sábado, 10 de agosto de 2013

La aventura del torrontés

Por José Fernández Erro
Hemos degustado comparativamente dos torrontés: uno de San Vicente de Sonsierra, Logroño, y uno de Yacochuya, Salta. Cuatro cuestiones surgen de la comparación: sus uvas, sus terruños, sus vinificaciones y sus culturas.


Las uvas

La uva torrontés española viene de Galicia y se la conoce también como albillo mayor. Es la segunda variedad utilizada en el ribeiro y generalmente se la combina con otras cepas de más estructura y acidez para aportar complejidad. No es habitual que se elaboren con ella varietales y la gente de Abel Mendoza lo ha hecho dignamente en tierras riojanas. Antiguamente estuvo muy difundida en todo el territorio español y era consierada una uva muy apta para elaborar buenos vinos, según el refrán: Torrontés, ni la comas, ni la des; que para buen vino es. Con el tiempo quedó prácticamente circunscripta a Galicia. En Córdoba, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Canarias se cultivan uvas denominadas torrontés que no guardan relación con la gallega. Algo parecido sucede con la torrontés de Rioja, que hoy solo se encuentra en forma aislada en los viñedos más viejos de esa región, pero algunos autores le encuentran parecido con la gallega y dicen que es la misma que la torrontés riojana de la Argentina. Evidentemente, de aquí proviene la teoría de su emigración a América, bastante difundida en Salta.
Sin embargo, el origen de la uva torrontés argentina es desconocido y no se pudo identificarla con ninguna cepa europea, constituyendo una variedad típica del país. Para mayor confusión, en la Argentina se da el nombre de torrontés a tres cepas diferentes: la mendocina, más conocida como chichera o palet; la sanjuanina, también llamada malvasía, que está emparentada con la uva moscatel de Austria y es muy usada para pisco en el valle de Elqui chileno; y la riojana, de La Rioja argentina. Dicen que las primeras estacas de torrontés riojano fueron plantadas en 1611 por el capitán Diego Garzón al pie del cerro Famatina en La Rioja, dándole así el nombre. Desde allí se difundió a otros valles: Chilecito en la misma provincia; Santa María, Belén, Tinogasta y Pomán en Catamarca; y Cachi, Molinos, Angastaco y Cafayate en Salta. Es en los valles calchaquíes salteños donde ha alcanzado su máxima expresión y fama internacional. Da un vino de intensos aromas florales, frutales y herbáceos, con cierta rusticidad y buen cuerpo. Como a ciertas mujeres, se lo puede amar u odiar pero nunca serle indiferente.
La pregunta que aún no ha sido respondida es si la uva torrontés riojana procede de la gallega y ha mudado sus características a lo largo de los siglos o son dos cepas de origen completamente distinto que llevan el mismo nombre. Los estudios más modernos, basados en la genética, se aproximan más a esta última postura, filiándola en un cruce entre la moscatel de Alejandría y la criolla chica. Víctor de la Serna, apoya este criterio: la torrontés salteña, una casta de la amplia familia de los moscateles (ninguna relación con la torrontés gallega ni con la canaria).


Los terruños

La uva de San Vicente de Sonsierra que da el vino degustado crece en un suelo rocoso que está protegido de la lluvia y el viento por las montañas de litoral vasco, a una altura de 500 metros sobre el nivel del mar. Así como son célebres y mundialmente reputados sus vinos tintos no se lo considera un terruño óptimo para los blancos.
La de Yacochuya crece en un suelo más rocoso aún que el riojano, al pie de las altas montañas andinas y a 2.035 metros sobre el nivel del mar. La condición de viñas de altura sometidas a gran amplitud térmica, muy escasas lluvias y clima tan riguroso como sano, hace de ella una uva de gran calidad y alta concentración aromática y alcohólica.


Las vinificaciones

Ambos vinos son blancos, varietales y jóvenes. Es lo único que tienen en común. Después priman las diferencias. El torrontés de Abel Mendoza tiene 13º de alcohol y está fermentado en barricas de roble, lo que le aporta la crianza que caracteriza a los riojas. El de San Pedro de Yacochuya se fermenta en tanques de acero inoxidable, llega a 13,5º de alcohol y rápidamente pasa a la botella para salir al mercado.


Las culturas

Mucho insisto yo en que un vino no puede ser separado de la cultura que le da origen. Por encima de sus características enológicas un buen vino representa a los hombres que a través de los tiempos aman un terruño, lo laboran y lo cantan. No es casual que las palabras cultura y cultivo tengan la misma raíz.
El torrontés riojano me recuerda mi andadura por Haro, Cenicero o Elciego, en el lado alavés de ese terruño. Trae su copla de oro:

Cuando vayas a la Rioja
bebe vino compañero,
que te alegrará la vida
y te descansará el cuerpo.

El torrontés salteño me hace regresar como tantas veces a mi solar calchaquí y cantar la zamba:

Por la tierra de los Dávalos
el vino abunda,
iba a los vinos, buscábalos,
raíz profunda.
Hoy vuelvo, siguen mis pies
las huellas del torrontés.


Conclusión

Concluyo que ambos vinos son excelentes pero no comparables. Durante una cata a ciegas en el primero probablemente reconocería un rioja, pero no daría ni por asomo con la cepa. En cambio, la condición de torrontés del segundo sería evidente.
De todos modos, los caminos son caminos. Ya atraviesen ellos tierras riojanas o salteñas, mientras en sus posadas haya torrontés, da lo mismo andar por unos u otros.

2 comentarios:

  1. ¡Excelente artículo! Mueve ciertas fibras entrañables de mi espíritu. ¿Quién es este Fernández Erro que tanto y tan bien interpreta los escabios? Gregorio Branca

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    1. Gracias, Goyo, por tus comentarios.
      Fernández Erro es un amigo, por eso escribe en esta columna.
      Interpreta tanto y tan bien los escabios más por experiencia personal (de esa que conduce recto a la sabiduría) que por estudios de sumillería.

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