Delta del Paraná (1887)
Los
textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio
Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888(2). El ejemplar que consulté
pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma
francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La
sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio
contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones
y comentarios sobre la edición francesa.
Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en
1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa
y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de
10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros
con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su
parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar
el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su
familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de
Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se
afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación
pertenecen al primer tomo. Interesan por tratarse de una descripción tan
apasionada que le hace ver un Río de la Plata azul, y por las potencialidades
productivas que percibe en el Delta del Paraná.
Potencialidad
productiva en el Delta del Paraná (1887)
Buscando paseos río
arriba
“Los alrededores de Buenos Aires y los recursos
que ofrecen para pasar en ellos una temporada de recreo merecen la pena de una
descripción.
”En la ribera norte del estuario se encuentran
sitios encantadores. Desde lo alto de una elevada barranca que se extiende
hasta siete leguas de la ciudad, se descubre el mágico panorama de la ciudad
con sus edificios y sus minaretes blancos bajo un sol espléndido y un cielo
casi siempre sin nubes, en medio de las tranquilas y azuladas (sic) aguas del
Plata, cuya opuesta orilla, situada á unas ocho leguas, es imposible de
descubrir á causa de su lejanía. Si el río es hermoso de ver, no es fácil
llegar á él; el flujo y reflujo se hace sentir aún á esta distancia del mar,
que no es menor de ochenta leguas; la pesca y el baño son con frecuencia
irrealizables, á no ser que se quiera andar á caballo tres ó cuatro kilómetros,
para buscar las aguas profundas que se van retirando ante nuestra presencia.
”Sería preciso remontar el río algunas leguas
para procurarse todos los placeres de la villegiature
á la orilla del agua, es decir habría que ir á la región del delta del Paraná.
”Terreno de transición, contiene futuro en vías
de formación en medio de las aguas, guirnalda de islas que invaden el lecho de
los grandes ríos, el Paraná y el Uruguay, amenaza con cerrar lentamente sus
cauces inmensos á la navegación.
”Ocupan una extensión de quince á veinte leguas
de ancho por trescientos de largo, no dejan entre sí sino algunos canales
navegables de dos á tres kilómetros de anchura, y surgen del seno de las aguas,
ya cubierta de árboles plantados por el hombre, ó ya también a veces, de
superficies herbosas, vírgenes de todo contacto humano, cubiertas de juncos y
cañas.”(3)
La vida en el Delta
“En esta inmensa región,
curiosa, llena de accidentes imprevistos, no sería posible vivir ni edificar
como en tierra firme. Es preciso recurrir al sistema de estacadas y situar su
nido á algunos metros del suelo para dejar el paso libre á las aguas crecidas.
Estas crecidas no son temibles para el cultivo propiamente dicho, el cual á
veces tiene que sufrir sus consecuencias, pero lo más frecuente se enriquece
con ellas.
”En efecto esta región
debe la riqueza de su vegetación a la virginidad fecunda de los aluviones, y
cada inundación deposita sobre el suelo un limo precioso. Allí todos los
esfuerzos del hombre que se ven coronados por un éxito rápido, los arbustos se
convierten en árboles; las modestas plantas enredaderas toman proporciones de
bejucos, las más humildes gramíneas llegan a superar la altura de un hombre.
Siempre regados y con el pie cubierto por aluviones nuevos, los árboles
frutales prosperan, producen más pronto que en ninguna otra parte, y bastarían
para proveer á diez ciudades como la de Buenos Aires. La caza abunda; hállanse
allí todas las especies de caza de agua, pelo y pluma, anfibios desconocidos en
las demás regiones, el carpincho, pariente próximo del jabalí y á la vez de la
nutria, el colimbo, el cisne de cuello negro, la cigüeña, todas las variedades
de patos salvajes, becasinas por millares, el ciervo y hasta el mismo jaguar.
”El encanto particular de
esta región, la riqueza de su suelo, bastarían para darle un gran valor; pero
el Estado la tiene aún fuera de la ley y no autoriza más que la posesión. Su
extensión es tal que ninguna isla tiene valor sino á causa de los cultivos que
el trabajo del hombre ha multiplicado en ellas. En tierra firme, el suelo,
menos fértil, pero más fácilmente accesible, tiene más elevado precio.”(4)
Notas y Bibliografía:
(1) Prestigioso
editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en
1891.
(2) 1888,
Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el
Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3)
Ídem, pp. 135-136.
(4)
Ídem, pp. 136-137.
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