“…tus veinte años temblando de cariño...”
(1951, Homero Manzi, “Sur”)
No sé cómo
tengo que decirlo para que se entienda, lo repito: la nostalgia de los tiempos
que han pasado no me va, la celebración del patrimonio conservado, sí.
I Sobre la
nostalgia de Homero Manzi
Hace algunos años leí un artículo
muy interesante sobre Homero Manzi. El autor (ya ni recuerdo quién era, pero
era un erudito en materia de tango) ensayaba una interpretación sobre la letra
de Sur. Sostenía que la base de la nostalgia que la letra trasunta, residía en
que el poeta santiagueño consideraba, en 1948, que todo tiempo pasado era
mejor.
A mí me pareció que había un
contrasentido en esa afirmación. ¿Cómo podría, Homero Manzi, partidario del
peronismo naciente, sentir que todo tiempo pasado había sido mejor?
En fin, me dije, esas son las
licencias que el género del ensayo puede permitirse y, en tren de aceptarlas,
me puse a ejercerlas desde otro ángulo. El artículo de marras fue publicado en
célebre revista Todo es Historia en
1990. Escribí una carta de lectores con mi interpretación que la publicación recibió
e incluyó un par de meses después en la sección de correo de los lectores.
Es evidente,
decía entonces, que Homero no podía tener nostalgias de las inundaciones; pero
cuáles eran “las cosas que han pasado” que le provocaban ese sentimiento. Creí
entonces, y sigo creyendo, aunque más moderadamente, que uno suele tener
nostalgia de lo que vivió cuando tenía veinte años.
II Villa
Pueyrredón hace 50 años
Ya no creo que mi interpretación
sobre el sentido de la nostalgia en Sur tenga validez universal, como lo pensé
entonces. Pero sí la sigue teniendo en lo personal.
Hace cincuenta años, tenía veinte
y, si bien vivía en Mataderos, pasaba mucho tiempo con un grupo de amigos con
los que compartía ideales juveniles en Villa Pueyrredón. Entonces este barrio
se hizo un sitio casi tan entrañable como Mataderos.
Amaba recorrer sus calles y, si
bien había dos áreas claramente diferenciadas, había una característica común
que las unía, como decía el poeta de ese grupo Villa Pueyrredón olía a jazmín.
Entre la Avenida Nazca y la General
Paz, que eran donde ocurrían las reuniones con mis amigos, predominaban las
casas tipo chorizo. Entre Nazca y Constituyentes, donde se ubica la estación
del Ferrocarril Mitre, las casas construidas de modo unitario, y bajo proyecto
único, incluso algún que otro chalet o alguna que otra casa de estilo inglés.
Pero en muchas de ellas, incluso en las casas chorizo, la comunicación con la
vereda era a través de un jardín.
En Mataderos, también había casas
con jardín en el frente; pero no en la profusión con que se las encontraba en
Villa Pueyrredón.
Eso, eso es lo
que recuerdo, en la primavera de 1973, el barrio olía a jazmín.
III Villa Pueyrredón
hoy
Desde entonces, he vuelto solo dos
veces al barrio, en una noche lluviosa de mediados de 1989 y ahora, en octubre
de 2023.
En el primer caso, fui de noche a
comer asado a la casa de un amigo que vivía cerca de la Avenida General Paz. La
lluvia y la hora de la noche no me permitieron más que hacer una escueta
recorrida en auto por los lugares que recordaba en ese sector del barrio… con
todo, esa limitada recorrida, no dejó de conmoverme.
La otra, fue diferente. Tenía que
ir a un consultorio odontológico ubicado en Avenida de los Constituyentes y
Vallejos. Tenía tres opciones. Podía ir en auto, es mi opción menos frecuente
dentro de la ciudad. Tomar el 80 o tomar el tren. En estos últimos dos casos,
debía caminar más de ocho cuadra o combinar con otra línea de bondis.
Elegí el tren, el medio de
transporte púbico de mi preferencia, y la caminata, saludable y reparadora,
esta vez por un barrio cuya conmovida memoria de los veinte años me atraía. De
este modo, sin planificarlo deliberadamente hice otro viaje hacia lugares de mi
infancia, esta vez de mi adolescencia o primera juventud.
