sábado, 3 de octubre de 2020

Comidas y bebidas para los reseros (1926) IV Carpas, pulperías y fondas

“-¿Es verdá que no soy el de siempre y que esos malditos pesos van a desmentir mi vida de paisano?

”-Mirá -dijo mi padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombro-. Si sos gaucho en de veras, no has de mudar, porque ande quiera que vayas, irás con tu alma por delante como madrina'e tropilla.” (Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Cap. XXV, pág., 223)

Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires, en 1886, en el hogar de la alta burguesía nacional que algunos denominan “aristocracia” y otros, “oligarquía”. Fue un prolífico escritor argentino, a pesar de su muerte temprana a los 41 años de edad, que recibió múltiples influencias de sus viajes (Francia, el Lejano Oriente, México, el Caribe, etc.) y de sus largas temporadas de residencia en la localidad bonaerense San Antonio de Areco.


Las imágenes pertenecen al autor o a su biblioteca 

De sus viajes a París, tomó elementos fundamentales de las vanguardias literarias, en especial del impresionismo. De su residencia en San Antonio, el conocimiento de la vida rural argentina de principios del siglo XX. De esta última experiencia surgen tres obras importantes Cuentos de muerte y de sangre (1915) y las novelas Raucho (1917) y Don Segundo Sombra (1926). Esta última le dio justificada trascendencia en la literatura y la cultura argentina.

Estuvo casado con Adelina del Carril, nieta de Salvador María del Carril. La muerte de Güiraldes en 1927 (acaecida en París) le impidió conocer a su concuñado Pablo Neruda quien conoció a Delia del Carril en 1935, conviviendo luego con ella por veinte años.

Los fragmentos que se presentan a continuación pertenecen, en general, a Don Segundo Sombra y, en algunos casos puntuales a Raucho. Refieren a la alimentación de los reseros, peones rurales que eran contratados ocasionalmente para el arreo de tropas de vacas.


Don Segundo Sombra
 es la historia contada en primera persona por un gaucho adolescente que se va haciendo hombre bajo el tutelaje de don Segundo. Desconcierta el lenguaje refinado con el que el personaje relata sus aventuras y desventuras. Avanzada la obra sabremos que se llama Fabio Cáceres y las circunstancias en que ha adquirido el dominio “culto” del idioma castellano.

Carpas, pulperías y restaurantes

I Los reseros paran en una pulpería en medio del campo. Mientras un par de ellos acomodaron un fogón afuera para preparar el churrasco, el resto entra en el local para beberá algo.

“Los demás entraron al despacho, saludaron al pulpero conocido en otros viajes, y pidieron éste una ginebra, aquel un carabanchel.

”-¿Qué vah'a tomar? -me preguntó don Segundo.

”-Una caña'e durazno.

”-Te vah'a desollar el garguero.

”-Deje no más, Don.

”En silencio, vaciamos nuestras copas.

”Por turno, un rato más tarde «tumbiamos» y yo me eché otra caña al cuerpo.” (1)

II Baile en una estancia. El patrón hizo acomodar el galpón para que funcionara como salón. Afuera había una carpa donde se disponían canastas tapadas (los reseros imaginaron que contenía empandas, pasteles, alfajores y torta fritas). También había botellas con bebidas alcohólicas. Los reseros le solicitan un “frasco” con alguna de las bebidas que allí había. El encargado los reconviene diciendo que les dará después de que haya bebido las mujeres.

 “El centro, despejado y limpio, asustaba y atraía como un remanso. En las sillas que formaban cuadro, apoyadas contra la pared, había mujeres de todas las edades, algunas con chicos en las faldas, los que asustados miraban con grandes ojos, o cansados dormían sin reparar en conversaciones, ni luces, ni colores.

”Las mujeres, según la edad, vestían ropas oscuras o claras faldas floreadas. Algunas llevaban pañuelo en el pescuezo, otras en la cabeza. Todas parecían recogidas en una meditación mística, como si esperaran el advenimiento de un milagro o la entrada de algún entierro. Pedro me golpeaba disimuladamente el muslo con el puño:

”-Vamoh'ermanito, que aurita dentra el finao.

”Del galpón nos dirigimos a una carpa improvisada con las lonas de las parvas, donde nos tentó una hilera de botellas y misteriosas canastas, tapadas con coloreados pañuelos, que según nuestros cálculos debían esconder alfajores, pasteles, empanadas y tortas fritas.

