sábado, 28 de septiembre de 2024

MI ÉPICA APARICIÓN EN LA FALDA DEL ACONCAGUA

Por Guillermo Gómez

Existen regiones y peripecias que quedan desprovistas de memoria, por eso debemos evocarlas con nuestra pluma en los pergaminos.

Estimado lector con estas solemnes palabras quiero dar inicio a mi memorable narración, célebre relato épico, que conmemora mi primera gran travesía en la alta montaña.

Las imágenes pertenecen al autor salvo indicación en contrario

Mi vida militar en Puente del Inca, Mendoza, Argentina, era un tedio angustiante y predecible.

Para un espíritu inquieto e impaciente como el mío, amante pertinaz de las asimilaciones instructivas, perpetuarse en un lugar donde nada se agitaba, donde nada acontecía, era devastador.

Territorio insulso e insubstancial, donde no se veían lectores, ni libros, ni tertulias de alto vuelo, ni agrado por la música erudita.

Para mí, esa “Compañía de Esquiadores de Alta Montaña 8’’ era el fin del mundo... Todos los días el mismo aburrido y artificial protocolo, la misma estúpida ceremonia castrense.

Teniendo que doblegarme siempre a la misma gritería prosaica de los atolondrados y mal alfabetizados suboficiales. Mientras que, por el otro lado, pretendían distinguirse las impertinentes estrellas de un puñado de presumidos e incultos oficiales.

Teníamos que hacer parte de la misma hilera fría de la mañana para el jarro con mate y pan. Así repetíamos hasta el hartazgo, las mismas adulaciones a las jerarquías, las mismas cortesías mecánicas, las mismas estúpidas subordinaciones.

En fin, y ahí estaba yo, estimado lector, en medio de toda esa sandez organizada con dinero público del Estado Argentino.

No les conté a mis distinguidos e ilustres lectores, lo que era ese triste e inmerecido comedor, que siempre disgustaba a mi ávido apetito. Siempre la misma polenta amarillenta y grasienta, siempre el malísimo arroz inexpresivo, los mismo repulsivos fideos, y el mismo caldo nauseabundo y desabrido…

Referencia de la imagen en (a)

Pero el problema no era sólo la comida, estimado lector. Mis manos estaban laceradas, ellas sufrían por la ausencia de humedad, y por frio excesivo, ellas se resecaban hasta producir fisuras en las palmas, que fustigaban como si fuesen heridas de incisión.

Pero lo que más me perturbaba, estimado lector, no era ni el puchero sin gusto, ni la temperatura extrema, ni los inconvenientes físicos. Lo que más me afligía era la pereza intelectual de los milicos, la deserción declarada a la lectura de libros, y la ausencia absoluta de pensamiento reflexivo.

Por eso, un día me indigné con todo y todos, y me ofrecí como voluntario para ir al Aconcagua.

Lo hice para salir de ese aborrecible lugar, donde tenía que ver siempre las mismas faldas amarronadas y ambarinas de las montañas.

Así fue, una mañana muy temprano partí con cuatro mulas y un suboficial, para un encuentro histórico con el centinela de piedra. Nunca en mi vida me había montado a un animal cuadrúpedo.

Pero mi pasión por enriquecer mi biografía, por nutrirla de aventuras, no tenía límites. Por eso me sumé a ese singular desplazamiento, para conocer un escenario único en el planeta tierra.

Pasamos la laguna de Horcones, cruzamos el río del mismo nombre y en una elevación tiré de las riendas resuelto para hacer una merecida pausa con mi rocinante.

Considerado lector, me puse a contemplar la pared sur del Aconcagua, mientras el suboficial gritaba como descocido que continuáramos la marcha. Pero a esa altura de la travesía, mi mula y yo, ya habíamos quebrado con todas las cadenas de mandos del ejército argentino, nuestra desobediencia era absoluta.

Conjeture mí estimado lector: Estaba inerte, bastante impresionado, con apenas 18 agostos, lo hacía contemplando aquel levantamiento tectónico gigantesco, la mayor elevación del planeta tierra después del sistema del Himalaya.

Macizo colmado de hazañas, reverenciada montaña que ha dado tantas celebres páginas a la literatura. Pero un suboficial deficientemente alfabetizado y atrevido, pretendía con sus gritos desafinados interrumpir aquel descomunal encuentro, aquel sublime recogimiento ¡Que absurdo!


Su belleza, fama y grandiosidad eran y son sólo semejantes a la novena sinfonía de Beethoven. Me conmovió la textura rocosa con esos glaciares colgados, amenazando mega-deslizamientos, sus matices llenos de soberbia e intensidad.

Ella se inicia de forma poderosa, totalmente sorprendente con escalas y variaciones trepidantes. El Aconcagua y la sinfonía de Beethoven ostentan una intensidad titánica, un volumen brutal.

De pronto vi desprenderse una masa de hielo de un glaciar, lo hacía para precipitarse y estrellarse en la falda de la montaña.

Escuché tantos estallidos extraordinarios y retro sonidos descomunales. Entonces me juré, que de salir vivo de ese escenario formidable, lo narraría en mis conspicuas memorias para la ingrata posteridad.

Después salimos de la confluencia de dos ríos, y avanzamos por los depósitos glaciares de Playa Ancha. Nos esperaban todavía más de mil metros de desnivel y 20 km por recorrer hasta Plaza de Mulas, que está a 4.310 metros de altura.

Hoy vi, por la internet, una foto del abrigo de ladrillos donde me hospedé en Plaza de Mulas, fue totalmente destruido por un alud.

Es así de implacable la travesía de la vida. El tiempo a todo lo desarraiga, a todo lo agita.

Somos apenas inestables cantos rodados en el fondo de un furioso río.

Guillermo César

Notas y referencias

(a) https://oftours.com/aconcagua/trek-plaza-de-mulas/


No hay comentarios:

Publicar un comentario