Los recorridos que hice por
Pompeya, Estación Buenos Aires y la zona industrial de Villa Ortúzar que ya he
publicado, supusieron una planificación previa. (1) Sirvan estas notas para
registrar este viaje inesperado.
Confieso que
llegué a la estación Pueyrredón con cierto temor, ¿qué habría quedado de aquel
barrio maravilloso? A la luz de mis experiencias por la ciudad imaginaba que
muy poco… pero la caminata llegó a sorprenderme.
El lector ya sabe que no busco que
las calles estén completamente iguales a cómo eran, sino que el barrio o el
espacio urbano que recorro no haya perdido su esencia, y el valor patrimonial,
cuando lo tenía.
Una de las características de la
Buenos Aires que empecé a recorrer hace ya cincuenta y cinco años era precisamente
que los barrios tenían características muy diferentes entre sí, lo que hacían
que cada uno tuviera identidad propia claramente diferenciada del resto.
Recuerdo, ejemplo, que en 1970 fui a recorrer los paisajes de la maravillosa
novela Sobre héroes y tumbas (Parque
Lezama, Barracas, la Iglesia redonda de Belgrano).
Amé entonces
esa ciudad que era la mía, tan llena de lugares tan diferentes, entre los que
Mataderos también destacaba con su recova con revival de soportales neo
clásicos. Detesté siempre, con preocupación, los afanes de la corporación
municipal y del gobierno de la Ciudad, por igualarlo todo, tal y como viene
ocurriendo en las últimas décadas, tres por los menos.
Me encantan las estructuras
británicas de las estaciones de ferrocarril, sobre todo cuando están bien
conservadas. Me encantan los barrios que se levantaron alrededor de ellas,
muchas veces, habitados originalmente por empleados jerárquicos de los
ferrocarriles cuando era propiedad de inversores británicos. El barrio de
Belgrano R, también conocido como el barrio inglés de Belgrano constituyó, en
su momento, una unidad de paisaje urbano de auténtico valor patrimonial.
Hace casi veinte años que vivo en
las puertas de Belgrano R. La destrucción patrimonial es notable y avanza a
pasos agigantados, a pesar de las contenciones que tuvo con el Código de 1976 y
con la comprometida voluntad de la Sociedad de Fomento local. Desde que vivo
aquí queda cada vez menos del barrio inglés. Ni siquiera se preservó el paisaje
del entorno de la estación. Ella fue puesta en valor y reequipada recientemente
con intervenciones mínimas; pero para encontrar los restos del barrio inglés
hay que apartarse un par de cuadras por lo menos. Desde la estación sólo se ven
los grandes edificios que la rodean.
He hecho un
recorrido por el barrio de Coghlan, para ver si la preservación era mayor. Pero
allí ocurre exactamente lo mismo, la estación rodeada de grandes edificios y el
barrio tradicional, desarrollado a partir de la estación, hay que buscarlo a
dos cuadras de ella por lo menos… De Villa Urquiza, ya ni quiero hablar.
Con esa carga encima, salí de la
estación Pueyrredón por la calle Bolivia.
La sorpresa fue grande. El barrio
estaba casi como lo recordaba. No en un sentido estricto, claro está, porque ni
si quiera lo recordaba casa por casa. Seguramente, había casas nuevas, casas intervenidas
y algunas casas conservadas a pesar del paso del tiempo; pero el paisaje era
casi el mismo. Pocos edificios de departamentos en las manzanas cercanas a la
estación, muchas casas bajas con jardines dando a la vereda. Los edificios más
altos se concentraban a unas cuadras allá, sobre todo en las avenidas Mosconi y
Constituyentes.
Cuando volví, crucé las vías y
llegué a la estación por la calle José León Cabezón. Por allí, Villa Pueyrredón
era aún más Villa Pueyrredón… no alcancé a percibir el olor predominante de los
jazmines, pero los frentes de las casas estaban llenos de flores con las nuevas
preferencias de los vecinos. Había algunos edificios altos, pero el predominio
de las casas con jardín era verdaderamente notable.
Respiré la
frescura de esta primavera (era a principios de octubre de 2023) y me di cuenta
que no todo está perdido.
Notas y referencias:
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