”Pedro interpeló al muchacho que se aburría entre tanta golosina con ojos hinchados de sueño:

”-Pase un frasco compañero que se van a redamar de llenos y nosotros estamos vacidos.

”-¿No serán ustedes los llenos?

”-De viento puede ser.

”-Y de intenciones.

”-No sé mamarme con eso, mozo.

”-Ni quiere tampoco el patrón que naides se mame.

”-¿Y los pasteles?

”-Después que se hayan servido las señores y las mozas.

”-Jue'pucha -concluyó Pedro- usté nos ha resultao un chancho que no da tocino.

”El guardián de las golosinas y los licores se rió y nos volvimos, con propósito de asearnos un poco, porque ya los guitarreros y acordeonistas preludiaban y no queríamos perder el baile.” (2)

III Baile popular en una estancia. A las mujeres les sirvieron en el salón. Refrescos, licores y sangría, como bebidas, y alfajores, bollos, tortas fritas y empanadas. Los hombres tenían la opción de los “frascos” que se servían en la carpa (ginebra, anís Carabanchel y caña de durazno o guindado). También había carne asada en la carpa.

“A medianoche vinieron bandejas con refrescos para las señoras. También se sirvió licor y algunas sangrías. Alfajores, bollos, tortas fritas y empanadas, fueron traídas en canastas de mimbre claro. Y las que querían cenar algún plato de carne asada, salían hacia la carpa.


”Los hombres por su lado se acercaban al despacho de los frascos, que hoy habíamos contemplado con Pedro, y allí hacían gasto de ginebra, anís Carabanchel y caña de durazno o guindado.

”Desde ese momento se estableció una corriente de idas y vueltas entre las carpas y el salón, animado por un renuevo de alegría.” (3)

IV Los reseros comen en un restaurante en Navarro: “La fonda del Polo”. No eligieron qué comer, se limitaron a pedir “lo que haya”. Fabio Cáceres describe, entre sorprendido y admirado, el entorno de comensales con los que comparten el salón. A pesar de tratarse de una experiencia extraña, y de que la comida era cara, salieron contentos de la experiencia. Nada nos dice el relato acerca de qué fue lo que comieron.

“Marcó el reloj el medio día y, por un pasadizo angosto, pasamos del despacho de bebidas al comedor, más tranquilo.

”En un lugar sombreado, nos sentamos a comer.

”Habría en todo unas veinte mesas, con manteles manchados por violáceos recuerdos de vino. Los cubiertos eran de un metal dudoso y los tenedores tenían torcidas las puntas, de tanto pegar contra las losas rudas, en busca de algún bocado esquivo. Los vasos eran de vidrio espeso y turbio. En el vasto recinto bostezaba una desesperante atonía.

”El mozo nos saludó con una sonrisa de complicidad, que no alcanzamos a comprender. Tal vez le pareciera una excesiva calaverada para dos paisanos, eso de almorzar en la «Fonda del Polo».

”-Sírvanos de lo que haya -ordenó don Segundo.

”Yo miraba a mi alrededor.

”En un lugar central, tres españoles hablaban fuerte y duro, llamando la atención sobre sus caras de baturros o dependientes de tienda. Vecino a la entrada, un matrimonio irlandés esgrimía los cubiertos como lapiceras; ella tenía pecudas las manos y la cara, como huevo de tero. El hombre miraba con ojos de pescado y su cara estaba llena de venas reventonas, como la panza de una oveja recién cuereada.

”Detrás nuestro, un joven rosado, con párpados y lacrimales lagañosos de «mancarrón palomo», debía ser, por su traje y su actitud, el representante de alguna casa cerealista.

”-Yo he visto las romerías de Giles -decía uno de los españoles- y no se diferencian en nada de las de aquí.

”Otro, de la misma mesa, dialogaba con un vecino sobre el precio de los cerdos y el cerealista intervenía, opinando con gruesas erres alemanas.

”Tratando de hacerse olvidar un momento, un hombre grande y gordo, solitario frente a su mantel cargado de manjares, callaba, comía y bebía. Sólo levantaba de vez en cuando, la cabeza del plato, y parecía entonces llenarse de satisfacción el comedor aburrido.

”Una vez se interrumpió para llamar al mozo, decirle quién sabe qué, a propósito de una botella, y palmearle el lomo con protección cariñosa.

