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a 22 de octubre de 2013
Cuando el lago no me vea
por la senda,
cuando nunca más me llegue a Aluminé,
yo estaré cerca de Dios
y en el follaje,
por el vientre de mi ruca subiré.
Piñón, fruto de otoño,
mi instinto me llevó a vivir de ti,
volviendo con tu sueño de madera
el mundo que quisiera para mí,
Guardame en el rescoldo
de tus siglos,
yo sé que muerto allí...
no
he de morir.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”)
I
¿Por qué Aluminé?
Es
muy difícil establecer por qué, en tren de viajar por conocer, se elije un
sitio y no otro. Es tan personal y poderosa cada elección que provoca las
reacciones más diversas en uno mismo y en los otros. ¿Vendrá de allí la
insoportable expresión “¡cómo no fuiste a tal lugar o a tal otro!” que escupimos, y nos escupen, invariablemente
cuando alguien elije un camino personal para sus andaduras, tan personal como
cualquier otro?
Las imágenes pertenecen al autor
Aluminé,
y Moquehue también, eran lugares que deseaba conocer desde hace muchísimos
años. ¿Por qué? Simplemente por todas las evocaciones que provocaban una vieja
canción. Otra vez la subjetividad... cuando escuché la grabación de Piñonero
que hizo José Larrralde hace más de cuarenta y cinco años, aún no era una vieja
canción. Lo cierto es que, en mi temprana adolescencia una canción podía
evocarme el atractivo de parajes de ensueño y de la vida sencilla de sus
habitantes. Conocer el lugar donde Eulogia Tapia de perdió carnavaleando o
donde ese criollo viejo del Neuquén hizo su ruca fueron desde entonces deseos
tan vitales como recorrer las callecitas del barrio silbando milongas de
Sebastián Piana.
Es
muy poco para elegir la inclusión de un lugar en un viaje, ¿no?... pero a mí me
alcanza y, como Haydée estuvo de acuerdo, nos llegamos hasta Aluminé, en el
corazón mismo de la tierra del pehuén.
II
La Ruta Nacional N° 40 te ofrece una sensación de protección que parece
abandonarte cuando, a poco de dejar atrás Junín de Los Andes, tomamos por al
Ruta Provincial N° 23. Pero es apariencia porque, a poco de andar, te vas
habituando a las nuevas condiciones del camino y el desierto en el que
entraste, te parece tan familiar como el patio de la casa de tu infancia.
Hasta
allí llega la meseta, el camino trepa un poco por las bardas y a pocos
kilómetros de cruzar el río Chimehuin,
se topa con el cañón del correntoso y bello río Aluminé. La ruta sigue el cañón
río arriba por poco más de 60 km. Va por la margen derecha por un tramo corto y
cruza el río a la altura de Pilolil, continuando por la margen izquierda hasta
la confluencia con el río Quillén, en Rahue. Ese tramo del camino, poco más de
40 km, es uno de los paisajes más bellos de La Argentina. Tal vez hayamos
tenido suerte por viajar en primavera. Pero, lo cierto es que atravesar Pilolil
por un camino lleno de flores que apenas dejan entrever las casas fue una
experiencia de exaltada espiritualidad... o como queramos llamarle a cierta
sensación de arrobo que puede provocarnos la contemplación de la belleza. La
visión que tuvimos justificó la idea que le atribuyen a Juan Carlos Dávalos de
que lo importante es andar el camino, no llegar...
...y,
sin embargo, llegamos; pero, ¿adónde?
La
ciudad de Aluminé es pequeña. Es el centro de una región turística promisoria,
pero no es una ciudad turística. Esta circunstancia le da a la ciudad un
encanto especial, un aire de aventura y de vida apacible que las áreas
turísticas pierden con el ruido urbano que reclaman sus visitantes. Desde allí
se puede acceder a los sitios en que se practica rafting que se encuentran río
arriba y al Lago Quillén, al Lago Rucachoroy y también a los lagos Ñorquinco y
Pulmari en la ruta que lleva a Moquehue y Villa Pehuenia. También se accede
desde allí a la Cuesta Rahue en una de las rutas que comunican Aluminé con la
ciudad de Zapala.
Muchas
veces me veo tentado a diferenciar al turista del viajero. En Aluminé, el
turista que busca el ruido de la ciudad en que vive, está perdido. En cambio,
el viajero que busca conocer el lugar y su gente, tiene importantes
oportunidades. Por un problema técnico circunstancial, estuve dos días sin conexión
a la Internet en el hotel (al final de cuentas, en el año 2012, me pasó lo
mismo en el Hotel Ibis de Place Cambronne, en París). ¡Qué oportunidad
maravillosa encontré, esta vez, en ese silencio!
