Ya he dedicado un artículo al libro de Dereck Foster El gaucho
gourmet(1) y al reportaje que le hiciera msena para el
sitio de internet Oleo Dixit(2). En ese texto, me ocupé de señalar que el
contexto sociocultural en que el libro fue publicado, diverge notablemente del
que rodea esta crítica. Avancé, también, en la reseña de la “Introducción” y de
los dos primeros capítulos (dedicados a los antecedentes indígenas y españoles
de nuestra cocina) y al sentido de lo nacional y de la cocina nacional que el
autor ensaya. El presente artículo, se limitará a la reseña de los capítulos
siguientes (3 a 5).
La cocina argentina hoy, el contenido de los capítulos finales de la obra
Capítulo 3. Entra de lleno en la
cocina argentina actual, indagando y exponiendo sus conclusiones acerca de los
platos que pueden considerarse auténticamente argentinos. Se trata de una serie
de escritos en donde intercala las consideraciones sobre los platos específicos
con algunos comentarios más generales. Este capítulo y el capítulo 5, en que
rescata viejos recetarios de la cocina argentina, constituyen el principal
aporte de la obra. La suma de esos aportes, expuesta en hechos fundados o en
líneas de investigación propuestas por el autor, las enumeraré en un parágrafo
específico. En éste, me limitaré a la crítica de los aspectos cuestionable de
su exposición. Lo curioso es que en la crítica podré rescatar lo que se le ha
caído de la cesta al andar el camino. Es mucho y terminan configurando una segunda
serie de aportes que, abusando de una metáfora vulgar, llamaría “inconscientes”.
Sostiene el autor que hay dos platos que pueden ser considerados
como auténticamente nacionales: el revuelto gramajo y el panqueque de manzanas.
A la vez, sostiene que hay otros dos que suponen una adaptación tan
significativa que permite que sean considerados como hijos adoptivos de la
argentinidad: la milanesa (en especial, la milanesa a la Napoli) y las
empanadas criollas. Entre los platos que clasifica como heredados, pero que
poseen centralidad en la dieta argentina, destaca el asado y el puchero. En uno
de los artículos que componen el capítulo, critica la idea del origen argentino
del dulce de leche y, en otros dos, pasa revista a los quesos que pueden
considerarse originarios de nuestro país y a la importancia del mate en nuestra
dieta.
En más de un sentido, el libro se complementa con el reportaje de
msena en Oleo Dixit (publicado diez años después). Foster evoluciona hacia una
visión más amplia, reconociendo ahora 5 platos auténticamente argentinos, a
saber: el revuelto gramajo, el panqueque de manzanas, la ensalada mixta
(lechuga, tomates y cebolla), la torta galesa y la milanesa a la Napoli.
También incluye al puchero dentro de la categoría de las comidas argentinizadas.
Aunque parezca poco, al autor le parece casi nada, el listado que
presenta es suficientemente amplio como para comenzar a pensar en una cocina
verdaderamente argentina. Si nos propusiéramos seguir su método de cotejar
lecturas y reflexiones con la experiencia, podríamos dar con un menú mucho más
amplio de platos nacionales o nacionalizados. De hecho en diez años, él sólo,
pudo duplicar la lista. Ya estoy pensando en algunos casos que ni siquiera ha
mencionado como los palmitos con salsa golf y la manera argentina de hacer los
alfajores, aún con sus profundas diferencias regionales. Sin embargo, no hay
que ir tan lejos ni esperar tanto. Si releemos el libro puntillosamente,
encontraremos otros platos que el autor ha descartado arbitrariamente, después de
describir razones que en otros casos determinaron una inclusión. Por ejemplo,
no tuvo argumentos decisivos para incluir la empanadas, ni razones
determinantes para excluir la salsa criolla. Pasaré revista a tres casos
significativos que se exponen en este capítulo.
