México, ¿está tan lejos como parece?
Desde hace algunos años me ha llamado la atención la
actitud de los periodistas deportivos mexicanos en las transmisiones
de deporte norteamericano. Por ejemplo, en un partido de baseball,
había un lanzador portorriqueño al que se enfrentaba un bateador
venezolano, entonces el locutor dijo: “paisano contra paisano”.
En forma aún más sorprendente en otra oportunidad, en el football
americano había un jugador argentino, Martín Gramática, que
ejercía la función de pateador, ingresaba por instantes en cada
partido, obviamente cada vez que era necesario, según la práctica
de ese juego, y luego se volvía al banco... “Ahí va el nuestro”,
dijo el comentarista.
¿Son meditadas expresiones de impacto publicitario para
vender esos deportes en hispanoamérica o auténticas expresiones de
una identidad que se supone propia aunque sea difícil de asir?
La revolución de 1810 parecía haberse agotado en el
Darién, a lo sumo en Panamá, pero ¿es así? ¿podemos dejar a
fuera a los curitas Hidalgo y Morelos?
Si era tan distante ¿Cómo explicar la actitud del
gigante hispano del norte con los argentinos en las últimas décadas
del siglo XX? Que hablen los exilados de la dictadura militar en La
Argentina...
México tierra libertaria, tierra de potentes mezclas
indio afro hispano criollas... México lindo y querido, decía una
canción que interpretaba magistralmente Jorge Negrete y que yo
escuchaba en el Winco de casa con tanta insistencia que el disco se
rayó.
México está lejos, pero también está cerca, muy
cerca.
En Buenos Aires, con la moda bastante saludable de los
restaurantes étnicos hay una buena cantidad de locales que ofrecen
comida mexicana. Muchos de ellos, son los restaurantes que combinan
con tradiciones culinarias norteamericanas. Allí encontramos
hamburguesas y tacos y se ve claramente la decisiva influencia de la
profusa comida mexicana sobre la estrecha propuesta norteamericana.
Sin embargo, aunque el contacto y el intercambio son promisorios, la
cultura del ají nos sigue resultando ajena.
Hay una cuestión de gustos. La cocina porteña tiene
baja tolerancia al picante. Es más, alguna tradición italiana que
usaba con profusión el ají molido y el llamado ají de la mala
palabra, para reemplazar al peperoncino, también se fue suavizando.
Los restaurantes de comida mexicana u oriental (por ejemplo, de
comida india, tailandesa, del sudeste asiático, etcétera) tiene
indicados en su carta el nivel de picante de cada plato y suelen
prepararlos con opciones que bajan su intensidad.
Estaba yo comprando aceite de oliva en una reconocida
vinería en Diagonal Norte a metros de Florida, en el Centro de
Buenos Aires. Había un par de mexicanos que transitaban
Lusohispanoamérica en papel de hombres de negocios. Expresaban que
era maravilloso esto de los vinos en La Argentina y en Chile, pero
que, a su vez, extrañaban el sabor, y el picor, de sus chiles en la
comida de ambos países. Yo expliqué que en el noroeste argentino
había una mayor cultura de picantes. Uno de ellos me dijo: “ayer
me dieron a probar un chile argentino que va queriendo... ¿cómo es
que le llaman?... ¡ah, sí! Hijo de la chingada”... “No, no,”
les dije, “se llama putaparió”... “Sí, sí, así le llaman.”
En Buenos Aires no nos gusta el picante y eso nos ha
hecho perder todo un abanico de sabores. Todo es picante para
nosotros y nos cuesta diferenciar el sabor de un pimiento de otro.
Pasa como con las frutas, todas nos parecen igualmente dulces.
Conjeturo, sin una prueba que sustente mi opinión, que este abandono
de los sabores se acentuó con la inclinación a ciertas prácticas
de comer rápido y liviano. La consecuencia ha sido un
empobrecimiento en los gustos en donde el picante y las frituras han
perdido posiciones en la culinaria porteña (aún recuerdo que los
inmigrantes italianos cultivaban ajíes picante en sus casas en
Mataderos y La Tablada). En rigor, la cultura de la comida naturista
en sí misma no reduce la variación de gustos; son los productos
industrializados y el comer apurado, lo que, en mi idea, lo hace. ¿Es
por ese reduccionismo que el vino torrontés, bien frutado, pero bien
amarguito, a muchos les parece un vino dulce? En fin, pero esto es
harina de otra bolsa...
Ha querido la fortuna que tuviera un acercamiento mayor
a la cocina mexicana.
Mi primo José María vive desde hace muchos años en
Los Ángeles. Está casado con una mexicana, oriunda de Gudalajara,
Estado de Jalisco. María del Carmen lo ha introducido en la cultura
del ají y, si bien ha tenido que disminuir un tanto el picante al
principio para que el paladar argentino pudiera abrirse a nuevas
delicias, ha conseguido su objetivo. No digo que mi primo sea un
experto en la materia, pero que es un iniciado en la comida mexicana
puedo asegurarlo. En una visita que hicieron a Buenos Aires en 2009,
ella me enseñó a preparar las recetas de guacamole y de burritos.
