Dedicar un artículo en una colección de textos de
cocina sobre un tema que tengo poco masticado, es una contradicción
en los términos, aunque de una metáfora se trate. Sin embargo, es
también una promesa de aventura sobre gustos y sabores nuevos. Es
que, en rigor, no tengo bien masticados los pescados del río porque
me fueron escasas las oportunidades de hincarles el diente en Buenos
Aires.
El tema no surgió de la nada. La lectura de un libro
sobre la gastronomía vasca y de un artículo sobre la oferta
turística de la ciudad de Rosario oficiaron de incitación. El autor
del libro es Mikel Corcuera, un periodista especializado que publica
sus artículo en el periódico El País en Euskadi (la contra
tapa anuncia que también trabaja con el afamado cocinero donostiarra
Juan Mari Arzak). Historias del Comer es una recopilación de
sus artículos publicados entre 1997 y 2002. Su visión de la comida
vasca es del interés de quien quiera, como yo, adentrarse en esa
tradición gastronómica. Los artículos están clasificados en
conjuntos temáticos. El primero, “El mar y nada más...”, está
dedicado a la particular relación del pueblo euzko con su mar
nutricio, el Mar de Cantabria siempre pródigo en peces. Leía con
placer y, de pronto, surgió la pregunta sobre la presencia del
pescado y de los frutos del mar en la cocina de los hogares porteños.
Es más, la libre asociación de ideas me condujo también a la
pregunta por la escasa presencia, que es casi una ausencia, de los
frutos del río en esa misma cultura gastronómica.
Ya he dicho que en la mesa familiar de la infancia, mi
madre sólo preparaba, si bien con cierta regularidad, filetes de
merluza a la romana y acompañaba las dietas de la cuaresma con algún
plato preparado sobre la base de bacalao desalado. Después de varios
viajes a la costa patagónica, mi padre trajo la idea de que la
preparación del pulpo a la gallega era muy sencilla. No sin cierta
aprensión, mi madre acometió ese plato, en alguna oportunidad, con
bastante éxito. Algunas conservas (anchoas, caballa, atún y
sardinas en aceite) eran introducidas en algunas preparaciones
festivas.... y no había nada más.
No es que faltara una oferta mayor de productos en las
pescaderías del barrio. Recuerdo haber comprado un langostino y un
pejerrey para mis disecciones en las clases de Zoología en 1968.
Sólo ocurría que esas ofertas no estaban integradas, en casa, a la
dieta familiar. Luego, más grande ya, me di a las exquisiteces de
los bodegones porteños: rabas, calamaretis (¿dónde se perdió ese
nombre que dábamos a lo que ahora llamamos chipirones? Incluso
hasta leemos “txipirones” en la carta de algún restaurante que
los ofrece), cornalitos, mejillones, camarones, langostinos y
diversos pescados asados que se servía con una salsa que en algunos
lugares se denominan “vasca” y en otros “vizcaína”. Pero
todo provenía del mar, nada del río.
A lo largo de los años, el producto del gran desarrollo
pesquero de Mar del Plata y de otros puertos sobre el Mar Argentino
ha tenido su impacto en la comida porteña. ¿Por qué el río sigue
estando ausente en nuestras mesas? Son escasos los restaurantes en la
Ciudad de Buenos Aires que ofrecen estos productos, salvo las truchas
de la Patagonia lejana que fueron incorporadas a la dieta, en mi caso
por lo menos, muy recientemente. Pero del Paraná cercano, nada, o
casi nada. Nada, o casi nada, de pacú, dorado, sábalo y un largo
etcétera.
¿Siempre fue así? Ensayo una descripción a partir de
algunos testimonios de distintas épocas, por ahora sin ninguna
pretensión de sistema. Nos dice un soldado inglés prisionero de la
invasión inglesa en 1806:
“Media milla abajo del pueblito un río nos
proporcionaba excelente diversión. Además de otras clases había
dos peces de sabor delicado que pescábamos con carne. Uno de ellos
tenía forma de trucha salmonada, su carne era blanca, y el otro era
singular por su cabeza muy grande parecida al abadejo, al que
semejaba en forma y gusto.” (1818, Gillespie, Alexander, Buenos
Aires y el interior, Hyspamérica, 1986, pp. 129, 131-132).