El fileto. Tomemos su aclaración
acerca de la incorrección de dar el nombre de salsa fileto a una salsa de
tomate y carne (pp. 41-42). En Calabria, en épocas de extrema pobreza, cuando
se asaba carne en el spiedo del hogar, se ponía una fuente abajo para recoger
hasta la última gota del jugo que la pieza desprendiese. Este “sugo di fileto”,
se comía luego con la carne. Según el testimonio de Demi de Biaggi, un
veneciano amigo del autor, era costumbre calabresa estirar la comida todo lo
que fuera posible. Por ello, le agregaban tomate al jugo de carne cuando éste
era escaso. ¿Por qué no aceptar la argentinización de esa costumbre? Pensemos
en el estofado hecho con los cortes, y recortes, de carne a los que se podía
acceder por el precio y algunas verduras, entre ellas los tomates (es un
producto de huerta de cultivo fácil en espacios reducidos, como eran las
quintas hogareñas de los inmigrantes pobres). Esta “salsa” acompañó la pasta
sciutta de los domingos, constituyendo por años una de las comida más
sustanciosa de las familias de trabajadores en la Argentina. Por qué no aceptar
que ese estofado pudiera ser denominado también fileto, si este fileto
argentino combina, como la preparación calabresa, la jugosidad de la carne
estirada con la del tomate.
El churrasco. En una discusión
laberíntica con las definiciones de Diego Santillán (La Gran Enciclopedia
Argentina, s/d en el texto), pone sobre el tapete la cuestión de la técnica
de cocción del churrasco (pp. 42-44). Santillán sostiene un churrasco es un
trozo de carne sin hueso que puede cocinarse sobre brasas directas o cenizas
calientes. Foster se pregunta indignado “¿Será acaso una forma de preparar la
carne netamente nuestra que hemos dejado pasar al olvido? ¿Otro eslabón de la
cocina autóctona desperdiciada?”. Para contradecir al autor citado, expone la
receta de Mercedes Torino de Pardo publicada por Gorriti en su Cocina
ecléctica(3).
La técnica consiste asar la carne apoyada directamente sobre brasas vivas en un
proceso rápido (“vuelta y vuelta”). Tiene una perla en sus manos y no la
reconoce. Personalmente, yo no he visto que la técnica del churrasco descripta
por Mercedes Torino se utilice con asiduidad hoy en día. Seguramente, para
Dereck Foster que se crió entre paisanos, la técnica debe parecer una obviedad
por eso le extraña la propuesta de Santillán de usar las cenizas calientes y no
la de las brasas. Esta experiencia personal y la receta de Mercedes Torino son,
en mi opinión, razones suficientes para rescatarla y sumarla al acervo nacional,
y promover que se vuelva a hacer aquello que se ha dejado de hacer o se hace
poco: el churrasco. Independientemente de rescatar también la técnica de cocción al rescoldo (en contacto
directo con cenizas calientes) como lo hace Francis Mallmann (Siete fuegos,
mi cocina argentina, Buenos Aires, V&R, 2010).(4)
El parágrafo titulado “Comidas latinoamericanas” (pp. 44-52),
repitiendo los tics ideológicos que lo acompañan a lo largo de la obra, está
dedicado a una serie de platos que según el autor hemos heredado, en esta caso
de España y Latinoamérica, aunque forman parte, o han formado parte, de nuestra
dieta cotidiana. Ellos son: el puchero, las empanadas, el locro, el matambre y
la carbonada. Con la excepción de las empanadas, no se ha puesto a reflexionar
sobre las formas argentinas de las otras preparaciones, desaprovechando la
oportunidad de ampliar aún más nuestro menú de cocina nacional.
El matambre. Tomemos el caso particular
del matambre relleno al que atribuye un origen en la malaya chilena. Siguiendo
el libro de la familia Brown (The Southamerican cook book, Dover, 1939),
distingue el matambre arrollado del matambre relleno. Este último que se parece
al fiambre que actualmente comemos los argentinos, es muy parecido a la receta
de malaya que dan los Brown. En cambio, cuando hablan de matambre argentino, se
refiere a la preparación que Marta (Cocina tradicional argentina y otras
cocinas, 1914) denomina matambre arrollado. ¿Por qué no tomar este último e
incluirlo en el acervo de la cocina nacional?
Si sumamos los siete platos (entre argentinos y argentinizados)
que Dereck Foster propone en el reportaje ya citado y agregamos estos tres, y
el mate y los quesos y la pequeña lista que ya he insinuado y la pizza de molde
porteña y el guefilte fish preparado con especies de peces que se encuentran
sólo en los ríos Paraná y Uruguay... nos encontramos con un tesoro considerable
sobre el que podemos fundar la idea de una auténtica cocina nacional.
