Por Silvia Castillo (1)
Contemplación
del tamal
Las
tamaleras de la Quebrada de Humahuaca llevan sus canastas llenas de mundos
redondos.
Van
abrigados como críos con sus pañales limpios, bañados, tibios, arropados y
hamacados. Calladitos y felices.
Tilcara.
Llegamos
al mercado y nos asomamos respetuosos.
Reverenciamos,
saludamos el día y la suerte, la salud y la hora, las manos y el mediodía.
-Doñita
Corimayo! Véndame dos que uno es muy poco para billete al cielo.
La
joven se sonríe con su risa de maíz capia fresco y jugoso, bella entre las
bellas.
-Me
hi quedau sin, se han ido todos… la canasta liviana.
Un
mozo de sombrero negro y brazos de fierro se traga el lamento y dice en
chicotazo: –No importa, si no hay de las Corimayo voy a las Lamas que son
mejores. Y se va haciendo un molinete con las piernas y un burloneo en la boca.
Hay risas. Se sabe cuáles son los órdenes, las prelaciones y los privilegios.
Yo
he visitado las dos cunas y de a par he llevado como de a par se reverencia, se
ofrenda y se vive.
Y
me he puesto a contemplar, más después, a desatar y a saborear.
He
sujetado en mi mano izquierda el complejo tejido de nudos de la base, he
desprendido el fácil y fluido nudo superior con la derecha, he abierto las
chalas y he comido con cucharita o a mordiscos golosos esa joya sorprendente y
total como un globo terráqueo diminuto, digerible, apresable, propio y
comunitario.
A
gozar el momento y a llevar atesorados los envoltorios y los guatos como restos
preciosos de la joya liberada y transformada.
En
el mundo de la ciudad los conservo, cascaritas desoladas, y las miro
sorprendida y las mido, ausente yo y ellas en lo triste de su vacío, para
entender lo inasible y recuperar lo que se pierde y no lloro y anoto:
Medidas de un
tamal de la Quebrada de Humahuaca
Antes
de armar los tamales las chalas secas se humedecen con agua tibia para hacerlas
maleables y no quebrarlas (evitar por eso el agua hirviente que las quiebra por
el contraste térmico).
Ya
estarán armadas las bolitas de los tamales (son en general de 5 cm de diámetro)
de 1cm de “pared” de pasta cubriendo el relleno de charqui.
Se
arman guatos (del quechua watu = cuerda) separando con la uña tiras de la chala
de 1cm de la parte ancha de la hoja de chala, rasgando como una tela. Se unen
de a dos con un nudo simple superponiendo de a dos por la parte más fina de
modo de obtener tiras más largas. Los guatos largos (24 cm) los usan algunas
cocineras para anudar más cerrada y laboriosamente la parte inferior del tamal,
con cruces del guato, nudo, contracruce y moño o doble nudo final, lo que da el
indicio de que esa parte más firme, sólida e impermeable, deberá ser la parte
“inferior” o cuenco del tamal, mientras el nudo superior hecho con una o dos
tiras con medios moños o nudos simples, indica la parte superior del tamal, que
se desatará para formar la boca del cuenco que ofrecerá la delicia para ser
comida.
Para
envolver la esfera del tamal se va eligiendo las mejores chalas hasta formar
una sabanita (será la que envuelva el tamal) superponiendo apenas las hojas que
fueran necesarias (2 o hasta 3) para que el ancho mayor de la misma sea de 20
cm.
Se
coloca la bolita en el centro y se envuelve con esas chalas como si fuera un
caramelo, ajustado, quedando el centro de 7 a 8 cm de “meridianos” a calcular
desde los nudos superior e inferior.
Con
tijeras se corta el exceso de chala para que no quede terminado en tiras como
lazos sino en cortes rectos y limpios, dejando un vuelo o pollerita en el nudo
superior de 3 y ½ cm.
El
nudo inferior complejo y doble se va perdiendo y últimamente se ven tamales con
anudados superiores iguales a los inferiores, por una cuestión de
simplificación del trabajo y –creo yo- pérdida del sentido de comer
comunitariamente y de parado o sin mesa el tamal, lo que explica el laborioso
nudo de base para sustentar la mano y protegerla del calor o del derrame.
Es
un placer ver a las expertas tamaleras atando con gran rapidez los tamales y
poniéndolos a hervir en las humeantes ollas con agua hirviendo salada.
Es
un placer contemplar la materia y el espíritu del tamal, su solidez de
sustento, su esencia de columna estructural de la cultura nuestra, la ceremonia
que lo rodea, su sabor, sus tactos, sus perfumes, su materialidad, su alma, sus
haceres, sus vivires, su estar en el pueblo, en la memoria y en la gozosa
necesidad diaria que nos hace tan hermanos y tan semejantes: comer y beber,
para poder seguir amándonos, un poquito mejor cada día.
Dedicado
a Alberto Montaña que me aguanta y a Mario Aiscurri, que me impulsa a escribir.
Notas y referencias:
(1) 2021, enero, publicado en Buena Morfa Social Club, grupo privado de
Facebook, leído el 2 de abril de 2021 en https://www.facebook.com/groups/buenamorfa/permalink/4034140516605777
Fotos:
Alfredo Ureta (Doña Josefina) y Eduardo Julio Arancibia (Tamales y Humitas)
Fotos
de chalas vacías y tamales: Silvia Castillo
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