I Mi receta personal de locro
Tengo, desde hace muchos años, una valoración
casi reverencial por el locro como plato emblema que cifra la identidad de la
cocina argentina.
Íbamos con algunos amigos amantes de la
cultura popular a un pequeño “Rincón Salteño”, un restaurante amable que
existía en Vicente López a principios de los años setenta. Allí comíamos
empanadas y locro que acompañábamos con vino blanco, como era la usanza común
de esos años. La jornada terminaba con quesillo y arrope de chañar… y se
prolongaba con más libaciones y guitarreada en las que la zamba era reina.
Seguí comiendo este plato por años. Presencié
casi, insensiblemente al principio, como, en las últimas décadas, se transformó
en la comida elegida por los porteños para celebrar las Fiestas Patrias. La
ciudad se llenó de restaurantes que lo ofrecen el 25 de mayo y el 9 de julio
sin que necesariamente se identificaran con la cocina regional del Noroeste
Argentino.
Se impone una pregunta: ¿Todos estos sitios
ofrecen un genuino locro argentino?
Hace algunos años, pocos, he comenzado a
preparar locro en casa en ocasión de esas Fiestas. Asimismo he publicado mi
receta en El Recopilador de sabores. (1) Mi receta no es propia, claro
está, es una adaptación a mi gusto de la que publicó Diego Bianchi en su blog En
contacto con lo divino. (2) Hecha esta confesión debo reconocer que la
fórmula que ensayo me ha dado muchas satisfacciones porque siempre ha gustado a
mis invitados.
Sin embargo, y para ser honesto conmigo mismo,
debo retornar a la pregunta: ¿Es mi receta la de un genuino locro argentino?
La primera aproximación a una respuesta
adecuada consiste en reconocer la combinación de dos variables: la inexistencia
de una receta única dogmáticamente establecida y la prevalencia por años, tal
vez, por siglos, de este plato como genuino y característico de la cocina
tradicional del Norte Grande Argentino.
He hecho, acompañado por Patricia Zacarías,
exploraciones sobre las tradiciones culinarias del Noreste Argentino, donde el
locro tiene presencia ancestral. Ahora ensayo, acompañado por Silvia Castillo,
una indagación sobre la cocina del Noroeste, donde el locro tiene también
presencia ancestral, es más, allí recibió su nombre. Esa presencia ancestral no
ha sido inmutable, pero su evolución puede ser identificada como un continuo.
Resulta obvio que las recetas contienen
variaciones de región a región, de provincia a provincia, de zona a zona
diferenciada dentro de cada provincia, en fin, de casa a casa. Pero es allí, en
el Norte Grande Argentino, donde esta mencionada variedad de recetas se
constituye en la imagen de lo genuino, de un plato con identidad local.
Es desde allí, en especial desde el Noroeste,
que el plato llegó a Buenos Aires. De modo de que estamos en presencia de un
plato regional que fue bien acogido en la gran ciudad. Podemos afirmar, sin
embargo, que el locro es argentino en tanto que el Norte Grande forma parte de
La Argentina.
Silvia nació en Tilcara y vivió en esta ciudad
hasta que terminó la escuela secundaria. Allí aprendió a cocinar con el ejemplo
de su madre y de sus vecinas. De modo que conoce muy bien cómo se hace el locro
en la Quebrada Humahuaca. Le reconozco autoridad en la materia.
He charlado varias veces con ella sobre el
tema. Con su ayuda me propongo, ahora, verificar que tan auténtico es el locro
que comemos en Buenos Aires en relación con las fórmulas consagradas en su
tierra de origen. ¿Cómo? Comparando mi receta con la de Silvia, la que aprendió
en Tilcara.
II Cómo establecer la identidad de una
receta
Para establecer que un plato es genuino es
necesario identificar la identidad de su receta en el marco del acervo
culinario de un determinado colectivo social local y temporalmente ubicado.
¿Existe alguna manera de asegurar la identidad
local de una receta? Sí claro, hay varias, pero la que juzgo más procedente es
la que ensayaron P. Farb y G. Armelagos en su Antropología de las Costumbres
Alimentarias de 1985. Quien me alertó sobre la validez de esta formulación
conceptual fue el cocinero chileno Pablo Mellado que la utiliza para
reivindicar la identidad y la riqueza de la cocina de su país. (3)
Los autores
señalan cuatro variables que definen la identidad social de un recetario, y por
ende, de un plato incluido en él. Ellas son:
1) Un limitado
número de alimentos accesibles en el área geográfica correspondiente.
