sábado, 15 de noviembre de 2014

Aluminé

19 a 22 de octubre de 2013
Cuando el lago no me vea
por la senda,
cuando nunca más me llegue a Aluminé,
yo estaré cerca de Dios
y en el follaje,
por el vientre de mi ruca subiré.

Piñón, fruto de otoño,
mi instinto me llevó a vivir de ti,
volviendo con tu sueño de madera
el mundo que quisiera para mí,
Guardame en el rescoldo
de tus siglos,
yo sé que muerto allí...
no he de morir.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”)

I ¿Por qué Aluminé?
Es muy difícil establecer por qué, en tren de viajar por conocer, se elije un sitio y no otro. Es tan personal y poderosa cada elección que provoca las reacciones más diversas en uno mismo y en los otros. ¿Vendrá de allí la insoportable expresión “¡cómo no fuiste a tal lugar o a tal otro!” que  escupimos, y nos escupen, invariablemente cuando alguien elije un camino personal para sus andaduras, tan personal como cualquier otro?
 
 Las imágenes pertenecen al autor 

Aluminé, y Moquehue también, eran lugares que deseaba conocer desde hace muchísimos años. ¿Por qué? Simplemente por todas las evocaciones que provocaban una vieja canción. Otra vez la subjetividad... cuando escuché la grabación de Piñonero que hizo José Larrralde hace más de cuarenta y cinco años, aún no era una vieja canción. Lo cierto es que, en mi temprana adolescencia una canción podía evocarme el atractivo de parajes de ensueño y de la vida sencilla de sus habitantes. Conocer el lugar donde Eulogia Tapia de perdió carnavaleando o donde ese criollo viejo del Neuquén hizo su ruca fueron desde entonces deseos tan vitales como recorrer las callecitas del barrio silbando milongas de Sebastián Piana.
Es muy poco para elegir la inclusión de un lugar en un viaje, ¿no?... pero a mí me alcanza y, como Haydée estuvo de acuerdo, nos llegamos hasta Aluminé, en el corazón mismo de la tierra del pehuén.       
II La Ruta Nacional N° 40 te ofrece una sensación de protección que parece abandonarte cuando, a poco de dejar atrás Junín de Los Andes, tomamos por al Ruta Provincial N° 23. Pero es apariencia porque, a poco de andar, te vas habituando a las nuevas condiciones del camino y el desierto en el que entraste, te parece tan familiar como el patio de la casa de tu infancia.
Hasta allí llega la meseta, el camino trepa un poco por las bardas y a pocos kilómetros de cruzar el río Chimehuin, se topa con el cañón del correntoso y bello río Aluminé. La ruta sigue el cañón río arriba por poco más de 60 km. Va por la margen derecha por un tramo corto y cruza el río a la altura de Pilolil, continuando por la margen izquierda hasta la confluencia con el río Quillén, en Rahue. Ese tramo del camino, poco más de 40 km, es uno de los paisajes más bellos de La Argentina. Tal vez hayamos tenido suerte por viajar en primavera. Pero, lo cierto es que atravesar Pilolil por un camino lleno de flores que apenas dejan entrever las casas fue una experiencia de exaltada espiritualidad... o como queramos llamarle a cierta sensación de arrobo que puede provocarnos la contemplación de la belleza. La visión que tuvimos justificó la idea que le atribuyen a Juan Carlos Dávalos de que lo importante es andar el camino, no llegar...   
...y, sin embargo, llegamos; pero, ¿adónde?
La ciudad de Aluminé es pequeña. Es el centro de una región turística promisoria, pero no es una ciudad turística. Esta circunstancia le da a la ciudad un encanto especial, un aire de aventura y de vida apacible que las áreas turísticas pierden con el ruido urbano que reclaman sus visitantes. Desde allí se puede acceder a los sitios en que se practica rafting que se encuentran río arriba y al Lago Quillén, al Lago Rucachoroy y también a los lagos Ñorquinco y Pulmari en la ruta que lleva a Moquehue y Villa Pehuenia. También se accede desde allí a la Cuesta Rahue en una de las rutas que comunican Aluminé con la ciudad de Zapala. 
Muchas veces me veo tentado a diferenciar al turista del viajero. En Aluminé, el turista que busca el ruido de la ciudad en que vive, está perdido. En cambio, el viajero que busca conocer el lugar y su gente, tiene importantes oportunidades. Por un problema técnico circunstancial, estuve dos días sin conexión a la Internet en el hotel (al final de cuentas, en el año 2012, me pasó lo mismo en el Hotel Ibis de Place Cambronne, en París). ¡Qué oportunidad maravillosa encontré, esta vez, en ese silencio!
