5 a 17 de abril de 2014
I
¿Se puede viajar, y enriquecer el espíritu con experiencias nuevas, andando los
barrios de la propia ciudad?
Buena
pregunta, ¿no? Pero hay algo previo... habría que establecer de modo razonable
que hay una relación directa entre viajar y enriquecer el espíritu y, recién,
intentar una respuesta a la pregunta del epígrafe.
Las imágenes pertenecen al autor
Mis
amigos viajeros veneran el sabio poema “Ítaca” del poeta griego Constantino
Cavafis. No es para menos. Nos invita a demorarnos todo lo que podamos en
nuestros viajes: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el
camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias... / Que muchas
sean las mañanas de verano / en que llegues -¡con qué placer y alegría!- /
a puertos nunca vistos antes.”(1)
El
poema dictamina que es necesario viajar para llegar a ser sabios, pero también
que ello no es suficiente. Si no nos demoramos en cada sitio para vivirlo con
la mayor intensidad que nuestra condición de extranjeros nos permita, será
difícil que podamos enriquecer nuestro saber...
Afirmo que mi Ítaca verdadera es la conjunción de algunos barrios
de la ciudad de Buenos Aires. Mataderos, barrio en el que nací, Micro-centro,
barrio en el que trabajo, y Belgrano,
casi llegando a colegiales, que es el barrio en donde vivo...
Tomé unos días de vacaciones e intenté volver a Ítaca sin salir de
sus arrabales. No sé bien qué habré logrado...
En estos días de fiaca y descanso tuve que
hacer algunas cosas, diligencias se decía antes. Toda una invitación para
caminar mirar y ver. Empecé recorriendo las calles de Colegiales, Villa Ortuzar
y Chacarita. Paisajes cambiantes. Barrios residenciales que se confunden con
industrias y comercios, como la panadería L'epí de los franceses Bruno y Olivier
que está ubicada en Rosetti al 1700, en Villa Ortuzar, lugar en donde
encontraron un horno de 1900 que servía a sus propósitos.
Las ocupaciones diligentes aquietaron su
agitación y pude demorarme en el barrio chino de Belgrano. Este rincón de la
ciudad, nos invita a sumergirnos en otro territorio, en otro país, en otra
cultura.... aunque no tanto... La exposición de arte que se exhibe en el
restaurante y centro cultural BuddhaBA nos invita a vivir la fraternidad entre
los inmigrantes chinos en La Argentina y los hijos de la patria que adoptaron.
Esta integración no sólo se ve allí... también se ve en algunos comercios. Por
ejemplo, en la casa de venta de productos dietéticos (Casa China) y en los
grandes supermercados del barrio se venden productos argentinos que no se
consiguen en las grandes cadenas de supermercados del resto de la ciudad (lo
más llamativo está en la profusa oferta de marcas de dulce de leche).
El barrio chino de Buenos Aires es pequeño,
pero está lleno de colorido. La venta de productos alimenticios que tiene su
insignia en la oferta de pescado fresco los días martes y jueves, los
restaurantes típicos (incluye también un restaurante japonés y otro peruano) y
los negocios que ofrecen productos de bazar contribuyen, en buena medida, a cimentar
ese colorido. Sin embargo, creo que la nota distinguida está en los puestos de
comida callejera, donde puede verse tomar un ligero almuerzo a los naturales de
China que trabajan en la zona.
¿Quiénes compran en el Barrio Chino? Muchos
porteños convocados por el buen gusto y el exotismo. En mi caso particular, fui
por el pescado fresco. Pero, si bien
pude verificar las bondades de la mercadería, no encontré ninguna ventaja de
calidad y precios con relación la pescadería Basilio del mercado de Juramento y
Ciudad de la Paz. Sí, en cambio, compré productos (sobre todo, legumbres) en
Casa China y disfruté de la comida callejera.
En un pequeño local sobre la calle Arribeños
compré unos pasteles fritos rellenos con algo. Pregunté a uno de los vendedores
acerca de su contenido, me respondió con la expresión “no entiendo”. Esta es
una respuesta típica de los chinos que no quieren dar explicaciones o entrar en
conversaciones complicadas con los compradores... aducen siempre no entender el
castellano, aunque lo hablen perfectamente. Encaré, entonces, al mozo que
atendía las pocas mesas del local. Su aspecto oriental, chino diría, era
evidente y su condición de mozo le debía exigir, naturalmente, el uso del
idioma castellano. Me contestó con tonada cordobesa: “no sé, varón, hoy es mi
primer día de trabajo en el barrio”...
El único problema que vi en el barrio es que no
avanza en la solución de una dificultad seria que tenemos en La Argentina con
relación a la venta de productos alimenticios. No hay información disponible
sobre la trazabilidad de origen, e incluso algunas veces sobre las
características, de los productos que se ofrecen. Compré, por ejemplo, porotos
pallares sin saber dónde habían sido cultivados. De modo que la elección de
buenos productos depende muchas veces de los sólidos conocimientos de algunos
compradores o de la fortuna... Pero este es un problema generalizado que en el Barrio Chino no se corrige... y otros
lugares de venta en la ciudad, tampoco.