Capítulo 4. Lleva por título “David y
Goliat en la cocina” e intenta dar cuenta de las enormes dificultades que
tendría que atravesar una cocina argentina si quisiera expresarse al mundo como
una cocina de alta escuela, pero partiendo de su propia identidad.
Usa el término cuisine como sinónimo de alta cocina y sostiene que
en Francia esta alta cocina es más el producto de lo que se encuentra en la
cocina de los hogares nacionales que de la febril imaginación de un reducido
grupo de “estrellas de la gastronomía”. Los argumentos que utiliza para
cuestionar el rictus tilingo de la moda de los cocineros argentinos se parecen
a los de siempre: nada de eso hay en La Argentina, aunque en los hogares
tenemos una cocina que nos alimenta con eficacia. Sin embargo, esta línea de
pensamiento es útil para establecer un punto de partida promisorio: si queremos
una alta cocina argentina, tenemos que ver qué se guisa en los hogares
argentinos y no seguir lo que se difunde a través de la prensa y la publicidad.
En una metáfora que compartimos, David es la cocina hogareña argentina y Goliat,
la industria alimentaria que con un impresionante aparato publicitario intenta
imponer gustos afines a los productos que genera.
Cree que a pesar del peso de la industria alimentaria, aún
poseemos una buena cocina casera que consiste en la preservación de las
tradiciones culinarias de las colectividades de inmigrantes. Pero esta cocina
tiene que competir con las modas en los restaurantes, los fast food, las nuevas
modas étnicas y las innovaciones que pretender romper los moldes
preestablecidos y crear nuevas tendencias. En un giro inesperado, abandona el
nacionalismo hispanista y la indagación por la originalidad aborigen y se
encamina a la defensa de las tradiciones de los inmigrantes que se enfrentan en
batalla colosal a las modas y tendencias generadas por la industria. No pude
hacer una síntesis entre las corrientes populares y no puede percibir la
posible existencia de ventanas para el diálogo. Es verdad que muchas de esas
tendencias van a contramano de la construcción de una cocina nacional; pero
nuestra cocina nacional tiene, y debe tener, aristas étnicas propias y un lugar
para la innovación a partir de lo nuestro. Por ejemplo, innovar con el asado y
las empanadas es una posibilidad para la cocina argentina si pensamos en
términos de diálogo y encuentro. Esto no lo digo yo, lo dijo Ferrán Adriá en
una conferencia que dictó en el teatro Gran Rex de Buenos Aires el 3 de
noviembre de 2011 ante más de tres mil asistentes. Si se me permite una
paráfrasis marechaleana, nuestra cocina nacional,es hoy en día una posibilidad
infinita.(5)
Dereck Foster pasa revista a los múltiples teatros de operaciones
en los que esta batalla colosal se empeña (pp. 79-87).
La parrilla. Es la marca registrada de
la cocina de nuestro país; pero curiosamente el asado no es la comida más
popular, según unas estadísticas de ventas que no cita, la carne que más se
vende es la carne picada. “El bife ha sido sustituido por la hamburguesa”,
concluye.
Las fondas de barrio. Ya no se llaman así
(se han impuesto las expresiones “casa de comida” y “boliche”). Sólo existen en
las ciudades más pequeñas, en los pueblitos del interior o en los barrios más
apacibles de la ciudad. Ofrecen pocos platos y, a veces, están asociados a
parrillas.
Los cafés. Se han ido transformando
en restaurantes que ofrecen comida rápida y que compiten con los verdaderos
restaurantes en la oferta de comida para el almuerzo de oficinistas.
