El
día 18 de mayo de 2014, sí, el Día de la Escarapela, estuve en la
Feria. Fui con toda la intención de recorrer los puestos que
ofrecían quesos y embutidos, pero algunas cosas que ya les voy a
contar me demoraron en otros destinos.
Las imágenes pertenecen al autor
Insisto
en la idea de que Mataderos, no está lejos de los circuitos
turísticos los días domingo. Ahora agrego que también está cerca
en los día de semana (anduve unos días después, el miércoles 23
de mayo, por la esquina de Corrales y Lisandro de la Torre). Los
invito a mirar frente a frente cómo la vida real del barrio se
expresa en costumbres peculiares que la Feria muestra con respetuosa
fidelidad...
I
¿Qué tiene la Feria de Mataderos para justificar una visita... o
varias?
Ofrece
a la vista una mirada sobre una identidad vital.
¿Qué
es eso?
En
un par de oportunidades, he ido con mi amigo José Fernández Erro a
Villa Crespo con el objetivo de recorrer el camino de Adán
Buenosayres en la primera jornada de la novela de Leopoldo
Marechal(1). Es muy poco lo que se conserva en la calle Tres Arroyos
(en los años veinte del siglo pasado se llamaba Monte Egmont) de
todo lo que puede verse reflejado en las páginas del libro. Salvo el
Cristo de la Mano Rota de la Iglesia de San Bernardo, las misteriosas
casas del barrio de la infancia del poeta han ido desapareciendo con
los años. Nuestro recorrido resultó penoso porque el resultado de
nuestra búsqueda fue infructuoso. El tiempo es implacable y borra
las huellas del pasado de manera inexorable. El Cristo de la Mano
Rota se conserva porque el edificio de la Iglesia persiste y la
Secretaría de Cultura de la Nación preservó la imagen,
entronizando una nueva escultura a fines del siglo XX. Pero ¿y el
resto?
Si
extendemos la vista desde ese rincón de Villa Crespo, podremos
observar que queda poco de aquella ciudad de la primera mitad del
siglo XX que los porteños amábamos porque la sabíamos tan nuestra
y tan diferente a las otras grandes urbes del mundo. Porque de eso se
trata, un lugar tiene interés para el viajero porque conserva
algunas virtudes que lo hacen diferente a los otros lugares. El
interés aumenta, si estas virtudes se encuentran accesibles a los
sentidos sin que signifique un esfuerzo importante el encontrarlas.
Queda
poco de aquella ciudad porque Buenos Aires, como tantas otras
ciudades de la aldea global, sufre la paradójica tensión entre
tratar de defender lo diferente y el diseño y construcción de
edificios “modernos” cuya consecuencia es la uniformidad urbana
planetaria. De modo que, ahora ya en pleno siglo XXI, son pocos los
lugares donde se pueden vivir esas diferencias... y muchos menos
aquéllos en los que esas diferencias representan una manera de vivir
que se mantiene vigente.
Pasemos
revista a otros barrios de la ciudad para saber con qué contamos.
Tal
vez San Telmo conserve alguna identidad diferenciadora, pero ese
barrio se parece a tantos otros recorridos de supuesta preeminencia
barroca (la ciudad vieja de Montevideo, por ejemplo), hasta en las
profusas intervenciones que sobre ellos se han hecho para hacerlos de
atractivo turístico (hoteles, bares, restaurantes, casas que venden
souvenires, ferias de artesanías, etc.). No sólo sabemos que estas
intervenciones suelen desnaturalizar el paisaje original, también
sabemos que la vida en el barrio de San Telmo es muy diferente a la
del pasado que se pretende evocar.
Quizás
la Boca. Pero yo que he recorrido La Boca cuando tenía 10 años, y
volví en los primeros años de este siglo, pude ver que todo aquello
que, en mi recuerdo, conservaba vitalidad, ahora parece
extremadamente artificial. Las casas de madera y chapa pintadas de
colores insólitos son un ejemplo. Cuando se construyeron, las casas
de las familias humildes se pintaban con los restos de pinturas de
los astilleros, de modo que el colorido era hijo de la necesidad y la
pobreza de medios. Ahora están pintadas siguiendo las combinaciones
de la paleta genial de Benito Quinquela Martín. Uno entra en esas
casas y no encuentra a doña Tota tomando mate con bizcochitos y
esperando a su marido... encuentra una pieza detrás de la otra que
ofrecen chucherías para turistas o, en el mejor de los casos, la
sala de exposiciones de un marchante de arte.
Es
por todo esto que sostengo que Mataderos todavía es diferente. Es
verdad que uno recorre los puestos de la Feria y encuentra también
muchas chucherías para turistas. Pero aquí tienen un valor
agregado. Muchas de esas chucherías no son tales, sino auténticas
artesanías criollas. Además, no es esto lo que hace la diferencia.
La diferencia la hace el entorno. En ese sentido, el bar Oviedo y
Casa Galli, por ejemplo, son claves de interpretación importantes.