II Pero, aunque Cavafis te invita demorarte todo
lo que puedas, nos incita a que no naufraguemos en la confusión: “Ten siempre a
Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el
viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, /
enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguantar a que Ítaca te
enriquezca.”
Dije
que trabajo en el Micro-centro. Allí muy cerca de donde desarrollo mis tareas
profesionales, Juan de Garay fundó esta ciudad que es mi patria. Es más, la
sede de mis ocupaciones se encuentra en Corrientes y Florida, en el predio que
el fundador les asignara en suerte a Ana Díaz, la única pobladora mujer que
accedió a un solar en 1580. Hoy el lugar pertenece al barrio del San Nicolás,
también conocido como el Centro.
Cuando
tengo la oportunidad, más como una recreación que como una necesidad, intento caminar por las calles del vecino
barrio de San Telmo como si fuera un extranjero. La experiencia suele ser
sorprendente... está vez, lo hice durante mis vacaciones en dos oportunidades,
lo que me permitió demorarme en algunos rincones del barrio para apreciarlos
mejor.
Primero
fui un viernes a la mañana. El barrio estaba lleno de vida porque, si bien no
se vive el vértigo que hay en su vecino barrio de San Nicolás (en ese sentido,
la Avenida de Mayo parece trazar una frontera), había actividad comercial y
profesional intensa. Hice un viaje de ida y vuelta.
Fui
por la calle Balcarce hacia la avenida Independencia. Apenas se atraviesa la
Avenida Belgrano, el barrio se muestra espléndido con sus bares y restaurantes
y sus locales de espectáculos. Debe destacarse el edificio que, en una época,
albergó las rotativas del diario La Prensa y hoy es la sede del polideportivo
del sindicato que nuclea a los encargados de edificios (SUTERH). Está ubicado
en la intersección de Balcarce con Venezuela.
Antes
de llegar a Independencia, torcí por el pasaje San Lorenzo, emprendiendo el
retorno a la Plaza de Mayo por la calle Defensa. Si bien en el pasaje hay
algunas instituciones culturales, su contribución al paisaje barrial es muy
pobre, en relación con sus épocas de gloria. Merece una mayor atención de las
autoridades. La calle Defensa conserva un estilo abigarrado y ecléctico en el
que se destacan algunos edificios notables como las iglesias de Santo Domingo y
San Francisco, la sede del museo de la Ciudad y los inmuebles del siglo XVIII
conservados en la esquina con la calle Alsina. Era un día de sol y la calle
Defensa brillaba a tono.
Era
mediodía y entré en las iglesias. La de Santo Domingo se encuentra en franco
proceso de restauración de sus interiores. La de San Francisco sólo tiene obras
en la fachada. En una capilla lateral, en San Francisco, hay unos óleos de
grandes dimensiones cuyo valor no pude inteligir porque casi no se reconocen
las figuras representadas en ellos. Ambas iglesias merecen estar en mejor
estado. Se trata de los escasos restos que existen de la Buenos Aires colonial
y ofrecen un espectáculo de interés para viajeros y turistas.
El
almuerzo en la Panadería de Pablo Massey coronó el paseo. Buenos panes, buena
atención, buenos platos para almuerzos relajados.
El
sábado fui con Haydée. Ya habíamos ido un domingo y nos sorprendió la
abigarrada algarabía de una feria de antigüedades, artesanías y productos
varios que se despliega desde la Plaza de Mayo hasta la Plaza Dorrego en el
corazón de San Telmo. Esperaba encontrarme con ese espectáculo, pero el sábado
es distinto... no hay nada, ni la actividad cotidiana de los días laborables,
ni la feria... reina una gran desolación... Para empeorar, las iglesias están
cerradas y los restaurantes del camino, también (excepto la Panadería de
Massey). No se ve a nadie en las calle hasta llegar a la Plaza Dorrego.
En
la Plaza hay una feria americana con indumentaria, antigüedades y artesanías.
En los alrededores algunos restaurantes abiertos (tomamos como almuerzo unos
pintxos en el restaurante Sagardi que nos trajo el recuerdo de los bares de
tapas en la parte vieja de la ciudad de San Sebastián), los negocios
tradicionales de antigüedades y el Mercado de San Telmo.
El Mercado es la imagen de la confusión que hace ochenta años
denunciara Enrique Santos Discepolo. Un mercado de productos alimenticios,
transformado en un cambalache de antigüedades, artesanías y otras yerbas. El
edificio está descuidado y los pocos puestos de frutas y verduras que se
conservan se encuentran desprolijamente entremezclados, como en una vidriera
irrespetuosa, con puestos de libros viejos y otras antiguallas.
Regresamos por la calle Perú. También desolada, salvo algunas excepciones
(el barrio parece estar muerto los sábados). Sin embargo, la desolación no nos
impidió maravillarnos con ese extraño edificio ecléctico que se yergue en la
esquina noroeste de Perú y Avenida Belgrano. En fin, San Telmo en sábado es la
Plaza Dorrego y muy poco más... Una verdadera pena...
...y,
después, como siguieron mis vacaciones... les cuento en otra.
Notas y referencias:
(1) Cavafis, Constantino, Ítaca, leído el 27 de
junio de 2014 en http://www.pixelteca.com/rapsodas/kavafis/itaca.html.
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