3 a 9 de octubre de 2018
Nos encanta volver a lugares que amamos. Venecia es uno de ellos.
Pongo aquí algunas impresiones del último viaje que hicimos por esos lares…
pero antes, algo sobre Milano.
I Milano, lo nuevo y lo
viejo en la ciudad del diseño
Dos veces habíamos estado en Milano, pero nunca habíamos salido de
los andenes de Milano Centrale… ni siquiera pudimos imaginar el edificio
imponente que la misma estación ferroviaria ocupa.
Las imágenes pertenecen al autor
De modo que cuando el servicio de TGV francés arribó, con tres
horas de retraso, a la estación Porta Garibaldi, todo era nuevo y sorprendente…
la desastrosa impuntualidad del servicio de trenes y la estación soterrada que
no conocimos en nuestras experiencias anteriores.
Adicionalmente, cuando salimos a la superficie, no encontramos en
medio de una ciudad global, grandes torres de vidrio, hierro y hormigón nos embargó
una sensación confusa. ¿Acaso es esto lo que queda de la gran ciudad que llegó
a tener estatus de capital imperial de la antigua Roma y es famosa en el mundo
por su buen gusto y diseño de indumentaria?
Era muy tarde, comimos en el hotel al que llegamos en un taxi (por
suerte pude hacerle entender al tachero que era simpatizante de Nueva Chicago,
comparando al equipo de Mataderos con la Sassuolo, el vedrinegro lombardo)…
decidimos dejar la exploración de la ciudad para el día siguiente, seguros de
que todo se volvería algo más inteligible.
La luz del día y la superación del fastidio por la incompetencia
de los servicios ferroviarios franceses nos permitió una mirada distinta…
pudimos ver la ciudad con otros ojos.
Decidimos
volver a Porta Garibaldi para ver de qué se trataban los edificios que vimos la noche anterior. Andábamos, por cierto, con
algún prejuicio que, luego, se vio confirmado. Con Haydée conversábamos y nos
decíamos, si es verdad que estamos en la capital del diseño, el barrio de
torres modernas con que las ciudades intentan parecerse unas a otras debe ser
diferente, debe provocar la paradojal sensación de no parecerse a ninguna otra
ciudad en el mundo.
Nuestro hotel estaba ubicado en la calle Finochiaro Aprile, más o
menos a mitad de camino entre Piazza Repubblica y Corso Buenos Aires. De modo que,
para acercarnos al barrio moderno, tuvimos que atravesar esa plaza. Al llegar a
ella, tres cosas me sorprendieron.
Primero fue la vista de un edificio de dimensiones monumentales
que se veía rematando el trayecto de la Avenida Pisani que atraviesa la plaza,
como a unos 500 metros de donde estábamos ubicados y que no esperaba encontrar
allí. Luego sabría, en realidad al día siguiente cuando tuve que seguir viaje,
que se trataba de la estación de trenes Milano Centrale.
El segundo, que el desarrollo urbanístico moderno que pretendíamos
reconocer comenzaba casi ahí mismo, como a unos cien metros más allá sobre la
dirección y el sentido de nuestra andadura y, finalmente, que por allí
transitan tranvías en servicio tan antiguos como los de Lisboa.
Desde el cruce del Viale della Liberzione y la Vía Galileo Galilei
hasta Porta Garibaldi se extiende el barrio que se había transformado en
nuestro objetivo de reconocimiento. Pareciera que, en este nuevo centro, el
diseño moderno se enorgullece de estar inserto en el entorno de la ciudad neo
clásica. El punto culminante del barrio es la Piazza Gae Aulenti, a poco más de
50 metros de Porta Garibaldi.
Cruzar el nuevo barrio, darle la espalda al primer edificio de
grandes dimensiones y ver pasar los tranvías sobre una calle que conserva
pavimento de adoquines en perfecto estado de conservación es una sensación especial,
un equilibrio que lamentablemente no podemos ver en Buenos Aires… y me
atrevería decir que tampoco en Madrid, Barcelona o París (por ejemplo, en lo personal,
pocas construcciones me parecen más feas y desubicada que la pirámide del
Louvre).
Esa sensación inicial sumada a la imagen de la fuente en la Piazza
Gae Aulenti permitió alimentar de certeza nuestro prejuicio, Milán es una
ciudad única… No tengo conocimientos técnicos para sostener esa afirmación;
pero nuestra mirada subjetiva de viajeros curiosos así lo percibió: este barrio
que intenta que la ciudad se parezca al resto de las grandes ciudades del
mundo, logra lo contrario.
Terminamos la mañana en la Piazza del Duomo y la Galeria Vittorio
Emanuele II. Nuestra larga caminata por la Vía Alessandro Manzoni no hizo otra
cosa que confirmar esa visión de la ciudad… y, por la tarde, la recorrida del
Corso Buenos Aires, también.
