En
la práctica, mis recopilaciones de sabores están siempre ligadas al hecho
particular, casi único, casi pegado a una sola receta o a un grupo reducido de
ellas. Mis recopilaciones son eso, recopilaciones. No pretenden ser análisis
científico de un proceso social o de una situación cultural determinada.
Consisten, simplemente, en estar en una cocina, conversando con un cocinero en
particular para luego recoger esa experiencia. Por cierto, desde mis
recopilaciones, y por simple expediente de una inducción incompleta, no se
puede arribar a generalizaciones válidas acerca de las características de una
determinada culinaria, de su tradición y de configuración actual. En primer
lugar, porque se trata de un número poco significativo de casos. En segundo
lugar, porque no recopilo lo que busco, sino lo que encuentro. Sin embargo, no
puedo resistirme a efectuar algún tipo de generalización que tendrá la validez
acotada a los a casos que observo a pesar de la pomposidad del título del
artículo que las reúne.
Estoy
dispuesto a aprovechar la generosa libertad que ofrece el género literario del
ensayo para vincular el hecho culinario en tres o cuatro casos que tuve
oportunidad de vivir de cerca en Francia con la tendencias que los analistas
describen, los medios difunden y yo mismo puedo percibir.
I Isabel Muslera y su marido Jean Louis Daniel
viven en Ille sur Tet a 25 kilómetros de Perpignan en el sur de Francia. Isabel
nació en La Argentina, pero se radicó en Francia hace muchos años. Jean Louis
nació en Bretaña, en el norte de Francia, pero como vivió algunos años en Jerez
de la Frontera, Andalucía, habla un castellano con un fuerte acento andaluz que
expresa con gracia hasta en el gesto de sus manos que hablan como que baila cante
flamenco. En Jerez ha dejado de ser Jean Louis, sus amigos lo llaman Juanito.
Que en los últimos años haya pasado largas temporadas laborales en Córcega, no
representa un dato menor.
Isabel
tiene gustos muy simples. Prefiere la comida hecha sobre la base de vegetales
frescos y frutas, pero sin rechazar enteramente las carnes. El Pays Catalane es
una zona de gran producción de frutas, por ello, cuando llega el verano, se
siente vivir en el paraíso. De los productos de la industria alimentaria, elige
los que llevan el sello que identifica su condición de alimentos orgánicos
(llamados “biológicos” o simplemente “bío” en Francia). Después de tantos años
en las tierras galas, no desdeña, completar su alimentación con buenos quesos.
Las imágenes son propiedad del autor
Jean
Louis, por su parte, tiene gustos más complejos y refinados. Como buen gourmet,
intuitivo y autodidacta, cocina y lo hace muy bien. No sólo prepara la comida
de todos los días, también se aventura en el camino de las conservas (he
probado una terrina de jabalí salvaje que un amigo suyo cazó en Córcega, una
mermelada de higos y unos duraznos en almíbar). Cuando le pregunté cómo
aprendió a cocinar, su respuesta me sorprendió en su obviedad. Lo hacía por
gusto. Empezó torpemente, pero fue mejorando sus técnicas con la ayuda de recetarios
y programas de televisión. Sus búsquedas están orientadas hacia la cocina
popular francesa y española. Hemos comido distintos tipos de carnes con
diversas guarniciones (recuerdo especialmente un solomillo de cerdo horneado
acompañado con unas zanahorias confitadas con cebollas y especias y con
repollitos de bruselas saltados en manteca, toda una explosión de maravillosos
sabores) y, aunque estábamos ya en primavera avanzada, nos agasajo con el plato
nacional del Languedoc, la cassoulet.
Jean
Louis cuida mucho el producto que lleva a la cacerola. En el momento de
comprar, prefiere el contacto directo con los productores o la simple
mediatización del mercado antes que el supermercado. Busca siempre lo mejor,
aún cuando deba recurrir a los productos de la industria. En este caso, en
Francia hay productos que llevan etiquetas que a él le resultan confiables
porque le aseguran la calidad de lo que compra.
