sábado, 7 de diciembre de 2019

Milano y Venezia, encantos y desencantos


3 a 9 de octubre de 2018
Nos encanta volver a lugares que amamos. Venecia es uno de ellos. Pongo aquí algunas impresiones del último viaje que hicimos por esos lares… pero antes, algo sobre Milano.
I Milano, lo nuevo y lo viejo en la ciudad del diseño
Dos veces habíamos estado en Milano, pero nunca habíamos salido de los andenes de Milano Centrale… ni siquiera pudimos imaginar el edificio imponente que la misma estación ferroviaria ocupa.
 
  Las imágenes pertenecen al autor

De modo que cuando el servicio de TGV francés arribó, con tres horas de retraso, a la estación Porta Garibaldi, todo era nuevo y sorprendente… la desastrosa impuntualidad del servicio de trenes y la estación soterrada que no conocimos en nuestras experiencias anteriores.
Adicionalmente, cuando salimos a la superficie, no encontramos en medio de una ciudad global, grandes torres de vidrio, hierro y hormigón nos embargó una sensación confusa. ¿Acaso es esto lo que queda de la gran ciudad que llegó a tener estatus de capital imperial de la antigua Roma y es famosa en el mundo por su buen gusto y diseño de indumentaria?
Era muy tarde, comimos en el hotel al que llegamos en un taxi (por suerte pude hacerle entender al tachero que era simpatizante de Nueva Chicago, comparando al equipo de Mataderos con la Sassuolo, el vedrinegro lombardo)… decidimos dejar la exploración de la ciudad para el día siguiente, seguros de que todo se volvería algo más inteligible.
La luz del día y la superación del fastidio por la incompetencia de los servicios ferroviarios franceses nos permitió una mirada distinta… pudimos ver la ciudad con otros ojos.
Decidimos volver a Porta Garibaldi para ver de qué se trataban los edificios que vimos la noche anterior. Andábamos, por cierto, con algún prejuicio que, luego, se vio confirmado. Con Haydée conversábamos y nos decíamos, si es verdad que estamos en la capital del diseño, el barrio de torres modernas con que las ciudades intentan parecerse unas a otras debe ser diferente, debe provocar la paradojal sensación de no parecerse a ninguna otra ciudad en el mundo.
Nuestro hotel estaba ubicado en la calle Finochiaro Aprile, más o menos a mitad de camino entre Piazza Repubblica y Corso Buenos Aires. De modo que, para acercarnos al barrio moderno, tuvimos que atravesar esa plaza. Al llegar a ella, tres cosas me sorprendieron.
Primero fue la vista de un edificio de dimensiones monumentales que se veía rematando el trayecto de la Avenida Pisani que atraviesa la plaza, como a unos 500 metros de donde estábamos ubicados y que no esperaba encontrar allí. Luego sabría, en realidad al día siguiente cuando tuve que seguir viaje, que se trataba de la estación de trenes Milano Centrale.
El segundo, que el desarrollo urbanístico moderno que pretendíamos reconocer comenzaba casi ahí mismo, como a unos cien metros más allá sobre la dirección y el sentido de nuestra andadura y, finalmente, que por allí transitan tranvías en servicio tan antiguos como los de Lisboa.
Desde el cruce del Viale della Liberzione y la Vía Galileo Galilei hasta Porta Garibaldi se extiende el barrio que se había transformado en nuestro objetivo de reconocimiento. Pareciera que, en este nuevo centro, el diseño moderno se enorgullece de estar inserto en el entorno de la ciudad neo clásica. El punto culminante del barrio es la Piazza Gae Aulenti, a poco más de 50 metros de Porta Garibaldi.
Cruzar el nuevo barrio, darle la espalda al primer edificio de grandes dimensiones y ver pasar los tranvías sobre una calle que conserva pavimento de adoquines en perfecto estado de conservación es una sensación especial, un equilibrio que lamentablemente no podemos ver en Buenos Aires… y me atrevería decir que tampoco en Madrid, Barcelona o París (por ejemplo, en lo personal, pocas construcciones me parecen más feas y desubicada que la pirámide del Louvre).
Esa sensación inicial sumada a la imagen de la fuente en la Piazza Gae Aulenti permitió alimentar de certeza nuestro prejuicio, Milán es una ciudad única… No tengo conocimientos técnicos para sostener esa afirmación; pero nuestra mirada subjetiva de viajeros curiosos así lo percibió: este barrio que intenta que la ciudad se parezca al resto de las grandes ciudades del mundo, logra lo contrario.
Terminamos la mañana en la Piazza del Duomo y la Galeria Vittorio Emanuele II. Nuestra larga caminata por la Vía Alessandro Manzoni no hizo otra cosa que confirmar esa visión de la ciudad… y, por la tarde, la recorrida del Corso Buenos Aires, también.
II Volver a Venecia
Sí, sí, otra vez en Venecia. Esta vez recorrimos los lugares habituales de los sestieri de San Marco y San Polo. Los embarcaderos de San Marco, el mercado de Rialto y todas esas calles atestadas de turistas. Volvimos a los sitios apacibles de Castello y Dorsoduro que son menos concurridos por la masa de turistas. Fuimos a nuestros restaurantes predilectos sobre la calle Frezaria (Querubino y Osteria San Marco). Descubrimos un restaurante maravilloso llamado Estro en el límite tripartito entre Dorsoduro, San Polo y Santa Croce… todo bello, todo reconocible, todo amigable.