Para
ver lo que digo hay que ir un día de semana y volver el domingo. No
se le ocurra ir al bar Oviedo con una mujer fuera del domingo. Los
parroquianos que arreglan el mundo mientras juegan a las cartas, le
hacen saber con actitudes convincentes que ese es un lugar impropio
para las damas. Frente a la puerta de entrada al bar hay un soporte
que sostenía un palenque donde los paisanos ataban sus caballos
desde 1900. Se le han quitado los barrales, pero no sé cuándo
ocurrió. El otro soporte está unos metros más adelante por la
vereda de Lisandro de La Torre. Frente a él hay un local de Casa
Galli.
En
las vidrieras se ven maniquíes de más de 70 años y otras cosas más
que se ofrecen junto a las artesanías criollas que allí también se
venden para participar del clima de la Feria. Casa Galli, según me
contó su propietario, fue la primera franquicia que se conoció en
La Argentina. Era una cadena de tiendas que vendían ropa de trabajo
para el campo. En casi todas las ciudades de la provincia de Buenos
Aires había un local de Casa Galli, donde los paisanos podían
comprar alpargatas, bombachas y camisas de telas resistentes para las
duras tareas cotidianas. A principios de los años ochenta, poco
antes de que Sara Vinocur creara la Feria de Mataderos, se pusieron
de moda las bombachas de paisano y las alpargatas. Andaba yo las 10
cuadras que, desde mi casa, me llevaban a Casa Galli para comprar
bombachas y alpargatas... Aún tengo un par de bombachas batarazas
que compré allí hace más de 20 años.
¿Qué
es lo que ha ocurrido con Casa Galli? Como tal, no existe más. Sólo
se ha conservado el local y los maniquíes y el rubro principal de su
comercio. Es que el negocio no sólo vive de lo que se vende en la
Feria, sino de lo que vende a los reseros que siguen trabajando de a
caballo en el Mercado Nacional de Haciendas, como lo han hecho sin
solución de continuidad durante muchas décadas. Alcanza con ir una
mañana de un día cualquiera de la semana, comprar el diario,
sentarse junto a la ventana en el bar Oviedo para verlos llegar o
irse a sus casas en los mismos caballos con los que trabajan.
Por
eso digo que la Feria de Mataderos ofrece los signos de una identidad
que todavía vive. Porque las cosas que se ofrecen a los turistas
forman parte de la vida real de los vecinos y trabajadores del
Mercado. Porque ese Mercado, y las actividades de los reseros, no son
un parque temático representativo de una actividad del pasado, sino
una realidad del presente.
II
Anduve las calles de Mataderos el miércoles 23 de abril de 2014 con
mi amigo Rubén Flores. Pude ver que, además de Casa Galli, hay
otros negocios que venden ropa y elementos para uso de los
trabajadores del mercado. Tal es el caso Nortor Regionales que ofrece
“indumentaria y accesorios para la paisanada y los gauchos”. El
local está sobre Avenida de los Corrales, en la vereda norte, a
pocos metros de la Avenida Lisandro de la Torre. Unos pasos más
hacia el oeste, por la misma vereda, se encuentra el negocio
denominado La Riña (Avenida de los Corrales 6545), ofrece pilchas
criollas y se define como talabartería, marroquinería y almacén de
ramos generales. No recuerdo que esos negocios en época en que yo
era niño. Sin embargo, La Riña, anuncia que existe desde 1946.
Ojeando el libro de don Ofelio Vecchio encuentro una referencia que
da testimonio de la antigüedad del negocio que perteneció a los
señores Juan y Amelio Soldavini(2). Hay un letrero en las vidrieras
que confirma los dichos de don Ofelio acerca de esta propiedad. Por
supuesto, ambos negocios están abiertos los domingos de Feria y
pueden ser visitados por los transeuntes.
Sobre
la vereda sur de la Avenida de los Corrales, llegando a Timoteo
Gordillo, se encuentra un centro tradicionalista. Se llama Federación
Gaucha Porteña y ya he hablado de él en oportunidad de señalar
sitios donde comer en la Feria. El centro fue fundado en 1984, poco
antes de que se creara la Feria de Mataderos, como entidad que
nucleaba a los reseros del Mercado.
III
Lo dicho, el 18 de mayo volvía a la Feria. Fui para hacer una
recorrida por los puestos que ofrecen quesos y embutidos. Sin
embargo, pasaron algunas cosas en ese fin de semana que me detuvieron
en otros menesteres.
Fue
un fin de semana de vértigo en Mataderos... Nueva Chicago ganó el
campeonato el sábado por la tarde... el domingo me esperan Zulema
Buceta (una vecina caracterizada del barrio cuyo testimonio fue
central en mi libro La
tribu de mi calle)
y mi prima Haydée que vive en la esquina de mi barrio de infancia...
la agenda apretada se completaba con la actuación de Juan Carlos
Basile, un amigo de toda la vida en la comedia teatral “Mi marido
es o se hace” que se presentaba en el Polideportivo de Nueva
Chicago a las seis de la tarde... Correr, correr y correr y, para la
Feria, ¿cuánto tiempo? Un par de horas. Alcanza, me dije, para
comer algo y hacer la recorrida que me había propuesto.