II
Volver a Venecia
Sí, sí, otra vez en Venecia. Esta vez recorrimos los lugares
habituales de los sestieri de San Marco y San Polo. Los embarcaderos de San
Marco, el mercado de Rialto y todas esas calles atestadas de turistas. Volvimos
a los sitios apacibles de Castello y Dorsoduro que son menos concurridos por la
masa de turistas. Fuimos a nuestros restaurantes predilectos sobre la calle
Frezaria (Querubino y Osteria San Marco). Descubrimos un restaurante
maravilloso llamado Estro en el límite tripartito entre Dorsoduro, San Polo y
Santa Croce… todo bello, todo reconocible, todo amigable.
Tomamos sptiz de Aperol en bares al atardecer. Disfrutando de
Venecia bajo la lluvia. Es decir, hicimos lo habitual; pero el sábado nos
propusimos otro recorrido… nos internamos en el sestiere de Cannaregio,
buscando el Ghetto di Venezia.
Todo va bien, cuando se camina por la Strada Nuova y la calle del
Pistor, los turistas vienen y van por ellas con fruición, no tan histérica como
en San Marco y Rialto, sino pertinaz y relajada, la vía es larga y hay que
caminarla. Ahora bien, cuando uno se aparta de esas calles, el paisaje urbano cambia
casi abrutamente; pero no en el mismo sentido que en Castello y Dorsoduro,
donde los barrios cuidados parecen tener una profusa cantidad de habitantes.
Cannaregio, por las callejas que anduvimos, parece ser un tanto
más desangelado, el deterioro de los edificios está más acentuado y muchos de
ellos parecen estar vacíos. Nos surgió una gran duda, ¿el barrio es realmente
así o esta sensación que tuvimos estaba relacionada, simplemente, con el hecho de
que estábamos allí en el mediodía de un sábado?
La señalética urbana nos indicó que estábamos en el área del
Ghetto. Una sensación de pobreza y reclusión parecían adueñarse de las calles,
había poca gente en ellas. Sólo vimos algunos judíos vestidos a la manera
ortodoxa que dialogaban en la plaza que se abre en la Calle del Ghetto Viejo,
cerca de la sinagoga y pocos turistas que parecía haber perdido el rumbo… y un
grupo de jóvenes que recorría el barrio con un guía o profesor.
La mayoría de los negocios estaban cerrados. Algunas luces
encendidas dejaban entrever que muchos de ellos eran viejas tiendas de barrio
sin el glamour de los locales de áreas más turísticas de la ciudad. Otros
encerraban expresiones artísticas no ausentes de refinamiento, como si se
tratara de la expansión de atelieres de artistas locales.
Era sábado y reinaba un gran silencio en el Ghetto… imaginé que
seguramente la población se había recogido en sus hogares cumpliendo con los
preceptos del sabath… tal vez, ello explique la primera impresión que nos
provocó llegar a este sitio de la ciudad que parecía vacío, mostrando paredes
desnudas y desconchadas que se exhibían como dando testimonio de que allí se
vivieron injustas y penosas exclusiones sociales…
Esa nueva impresión se nos hizo una certeza razonable. Llenos de
sobrecogimiento abandonamos el Ghetto con la promesa de volver, alguna vez, en
un día de semana.
III Murano
El último día en la Laguna Veneta lo pasamos en Murano.
En un viaje anterior, nos gustó la ubicación del hotel LaGare
Venezia. En el centro de la isla de Murano. Esta vez nos pareció una buena idea
pasarnos una noche allí y así lo hicimos.
Murano es una pequeña isla industrial cargada de una larga
historia en torno del desarrollo, producción y mejoramiento continuo del
cristal que lleva su nombre. La exposición permanente del museo dedicado al
producto es verdaderamente instructiva y, para quienes disfrutamos de las
maravillas de diseño en torno del cristal, un placer imperdible. Allí, los
objetos que se exhiben están grávidos de historicidad… unos puede imaginarse a
burgueses y artesanos buscando las variantes que les permitan ventajas
competitivas en relación con los cristales de Bohemia.
Durante el día, la isla se encuentra en plena actividad productiva
y comercial y se puede caminar por ella acompañado por gran cantidad de turistas
que van hasta allí por algunas horas con la finalidad de chusmear y, quizás,
comprar algo que, de todas maneras, resultará difícil de transportar. Hay
restaurantes más que razonables (me encantan las sarde in saor que ofrecen en
la Trattoria Ai Frati), artistas callejeros y, cuando está presente, más sol
que en Venecia.
Al atardecer la ciudad se recoge. Si el día está bueno, es
sumamente placentero caminar por las calles casi desiertas. En ese momento, la
Laguna Veneta tiene otra dimensión. Una paz tierna y exótica llena el corazón
en un sitio en donde casi todo lo que se ve es pura creación humana, salvo el
agua, claro está.
Por la noche no queda más que cenar en el hotel e irse a dormir.
Pensando que en la multitudinaria Venecia, ocurre algo parecido después de las
once de la noche, no está mal imaginar que sería muy disfrutable alojarse, en
futuras estadías, en Murano e ir y volver en la lancha colectiva a Venecia y,
por qué no, a Burano y Torcello… Lido es otro plan, hay demasiados autos.
¡Ah! Las tendenciosas exhibiciones de los maestros cristaleros en
una de las fábricas son también un espectáculo imperdible… para los que somos
torpes con las manos, el accionar de estos trabajadores parece poseer una magia
incomprensible.
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