Tomamos sptiz de Aperol en bares al atardecer. Disfrutando de Venecia bajo la lluvia. Es decir, hicimos lo habitual; pero el sábado nos propusimos otro recorrido… nos internamos en el sestiere de Cannaregio, buscando el Ghetto di Venezia.
Todo va bien, cuando se camina por la Strada Nuova y la calle del Pistor, los turistas vienen y van por ellas con fruición, no tan histérica como en San Marco y Rialto, sino pertinaz y relajada, la vía es larga y hay que caminarla. Ahora bien, cuando uno se aparta de esas calles, el paisaje urbano cambia casi abrutamente; pero no en el mismo sentido que en Castello y Dorsoduro, donde los barrios cuidados parecen tener una profusa cantidad de habitantes.
Cannaregio, por las callejas que anduvimos, parece ser un tanto más desangelado, el deterioro de los edificios está más acentuado y muchos de ellos parecen estar vacíos. Nos surgió una gran duda, ¿el barrio es realmente así o esta sensación que tuvimos estaba relacionada, simplemente, con el hecho de que estábamos allí en el mediodía de un sábado?
La señalética urbana nos indicó que estábamos en el área del Ghetto. Una sensación de pobreza y reclusión parecían adueñarse de las calles, había poca gente en ellas. Sólo vimos algunos judíos vestidos a la manera ortodoxa que dialogaban en la plaza que se abre en la Calle del Ghetto Viejo, cerca de la sinagoga y pocos turistas que parecía haber perdido el rumbo… y un grupo de jóvenes que recorría el barrio con un guía o profesor.
La mayoría de los negocios estaban cerrados. Algunas luces encendidas dejaban entrever que muchos de ellos eran viejas tiendas de barrio sin el glamour de los locales de áreas más turísticas de la ciudad. Otros encerraban expresiones artísticas no ausentes de refinamiento, como si se tratara de la expansión de atelieres de artistas locales.
Era sábado y reinaba un gran silencio en el Ghetto… imaginé que seguramente la población se había recogido en sus hogares cumpliendo con los preceptos del sabath… tal vez, ello explique la primera impresión que nos provocó llegar a este sitio de la ciudad que parecía vacío, mostrando paredes desnudas y desconchadas que se exhibían como dando testimonio de que allí se vivieron injustas y penosas exclusiones sociales…
Esa nueva impresión se nos hizo una certeza razonable. Llenos de sobrecogimiento abandonamos el Ghetto con la promesa de volver, alguna vez, en un día de semana.
III Murano
El último día en la Laguna Veneta lo pasamos en Murano.
En un viaje anterior, nos gustó la ubicación del hotel LaGare Venezia. En el centro de la isla de Murano. Esta vez nos pareció una buena idea pasarnos una noche allí y así lo hicimos.
Murano es una pequeña isla industrial cargada de una larga historia en torno del desarrollo, producción y mejoramiento continuo del cristal que lleva su nombre. La exposición permanente del museo dedicado al producto es verdaderamente instructiva y, para quienes disfrutamos de las maravillas de diseño en torno del cristal, un placer imperdible. Allí, los objetos que se exhiben están grávidos de historicidad… unos puede imaginarse a burgueses y artesanos buscando las variantes que les permitan ventajas competitivas en relación con los cristales de Bohemia.
Durante el día, la isla se encuentra en plena actividad productiva y comercial y se puede caminar por ella acompañado por gran cantidad de turistas que van hasta allí por algunas horas con la finalidad de chusmear y, quizás, comprar algo que, de todas maneras, resultará difícil de transportar. Hay restaurantes más que razonables (me encantan las sarde in saor que ofrecen en la Trattoria Ai Frati), artistas callejeros y, cuando está presente, más sol que en Venecia.
Al atardecer la ciudad se recoge. Si el día está bueno, es sumamente placentero caminar por las calles casi desiertas. En ese momento, la Laguna Veneta tiene otra dimensión. Una paz tierna y exótica llena el corazón en un sitio en donde casi todo lo que se ve es pura creación humana, salvo el agua, claro está.
Por la noche no queda más que cenar en el hotel e irse a dormir. Pensando que en la multitudinaria Venecia, ocurre algo parecido después de las once de la noche, no está mal imaginar que sería muy disfrutable alojarse, en futuras estadías, en Murano e ir y volver en la lancha colectiva a Venecia y, por qué no, a Burano y Torcello… Lido es otro plan, hay demasiados autos.
¡Ah! Las tendenciosas exhibiciones de los maestros cristaleros en una de las fábricas son también un espectáculo imperdible… para los que somos torpes con las manos, el accionar de estos trabajadores parece poseer una magia incomprensible.

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