Este relato está relacionado con su estancia en las
cercanías del río Areco, pero no hace ninguna referencia al consumo
de pescado en la ciudad. Tampoco las hay en la detallada relación
que hace Un Inglés (autor de Cinco años en Buenos Aires
(1820-1825), 1825) de las provisiones que podían obtenerse en
los mercados de Buenos Aires.
Victor Ego Ducrot dedica algunos párrafos de su libro
(Los sabores de la Patria, 2010) a las habilidades de La
Perichona (Ana Perichon, dama francesa que residía en Buenos Aires,
estaba casada con Tomás O'Gorman y se le atribuía ser la amante de
Santiago de Liniers). Allí leemos:
“Una vez que don Santiago, Burke y algunos futuros
hombres del gobierno revolucionario debían concurrir a su casa,
envió temprano a dos esclavos jóvenes para que hiciesen las compras
en el mercado que funcionaba en la Plaza cerca del Fuerte. La
servidumbre regresó con canastos repletos de pescados de río
-pejerreyes y pacúes-, mandiocas, entrañas de cordero, palmitos en
agua fresca y frutas llegadas desde las costas del Paraná.” (pp.
45-46).
En su libro Cocina Ecléctica (1890), Juana
Manuela Gorriti pasa revista a una gran cantidad de recetas provistas
por amigas de las más diversas procedencias (tanto de España y
Francia como de Perú, Bolivia, Uruguay y de La Argentina interior).
Hay por supuesto un capítulo dedicado a los pescados. De 16 recetas,
sólo 6 provienen de amigas de Buenos Aires. De éstas, dos están
dedicadas al sábalo que habita las aguas de los ríos Paraguay,
Paraná y de la Plata y una al pejerrey (esta última sin especificar
la procedencia del pez). La otras tres, se refieren a pescados de mar
que seguramente ya se conseguían en Buenos Aires. Algunas recetas
más con pescados de río que Gorriti expone, provienen de La
Argentina interior.
Si bien este recetario, al igual que el agasajo de la
Perichona, es una colección de propuestas refinadas para la mesa
burguesa, y poco nos dice de la comida que se preparaba en los
sectores más populares, es indudable que los productos estaban
disponibles en el mercado. La impresión que nos queda es que el
pescado de río no tenía una presencia masiva y frecuente en las
dietas de la Ciudad de Buenos Aires, sobre todo cuando el Río de la
Plata empezó a contaminarse y la pesca se desarrolló como industria
en la costa atlántica. El siglo XX fue el momento de Mar del Plata.
Sin embargo, y retomando el hilo del texto del capitán
Gillespie, debemos decir que la música popular y el estilo de vida
de los paisanos litoraleños ofrecen testimonios de un importante
desarrollo de la pesca en los ríos. Son muchas las canciones de
proyección folclórica que aluden al tema (sólo por nombrar
algunas: “Trasnochados espineles”, “Pescador y guitarrero”,
“Río de los pájaros”, etc.). José Carbajal, músico oriental
que nació cerca del río (Puerto Sauce, departamento de Colonia),
gastaba el apodo de “el Sabalero” (expresión que alude a una
identificación social y a la pesca como medio de vida). También se
llaman Sabaleros los simpatizantes del Club Colón de Santa Fe, la
gran capital argentina sobre el Río Paraná
¿Dónde se consumían y consumen entonces los pescados
de río? He ido varias veces a la ciudad de San Pedro. Ha sido un
placer para mí, encontrar allí algún restaurante muy bueno que
ofreciera pescados de río, tal el caso del que se encuentra en el
Club de Pescadores de San Pedro.
¿Dónde más? Imagino que Rosario, la ciudad más
globalizada de la región, debiera ofrecer una alta gastronomía
basada en estos productos. ¿Será Rosario, como deseo, la Meca
internacional de los pescados de los ríos de la Mesopotámica
argentina?
La lectura del artículo de Raquel
Rosemberg “Rosario siempre estuvo cerca” (el El
Conocedor, N°
75 de Marzo de 2011) nos ha dejado con el deseo de pasar unos días
en esa maravillosa ciudad que parece haber resurgido de las cenizas
(recuerdo haber hecho una recorrida por ella a mediados de los años
ochenta y observar el paisaje desolado que exhibían los barrios en
que se conservaban los edificios ferroviarios de ramales
desactivados). El texto también muestra la distancia de la realidad
con nuestro ideal. La ciudad reencontró su relación con el Río
Paraná que se expresa en una formidable oferta turística con
hoteles, restaurantes, playas... todo a la espera de una visita. Me
devoré el artículo queriendo encontrar una serie de propuestas
gastronómicas en donde ese reencuentro con el río se expresara,
pero debo exponer mi frustración. Sí, la autora recomienda algunos
restaurantes especializados en pescados de río; pero señala que el
plato favorito de los rosarinos es rabas fritas con salsa tártara.