El restaurante. Columna vertebral de la
gastronomía pública, tiene un gran desarrollo en La Argentina. Se caracterizan
por la diversidad de ofertas, tanto por razones económicas como por el estilo
de la cocina que presentan. El tradicional restaurante argentino que ofrece
comida “internacional” (categoría que sólo se conoce en La Argentina) compite
ahora con una diversidad de propuestas étnicas. En el mejor de los casos, los
menúes de esos restaurantes ofrecen platos de diversa procedencia, pero que han
sido reformulados de modo tal que es imposible reconocer los originales en
ellos. En cambio, los restaurantes étnicos ofrecen una cocina que se parece
mucho a la que le da origen, aunque no siempre llega a la mesa un plato de una
calidad acorde con la cocina invocada, no estando exentos de incurrir en
distorsiones como los otros. En este caos culinario, sostiene Foster, hasta los
platos de origen italiano o español sufren distorsiones. La distorsión es tan
grande que los platos originales apenas se reconocen en los platos que se
ofrecen en los restaurantes. Ahora bien, y en el mismo sentido que sostuve
arriba, desconoce un diamante que tiene en las manos. Si la distorsión es
grande, el producto llega a ser una creación propia de la restauración
argentina y, por consiguiente, habría que sumarlo, junto con la categoría de
cocina internacional, a la culinaria patria.
La nouvelle cuisine. Retoma el hilo del
impacto de la moda en los cocineros argentinos, dedicando algunos párrafos
extremadamente críticos al momento en que los cocineros argentinos se abrazaron
a la nouvelle cuisine francesa. Califica duramente esta actitud porque
con ella adquirieron todos los defectos de esa corriente gastronómica sin
comprenderla en su profundidad. Años después de la publicación del libro de
Foster, Francis Mallmann que se reconoció entre
esos cocineros, realizó un clara autocrítica en su libro Siete fuegos, mi cocina argentina (pp.
3-4).
Fast foad y delivery. Es el último gran
escenario de la batalla entre David y Goliat. La crítica que hace es acertada
en lo general, pero vuelve a descuidar el diálogo. Entre los fast food
están los carritos que ofrecen choripanes y entre los delivery, aquella
casas de empanadas de las que habló positivamente en el capítulo anterior.
Capítulo 5. Comienza el último capítulo
del libro, confesando un sentimiento de frustración (la sección se titula “Un
matrimonio en puerta”): Se lamenta de que La Argentina carezca de una
gastronomía acorde con el excelente desarrollo de sus vinos. Sostiene que
Mendoza es el lugar del país en donde peor se come (obviamente se refiere
explícitamente al servicio de restaurantes y no a la cocina hogareña).
Nuevamente tengo que decir que las cosas cambiaron mucho en la última década en
la cultura general de los argentinos y en la valoración de lo nacional.
Desde hace dos décadas el vino argentino se encuentra en un
proceso de transformación que lo condujo de una bebida concebida a partir del
consumo interno masivo a ocupar los primeros planos mundiales de los vinos de
alta gama. Personalmente no he estado en Mendoza en los últimos años; pero sí,
en Salta en el año 2008. Me volví con la impresión de que la restauración
salteña ya tiene un desarrollo interesante y que supera con creces el
calificativo con que Foster la evalúa (en materia de restauración) “No se puede
afirmar nada mejor de La Rioja y Salta, donde una ligera influencia del Altiplano
al menos lo intenta.” pp. 91-92). ¿Olvida acaso que en el capítulo tres refirió
una anécdota personal en una bodega salteña, oportunidad en comió dieciocho
empanadas acompañadas con un torrontés “delicioso” (pp. 56-57)?
En Cuyo, aclara, no es que nunca hubo una cocina acorde a los
vinos de la región, la hubo y se perdió. Este comentario le sirve para
introducir otro de los grandes aportes del libro, la exposición de una
antología de recetas tomadas de tres libros que ordena cronológicamente.
Intenta rescatar así una serie de platos que se comían en el pasado y que vale
la pena recuperar. Estos libros son: González y Videla, Sabores de la
antigua cocina cuyana(6); el ya citado de Juana Manuela Gorriti, Cocina ecléctica
y Marta, Cocina tradicional argentina y otras cocinas(7). La
recetas que incluyen estas colecciones, sostiene Foster, eran todas corrientes
a mediados del siglo XIX, algunas, incluso más antiguas y otras que aún se
mantienen vigentes aunque con formas más o menos modificadas. El origen de los
platos es “relativamente universal” (me pregunto ¿antecedente de la cocina
internacional argentina?): se nota una corriente de influencia limeña y otra
del Altiplano peruano-boliviano (digo que todo lo que provenga de ahí no puede
ser considerado ajeno a lo nacional), algo europeo y “una pizca de aquello
indefinible que no podemos llamar “argentino legítimamente, aunque algunos
autores lo hagan” (pp. 92-93).