2) Un modo
específico de preparar los alimentos (básicamente las técnicas de cocina utilizadas).
3) Unos
principios de condimentación tradicional.
4) Unas reglas
relativas al status simbólico de los alimentos. (4)
Todas esta variables deben ser aplicadas a un
determinado colectivo social identificado con una historia y una delimitación
geográfica (nacional, regional, etc.).
Los invito a recorrer el texto en el que se
pueden entender las diferencias entre el locro que comemos los porteños y el
locro de Noroeste Argentino, más específicamente el de la Quebrada de Humahuaca
en la Provincia de Jujuy, utilizando estos principios.
III
Revisión en los ingredientes
Separaremos los ingredientes en dos
categorías. Aquéllos que constituyen la base de la receta (cereales, carnes,
legumbres, etc.) y aquellos otros que contribuyen al sabor (condimentos y
materias grasas). Consideraré los primeros en éste acápite. El tema de las
materias grasas constituye un caso especial porque lo voy a considerar en este
apartado y en los referidos a los procedimientos (textura que aportan) y en el
de los aliños (sabores que aportan).
Mi receta personal lleva los siguientes vegetales: maíz blanco pisado, zapallo cabutia (antes se lo llamaba zapallo inglés), puerro, cebolla de verdeo y porotos pallares.
Silvia
me explica que el zapallo que se usa para el locro tilcareño no es, en general,
el que yo uso. Se privilegia el empleo del zapallo plomo (también llamado
criollo). El locro sólo se puede hacer cuando el zapallo plomo está maduro. Los
zapallos se guardan en las casa durante todo el invierno. (5)
Nada
me ha dicho acerca del puerro (aunque su gesto me indicaba que debía prescindir
de su uso). Sí me alertó sobre la ausencia de dos vegetales básicos: la cebolla
y el morrón colorado que resultan imprescindibles para el sofrito inicial del
locro. En el próximo acápite volveré sobre ambos temas.
Mi
lista de carnes es la siguiente chorizo fresco, chorizo colorado, panceta
ahumada, ossobuco o falda, manito de cerdo (puede ser orejas o cuerito de
chancho). El lector notará que con la incorporación de los chorizos, se están
llevando a la olla, en escueta medida, los condimentos con que están hechos
(por ejemplo, pimienta, anís, vino, etc.).
Silvia considera que la lista es correcta, pero que exige
una condición, que los ingredientes se encuentren disponibles. El locro
humahuaqueño lleva panceta (también puede ser salada o tocino), si hay; lleva
carne, ossobuco o de falda, si hay. Esta condición es decisiva porque, si no se
cuenta con tocino, es necesario que la carne que se vaya a usar contenga grasa.
Otros productos cárnicos que se pueden utilizar son el matambre, el corte de
carne vacuna que llama “queperí”, cuero y hueso de cerdo y tripa gorda.
¡Ah! Casi me olvidaba de un detalle que no es
menor. Nosotros usamos el maíz blanco pisado. Un producto industrial que ofrece
un maíz que ya se encuentra pelado y sin otra molienda que un golpe que lo
rompe. En Tilcara también se usa ese tipo de cereal. Sin embargo,
tradicionalmente se usaba, y se sigue usando, el mote de maíz.
El mote es el resultado de pelar el maíz con
cenizas del fueguero (fogón a leña) o cal viva. El proceso es similar a la nixtamalización
que se usa para otras preparaciones a lo largo de nuestro Continente, el Continente
del Maíz.
Cuando está seco se lo puede guardar entero en
frascos. Para hacer el locro con mote, es necesario quitarle el germen. El mote
de maíz pelado se puede conseguir en el mercado boliviano de Liniers.
IV
Revisión en las ideas gastronómicas (técnicas y procedimientos)
La charla amable y apacible que tuvimos con
Silvia, ocurrió en una templada mañana de verano en Buenos Aires. Bebimos té y
charlamos relajadamente, olvidando que el grabador estaba encendido,
Silvia releyó en silencio mi receta, haciendo
comentarios a veces enfáticos, sobre todo en relación con los aliños. No hubo
un comentario crucial en relación con las técnicas que la receta exponía. Señalaba,
y a veces sugería con un gesto, que tal paso se hacía así o asá en la Quebrada
o que no valía la pena hacer tal otro. A veces hablaba de las recetas comunes
en Tilcara, otras de su propia experiencia cocinando locro. Con todo debo decir
que señaló una cantidad de detalles, como verá el lector atento, que en
conjunto configuran una divergencia significativa entre ambas recetas.