Para completar este parágrafo, me
propuse visitar y hacer algún comentario sobre el restaurante
Jangada de Buenos Aires. No recuerdo cuándo fue que se abrió ese
restaurante en Buenos Aires. No figura en la edición de 2005 de
Vidal Buzzi (Restaurantes de Buenos
Aires). Sí aparece en una consulta
que hice a la versión de esa guía en la internet el 3 de octubre de
2007 (http://www.vidalbuzzi.com.ar/).
Este hallazgo nada dice de la fecha exacta en que ese restaurante
abrió, pero no debe diferir mucho de ese rango. A fines de junio de
2011, me propuse cumplir con el deseo de concurrir al único
restaurante de Buenos Aires dedicado específicamente al pescado de
río. Notable fue mi sorpresa cuando me enteré que había cerrado
sus puertas. Un dato más para afirmar la lejanía de esta
maravillosa fauna en la mesa porteña. ¿Tendré que remontar el
Paraná para comer dorado o encontraré otro restaurante que lo
ofrezca en su carta en Bueno Aires?
Jangada era una parrilla de pescado de río, esa era su propuesta gastronómica. Cenamos allí varias veces por ser vecinos del barrio de Palermo.
ResponderEliminarDesde hace unos años (8, 10???) El supermercado Coto fue el primero en traer pescado de río regularmente a sus góndolas. Allí encontrarás dorado despinado que es una exquisitez...
salu2
Gracias, Héctor, por tus comentarios.
EliminarHace mucho que no voy por Coto... tengo que darme una vuelta porque además tiene un vino buenísimo.
Es una lástima que Jangada haya cerrado.
HACE UN PAR DE AÑOS ESTUVE EN ROSARIO Y SÓLO RECUERDO UNAS PARRILLADAS GLORIOSAS, SOSPECHO QUE HAY QUE ADENTRARSE MÁS HACIA EL NORTE, QUIZÁS EN LOS PUEBLITOS RIBEREÑOS TENGAMOS MÁS SUERTE. AQUÍ SUCEDE IGUAL, DE RÍO APENAS LOS CAMARONES. UN ABRAZO
ResponderEliminarGracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarEn Rosario, hay que asesorarse bien para conseguir buenos lugares para comer pescado de río... se consumen muchas rabas del Mar Argentino (Mar del Plata está a casi 800 km, pero el Paraná está a menos de cien metros de la ciudad).
Si tu experiencia con la pesca del río en Chile es en Santiago, tu queja es válida; pero tenés un atenuante importantísimo: el Mar de Chile está ahicito nomás.
En Rosario, sobre la Av. 27 de Febrero, hay un restaurant llamado "Puerto Gaboto" que tiene muchísimas especialidades de pescados de mar y de río preparados de tántas maneras distintas que necesitas una larga estancia en la ciudad para probar todas las alternativas.
ResponderEliminarY en Formosa, en el Hotel deTurismo, hice gala de mi amplitud de criterio (?) -basada en la triste experiencia de, por prejuicio, tardar en probar las ranas- y me animé a hincarle el diente al yacaré. Te aseguro que es una experiencia sublime porque saboreás un gusto tan impredecible como agradable sumado a una textura totalmente diferente producto de una cocción al horno que me cautivó para siempre.
Gracias, Oscar, por tu comentarios.
EliminarComparto enteramente tu opinión sobre Puerto Caboto. Para un porteño con mente abierta al pescado del río, es una especie de paraíso.
En cuanto a la carne de yacaré, como la de llama o la de choique y tantos otros animales, sólo hay que animarse para descubrir esos sabores de los que hablás.
En Buenos Aires, en el restaurante Oro y Cándido, suele haber carne de yacaré... nunca la he probado... va siendo hora... ¿no?
La última vez que estuve en Formosa, ocurrió un hecho extraordinario, por la noche apareció un yacaré en la fuente de la plaza principal... Sí, esa que tiene a San Martín señalando hacia Florianópolis, en lugar de marcar el sitio del Cerro de la Gloria en Mendoza.