sábado, 29 de abril de 2017

Viñetas porteñas I (1887)

Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888(2). El ejemplar que consulté pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones y comentarios sobre la edición francesa.
Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en 1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de 10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación pertenecen al primer tomo. Ellos dan cuenta, con la mirada de un extranjero, de las transformaciones en la sociedad porteña de fines del siglo XIX. El diálogo entre lo nuevo y lo viejo parece ser la nota dominante.
Viñetas porteñas
La mirada que conviene al viajero en Buenos Aires
“La calle! Es el primero y con frecuencia el único campo de observación abierto al extranjero. Está muy expuesto á recoger en ella observaciones muy superficiales, y á cosechar abundante miés de errores; pero, por lo menos, nadie intenta hacerle ver otra cosa que lo que sus ojos le muestran á la cruda luz del aire libre.
”Más que en ninguna otra parte sucede esto en una ciudad americana, donde la franqueza es de rigor, donde los ademanes son libres y desenvueltos y donde el clima templado predispone á los habitantes á vivir al aire libre.
”El paseante que no tenga miedo al empedrado rudo, á la desigualdad de las aceras, que á veces están uno o dos metros más elevadas que la calzada, puede lanzarse á la descubierta seguro de que llevará á casa amplia colección de recuerdos.
”En esta ciudad, en donde se vive fuera, habrá encontrado por todas partes ventanas y puertas abiertas, casi al nivel de la acera, que permiten sondear los misterios de la vida íntima; habrá reunido, mediante rápido examen, documentos preciosos acerca de la vida de los habitantes de cada barrio, podrá decir el estado de su fortuna, su manera de vivir y más tarde, cuando penetre en el interior de las casas, estará ya iniciado de antemano en los usos que encuentre en ellas.”(3)
Todos los barrios, el barrio
“Apenas si se observa alguna diferencia. Todos los barrios de la ciudad se parecen; únicamente el barrio de los negocios tiene su vida especial. Agitado todo el día, está desierto por la noche.
”Este centro de negocios está colocado en el extremo de la ciudad, pues no ha cambiado de sitio y ocupa la parte más antigua, que se extiende á lo largo de la ribera, donde se establecieron los primeros habitantes. Allí se agrupan todos los edificios municipales, religiosos, bancos, Palacio de Justicia, Bolsa, Correo, Palacio de Gobierno, el del Congreso y el gran Teatro, que anuncian una gran ciudad y le dan la vida de una capital.
”Alrededor de los edificios citados se agrupan las grandes casas de comercio, que se quedan vacías cada día para ser de nuevo ocupadas, y dan a este barrio el aspecto de un inmenso depósito. Todos los productos de la industria del mundo entero entran y salen, mediante un continuo desfile de carretas, chorreando el agua del río, que suben de la playa para volver á ella.
”Pocas ciudades presentan un movimiento tan ruidoso en unas calles tan largas y tan estrechas á la vez. Sobre su pavimento desigual que produce violentas sacudidas, la fila de carretas y su danza ensordecedora y descompuesta, no cesa sino al llegar la noche; el silencio sólo es entonces interrumpido por los cascabeles del tranvía y la trompeta de sus conductores.”(4)
De la montura individual al tranvía
“Estos son los amos de la ciudad (los tranvías). Se prestan de un modo tan admirable á la pereza de sus habitantes, y tienen tan poderosos auxiliares en lo primitivo del empedrado y en la desigualdad del piso, que á su aparición quedaron suprimidos los transeúntes, los jinetes y los carruajes. Antes de ellos era general el uso del caballo entre las gentes obligadas por sus negocios á salir fuera de casa. Las puertas de la Bolsa y las de los tribunales, estaban siempre á ciertas horas, llenas de una multitud de caballos ensillados y embridados, que con los pies trabados, esperaban a sus dueños. Á veces se contaban hasta ciento. Era aquello un extraño conjunto de animales muy pacíficos, á los que, un ruido imprevisto o la diablura de un muchacho bastaba á asustar haciéndoles arrojarse, en peligroso tropel, contra los cristales de la vecindad o contra las aceras defendidas contra tales invasiones por una fila de postes unidos entre sí con cadenas. Hoy sería inútil buscar tan pintoresco espectáculo.
”El tranvía ha echado sobre toda la sociedad su nivel igualitario; los coches sobre rieles atraviesan rápidamente las calles, rasando la acera, tomando y dejando sus viajeros sin detenerse, moderando apenas la marcha al atravesar las calles que encuentran simétricamente á cada veinticinco metros (sic); las gentes ocupadas montan en ellos igualmente que los ociosos; allí se encuentran lo mismo al Presidente de la República que al último de los electores.”(5)
Los ritmos de trabajo
“Buenos Aires no merecía ser una ciudad americana, si la calle no estuviese consagrada todo el día al movimiento comercial; pero tampoco sería ciudad española si ese movimiento durase más allá de algunas horas. La actividad es allí á un tiempo criolla y americana, es decir, que si se levanta tarde y se acuesta temprano, es durante algunas horas muy intensas.
”Ya está el sol bastante alto cuando las calles empiezan a animarse, y aún no se ha ocultado, cuando los hombres de negocio toman en el tranvía camino de su casa, con el periódico de la tarde en la mano. Todavía en muchas casas se ha conservado la costumbre colonial de comer á las cinco y de consagrar las horas siguiente á aspirar un poco de aire fresco, liar cigarrillos y tomar el tradicional mate.”(6)
Notas y Bibliografía: 
(1) Prestigioso editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en 1891.
(2) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3) Ídem, Tomo I, pp. 109.
(4) Ídem, Tomo I, pp. 110-111.
(5) Ídem, Tomo I, pp. 111-112.
(6) Ídem, Tomo I, pp. 112.


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