La
oficina de información turística de Aluminé está en el predio de la plaza
principal. Allí nos dirigimos para obtener información acerca de la fiesta del
98° aniversario de la fundación de la ciudad que se celebrarían al día
siguiente y acerca de los recorridos que podríamos llevar adelante en la
región.
El
funcionario de turno fue extremadamente amable, como todos en el recorrido que
fuimos haciendo. Nos anunció que la fiesta del 20 de octubre tendría tres
centros de atención: el acto central, allí mismo frente a la plaza sobre el
mediodía; un festival de destrezas
criolla en un predio contiguo a la ciudad, por la tarde, y demostraciones de
las empresas que ofrecen la práctica del rafting, río arriba.
Con
relación a los sitios de interés, nos indicó sendas excusiones a los lagos
Quillén, Rucachoroy y Ñorquinco (todos ellos a una distancia de entre 25 y 30
km del casco urbano) y nos dijo que si queríamos ir a Moquehue y Villa Pehuenia
(a unos 80 y 70 km respectivamente de donde estábamos), la información la
obtendríamos en la oficina respectiva de estas localidades que configuraban un
municipio diferenciado de Aluminé.
III
El acto de aniversario del pueblo no tuvo nada de extraordinario... y, sin
embargo...
Se
trató de un acto formal con la presencia del gobernador de la Provincia del
Neuquén (Dr. Jorge Sapag), el intendente de Aluminé (Lic. Andrés Méndez), los
alcaldes de cinco comunas chilenas cercanas y los loncos de la principales
comunidades mapuches del Departamento de Aluminé.
El acto empezó un poco más tarde de lo previsto. La explicación
tuvo un pedido de disculpas por parte del Gobernador. Ése era el día de la
Madre y el Dr. Sapag quiso desayunar con la suya que tiene más de 90 años y
vive en Buenos Aires. Esta no fue la única excentricidad que supo manejar este
personaje que se presentaba allí como si no estuviera haciendo lo que en
realidad estaba haciendo: campaña política para las elecciones legislativas
nacionales que se celebrarían el domingo siguiente.
En
el acto se firmaron convenios de colaboración con los alcaldes chilenos y
compromisos para realizar obras de infraestructura en las comunidades mapuches
con los loncos que estaban presentes. Luego se produjo el desfile en el que
participaron la policía local, los organismos estatales provinciales y
municipales (v. g., bomberos, vialidad, etc.), instituciones de la educación y
la cultura local y centros tradicionalistas.
Todo
fue muy formal y adocenado. Se pareció a tantos actos. Sin embargo, hubo
algunos detalles que nos sorprendieron y que considero necesario destacar. En primer
lugar, el escaso entusiasmo con que se cantaron los himnos, el nacional y
provincial. El Himno Nacional casi ni se cantó. Destaco también una ausencia de
la música local en la celebración. Durante el desfile de los centros
tradicionalistas, el cantor local Chelo Luengo fue haciendo las presentaciones.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para demostrar la existencia de algún detalle
neuquino en los atuendos de los paisanos y las sillas de los caballos para
demostrar una identidad diferenciada de las tradiciones bonaerenses. Un ballet
local interpretó danzas folklóricas del litoral argentino, circunstancia que el
Gobernador aprovechó para bailar chamamé con una de las integrantes del ballet.
Con
todo, lo más llamativo fue la ausencia de la Iglesia Católica en el palco. La
bendición la impartió un pastor protestante. Ya habíamos percibido algo en la
recorrida que hicimos con Haydée por el pueblo antes de que comenzara el acto.
En la plaza principal no hay ningún templo católico. Fuimos por una de las
calles principales y sólo vimos una iglesia protestante con mucha actividad. A
pocas cuadras del centro hay una pequeña plaza. Es muy bonita y se llama Jaime
de Nevares. Me intrigó que no se llamara Monseñor de Nevares como hubiese
esperado. Recibí varias explicaciones, pero ninguna me dejó satisfecho... un
verdadero misterio.
IV
Al día siguiente nos pusimos en marcha... iríamos en dirección a Moquehue. Hay
dos lugares por donde llegar. Si se va por el Lago Ñorquinco, a través de la
Ruta Provincial N° 11, es necesario recorrer poco más de noventa kilómetros.
Pero, si se va por la Ruta Provincial N° 13 que lleva a Villa Pehuenia, la
andadura es algo menos a los 80... son 15 leguas... ¡cuántas para andarlas
tranco a tranco y en ojotas!
