Málaga, Librería de Francisco de Moya.
1892, S/A, El
cocinero práctico, Madrid, Saturnino Calleja, 12° edición.
1911, De Nait,
A., El cocinero universal o el arte de guisar al estilo moderno, Barcelona,
Casa Editorial Maucci y Buenos Aires, Maucci Hermanos.
1917, Doménech, Ignacio, El cocinero americano,
Madrid (?), 1917 (?) (no lleva pie de imprenta).
(9) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Op. Cit.
(10) 1934, Gandulfo, Petrona C. de, Op. Cit., Pag. 206.
(11) 1993, Shua, Ana María, Risas y emociones de la cocina judía,
Buenos Aires, Emecé, Pag. 91.
(12)
1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata. Tomos 1 y 2,
Felix Lajouane Editor, Buenos Aires, en 2006, Aguirre, Patricia, “Buenos Aires puerto de ideas”, Bio &
Sur (Asociación de Bioética y Derchos Humanos), Simposio la Comida en las
ciudades portuarias, leído el 6 de octubre de 2012 en http://www.biosur.org.ar/articulo_21_02_06.html.
(13) 2006, Aguirre, Patricia, Op. Cit.
(14) 1892, S/A, El cocinero práctico, Madrid, Saturnino Calleja,
12° edición, pag. 25-26.
(15) 2013, Wilson, Bee,
Op. Cit.,
Pag. 110.
(16) Sendos manuales para los estancieros de Juan Manuel
de Rosas y José Hernández, mal citados en 2005, Silveira, Mario, Cocina y comidas
en el Río de la Plata, Neuquén, Editorial de la Universidad Nacional del
Comahue, pp. 120 y ss.
sigo con mucho interes tus hermosos articulos ,gracias!!
ResponderEliminarGracias, María del Valle. Felices Pascuas.
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