La oficina de información turística de Aluminé está en el predio de la plaza principal. Allí nos dirigimos para obtener información acerca de la fiesta del 98° aniversario de la fundación de la ciudad que se celebrarían al día siguiente y acerca de los recorridos que podríamos llevar adelante en la región.
El funcionario de turno fue extremadamente amable, como todos en el recorrido que fuimos haciendo. Nos anunció que la fiesta del 20 de octubre tendría tres centros de atención: el acto central, allí mismo frente a la plaza sobre el mediodía;  un festival de destrezas criolla en un predio contiguo a la ciudad, por la tarde, y demostraciones de las empresas que ofrecen la práctica del rafting, río arriba.
Con relación a los sitios de interés, nos indicó sendas excusiones a los lagos Quillén, Rucachoroy y Ñorquinco (todos ellos a una distancia de entre 25 y 30 km del casco urbano) y nos dijo que si queríamos ir a Moquehue y Villa Pehuenia (a unos 80 y 70 km respectivamente de donde estábamos), la información la obtendríamos en la oficina respectiva de estas localidades que configuraban un municipio diferenciado de Aluminé.             
III El acto de aniversario del pueblo no tuvo nada de extraordinario... y, sin embargo...
Se trató de un acto formal con la presencia del gobernador de la Provincia del Neuquén (Dr. Jorge Sapag), el intendente de Aluminé (Lic. Andrés Méndez), los alcaldes de cinco comunas chilenas cercanas y los loncos de la principales comunidades mapuches del Departamento de Aluminé.
El acto empezó un poco más tarde de lo previsto. La explicación tuvo un pedido de disculpas por parte del Gobernador. Ése era el día de la Madre y el Dr. Sapag quiso desayunar con la suya que tiene más de 90 años y vive en Buenos Aires. Esta no fue la única excentricidad que supo manejar este personaje que se presentaba allí como si no estuviera haciendo lo que en realidad estaba haciendo: campaña política para las elecciones legislativas nacionales que se celebrarían el domingo siguiente.     
En el acto se firmaron convenios de colaboración con los alcaldes chilenos y compromisos para realizar obras de infraestructura en las comunidades mapuches con los loncos que estaban presentes. Luego se produjo el desfile en el que participaron la policía local, los organismos estatales provinciales y municipales (v. g., bomberos, vialidad, etc.), instituciones de la educación y la cultura local y centros tradicionalistas.
Todo fue muy formal y adocenado. Se pareció a tantos actos. Sin embargo, hubo algunos detalles que nos sorprendieron y que considero necesario destacar. En primer lugar, el escaso entusiasmo con que se cantaron los himnos, el nacional y provincial. El Himno Nacional casi ni se cantó. Destaco también una ausencia de la música local en la celebración. Durante el desfile de los centros tradicionalistas, el cantor local Chelo Luengo fue haciendo las presentaciones. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para demostrar la existencia de algún detalle neuquino en los atuendos de los paisanos y las sillas de los caballos para demostrar una identidad diferenciada de las tradiciones bonaerenses. Un ballet local interpretó danzas folklóricas del litoral argentino, circunstancia que el Gobernador aprovechó para bailar chamamé con una de las integrantes del ballet.
Con todo, lo más llamativo fue la ausencia de la Iglesia Católica en el palco. La bendición la impartió un pastor protestante. Ya habíamos percibido algo en la recorrida que hicimos con Haydée por el pueblo antes de que comenzara el acto. En la plaza principal no hay ningún templo católico. Fuimos por una de las calles principales y sólo vimos una iglesia protestante con mucha actividad. A pocas cuadras del centro hay una pequeña plaza. Es muy bonita y se llama Jaime de Nevares. Me intrigó que no se llamara Monseñor de Nevares como hubiese esperado. Recibí varias explicaciones, pero ninguna me dejó satisfecho... un verdadero misterio.   
IV Al día siguiente nos pusimos en marcha... iríamos en dirección a Moquehue. Hay dos lugares por donde llegar. Si se va por el Lago Ñorquinco, a través de la Ruta Provincial N° 11, es necesario recorrer poco más de noventa kilómetros. Pero, si se va por la Ruta Provincial N° 13 que lleva a Villa Pehuenia, la andadura es algo menos a los 80... son 15 leguas... ¡cuántas para andarlas tranco a tranco y en ojotas!