Montamos
nuestro auto y decidimos recorrer los 170 km que lleva todo el circuito. Los
primeros pasos por la Ruta 11 llevan al Lago Pulmarí. Hasta allí, la meseta aún
no ha tomado ondulaciones de serranías. Sobre la ruta, el lago está ocupado por
propiedades privadas, pero se puede acceder a la costa que es pública, a través
de tres senderos. En uno de ellos hay un santuario de la Virgen María y una
indicación que anuncia la existencia de pinturas rupestres. Sin embargo, como
ya nos habían explicado en la oficina de información turística, no pudimos
verlas. Nos habían dicho, incluso, que es necesario ir con un guía porque las
imágenes están muy deterioradas por el paso del tiempo es muy difícil
identificarlas. De todas formas, ese rincón del camino es extremadamente
apacible y nos invitó a quedarnos un rato retozando a la sombra de los pehuenes
que empezaban a insinuarse como especie dominante en el territorio... lindo
lugar para tomar unos matecitos, me dije.
Seguimos
por el camino hacia el Lago Ñorquinco que pudimos contemplar desde dos vistas
diferentes. Ingresamos en el área protegida del Parque Nacional Lanín y nos
asomamos a la costa desde la casa del guarda parque que se asienta sobre las
primeras lomadas de las estribaciones cordilleranas. Luego seguimos por el
camino principal y pudimos ver el lago desde la otra costa, por donde la meseta
aún es llana.
Paso
a paso, la presencia de pehuenes se va haciendo más y más notable hasta que, en
un momento, integran casi exclusivamente el bosque. La estampa de este árbol es
señorial. Su copa parece ofrecer protección a quienes por debajo de su follaje
deseen acurrucarse. Trato de imaginarme el vínculo entre los pehuenches y estos
árboles. Imagino una visión religiosa animista de la vida, un sentimiento
fraterno con el lago y el bosque. Trato de ver si hay acierto en las imágenes
de don Marcelo Berbel...
Lo cierto es que el ripio, la vistas de los
lagos, los rincones boscosos de la pehuenia, las cascadas de inesperada
presencia en el camino y la cercanía
paulatina de la cordillera nos fueron dando un andar moroso que nos dejó ver
Moquehue ya pasado el mediodía. El Moquehue de los versos de Berbel parece ya
no existir, si es que alguna vez existió fuera de mi cabeza. Pero había llegado
a una meta de camino y estaba feliz. El lago, la cordillera y el corazón del
bosque araucano estaban allí y yo en medio de ellos. Algunas experiencias
vitales resultan intransferibles. Sé que Haydée disfrutaba del paisaje, pero no
compartía mi emoción de estar parado sobre esa tierra que he deseado conocer por
tantos años. Me traje como un gran tesoro una plácida recorrida por el pueblo
(bien poca cosa y tanto a al vez) que de pronto quedó atrás, mientras nuestros
pasos se dirigían a Villa Pehuenia donde habíamos proyectado almorzar.
Fuera de temporada y sin tiempo para reconocer
el lugar, elegimos un restaurante sobre la ruta de cuyo nombre no quiero
acordarme. Comimos algo ligero y escasamente apetecible, preparado con notable
impericia. El salón era poco acogedor y el mozo estaba más conectado a lo peor
de la televisión porteña que a la necesidad de bien tratar a los parroquianos.
En pocos minutos, vimos esfumarse toda la magia del Lago Aluminé que habíamos
visto en el camino, de la cordillera que casi podíamos tocar con las manos y
del señorío de los pehuenes. Fue entonces que llegamos a la conclusión de que
habíamos elegido bien Aluminé, pero que valía la pena pasar una noche en Villa
Pehuenia porque la distancia es demasiado larga y el apuro nos impedía buscar
los mejores lugares y demorarnos en ellos.
Retomamos el camino y recuperamos buena parte de
esa magia especial que esta tierra tiene... bueno, para vivir y sentirla desde
nuestra ignorancia ciudadana, ayuda mucho la primavera... Aquí los inviernos
deben ser muy crudos, pienso. Idealizo nuevamente y me veo, sin embargo,
disfrutando del frío y las nevadas, protegido por el calor de un hogar y siento
que estas idealizaciones son también un refugio para el alma... por eso recorro
los últimos tramos de la Ruta Provincial N° 13, imaginando ver cada rincón del
camino con los ojos del piñonero que lleva su carguera achiguada por la
cantidad de piñones que logró reunir en ese otoño... imagino su apuro por
intercambiar la carga para regresar a Moquehue antes de las primeras nevadas.
El circuito se completa y tomamos por la Ruta
Provincial N° 23 que sigue el cañón del río hasta la ciudad. Hacemos nuestra
última parada sobre un santuario pobre y mal cuidado en el que, se asegura,
descansan los restos de Ceferino Namuncurá... No me parece que puedan estar
allí los valiosos restos del beato... Hay demasiado abandono y descuido. Loló,
la moza del restaurante Cocina de Encuentro, duda que se alojen allí esas
reliquias, pero no afirma lo contrario.