Llegamos
a las dos de la tarde (sí, ya sé, una hora poco recomendable y con
la premura que llevábamos, aún más). Le propuse a Haydée que
primero comiéramos y luego hiciéramos la recorrida. Tuvimos la mala
idea genial de entran en el local de la Federación Gaucha Porteña.
El
edificio de estilo ¿italiano? está catalogado como lugar histórico
por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Nunca reparé en él
durante mi infancia. Pude enterarme de algunos detalles de su pasado
a partir de la inestable felicidad del desolvido (palabra que le robo
a mi amigo el poeta Fernández Erro) que me abrieron algunas
informaciones que recogí(3). Cruzamos el umbral y pudimos vivir un
rato inolvidable... ¡Cómo no desviarnos de nuestro propósito
inicial!
Un
pasillo amplio y sombrío, pero de una sombra acogedora (¿sería
inicialmente un patio, un distribuidor?) con las primeras mesas para
el servicio de comidas, acceso a los baños y algunas habitaciones
cuya función no indagué... quizás porque me sentía ingresando en
el pasado, me dejé conducir por sensaciones casi físicas... El
pasillo se abre, luego, en un amplio salón cubierto con paredes
blanqueadas sobre un revoque antiquísimo y algo desconchado que
ponía en evidencia la antigüedad del edificio. Una profusa
distribución de mesas en que se comparte la comida con otros
parroquianos ocupan el local. En el fondo un escenario y unos músicos
probando sonido. Entre el escenario y las mesas del centro un espacio
libre. En la pared contraria al escenario, una reja y un cartel que
reza “Pulpería”. Allí está la cocina (función de unos locales
que había visto a la entrada). Desde la medianera con el edificio
lindante, se adivina, a través de una abertura, un terreno por donde
se cuela el sol (luego lo vería con más detalle). Allí está la
parrilla. La parrillera es la administradora del sitio... por eso
allí, junto a la parrilla, está la caja.
Banderas
verdes y negras celebrando el campeonato obtenido por Nueva Chicago
me incitaron a ponerme la camiseta que había llevado para lucir en
la Feria. Pedimos empanadas, muy razonables, vacío a la parrilla,
aceptable, y un locro que estaba muy bueno, suave y cremoso, al que
se podía agregar salsita colorada que te servían sólo si la
pedías.
Empezó
la música. Bandoneón, bombo y un par de guitarras sonaron zambas,
chacareras, gatos, chamamés, valses, cuecas y tangos. Una joven
cantante estupenda que se lución con su voz (gran versión de
Kilómetro 11, en castellano y guaraní, como corresponde) y
bailarines que salían a la pista, a ese pequeño espacio libre que
había visto frente al escenario. Los músicos ofrecían un
espectáculo a la gorra para la ocasión del almuerzo y un anuncio de
su actuación en la peña que hay en el local domingos y feriados a
partir de las cuatro de la tarde. Los bailarines no participaban del
espectáculo, eran habitués de la peña.
Estaba
tan emocionado que no sabía qué preguntar y a quién hacerlo. Lo
hice a la moza que nos había atendido. Es una joven diligente que no
dejaba de gastar amabilidad a pesar de la premura a la que se veía
sometida por la demanda de los parroquianos. Me dijo que todo eso era
obra de su padre, le decían Poroto... y comenzó a sollozar de tal
modo que apenas pude escuchar su apellido, creo que dijo Fernández...
pidió disculpas y dijo que le preguntáramos a su madre, señaló el
predio lindante y dijo “es esa gordita que está a cargo de la
parrilla... es que yo hablo de mi padre y me emociono”.
Crucé
la medianera y observé el espacio. El fondo cubierto por un tinglado
y el resto, hacia la avenida, un espacio al aire libre y una pequeña
construcción sobre la línea municipal. “Mi marido empezó con
todo esto hace treinta años, el edificio principal era un taller de
cromados y en este otro funcionó el correo”. No quise molestar
más a esa mujer, su tarea era denodada...
Hubiese
querido conquistar un relato más detallado, hubiese querido poder
confirmarlos con otros testimonios... pero la emoción de la moza, la
magia del lugar y mi felicidad por el momento que habíamos pasado no
sólo no me lo permitió... también lo hizo innecesario. Cuando
vayan a la Feria no dejen de asistir a este local, no se van a
arrepentir.
Notas
y referencias:
(1)
1948 (1° ed.), Marechal, Leopoldo, Adán Buenosayres, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1979.
(2)
1998, Vecchio, Ofelio, Recorriendo
Mataderos,
Buenos Aires, edición del autor, Tomo II, pag. 125.
(3)
Algunas de las informaciones que me dieron ese domingo coinciden con
las afirmaciones de don Ofelio Vechio quien sostiene que ese local
fue un taller de cormados hasta 1983 (ver Op. Cit., pp. 199-200).
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