En relación con la mise en place, Silvia
señala que no es necesario poner los porotos en remojo en la heladera, alcanza
con remojarlos 24 horas antes, cambiar el agua cada tanto, enjuagarlos bien
cuando se van a usar y cocinarlos.
La receta humahuaqueña comienza con un sofrito
de cebolla y morrón rojo bien cocidos que no forma parte de mi receta. Tiene
que prepararse de modo tal que el morrón no se vea en el plato servido,
interfiriendo con el color propio del locro. Se logra poniendo una cantidad
moderada de morrón y cortándolo muy pequeñito. La cebolla del sofrito debe ser
abundante.
Tradicionalmente, el locro se cocinaba en ollas
de barro sobre el “fueguero”. Literalmente es un fogón a leña. La olla se apoya
sobre un trípode. En versiones más modernas se usa la cocina a gas y ollas de
aluminio. La técnica antigua aporta un toque ahumado que la moderna no permite
por sí. Silvia lo hace a la manera moderna, utilizando varias ollas. Esto lo
permite la cocina a gas con varias hornallas, en tanto que el fueguero, no. En
la actualidad se puede obtener el sabor ahumado con la panceta curada de ese
modo.
Le parece bien la idea de la receta base de
Diego Bianchi en donde se calculan los tiempos de cocción de los distintos
productos. Pero ella prefiere cocinar, los porotos y las carnes con hueso o con
grasa en ollas separadas. El caldo resultante de esta última preparación no
sólo lo usa para cocer el maíz, también sirve para darle el toque final a la
salsa (grasita colorada, salsa fréida o como queramos llamarla).
El caldo se hace hirviendo las carnes sin
tostar previamente los huesos y no lleva una base aromática vegetal. El apio no
se corresponde con los aromas y sabores prevalentes en el locro jujeño. Si se
cuenta con panceta o tocino, se pueden desgrasar las carnes antes de cocinarlas;
aunque ésta no es una práctica en la Quebrada.
La sal se agrega al locro cuando el maíz está
cocido.
La grasita colorada se obtenía
tradicionalmente, realizando una infusión de pimentón en grasa de pella o
manteca de cerdo (antes del pimentón, Silvia y yo damos por supuesto que se
usaba una especie de ají molido). En la actualidad, como indico en mi receta,
se puede hacer la infusión con aceite de maíz o girasol, siguiendo la fórmula
del Cuchi Leguizamón.
En la Quebrada, a veces se realiza con grasa
(como la preparó Carmen Ruiz de los Llanos para un frangollo que ofició en Sala
de Payogasta en el Valle Calchaquí). (6) Silvia lo hace con aceite, pero le
aporta grasa vacuna para terminarlo. ¿Cómo? Agregando unas cucharadas del caldo
de cocción de la carne con hueso. El caldo incorpora líquido que permite que el
pimentón no se queme y se espese. Esa salsa, en la Quebrada, es en general dulce,
pero puede llevar el acento picante, a gusto de la cocinera o de la casa,
agregándose ají picante molido, si está seco, o chancado (majado en el mortero),
si está fresco.
La grasita colorada (en Jujuy también se la
llama “salsa de color”, como en Chile). Si alguien quiere darle un toque de
picor, en la Quebrada, lo hace con prudencia y moderación. La salsa se sirve en
un cuenco aparte, acompañado de otro que contenga tallos de cebolla de verdeo
picada. Cada comensal se sirve de ambos a gusto cuando ya tiene el plato de
locro frente a sí. Salvo por el detalle del agregado de caldo y el tipo de
aceite que uso, la preparación y el servicio de la salsa no difiere de la mía.
Aclaro que Silvia me convenció al respecto, y voy a adoptar su fórmula en el
futuro.
El locro debe quedar con una textura algo
espesa, pero no tanto. Debe notarse el maíz en primer plano y su color crema y el
amarillo-naranja del zapallo debe predominar sobre cualquier tendencia hacia el
rojo (pimentón o pimiento morrón en exceso).
Un detalle no menor reside en el tratamiento
del zapallo. Este noble producto americano es central en el locro. La textura
del caldo se consigue con una síntesis maravillosa entre el zapallo que se ha
disuelto en combinación con el colágeno y las grasas que aportaron las carnes.
Sin embargo, Silvia sostiene que esa no es la única función que cumple, que es
parte de los ingredientes que deben notarse en el plato servido. Para ello hay
que reservar una parte del zapallo para incorporar sobre el final de la cocción.
