Del
11 al 14 de junio de 2012
I
Toledo es una ciudad única en su monumentalidad; pero inhóspita para el
visitante.
La
ciudad tiene vistas extraordinarias. Desde afuera, llegando por la autovía, se
la ve en todo su esplendor; pero desde adentro las vistas resultan igualmente
impactantes. Hemos trepado a los campanarios de la Iglesia de San Ildefonso y a
las torres del Alcázar los puntos más elevados desde donde puede verse la
ciudad en panorámica, pero desde adentro. San Ildefonso, está en el centro
geográfico, el campanario es su punto más elevado... desde allí se ve Toledo en
toda su monumentalidad, en cambio el Alcázar está sobre uno de los límites,
sobre que fuera el recinto amurallado.
Frente a esa piedra blanca que puede verse en la entrada de la mezquita que se erige detrás de la Puerta del Sol, se detuvo el Cid. Su gesto impidió que el edificio fuera destruido. Veo, en su actitud, la piedra basal de la tolerancia.
(Las imágenes son propiedad del autor)
Toledo
es una ciudad de contradicciones que se respiran andando las calles y visitando
sus monumentos. Ellos dan cuenta de largos períodos de convivencia religiosa
entre las religiones del los pueblos del Libro y de períodos de enfrentamientos
sangrientos entre hermanos. Toledo es la ciudad de las tres religiones, pero
Toledo es también la ciudad del Ejército del Reino, moldeado durante la
dictadura franquista.
Recorrer
las calles es descubrir en cada paso un fragmento de historia desde las ruinas
romanas hasta la memoria de la Guerra Civil de España en el siglo XX. Hoy la
ciudad está pensada para que los visitante puedan contemplar esos muros secos
sobre los que, con un poco de imaginación y voluntad, ver en ellos restituida
la humanidad que los habitó.
La
ciudad ofrece sus monumentos al visitante con generosidad ambivalente. Si
tuviera que definir el clima que se vive, sobre todo durante el día, con una
sola palabra diría que es una ciudad inhóspita. Uno entra, por ejemplo, en la
Iglesia de Santo Tomé y, a pocos pasos que da en su interior, se enfrenta con
esa obra maestra del barroco español, El entierro del conde Orgaz.
Sabemos que la obra fue pintada por Doménikos Theotokópulos, El Greco. Sabemos
que es una pieza única y que, desde siempre, está en ese sitio, porque fue
hecha para estar en ese sitio, el sepulcro del conde Orgaz. Sabemos que nos
vamos a encontrar con ella; pero cuando allí estamos un escalofrío nos
sobrecoge en nuestra pequeñez. Allí estamos pensando si es verdad que pueda
existir tanta belleza. Sin embargo, cuando salimos, todavía conmovidos, en la
calleja que cruza la esquina debemos buscar, sorpresivamente un refugio en
alguna puerta, porque los autos pasan a velocidades insólitas por esa calzada
estrechísima y toda la magia acumulada en el interior del templo se disuelve,
en un instante, en la nada.
Algunas
calles de la ciudad tienen restringido el tránsito de vehículos entre las once
de la mañana y las ocho de la noche. Allí hay unos mojones automáticos que en
esas horas impiden el paso. Pero como hay muchos autos con permiso especial, la
peatonalización parece una burla. El tránsito se ve agravado, como ya dije, por
la velocidad con que los autorizados transitan por las calles, algunas de ellas
muy estrechas. Otra área en donde la ciudad es inhóspita es en el de la
gastronomía. Hay una profusión de de restaurantes de medio pelo y baja calidad
con precios exorbitantes. Los que se ubican en la Plaza Zocodover representan
un claro ejemplo.
Hay
que caminar y buscar para encontrar los buenos restaurantes y los precios
accesibles, ¿es que veníamos mal acostumbrados del País Vasco... y Ávila
volvería a mal acostumbrarnos?
Con
todo, pasamos cuatro días maravillosos recorriendo el pasado de Toledo.
II
Es verdad que para disfrutar de la ciudad hubiese deseado tener un mayor
conocimiento de su historia política y cultural, de las corrientes
arquitectónicas que permitieron que sus monumentos se erigieran tal y como lo
hicieron. Pero, en fin, me dejé llevar por la intuición, por la imaginación y
por la información que nos suministraban en cada sitio; pero también por los
sentidos y sentimientos que experimentaba en cada rincón al que accedíamos.
Esto me permitió pensar tres recorridos, a saber: el de la judería, el de la
ciudad musulmana-mudéjar y el de la Toledo de los Reyes Católicos.