En materia de vinos es amante de los vinos de Jerez y de los
buenos vinos tintos franceses, en espacial, de los de Burdeos. Esta vez
descorchó un par de botellas de vino de Córcega que me sorprendieron por su
complejidad aromática. Cuando estos vinos se acabaron, y los que aporté yo
también, puso un vino local de mesa. Lo compra a granel en una cooperativa de
productores en Ille sur Tet (debe llevar un bidón para comprarlo, ignoro la
razón, aunque no he visto en Francia oferta de vinos envasados en damajuana).
Este vino de mesa es, por supuesto, más que digno y da gusto tomarlo porque nos
pone en contacto con la tierra y el pequeño productor. Estos vinos se parecen a
los tradicionales vinos de mesa argentinos tan difíciles de conseguir en el
presente.
Jean Louis profirió, durante una de las sobremesas, una añorante
exaltación de los vinos andaluces (olorosos de Jerez, finos del Puerto de Santa
María y manzanillas de San Lucar de Barrameda) y de la tierra andaluza. Esos
vinos sólo se pueden tomar en su lugar de origen, dijo, si uno se los lleva a
más de 15 kilómetros de distancia, pierden sus propiedades y se desnaturalizan.
Cuando los toma allí, concluyó, el alto grado de alcohol natural que tienen, ni
se siente. Entonces le pregunté por cuánto de ese grado era natural y cuánto
producto del encabezado. Juanito replicó con énfasis en que, en el vino
andaluz, todo era natural y no se le agrega alcohol como a los vinos de Porto.
Tomé debida nota del comentario.
Entonces
recordé que cuando Giovanni Buttò nos recibió en su casa de Bevazzana, muy
cerca de Bibione en el Véneto, mientras Elide, su esposa, servía unos vinos
dulces para acompañar un salame y unas porciones de budín a media tarde (su il
pomeriggio); sostuvo con firmeza y autoridad que los vinos de Marsala
desarrollaban altos grados alcohólico por sí mismos y que no se les agregaba
alcohol de vino.
Antes
de estas charlas siempre pensé que los vinos de Jeréz y Marsala tenían un
proceso de elaboración similar a los de Porto. Uno tiene que estar siempre
dispuesto a aprender lo nuevo.
II
En nuestro último día en el Pays Catalane fuimos a la casa de Sandra y de su
marido Antonine (Sandra es la hija de Isabel y Jean Louis). Les encanta recibir
y agasajar amigos, pero la invitación era a comer una picadita porque ambos
tendrían que madrugar al día siguiente y nosotros ya nos íbamos del Pays Catalane.
Lo
cierto es que la picadita no fue tal. A Antonine le gusta cocinar comida
japonesa. De modo que a la suma de fiambres, quesos, embutidos, bocaditos de
copetín y diversos dips, se agregaron brochetas de pollo y pato grillados
(marinados en una salsa que combinaba teriyaki, mirin y salsa de soja), piezas
de sushi (rolls y sashimi), unos bocadillos cocidos al vapor y unos deliciosos
nems.
Jean Louis, más clásico y europeo en sus gustos culinarios, no
sólo disfrutó de la comida, sino que también formuló comentarios laudatorios
acerca de las habilidades culinarias de su yerno.
Esta
predilección de los jóvenes por la comida japonesa es coherente con la
percepción que tuve en París acerca de la comida étnica. Allí vi muchos
restaurantes de comida oriental (básicamente vietnamita y japonesa) y escasa
presencia de la comida hispanoamericana.
III
Osvaldo Muslera y su esposa Nadine viven en Saint Maló, Bretaña. Nadine es
bretona, pero con Osvaldo vivieron muchos años seducidos por el fervor de
París. Ahora encontraron refugio y calma en esta ciudad de apasionada historia
en la Costa Esmeralda. Esta ciudad se levanta en escala humana (poco menos de
50.000 habitantes) y es muy vivible.