De ese modo, quedarán algunos trozos visibles.
Diego Bianchi hace un sofrito con el puerro y
el blanco de la cebolla de verdeo y lo agrega pocos minutos antes de terminar
la cocción. Este agregado le da cierta frescura al plato servido. Silvia leyó y
cuando llegó a la palabra puerro realizó un gesto casi imperceptible y se
limitó a decir “bueno, sí, puede ser”. Claramente interpreté que es un paso
innecesario, si lo que queremos es preservar la identidad del locro de la quebrada.
V Revisión de los aliños
Fue precisamente en este terreno en el que la
contradicción de la manera de hacer el locro en la Quebrada y mi receta
personal se manifestó de manera más contundente.
El locro, me dijo Silvia con énfasis nunca debe llevar ajo,
aceite
de oliva, canela ni
laurel. Debo aclarar que no me sorprendió el veto a la canela, yo mismo la
agrego por gusto personal a sabiendas de que nada tenía que ver con este plato.
Otro tanto ocurre con el aceite de oliva (de reciente incorporación al paladar
argentino) que nada tiene que ver con un plato que se prepara tradicionalmente
con grasa. Sí me sorprendió la exclusión del ajo y el laurel. La explicación es
sencilla: Silvia sostiene que el aceite de oliva, el ajo y el laurel
constituyen la base aromática del tuco, no del locro o los tamales.
Silvia propone el uso de grasa de pella o, en su defecto,
de aceite de girasol o maíz (especialmente este último por afinidad con el
ingrediente central del plato).
En cuanto a los
condimentos permitidos de mi receta, Silvia sostiene que se puede usar sin
problemas el pimentón
dulce y el ají molido, y, con mucha moderación el orégano y el comino. El ají
picante, seco o fresco, va al gusto de la cocinera o a la costumbre de la casa.
Además se pueden agregar, también con moderación, hierbas locales como chachacoma
y rica rica. De modo que la jarilla que yo le agrego, si bien no se usa en la
Quebrada, no desentonaría por tratarse de un producto de acceso local en la
zona.
El tema es muy interesante porque debo tenerlo
en cuenta, viendo cómo funcionan estos condimentos en otras recetas del
Noroeste Argentino para poder establecer un patrón de aliños locales.
Notas y bibliografía:
(1) 2017, Aiscurri,
Mario, “Locro personal”, en El
Recopilador de sabores entrañables, leído el 1° de febrero de 2020 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/07/locro-personal.html.
(2) 2013, Bianchi,
Diego, “Locro”, en Contacto con lo Divino, leído en https://contactoconlodivino.blogspot.com/2013/05/locro.html
el 1° de febrero de 2020.
(3) 2015, Mellado, Juan
Pablo, “Sí hay cocina chilena, mucha y muy diversa”, leído el 1° de febrero de
2020 en https://www.emol.com/noticias/Tendencias/2015/02/27/741406/Juan-Pablo-Mellado-Si-hay-cocina-chilena-mucha-y-muy-diversa.html.
(4) 1985, Farb, P. y Armelagos, G., Anthropolgie des
coutumes alimentaires, París, Denöel, citado por 2002
Álvarez, Marcelo, “La cocina como patrimonio (in)tangible” en AAVV, La
cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio
gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
pag. 14.
(5) 2020, Montana,
Silvia, entrevista grabada el 23 de enero y mensaje de voz del 24 de enero.
(6) Recetas de Gustavo
“Cuchi” Leguizamón y Carmen Ruíz de los Llanos en 2017, Aiscurri, Mario, “Salsa
freida para el locro”, en El Recopilador
de sabores entrañables, leído el 1° de febrero de 2020 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/10/salsa-freida-para-el-locro.html
Excelente artículo Marito, te felicito porque siempre aprendo algo nuevo con tus investigaciones, acercale mis saludos y respeto a Silvia por sus maravillosos aportes. Y más allá de alla de considerar que las diferentes variaciones enriquecen y hasta enaltecen la historia de un plato tan ilustre como el locro, si entiendo como fundamental recordar y abrevar siempre de las grandes fuentes, como en este caso la tradición culinaria del norte de nuestro país más ligada a la cultura indígena ancestral y a la mixtura resultante del choque con la tradición española. Esta nota es un 10 y me ha servido mucho. Haré mis experimentos con ese mote.
ResponderEliminarGracias, querido amigo, por tus comentarios siempre esclarecedores.
EliminarEl sábado que viene publico la segunda parte que termina reivindicando también la variante porteña.