El
camino de la judería está signado por dos grandes monumentos: la sinagoga de
Santa María la Blanca y la Sinagoga del Tránsito, donde tiene su sede el Museo Sefardí. En ambos sitios,
aunque de manera muy distinta, se puede disfrutar del aire creador que sólo es
posible en la convivencia y el intercambio.
La
sinagoga de Santa María la Banca está a cargo de la congregación católica
Fraternidad María Estrella de la Mañana creada por el hermano Abraham de la
Cruz, reconocida como asociación pública de fieles por el Vaticano en 1999. La
vocación de la congregación es ofrecer la vida de sus miembros en reparación
por todas las rupturas y divisiones, en especial entre la Iglesia Católica de
Roma y el pueblo de Israel.
Sin
saber nada de ello, entramos en el templo. Me conmovió. Me ocurre
invariablemente cuando estoy en algún sitio consagrado, generalmente un templo,
donde la paz, la armonía y la trascendencia se hacen notar en el aire que se
respira. Digo consagrado y no sagrado porque lo que me conmueve es la vocación
humana por conectarse con la divinidad. No siempre me ocurre, tiene que ser un
lugar en donde esta vocación se respire con facilidad. No me pasó, por ejemplo,
en la catedral de Toledo, donde claramente puede percibirse como se forzó la planta
de una gran mezquita para construir una catedral gótica. Pero, aquí, en Santa
María la Blanca, sí se respira la vocación de conexión con Dios a partir del
ejercicio de la convivencia. No se trata de la convivencia de siglos que la
ciudad alguna vez vivió, sino la vocación de un grupo de hombres y mujeres
católicos de hoy que procuran una reconciliación.
Yo
me preguntaba qué es lo que me provocó esos sentimientos en el templo, si la
vocación de la Fraternidad es muy reciente... Haydée me señaló con su inquietud
por lo que veía en donde estaba ese poder energético. En el perímetro interior
de la sinagoga se exhibía una colección de cuadros y poemas producidos por el
propio hermano Abraham de la Cruz... verdaderamente conmovedor el esfuerzo de
este hombre por cumplir con el carisma de la congregación.
¿Es
casual que esto ocurra en esa sinagoga de Toledo? Creo que no. Toledo ha
vivido, hace muchos siglos un período larguísimo de tolerancia y convivencia
entre las tres religiones monoteístas originarias del Medio Oriente. La ciudad
fue ocupada por los cristianos en tiempos de Alfonso VI, en 1085. En ella se
toleró que moros y judíos vivieran según sus creencias hasta por lo menos 1390,
en que aparecen las primeras prédicas, en España, en contra de los judíos, en
Sevilla.
Esa convivencia está testimoniada, más que en Santa María la
Blanca en infinidad de objetos y testimonios que se exhiben en el Museo Sefardí
que tiene su sede en la Sinagoga del Tránsito. Un museo, claro está, no es un
espacio conmovedor. Allí ocurre lo contrario, la racionalidad cientificista
manda. Es un buen contraste. Aquí no hay lugar para acciones místicas como en
Santa María la Blanca, hay lugar para la comprobación de que efectivamente esa
convivencia realmente existió en Toledo y que, además, fue extraordinariamente
productiva para España, e incluso para Europa. Bajo la protección real, se
desarrolló lo que los historiadores denominaron Escuela de Traductores de
Toledo (recuerdo la apasionada defensa de este proceso que hacía la profesora
Nora Ramos, discípula de don Claudio Sánchez Albornoz, en sus clases de
Historia de España en mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires). Efectivamente, durante los siglos XII y XIII, el
Occidente Cristiano recuperó una serie de libros clásicos que estaban perdidos
y que sólo se conservaban en versiones escritas en árabe y en hebreo.
III
El ámbito musulmán se encuentra menos conservado que el judío. Está claro que,
desde el punto de vista arquitectónico, la presencia es fuerte porque los
desarrollos de la población mudéjar han recogido buena parte de la tradición
musulmana española al respecto y su presencia se ve en toda la ciudad. Pero,
desde el punto de vista de la tradición cultural y estilo de vida, la presencia
musulmana en la ciudad, y su recuerdo están menguados.
Hemos
visitado tres edificios que fueron originalmente mezquitas. En la catedral de
Toledo nada se ha conservado de la gran mezquita sobre la que se ha construido.
Sólo leyendo los planos, se advierte que la nave central está construida a
partir del diseño espacial de una mezquita. La Iglesia del Salvador que está
construida sobre una mezquita que siguió funcionando como tal por muchos años
posteriores a 1085. Como fue transformada en un templo católico, resulta muy
difícil intuir el espacio original de la mezquita por las intervenciones que
supuso su adaptación funcional a un culto diferente. Sin embargo, en el
subsuelo y en los aledaños de la iglesia se han realizado excavaciones
arqueológicas que han puesto a la luz espacios que fueron dependencias del
templo musulmán, pero que se habían perdido por la falta de uso.