Ambos
cultivaron una vocación gourmet que ponen en juego en cada una de sus
elecciones, incluso en la fruta con que cenan a diario. Les gustan los buenos
restaurantes, elegir los mejores productos de la industria agro alimentaria,
tomar los mejores vinos y destilados y disfrutar de la oferta de productos de
la zona. En los días que estuvimos allí, pudimos disfrutar de ostras de
Cancale, cordero pre-salé del Mont Saint Michel y vinos de Medoc y Sancerre.
Osvaldo
tiene experiencia en servicios gastronómicos y sabe muy bien cómo conducir una
buena comida tanto en su casa como en un buen restaurante. El dispositivo de la
vajilla sobre la mesa de su casa y una adecuada interpretación de las cartas de
los restaurantes resultaron aprendizajes iniciáticos para mí.
Nadine
ejerce el oficio de cocinera en su casa y, aunque no lo hace a la manera
tradicional, dispone de recetarios que fue compilando con los años. Tiene una
compilación pequeña de recetas a las que siempre recurre y una colección
amplia, abigarrada pero ordenada prolijamente, que consulta cada vez que quiere
tomar una idea o salirse de una duda cuando tiene que agasajar a alguien.
Osvaldo cocina ocasionalmente cuando la necesidad lo requiere.
También
ellos consumen productos biológicos y cultivan una vida de alimentación sana.
El despliegue que hicieron durante nuestra visita no forma parte de su dieta
habitual (cordero pre-salé del Mont Saint Michel, ostras de Cancale), sino del
deseo de agasajarnos.
Nadine me abrió la puerta al conocimiento de la cocina bretona, en
la que la leche local y la manteca
salada ocupan un papel significativo. En la ciudad amurallada hay una fábrica
histórica de manteca salada, a la que Nadine concurre a proveerse de este
producto esencial en esa cocina. Con todo, sus gustos culinarios son más
amplios, se despliegan en el marco de la cocina nacional francesa, más que en
los márgenes de la cocina local.
IV
Hugo Muslera cocina a diario para su familia (su mujer, los hijos de ambos, las
novias y los amigos de los hijos y Jackie, su mayordomo), es decir, cocina para
muchos. No tiene ninguna pretensión gourmet en sus gustos y, sin embargo, tiene
siempre productos de primera calidad y exhibe un gusto refinado en la
combinación de los productos con que cocina.
El
momento del aperitivo es básico en la jornada. Los servía en la cocina.
Disfrutamos allí de una copa de vino blanco, unas lajas de jamón crudo (tiene
una pata de prosciuto di Parma sobre la mesada... se lamentaba por no poder
ofrecernos un auténtico San Daniele) y pan. Luego, ya en el comedor, siempre
había una entrada (un día ensaladas, otro crepes de trucha y caviar, etc.), un
plato principal (lasaña, bifes a la criolla, etc.), quesos (en su casa conocí
los quesos inigualables de Normandía, en especial el queso de Livarot y el de
Pont Leveque) y postre (casi siempre comprado). Los vinos, siempre de Burdeos o
del Valle del Loire.
Resuelve
los problemas que se le presentan en la cocina más con la flexibilidad del
sentido práctico que con la rigidez del dogma. No tuvo tiempo para preparar la
salsa blanca para las lasañas, las rellenó con crema de leche; no tenía ají
molido para los bifes a la criolla, usó un condimento de la India que tenía a
mano.
Dos
detalles que denotan una actitud cuidadosa por hacer las cosas bien en la
ejecución de los bifes a la criolla: usó carne de entraña porque es difícil
conseguir un corte más adecuado en ese rincón de Francia y las papas las cocinó
aparte. No es fácil cocinar para tantas personas... Hugo resuelve la dificultad
con solvencia.
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