¿Qué si mi primo sabe de pimientos? En febrero de
2010, quise hacer los burritos que María del Carmen me enseñó,
pero no conseguía ají chipotle en Buenos Aires. Le pregunté a José
María con qué podía reemplazarlos. Me contestó: “El burrito es
un plato típico del chipotle. El chipotle es un chile con un sabor
muy especial que no tiene parecido con otros chiles. Si querés
conseguir un sabor picoso, podes freír jalapenos, cebolla y tomate
picados finito, sal a gusto. Luego le incorporas el pollo cocinado y
deshebrado. Esto le va a dar un sabor picoso, pero no va a reemplazar
el sabor único del chipotle. Probá esto a ver si te gusta y nos
hacés saber. Nosotros por aquí bien, espero que por allí este todo
bien también. Un abrazo para cada uno de Uds. Bye.
Jose-Carmen-Diego.”
Finalmente conseguí una lata de estos pimientos y los
burritos me salieron muy bien. Entonces, intenté ver cuál era ese
sabor especial del chipotle del que hablaba mi primo. Hice la
experiencia y me comí un trocito sin nada más que las ganas de
hacerlo. Un sabor profundo y delicioso me llenó la boca por un par
de segundos, luego fue una llamarada de picor. Unos segundos después,
bebí un trago de vino tinto, nada quedaba ya del paso del chipotle
por el paladar... me incitó a un nuevo bocado y repetí.
Lo dicho, el picante en la comida es cuestión de
cultura y su disfrute se puede adquirir si uno lo desea.
En 2011, mis primos volvieron. Esta vez pararon en un
departamento, lo que le permitió a María del Carmen lucirse en la
cocina. Ella tiene una sabiduría adquirida en la tradición
culinaria mexicana que reside en sus manos y en su corazón. Es una
cocinera maravillosa, independientemente del tipo de comida que
prepare. Pone tanto amor en la cocina y en el servicio que los
bocados que probamos caen con la mayor suavidad en nuestro cuerpo.
Esta vez optó por hacer una comida con escaso picante. Su idea fue
que comprendiéramos la complejidad de los sabores de la tradición
culinaria mexicana sin que tuviéramos que atravesar por aprender el
lenguaje del picante... y vaya si logró el objetivo.
Nos agasajó con los siguientes platos: flauta de pollo
que los norteamericanos los llaman taquitos, burritos y enchiladas.
La flauta de pollo fue acompañada con una salsa que obtuvo de
mezclar salsa verde mexicana con crema de leche. Este plato llevaba
como guarniciones un arroz cocido a la mexicana (preparado, entre
otras cosas, con sopa de tomates) y frijoles adobados (un puré de
porotos colorados que se presenta condimentado).
Personalmente, hubiera tolerado un poco más de picante,
pero la experiencia resultó maravillosa y, en un todo de acuerdo con
la idea de María del Carmen, disfruté cada bocado.
En relación con algunos productos faltantes en Buenos
Aires, y por supuesto con la escasés de tiempo para obtener los
respectivos reemplazos, se me ocurrió proponer una visita a un
restaurante mexicano para averiguar cómo conseguían, o preparaban,
las tortillas de maíz y los frijoles colorados. María del Carmen me
dijo que no suele concurrir a restaurantes mexicanos porque en ellos
la cocina pierde identidad al tener que adaptarse al gusto local. Hay
una razonabilidad en el comentario, pero tendré que preguntarle si
en Guadalajara asiste a restaurantes de comida local... es tan buena
cocinera que difícilmente encuentre en un restaurante algo que le de
satisfacción... No sé, se me ocurrió, asocié libremente y me
acordé ¡cuánto me costó llevar a la Caracola a comer al
restaurante la Rubia en Cervera del Río Alhama!
Suerte la tuya de tener a M del Carmen en tu familia, sin duda un aporte gastronómico muy interesante, la cocina mexicana es demasiado extensa y deliciosa para encerrarla en un restaurante. Y ciertamente aquí en el Sur apenas sabemos de picantes. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarEstoy totalmente de acuerdo con ellos; pero subrayaría que ninguna tradición culinaria cabe en un restaurante, tenga la "extensa y deliciosa" dimensión de la cocina mexicana o la más modesta como la cocina rioplatense, sólo por poner unos ejemplos.
Los porteños tenemos un problema con el picante, no lo toleramos demasiado, en realidad, casi ni lo toleramos. Mi primo aprendió a disfrutarlo. La última vez que estuvieron en Buenos Aires, María del Carmen preparó una serie de platos con un picante acorde al gusto porteño. Mi primo le insistía con que le agregara más picante y ella se negó, diciendo que primero teníamos que reconocer los sabores básicos de la cocina mexicana.