Cerca de la Puerta del Sol, se encuentra la Puerta del Cristo de
la Luz. A poco de atravesarla, nos enfrentamos con la Mezquita Cristo de la
Luz. Es el único edificio destinado al culto musulmán, y construido antes de
1085, que se ha conservado intacto. Allí sí, se puede respirar algo de lo que
debió ser la ciudad antes de la ocupación de Alfonso VI. Algo, digo, sólo algo
de ese clima. Pero en la calle, la realidad cuenta otra historia también de
reparaciones. No se trata de una vocación religiosa o de una voluntad política,
sino de un restaurante.
Frente
a la mezquita hay una explanada que conduce a la parte superior de la Puerta
del Cristo de la Luz. En sus dependencias, es más sobre la misma puerta hay un
restaurante que se llama Posada Cristo de la Luz. Los propietarios son un
matrimonio compuesto por un marroquí y una siria. El hombre es anticuario y
cocinero. En el salón se exponen gran cantidad de objetos de arte y artesanías
de origen árabe, y también de origen europeo contemporánea ofrecidas en venta.
La comida, se parece a la que he podido disfrutar en casa de amigos sirios o
libaneses o en los mejores restaurantes árabes de Buenos Aires. Todo un
hallazgo... todo un camino que se ofrece abierto, aunque escasamente transitado
por cierto, de reconciliación.
IV
La Toledo cristiana está representada por una gran cantidad de edificios. Pero
quiero rescatar sólo dos de ellos: San Ildefonso, la iglesia de los jesuitas, y
el Monasterio franciscano de San Juan de los Reyes mandado a erigir por los
Reyes Católicos a mediados del siglo XV.
Ya
he hablado de las alturas de San Ildefonso y de las vistas que desde allí se tienen
de la ciudad, de modo que no voy a insistir en este monumento.
Mucha
enseñanza deja el Monasterio San Juan de los Reyes. Allí, en claustro se
registran los principales emblemas de los Reyes Católicos: las representaciones
del yugo y el haz de flecha que serían retomados por la Falange Española a
principios del siglo XX y la célebre inscripción en el claustro que afirma
“tanto monta, monta tanto”.
Es
verdad que el templo debiera representar la tercera pata de la convivencia.
Está construido en pleno barrio de la judería y fue concebido quince años antes
que esos mismos monarcas decretaran la expulsión de los judíos de España. Pero
esa no es la única cuestión que me conmovió del lugar. No sólo representa la
clausura de la convivencia entre las religiones de los pueblos del Libro en
Toledo, es también la evidencia de la sangrienta conflagración entre hermanos
que tuvo a la ciudad como epicentro de hechos trágicos.
El
templo fue mandado a construir en 1476 después de la batalla de Toro que
culmina la guerra intestina que dirimió la sucesión de Enrique IV en favor de la vencedora, su hija Isabel,
secundada por su marido, Fernando, reu de Aragón y heredero del trono del Reino
de Navarra. Fue concebido por los reyes como mausoleo para sus cuerpos mucho
antes de la toma de Granada, donde finalmente descansan. De modo que el
Monasterio cuya administración los reyes adjudicaron a la Orden de San
Francisco de Asís, nada tuvo que ver con la guerra de Reconquista del
territorio aún ocupado por los musulmanes, sino con el desenlace de una guerra
civil.
La
guerra civil está presente allí en el aire que se respira. En una de las
capillas, puede verse la lista de frailes franciscanos fusilados por el
gobierno de la Segunda República por haber adherido al levantamiento del
General Franco en 1936.
V
Nos vamos de Toledo con la enorme riqueza de haber recorrido sus calles, de
haber contemplado sus monumentos, de haber tratado de entender las virtudes de
la convivencia y las angustias de las desavenencias entre hermanos, de haber
admirado la obra de ese gran pintor que dio la cristiandad Doménikos
Theotokópulos, El Greco, que la eligió como lugar de residencia y de desarrollo
de su arte.
Hemos
visitado el museo de la Casa de El Greco. Ignoro cuál fue la idea del Marqués
de la Vega Valle-Inclán a crear esta casa de El Greco (el pintor nunca vivió en
ese sitio), pero el resultado es una intervención con una gran fuerza
didáctica. Con todo, lo más interesante del museo es la obra del gran pintor
toledano por adopción. Nos vamos de Toledo y me llevo la impresionante imagen
del haberme quedado unos minutos, casi paralizado, frente al Entierro del
conde Orgaz...
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