La crítica al tratamiento particular que hace de cada una de estas
colecciones, la expongo en el parágrafo dedicado a los aportes de la obra. Sin
embargo, valga una consideración general aquí. Estimo que, a la recuperación de
estos recetarios, le falta fijar un contexto que permita valorarlos. En este
sentido, se me ocurre que no es menor compararlos con el recetario de doña
Petrona C. de Gandulfo. Su obra, El libro de doña Petrona comenzó a
publicarse en la década de los años treinta del siglo XX (tengo una edición de
1958)(8).
Si pensamos que fue uno de los libros más vendido en toda la historia del
mercado editorial argentino (recientemente se ha publicado la edición 102) y
que doña Petrona fue la primera estrella de la cocina mediática, la popularidad
de su obra debe conducirnos a pensar su colección como muy asociada a la manera
de cocinar de los argentinos. De la confrontación de los recetarios expuestos
con el de doña Petrona, se podría
afirmar o negar, por ejemplo, el aserto de Foster acerca del olvido de
unos platos que considera como parte de una cocina nacional. Estimo que en el
peor de los casos, doña Petrona representa esa “cocina internacional”, que, con
el correr de los tiempos, es tan nuestra como la receta del churrasco que
publica Juana Manuela Gorriti.
El libro concluye con un artículo denominado “El matrimonio
perfecto”. Se refiere específicamente a la relación entre el vino y la comida.
La Argentina, sostiene, es el único gran productor de vinos que no tiene una
gastronomía pública acorde, como sí ocurre en Francia, España, Alemania,
California, Sudáfrica, Australia... Allí se detiene, realiza una amarga
constatación y no da ninguna explicación.
Pienso que podemos hallar una clave de interpretación de estas
falencias en la condición mediadora del puerto que recibe con avidez todas las
novedades del foreland, pero se ve tironeado por la presión tradicionalista del
hinterland(9).
Esta dialéctica genera productos originales. Productos basados en aquella
influencia foránea, pero modificados en tal forma que es imposible reconocer su
origen. Dereck Foster no da cuenta de esta interacción, de este diálogo que
permite o bien rechazar toda mediación entre lo propio y lo foráneo que genera
productos impuros, como él hace, o bien rescatar las formas nacionales de
ciertos platos que resultan el producto concreto de esa mediación. Para él, la “cocina
internacional” no es una auténtica creación nacional, sino una burda
deformación. Para mí es un tango argentino, una creación en la que precisamente
en su contaminada formulación encuentro una identidad.
Fuentes de del texto:
(1) 2001, Foster, Dereck, El gaucho gourmet, Buenos Aires, EMECÉ.
(2) 2011, msena, “Milanesa napolitana, ¿invento argentino?, leído
el 8 de octubre de 2011 en http://dixit.guiaoleo.com.ar/milanesanapolitana/.
(3) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos
Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), leído el 4 de noviembre de
2011 en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm.
(4) 2010, Mallmann, Francis, Siete fuegos, mi cocina argentina,
Buenos Aires, V&R, 2010.
(5) 1970, Marechal, Leopoldo, Megafón o la guerra, Buenos Aires,
Sudamericana, pp. 70-81.
(6) 1988 González y Videla,
Sabores de la antigua cocina cuyana, (edición particular).
(7) Marta, Cocina
tradicional argentina y otras cocinas cuya primera edición es de 1914
(8) 1958, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona,
Buenos Aires, edición 52°, a mi ejemplar le faltan la hoja por lo que no puedo
identificar la editorial.
(9) 2006, Aguirre, Patricia, “Buenos Aires puerto de ideas”, leído
en http://www.biosur.org.ar/articulo_21_02_06.html, el 4 de noviembre de 2011.
