28 a 31 de octubre de 2015
Por
un error en la interpretación de las señales, cuando fuimos de Borgoña a
Bretaña, en lugar de tomar por la Autopista 6, lo hicimos por la 5. ¡Qué
fastidio, cuando me di cuenta! Teníamos que hacer 70 km más en un viaje de por
sí ya largo, atravesando paisajes de autopista. En Francia, las autopistas
suelen estar diseñadas con un marco de parquización estándar, de modo que,
cuando vas por ellas todo parece igual, casi no podés diferenciar un lugar de otro.
Las imágenes pertenecen al autor
Sin
embargo, no fue éste, el caso. El tramo de la ruta que atraviesa la Champagna
es bien distinto a los otros, de manera que pudimos disfrutar de los colores
del otoño sobre las viñas, también en la Autopista y, el poco más de media hora
de exceso de viaje, también fue disfrute.
I Recorrida nocturna en la Costa Esmeralda
Llegamos a Saint Maló cuando de noche ya. Osvaldo, mi cuñado, y su
esposa Nadine nos esperaban, en su casa, listos para salir porque era noche de luna
llena. Dejamos nuestros bártulos y nos dirigimos con ellos a la costanera que
se dispone hacia el este desde el portal de entrada a Saint Maló de intramuros.
Es que el día de luna llena, se produce lo que algunos llaman la
gran marea, porque es cuando las aguas alcanzan la mayores cotas del mes.
Cuando ella es alta (esa noche lo fue) y el viento viene del Canal de la
Mancha, el choque de las olas contra el murallón produce un estallido que se
expresa como ballet de danzas coloridas, como un baile pintoresco, inundando
momentáneamente la avenida costanera.
El viento venía del continente y nos
quedamos sin el espectáculo principal. Pero la caminata bajo la luz de la luna
y el acceso a la ciudad detrás de las murallas hicieron que olvidáramos el
cansancio del viaje. En compensación, nos llevamos la imagen del bello
espectáculo que dan los vecinos de la ciudad caminando por la orilla a la
espera de que los vientos cambiaran...
Esa
noche, los vientos no cambiaron, pero el aire sí… habíamos dejado atrás el
otoño en la viñas en Borgoña y, ahora, estábamos frente al espectáculo
aventurero de la Costa Esmeralda y de su puerto más importante, Saint Maló, cuna
de corsarios de leyenda y de los esforzados marinos que dieron nombre a
nuestras Islas Malvinas(1).
II La cocina de Nadine y un queso Port-Salut®
Esa noche, al regresar a su casa, Osvaldo y Nadine nos atendieron
a cuerpo de rey... y en los días sucesivos, también. En Saint Maló, disfrutamos
del sosiego de la vida familiar, poblado de charlas ambles con afectuosas
divagaciones sobre la vida.
Nadine es una excelente cocinera que
alcanza la excelencia hasta en los platos más frugales. La mesa está siempre
bien puesta, con detalles precisos y buen gusto, y los vinos que elige Osvaldo
para cada ocasión complementan perfectamente el plato que es llevado a la mesa.
Dedico
un artículo a la cocina de Nadine en el que señalo las diversas influencias que
la componen, entre ellas, las tradiciones culinarias bretonas y argentinas, y
la gran capacidad didáctica de que dispone para transmitir sus saberes cuando
le pedís una receta.
La
comida en casa de Nadine y Osvaldo me dio la oportunidad de conocer en qué
consiste el auténtico queso Port Salut.
El
primer detalle que encontré en la pieza que conseguimos es que Port Salut® no
es un tipo de queso con denominación de origen, sino una marca registrada. Este
producto fue desarrollado en la abadía cisterciense Notre-Dame de Port-du Salut
en el departamento de Mayenne, Pays del Loire, en 1816. Se trata de un queso de
pasta semidura cuya consistencia y sabor difieren mucho de los quesos cremosos argentinos
que reciben ese nombre. Es sabroso; pero como está hecho con leche pasteurizada,
carece del atractivo que, para el viajero argentino, tienen los quesos
franceses hechos sobre la base de leche cruda.
