sábado, 11 de abril de 2015

Ante mí que doy fe: Pablo Lisi. Hombres que cocinan II

El fenómeno de los hombres que cocinan a diario en sus hogares parece extenderse cada vez más. ¿Se puede reflexionar sobre las razones? Claro que sí, ya lo hice en otras oportunidades; pero mis opiniones siempre serán ensayos, especulaciones sin más fundamento que una percepción de la realidad no sistemática. Ello no me impide dar cuenta, claro está, de lo que muchos hombres piensan y dicen al respecto. Pablo Lisi sostiene, por ejemplo, “yo más que un buen cocinero, soy un buen comensal”(1). Por qué no pensar que hay allí una clave importante para explicar el fenómeno. Los varones, por lo general, concebimos la comensalía como uno de los rituales propiciatorios más eficaces para fortalecer los vínculos inter personales y nos parece que cocinar nos constituye en grandes heresiarcas.
No es bueno asumir estas opiniones como una generalidad absoluta. Pero la vocación de los artículos de El Recopilador de sabores no se dirige a dar respuesta científica y única a los interrogantes que pueden plantearse sobre la cocina de todos los días en Buenos Aires y la Argentina, sino a rescatar experiencias concretas e individuales sobre su práctica. Por eso los invito a que nos metamos en los recorridos culinarios de este buen comensal para ver qué hay de cierto acerca de todo esto en sus propias vivencias y reflexiones.
Pablo Lisi es escribano; pero además le gusta verse como compositor de música y poeta. De hecho, lo conocí en las presentaciones anuales de los alumnos de la Escuela Urbana de Música y Artes (EUMA) que dirigen Facundo Álvarez y Natalia Chiesa, ésta última, maestra de canto de Pablo. Recuerdo un ensamble de voces, un sexteto si la memoria no me lleva mal, en el que nuestro cocinero participaba. Cantaban una versión maravillosa de “Boleto para pasear”, la vieja y celebrada canción de John Lennon y Paul McCartney.
Pablo confiesa que aprendió a cocinar gracias a su madre. ¿Era buena cocinera? Precisamente, no. Su padre y sus amigos eran “gourmets refinados”, recuerda haber ido con él, los sábados a la Boca a comprar la muzarella de búfala a fiambrería “La Pastora” (cruzarse la ciudad desde el Barrio Norte hasta La Boca es todo un signo que valida, sin lugar a dudas, el aserto). Pero su “madre no es digamos, Dolly Irigoyen”.
Dos hechos en su vida lo han puesto frente a las hornallas. A los 18 años, empezó a disfrutar de los buenos platos y, como su madre no podía satisfacer plenamente sus deseos, empezó a cocinar por su cuenta. A los 21, por otra parte, se fue a vivir solo. Al poco tiempo, se cansó de comer siempre fideos con manteca. Decidió entonces que aquello que practicaba ocasionalmente y sólo dedicaba a satisfacer el más puro placer, fuera también una práctica cotidiana. Fue así como Pablo, a temprana edad, se hizo un hombre independiente en la cocina.
Lanzado al ruedo de quedar satisfecho con sus creaciones culinarias, comenzó a perfeccionar sus prácticas. ¿Cómo? Se dedicó a:
a preguntar, leer libros, guardar recetas de revistas, y años más tarde chusmear en La Internet. En la actualidad he desarrollado la virtud de detectar como está hecho lo que pruebo en un restorán. Prácticamente, sin error. Después en casa repito el plato y sale casi igual.”(2)
Aunque le da más placer cocinar en ocasiones especiales, cuando tiene invitados; cocina casi todas las noches y los fines de semana (su mujer también cocina, pero no es excluyente y disfruta de los platos que Pablo prepara)(3). Como me suele pasar a mí, cuando se enfrenta a una preparación determinada, está más atento a las técnicas que al estrecho algoritmo que supone seguir una receta al pie de la letra. De esta actitud desprende dos consecuencias. La primera es el valor que le da a cocinar con lo que tiene y no tiene ningún temor a las variaciones que provocan las soluciones improvisadas. Dicho de otro modo, no teme caer en herejías, porque no da por supuesto de antemano que uno de sus platos se constituya en la desnaturalización de un arquetipo platónico por el solo hecho de que le falten o le sobren algunos elementos. Comparto este valor. Un plato bien preparado, es siempre una buena oportunidad para el disfrute, independientemente de su acuerdo con un nombre y con un formato predeterminado.
La otra, no la comparto tanto. Dice Pablo que, por cocinar con lo que tiene, es malo haciendo postres en razón de que en repostería hay que ser muy preciso. Es probable que esté en lo cierto en relación con que las técnicas de repostería suponen ingredientes medidos con precisión. Sin embargo, en mi caso personal, los postres no me salen bien porque no concibo que los desafíos de cocinar bien se jueguen en la complejidad de la repostería, sino en otro tipo de preparaciones. En fin, sólo se trata de una diferencia de opiniones.
A los hombres, por lo general, nos gustan los fuegos directos como en el asado, el ejercicio físico que supone amasar, la paciencia franciscana con que esperamos que se hagan los platos de larguísimas cocciones y las preparaciones contundentes de la tradición familiar. Pablo se inscribe en esta línea: cree que debe ser unos de los pocos cuarentones que no confía todo a la Pastalinda y usa el palo de amasar y se proclama militante del “movimiento anti-gourmet” y amante de los platos de abuela.
¿Cuáles son sus comidas predilectas? Si bien come de todo, excepto el hígado de vaca y los rabanitos, su lista corta se compone de “la tortilla de papas, los bocadillos de acelga chorreando de aceite, los guisos bien condimentados, las mollejas y todo eso que se comía cuando la expectativa de vida era de 50 años… el sushi, sólo en un restorán”(4). Tiene, con todo, una especial debilidad por los mariscos.
Comparte el vicio con amigos, varios grupos diferentes con los que se junta a cocinar y comer. Un par de ellos son seguidores de sus cocina. Con Alejandro, un periodista amigo, se junta todos los jueves, en un ciclo que alterna una semana en cada casa y una tercera en el Barrio Chino de Belgrano. Otro grupo está formado por tres matrimonios que se juntan una vez por mes. En esta cofradía que llaman Let's Manduk Together, el único varón que cocina es Pablo, salvo que se trate de un asado en el que la intervención masculina se multiplica(5).
Doy fe, aunque no soy escribano, que Pablo canta muy bien y cocina mejor. Un jueves por la noche, a principios de agosto cocinó en su casa bocadillos de acelga (hechos con espinacas porque las consiguió muy frescas en el mercado ese día) y arroz con calamares cocidos en una auténtica paella. Su amigo Alejandro, Carolina, su mujer, y yo disfrutamos de la mesa. Les dejo, además un par de recetas elegidas entre sus favoritas: rabo adobado en vino tinto, ensalada tibia de calabaza.
Notas y referencias:
(1) 2014, Pablo, Lisi a Mario Aiscurri, documento enviado por correo-e del 23 de julio.
(2) Ídem.
(3) 2014, Pablo, Lisi a Mario Aiscurri, documento enviado por correo-e del 25 de julio.
(4) 2014, Pablo, Lisi Cit. del 23 de julio.
(5) 2014, Pablo, Lisi Cit. del 25 de julio.









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