Sí, muy interesante. No he visto nunca cocinar sobre las cenizas y ya estoy pensando en Félix Luna que decía que el gaucho cocinaba directamente sobre los leños, pero nada dice de las cenizas, es más, dice que mucho sobraba y se dejaba tirado en los pastizales, mi conclusión, es que los restos no llegaban a tocar las cenizas. No sé qué opinarás al respecto.... Saludos :)
ResponderEliminarMario please, sacá si estás de acuerdo las dos palabritas de verificación, lleva tiempo tipear en todos los blogs....
ResponderEliminarGracias, Miriam, por tus comentarios.
ResponderEliminarEn el Libro de Francis Mallmann (se consigue en USA con el título Seven fires: Grilling the Argentine Way) se expone la técnica de cocción al rescoldo (es decir, entre cenizas tibias). Por otra parte, dentro de algunos meses (cerca de fin de año, según la programación que llevo) voy a publicar mis hallazgos sobre el churrasco, confirmando la idea de Félix Luna. El gaucho cocinaba sobre las brasas o improvisando asadores con rústicos palitos silvestres.
Tengo que hacer varias correcciones en el diseño diseño, voy a ver si consigo corregir lo que me pedís.
Besos, Mario.
ESTIMADO MARIO, PARA MÍ LA COCINA ES COMO EL LENGUAJE, COMO TODA ENTIDAD CULTURAL TOMA DEL MEDIO AQUELLO QUE SE LE OFRECE Y TRAE CONSIGO SUS RAÍCES. LENTAMENTE SE VA PRODUCIENDO ALGO QUE IDENTIFICAMOS COMO NACIONAL, CRIOLLO O NUESTRO.
ResponderEliminarSI ME PREGUNTAS A MI, DEBO DECIR QUE HE COMIDO BIEN TANTO EN RIO GALLEGOS COMO EN CAFAYATE Y SIN DUDA TODO ESTÁ DADO POR EL PRODUCTO CON QUE SE PREPARA UN PLATO Y EN ESO LA ARGENTINA ES BENDITA POR VARIEDADES DE SUELOS O TERROIRS QUE DIGNIFICAN SUS FRUTOS, SEAN ESTOS CARNES, HORTALIZAS O FRUTAS. COINCIDO CONTIGO EN QUE LA COCINA PÚBLICA MERECE OTRO TRATO, PERO AQUELLAS FAMILIARES SON SIEMPRE UNA FIESTA.
UN CHURRASCO COMIDO A PLENO CAMPO DEBE SER DE MIS MEJORES RECUERDOS DE INFANCIA PATAGÓNICA. UN ABRAZO
Gracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarCoincido plenamente con tu valoración de la cocina como hecho cultural y con tu valoración de los productos con los que cocinamos.
¿Cómo era el dicho? ¡Ah! "Nada sale de la cacerola que no hayamos puesto previamente en ella".
ME SUMO AL PEDIDO DE MYRIAM, OJALÁ PUEDAS QUITAR LAS PALABREJAS DE VERIFICACIÓN. GRACIAS
ResponderEliminarPamela: acabo de operar la eliminación de las palabras de verificación. Espero que funcione. De todos modos, si los problemas siguen, por favor, avisame.
EliminarYA ME IBA SIN RESPONDER A TU PREGUNTA, EL OTOÑO ES UNA GRAN ESTACIÓN AQUÍ EN LA ZONA CENTRAL DE CHILE, YO VIVO A MITAD DE CAMINO ENTRE VALPARAÍSO Y SANTIAGO, EN EL CAMPO, DESDE MI VENTANA EN LO ALTO DE UNA COLINA VEO YA EL VALLE EN TONOS OCRE, LA TEMPERATURA ENTRE 22 Y 23 GRADOS, UN AGRADO ESTAR AL AIRE LIBRE, CAMINAR EN LAS TARDES SINTIENDO EL CRUJIR DE LAS HOJAS BAJO LOS PIES. LA COCINA SE PUEBLA DE CASTAÑAS, PIÑONES, PERAS, MEMBRILLOS, CAQUIS Y OTRAS BELLEZAS. SALUDOS
ResponderEliminarTengo pendiente conocer Chile. Hace tiempo que vengo soñando con un recorrido entre Santiago y Puerto Montt. Creo que cuando me decida, tendré que elegir abril para mi aventura.
EliminarSaludos.