Conozco
a Bárbara Zabala desde hace unos diez años, ella era casi una
adolescente por entonces. Estudiaba, trabajaba y conducía su hogar
con esfuerzo y sacrificio. Bien morocha y bien porteña, del barrio
de La Paternal.
Desconocía,
entonces, su gusto por la cocina. Pero un día me hizo una consulta
sobre cuestiones de laburo y me comentó que había leído las notas
sobre el pescado de río en El
Recopilador.
Me contó que el dorado, el pacú y el surubí son clásicos en Santa
Elena, el pueblo de la Provincia de Entre Ríos donde vive su padre.
Agregó: leer
“las últimas notas me remontó a la cocina de mi querida abuela
paterna, así que fue un placer”(1).
Le
pregunté si se animaba a recordar algunas recetas de las que
preparaba su abuela(2) y me contestó:
“Claro,
que si!
”Desde
las tortas fritas, fideos cortados a cuchillo, hasta el chupín de
pescado (jamás pude superar el de ella).
”Y tantas
recetas más!
”Ella
hacía sus duraznos en almíbar y el dulce de leche, no aceptaba
conservas en lata, ¡una campeona!
”Si me
viera como uso el Salsati, en la salsa dominguera, me mataría!”(3)
En
otro correo-e, me contó que su abuela paterna falleció en 2012 y
que toda su infancia pasó veranos enteros en Entre Ríos, hasta
llegar, incluso, a la adolescencia. Gracias a doña Anita, que así
se llamaba aquella mujer memorable, Bárbara aprendió que cocinar
para la familia es una forma de demostrar cariño por los afectos
cercanos(4). Esta historia la conozco. Yo también tengo recuerdos
imborrables de mis vacaciones de la infancia en la chacra de mis
abuelos, en el Partido de 9 de Julio de la provincia de Buenos Aires.
Yo también tengo la imagen de las manos de mi abuela que, cargadas
de afecto visible en sus movimientos, preparaba la comida para la
familia. Bienaigan estos rituales de la infancia que han dado forma a
nuestra personalidad.
Los
recuerdos de infancia de Bárbara se reparten entre, su abuela Anita,
de la que dice:
“Hoy
a la distancia, entiendo su sacrificio y el porqué de su insistencia
para que continuara mis estudios, ella no tuvo la posibilidad de
estudiar, vivió épocas muy difíciles donde la mujer tenía
limitada accesibilidad al estudio y la condición social era otro
impedimento.”(5)
...y
las vacaciones en Santa Elena. Una ciudad en la que se podía dormir
con las puertas sin llave y jugar
en la vereda con los amigos. “Si algo le pasaba a un vecino,
estaban todos los demás para ayudarlo”. Aquélla, dice Bárbara,
era otra época en la que no había supermercado. Se
compraba a
“el almacenero” que era un amigo y vendía al fiado, cuando la
plata no alcanzaba para llegar a fin de mes.
Leo
y releo sus notas y me imagino
a Bárbara niña esperando, siempre con ojos asombrados, la llegada
del carnaval y su despliegue. Era, según cuenta ella misma, un
evento único en la vida cotidiana de Santa Elena(6).
Bárbara
cocina casi todos los días. Según su cálculo, lo hace en un 90% de
los casos porque le gusta y en 10 %, por obligación. Aprendió a
cocinar de su abuela en Entre Ríos, como ya dije, y de su tía aquí
en Buenos Aires(7). Pero no nos apartemos de la mira, sigamos las
recetas que la abuela preparaba durante las vacaciones. Ya dedicaré
otro artículo a la cocina de Bárbara.
Cuando
recibí las recetas quedé sorprendido. No sólo están enumerados
los ingredientes y descriptos los procedimientos con puntillosidad,
sino que también
hay,
en
esos
relatos, una serie de referencias a las circunstancias en que se
comía cada plato, un
contexto que parece una acuarela impresionista.
Dicho en otras palabras, Bárbara, con excelente pluma, pinta los
rituales de la comensalía en ese rincón de La Argentina y en esa
época. Cuenta todo con los
ojos
de una
niña
asombrada que no alcancé
a conocer;
pero en la que, seguramente, ya estaba prefigurada la mujer que
conozco ahora.
Bárbara
debió conocer estos platos, mejor dicho, vivir estas experiencias
gastronómicas en los primeros años de la década de los noventa.
Pero Anita debió aprender a hacerlos muchos años antes, tal vez en
los años de la década del cincuenta.
Los
invito a leer las recetas de tallarines cortados a cuchillo, chupín de pescado, duraznos en almíbar, torrijas y tortas fritas de la
abuela Anita... y después me cuentan...
Notas y referencias:
(1)
2013, 9 de setiembre, Zabala, B. a Aiscurri, M., correo-e.
(2)
2013, 10 de setiembre,Aiscurri, M. a Zabala, B., correo-e.
(3)
2013, 10 de setiembre, Zabala, B. a Aiscurri, M., correo-e.
(4)
2013, 12
de setiembre, Zabala, B. a Aiscurri, M., correo-e.
(5)
2014,
3 de marzo, de Zabala, Bárbara a Aiscurri, Mario, archivo adjunto a
correo-e.
(6)
Ídem
(7)
2014, 4 de marzo, Zabala, B. a Aiscurri, M., correo-e.
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