sábado, 8 de julio de 2017

Los vascos lecheros en Buenos Aires (1887)

Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888. (2) El ejemplar que consulté pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones y comentarios sobre la edición francesa.
Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en 1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de 10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación pertenecen al primer tomo. A principios del siglo XIX la provisión de leche en la ciudad la hacían unos niños cuyos padres ordeñaban las vacas. A fines del siglo, esta actividad ya está a cargo de los inmigrantes vascos. Es divertida la descripción que hace de los vascos.
Los vascos lecheros
“Él va de la ciudad á las afueras (se refiere al mercachifle, vendedor ambulante de artículos de mercería); su colega rural el lechero viene todos los días del campo á la ciudad. Es invariablemente un vasco alto, fuerte, subido de color, gran comedor, más grande bebedor, incomparable jugador de pelota, de carácter alegre y bullicioso, y que gasta diariamente el exceso de sus fuerzas en el rudo oficio que lejos de disminuirlas las desarrolla.
”Cría á alguna distancia de la ciudad un rebaño considerables de ciento á doscientas vacas, en una chacra ó hacienda de doscientas hectáreas, por lo que paga de mil á 1,200 pesos de alquiler, y donde no hace otra cosa que aprovechar los prados naturales que deben alimentar su ganado. Su familia y algunos ayudantes vigilan la hacienda; él hace todos los días el mismo viaje á la ciudad.
”Levántase á las cuatro y halla á la puerta su caballo ensillado cargado con diez grandes tarros de leche y algunos tarritos más pequeños, uno de los cuales va lleno de nata ó crema, que batida al galope del caballo se habrá convertido en manteca á la llegada; toma el látigo de la mano del peon de casa y medio dormido aún salta sobre la silla cubierta con una piel de carnero, encima de la cual se mantiene de rodillas. Hombre y bestia tienen que recorrer tres, cuatro y hasta siete leguas para llegar á la ciudad y ¡qué caminos tiene que andar! Describirlos es imposible; los que lo han visto no pueden comprender cómo, en medio de la noche, á través de la tormenta ó después de las lluvias de invierno, puede un caballo, tan cargado como los de los lecheros, atravesar sin sucumbir, aquel lodazal pegajoso que se renueva á cada aguacero, aquellos lagos de agua fangosa, aquellas escurridizas pendientes, aquellos peligrosos pantanos que ocupan todo el ancho del camino. Es preciso atravesarlo todo sin vacilar, medio dormido y en medio de una oscuridad profunda, azotado el rostro por el viento y la lluvia y sufrir más de lo que parece poder soportar el cuerpo humano. Cuando la medida está llena, después de noches tan rudas, aún le queda que oir á las amas de casa, que se levantan de un cómodo lecho, decirle con mal humor; “¡Pero, lechero, viene V. muy tarde! ¡Si sigue V. descuidándose así tendré que cambiar!”
”Esto no pasa de una amenaza; se le deja el duro placer de continuar su penoso oficio, y él se consuela de la lluvia pensando que la sequía sería peor, puesto que agotaría las praderas, y acabaría aquello como el cuento de la lechera.
”Aun hay quien le envidie, cuando después de haber reunido algunos pesitos se dispone a aprovechar una amnistía que absuelve periódicamente á todos los mozos prófugos, para volver á su montaña pirenaica y soñar en el hermoso tiempo en que su juventud vigorosa, con las venas llenas de sangre purificada de cien generaciones, sobrellevaba las fatigas que ya no creerá haber pasado.” (3)
Notas y Bibliografía: 
(1) Prestigioso editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en 1891.
(2) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3) Ídem, pp. 154-155.


2 comentarios:

  1. Los bisnietos de esos vascos hoy son estancieros fuertes en la provincia, habiendonos legado la boina, que hoy se usa mas aqui que en Guipuzcoa, la faja, la alpargata, un pelo de caballos, el belcha,por "beltza" negro en eusquera y muchas cosas mas. Kabenzots !!!!!

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