Hojeando
el libro de Enrique Queyrat(2). Allí, el autor explica que los quesos Port
Salut argentinos son quesos cremosos de pasta blanda salvo el queso Atuel de
Santa Rosa. Afirma que “De todos los Port Salut (argentinos) es el más
Port-Salut pero me parece muy bien que Santa Rosa le haya dado un nombre
argentino”. Ese queso ya no se consigue, pero en la fiambrería La Tablita del
barrio de Belgrano venden uno que denomina “tipo Atuel” fabricado en la
localidad bonaerense de Suipacha. He tenido el gusto de probarlo y confirmar el
aserto de Queyrat. Este queso se parece en algo al Port-Salut® que consumí en Saint
Maló. En tanto que los otros que nuestra industria produce bajo esa
denominación, suelen ser copias empobrecidas del nuestro exquisito cuartirolo
argentino. Ignoro el origen de esta confusión.
III La bella ciudad de Dinan
Pero no todo fue vida hogareña en Bretaña, fuimos en excursión a
Dinan. La ciudad se encuentra en un área mediterránea a 40 km de Saint Maló.
Posee un centro histórico con viejas construcciones bretonas que se halla
rodeado de una muralla que se conserva en casi toda su extensión.
Tiene el bello atractivo de muchas ciudades francesas de provincia
con las que también comparte sus deslices arquitectónicos. La iglesia de Saint
Maló es uno de los edificios emblemáticos. Se trata de una catedral que ha sido
atravesada por los años y los estilos dominantes. Si bien el gótico gobierna, en
uno de sus laterales, hay un pórtico renacentista, sencillo y bello.
Si se observa la ciudad desde el atrio de Saint Maló; puede
observarse un edificio nuevo a unos 100 metros de la Iglesia. Simula un falso
techo de tejas bretona y exhibe balcones del siglo XX con absoluta impudicia.
En fin, me vi frente a la templada tensión entre los conservacionistas de
patrimonio y los ingeniosos desarrolladores que informan el estilo ecléctico y
desfachatado de la posmodernidad (rápidamente vino a mi memoria la pizzería que
se encuentra en el edificio más antiguo de Perpiñán). De todas maneras, hay
calles de Dinan, retiradas del centro comercial, que conservan una identidad
medieval indudable.
Fuera de ello, y en los sectores de mayor desarrollo comercial, hay
algo en Dinan que la distingue de las otras bellas ciudades francesas a las que
me he referido… ¿En qué consiste ese algo? No sabría definirlo con claridad,
pero tal vez tenga que ver con los rublos comerciales que despliegan su
actividad en el casco histórico. A cada paso se ven muchos restaurantes,
mayoritariamente creperías, instalados en los viejos edificios bretones.
También se ven muchos negocios dedicados a artesanías, antigüedades y distintos
productos artísticos (pinturas, esculturas, instrumentos musicales, etc.). Hay,
incluso, una profusa cantidad de centros culturales.
En todo, se observa un derroche de buen gusto. Hasta que anduvimos
por las calles de Dinan, tuve la sensación de que el buen gusto había abandona
a Francia… pero aquí tiene un refugio notable.
Pero el mundo es uno y la globalización destruye identidades, a
veces parcialmente, otras con actitud despiadada. Encantado la visión de las
calles en esta bella ciudad, me acerqué con Osvaldo a la fachada bretona de una
crepería tradicional para consultar el menú que se exhibía en un extraño atril
que rompía con la armonía de la vieja construcción. Sin embargo, el atril resultaba
un pecado venial frente a la oferta gastronómica que vimos en el local… Empecé
a leer y, cuando llegué a la Ensalada Caesar, no pude avanzar más… Me pregunté,
entonces, si lo que veía, ese despliegue de buen gusto, digo, expresaba un arte
verdadero o sólo se trataba de escenografía en estado puro… En fin, son
precisamente esas referencias que muestran procesos vitales grávidos de
contrastes y contradicciones lo que hacen atractivo a un lugar.