”En el rincón opuesto al nuestro, como empujados por el ruido, una yunta de criollos miraba en silencio. Uno de ellos tenía una hosca onda volcada sobre el ojo izquierdo y los dos estaban tostados de gran aire.

”Comieron apurados. A los postres rieron sin voces, las bocas sumidas en sus servilletas.

”Pero uno de los españoles relataba el suicidio de un amigo:

”-Vino de una farra, se sentó al borde de la cama en que su mujer dormía, tomó el revólver y delante de ella: ¡pafff!

”El de las romerías seguía pesadamente sus comparaciones con Giles.

”Con gran contento pagamos nuestra comida, aunque cara, y salimos al sol de la calle.” (4)

Nota adicional: Tampoco sabemos, por el libro, qué podrían estar comiendo en el resto de las mesas. No fue un detalle que el personaje Fabio Cáceres tuviera a la vista en su relato. Nuestra imaginación puede hablarnos de pucheros de larga tradición hispano criolla, guisos neo criollos como la buseca, alguna pasta. No podemos saberlo. ¿Habría milanesas? Por una imagen que Güiraldes estampa en su novela Raucho (la escena pinta tareas rurales de a caballo durante la hierra), podemos afirmar que las milanesas ya se conocían el La Argentina. ¿Habrían llegado hasta esa fonda de Navarro? Veamos el texto de Raucho:

“Y todo era risa, todo era borrachera de vigor, entre el clamoreo, bajo un blanco oscilamiento de gaviotas chillonas, que peleaban por los residuos de las capaduras revolcadas en el polvo como “milanesas”.” (5)

V Los reseros asisten a unas cuadreras que se organizaban cerca de un boliche de campo. Junto a él, un gringo había instalado una carapa con comida, masas y bebidas.

“Ya un gringo había instalado una carpa con comida, masas y beberaje.

Una china pastelera, paseaba sus golosinas en dos canastas, perseguidas por las moscas y alguno que otro chiquilín pedigüeño. Un viejo llevaba de tiro un tordillo enmantado, ofreciendo números de rifa. Y, tanto la carpa como la pulpería, tenían pa su «mamao» por adelantado.

Yo conocía esas cosas desde chico, y me movía en ellas como sapo en el barro.


Empezaba a caer gente. Dos parejeros eran centro de un grupo de paisanos. Grupo muy quieto y misterioso, que se secreteaba por lo bajo.

Almorzamos en la pulpería. Al «mamao», que enseguida se nos pegó, dándonos latosos informes sobre la carrera grande de la tarde, le di un peso a condición de que se fuera a «chuparlo» a la carpa.

Comimos primero unos chorizos, que empujamos con un vino duro, después un pedazo de churrasco, después unos pasteles.” (6)

VI Luego de las carreras, los reseros comen pasteles y beben cerveza en la carpa del gringo.

“Jugué en una cuadrera. De a posturas chicas, comprometí setenta pesos. Llevaba las paradas en el puño y, de entre mis dedos salían los papeles, como espinas de un abrojo. Una por una, tuve que entregar las paradas.

”Me fui un rato a la carpa, con mis compañeros, donde tomamos unas cervezas y ensartamos pasteles en la punta del cuchillo. Don Segundo perdía cincuenta pesos. En cambio, entre los dos reseros amigos, juntaban ciento setenta y dos de ganancia. A uno de esos suertudos le entregué cien, para que me los jugara. Me los perdió en la primera ocasión, quedándome sólo cinco como todo capital. ¿Ah sí? Pues, perdido por perdido, fui a ver mi contrario perudo, que por su parte, de entrada, me ofreció desquite.” (7)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1926, Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1973, Cap. VII, pp. 55- 56. También en Biblioteca Virtual Universal, http://www.biblioteca.org.ar/libros/92790.pdf, leído el 6 de abril de 2019.

(2) Ídem, Cap. X, pág. 80.

(3) Ídem, Cap. XI, pág. 84.

(4) Ídem, Cap. XIII, pp. 101-103.

(5) 1917, Güiraldes, Ricardo, Raucho, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, Capítulo Biblioteca Argentina Fundamental N° 30, 1968, pág. 40.

(6) 1926, Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Cit., Cap. XX, pág. 170.

(7) Ídem, Cap. XX, pág. 178.


1 comentario:

  1. Hola, a veces me cuesta entender la prosa y la jerga usada. A qué se refiere con "una hosca onda volcada sobre el ojo izquierdo" y con "tostados de gran aire".

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