V
Aluminé también tiene su gastronomía y su cerveza artesanal. Llegamos, el
primer día, bastante pasada la hora del mediodía, dando por supuesto que en una
ciudad de esas dimensiones (cinco mil habitantes) resultaría difícil encontrar
dónde comer. Sin embargo, había varios restaurantes abiertos.
Elegimos
la parrilla Aonikenk (también llamada Gente del sur). Parrilladas, minutas,
pastas caseras, empanadas, todo preparado con especial dedicación. Lo mejor, el
paté casero que sirven como aperitivo. Untado en pan y acompañado de cerveza
Aluminé, es sublime...
Comimos
pastas en el restaurante de la Posta del Rey (Haydée probó una salsa de hongos
y piñones muy deliciosa) y pizza casera en el restaurante Cocina de
Encuentro... y mirá que es difícil comer buena pizza fuera de Buenos Aires,
pero la verdad es que la que allí probamos superaba sobradamente la exigente
prueba.
En
los restaurantes de Aluminé, nos encontramos, como era de esperar, con la ya habitual afabilidad de los
patagónicos. En la parrilla Aonikenk, conocí al ingeniero Ruddy González. Él, y
su esposa que lo acompañaba aquella noche, fueron a vivir a la Patagonia a
principios de los años setenta, cuando lo contrataron en las obras del gran
desarrollo de las rutas nacionales que tuvo lugar en esa época en esa región
del país. Vivieron dos años en Aluminé y, desde hace casi 40, están afincados
en Trelew. Habían ido a Aluminé con motivo de las fiestas del pueblo. Ruddy
tiene un audiovisual con viejas imágenes de ese rincón de la pehuenia y había
recibido una invitación para exhibirlo en las fiestas de aniversario. La charla
fue apresurada porque nosotros estábamos con el proyecto de levantarnos muy
temprano en el día siguiente, pero los temas se sucedieron con vértigo: el amor
por Aluminé a donde irían a vivir, si no fuera por el resto de la familia; el
recuerdo del día memorable en que Ruddy asistió como invitado especial a un
nguiñatún, la ceremonia de rogativa ancestral de los mapuches... Sin ser un nyc
(nacido y criado), hablaba con notable orgullo de su condición de patagónico y
quedé atrapado por sus historias como por tantas otras que venía escuchando a
lo largo de nuestro viaje.
Belén,
la encargada de turno de la conserjería del Hotel de la Aldea, nos recomendó el
restaurante Cocina de Encuentro. De la carta no emergía nada que estuviera
fuera de lo común de muchos locales gastronómicos de la Patagonia. Minutas,
ahumados y distintas preparaciones con trucha eran la base de su oferta
expuesta con originalidad en los nombres indígenas y locales que recibían unas
preparaciones comunes... y, sin embargo, el local tiene un encanto especial. La
comida es deliciosa y se nota que es preparada con un cariño especial, la
ambientación del salón es amable... pero, el broche de oro, fue la charla con
Loló, la moza que nos atendió.
Loló
(se llama Lorena) hizo que esa última noche que pasamos en Aluminé justificara
las 65 leguas que tuvimos que transitar desde San Carlos de Bariloche para
llegar hasta allí. Lorena es moza del restaurante, pero además es egresada de
la carrera de Técnico Superior en Turismo, que se cursa en Aluminé. Además de
su conocimiento, desplegaba entusiasmo por todo lo que le preguntábamos. Habló
de su prima hermana mapuche, de las colectividades indio criollas cercanas en
donde trabajó mucho tiempo... a nuestro pedido puso música de los hermanos
Berbel. Cuando pregunté por la cocina indio criolla, nos contó que no sólo se
estaba perdiendo la identidad de la cocina de esas comunidades, sino también la
de muchas costumbres y prácticas rituales que se seguían llevando a cabo sin
que nadie supiera ya acerca de su significado.
Por
la mañana del día siguiente, pegamos la vuelta a San Carlos de Bariloche,
satisfechos del camino andado, enriquecida el alma de experiencias e imágenes
maravillosas, atesoradas en la marcha... Llevábamos a Buenos Aires una mochila
cargada de sensaciones de las que es bueno conservar memoria y de olvidos que es necesario
rescatar de la oscuridad. Llevábamos historias de argentinos que viven la vida
con intensidad y sin prisa, como si cada día fuera un día de fiesta. Espero que
estas páginas hayan podido reflejar algo de estas vidas.
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