IV Algunas experiencias gastronómicas en Saint
Maló (un hallazgo en el mercado)
En
los viajes que hago, trato de enriquecer mi biblioteca gastronómica. Me gusta
conocer la cocina de los lugares en que percibo un atractivo especial para mi
gusto; pero, estando en Francia, ese atractivo alcanza niveles superlativos por
la influencia que esa tradición culinaria ejerció en el mundo, en general, y en
La Argentina, en particular.
Hay
cuatro o cinco libros esenciales para entender la cocina francesa. Entre ellos,
los textos de Marie-Antoine Careme, Georges Auguste Escoffier, Raymond Oliver,
Joel Rebuchon y Paul Bocuse. Ellos nos permiten hacernos una idea clara de la
evolución de esta cultura culinaria en los últimos 250 años. Sabía yo que
Osvaldo me esperaba con un ejemplar de Le
cuisinier parisien, el gran libro que Caréme publicó en 1828.
Estaba
contento con el regalo que sumé a los recetarios que traía de Catania y Roma.
Tal vez, si conseguía un buen libro en Andalucía, mis ambiciones bibliográficas
habrían quedado totalmente satisfechas en este viaje; pero algo hizo que fuera
superior a lo esperado.
La
última mañana en Saint Maló fuimos a Intramuros con la finalidad de hacer una
reserva en el restaurante l’Absinthe para esa misma noche. Frente al
restaurante hay un mercado lánguido, pero mercado al fin. Convencí a Osvaldo de
que pegáramos una recorrida por él. Anduvimos entre los puestos hasta que
accedimos a una mesa de libros usados. Allí me estaba esperando el recetario de
cocina provenzal que J. B. Reboul publicó en 1910(3). A pesar de la protesta
que hizo el vendedor acerca de que no se trataba de un texto de cocina bretona,
me fui satisfecho con el libro en las manos.
No se
trata de un texto central de la cocina académica francesa, sino de clásico de
la cocina regional mediterránea, casi herética a principios del siglo XX. La
obra pone en entre dicho algunos debates del presente al darles un contexto
histórico políticamente incorrecto. La cocina mediterránea no siempre fue tan
bien ponderada como en el presente, ni tuvo la calidad de productos que hoy
tiene; pero exhibe una identidad encomiable que el libro que compré pone en
evidencia. El hecho me obligó a revisar la receta de Ancas de ranas a la
provenzal que publique en El Recopilador
de sabores en 2013.
Para
concluir, unas breves notas sobre nuestra cena en el restaurante l’Absinthe de
Saint Maló. La comida, muy buena y los vinos, mejores… el servicio dejó mucho
que desear. Comimos muy bien allí, pero no estuvimos frente a una cocina
memorable por su originalidad o su identidad. Comimos muy bien, eso es todo…
No, no es todo, comer allí con Nadine y Osvaldo hizo que Haydée y yo
disfrutáramos de esa cena como si de una fiesta se hubiese tratado.
Nos fuimos de Saint Maló con el deseo de volver pronto… tal vez,
en otra noche de luna llena, tengamos la oportunidad de disfrutar de los
vientos del Canal de la Mancha.
Notas y referencias:
(1) Las
Islas fueron ocupadas por el conde de Bouganville en 1764. La expedición que lo
condujo hasta las islas partió de Saint Maló, en homenaje a este puerto,
Bouganville bautizó al archipiélago con el nombre îles Malouines que luego fue castellanizado como
Islas Malvinas.
(2) 1978, Queyrat, Enrique, Los
buenos quesos argentinos, Buenos Aires, Hachette, pp. 44 y 54.
(3) 1910, Reboul, J. B., La cuisinière provençale, Marsella, Éditions Tacussel, 1989.
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