Montamos nuestro auto y decidimos recorrer los 170 km que lleva todo el circuito. Los primeros pasos por la Ruta 11 llevan al Lago Pulmarí. Hasta allí, la meseta aún no ha tomado ondulaciones de serranías. Sobre la ruta, el lago está ocupado por propiedades privadas, pero se puede acceder a la costa que es pública, a través de tres senderos. En uno de ellos hay un santuario de la Virgen María y una indicación que anuncia la existencia de pinturas rupestres. Sin embargo, como ya nos habían explicado en la oficina de información turística, no pudimos verlas. Nos habían dicho, incluso, que es necesario ir con un guía porque las imágenes están muy deterioradas por el paso del tiempo es muy difícil identificarlas. De todas formas, ese rincón del camino es extremadamente apacible y nos invitó a quedarnos un rato retozando a la sombra de los pehuenes que empezaban a insinuarse como especie dominante en el territorio... lindo lugar para tomar unos matecitos, me dije.   
Seguimos por el camino hacia el Lago Ñorquinco que pudimos contemplar desde dos vistas diferentes. Ingresamos en el área protegida del Parque Nacional Lanín y nos asomamos a la costa desde la casa del guarda parque que se asienta sobre las primeras lomadas de las estribaciones cordilleranas. Luego seguimos por el camino principal y pudimos ver el lago desde la otra costa, por donde la meseta aún es llana.
Paso a paso, la presencia de pehuenes se va haciendo más y más notable hasta que, en un momento, integran casi exclusivamente el bosque. La estampa de este árbol es señorial. Su copa parece ofrecer protección a quienes por debajo de su follaje deseen acurrucarse. Trato de imaginarme el vínculo entre los pehuenches y estos árboles. Imagino una visión religiosa animista de la vida, un sentimiento fraterno con el lago y el bosque. Trato de ver si hay acierto en las imágenes de don Marcelo Berbel...
Lo cierto es que el ripio, la vistas de los lagos, los rincones boscosos de la pehuenia, las cascadas de inesperada presencia  en el camino y la cercanía paulatina de la cordillera nos fueron dando un andar moroso que nos dejó ver Moquehue ya pasado el mediodía. El Moquehue de los versos de Berbel parece ya no existir, si es que alguna vez existió fuera de mi cabeza. Pero había llegado a una meta de camino y estaba feliz. El lago, la cordillera y el corazón del bosque araucano estaban allí y yo en medio de ellos. Algunas experiencias vitales resultan intransferibles. Sé que Haydée disfrutaba del paisaje, pero no compartía mi emoción de estar parado sobre esa tierra que he deseado conocer por tantos años. Me traje como un gran tesoro una plácida recorrida por el pueblo (bien poca cosa y tanto a al vez) que de pronto quedó atrás, mientras nuestros pasos se dirigían a Villa Pehuenia donde habíamos proyectado almorzar.
Fuera de temporada y sin tiempo para reconocer el lugar, elegimos un restaurante sobre la ruta de cuyo nombre no quiero acordarme. Comimos algo ligero y escasamente apetecible, preparado con notable impericia. El salón era poco acogedor y el mozo estaba más conectado a lo peor de la televisión porteña que a la necesidad de bien tratar a los parroquianos. En pocos minutos, vimos esfumarse toda la magia del Lago Aluminé que habíamos visto en el camino, de la cordillera que casi podíamos tocar con las manos y del señorío de los pehuenes. Fue entonces que llegamos a la conclusión de que habíamos elegido bien Aluminé, pero que valía la pena pasar una noche en Villa Pehuenia porque la distancia es demasiado larga y el apuro nos impedía buscar los mejores lugares y demorarnos en ellos.
Retomamos el camino y recuperamos buena parte de esa magia especial que esta tierra tiene... bueno, para vivir y sentirla desde nuestra ignorancia ciudadana, ayuda mucho la primavera... Aquí los inviernos deben ser muy crudos, pienso. Idealizo nuevamente y me veo, sin embargo, disfrutando del frío y las nevadas, protegido por el calor de un hogar y siento que estas idealizaciones son también un refugio para el alma... por eso recorro los últimos tramos de la Ruta Provincial N° 13, imaginando ver cada rincón del camino con los ojos del piñonero que lleva su carguera achiguada por la cantidad de piñones que logró reunir en ese otoño... imagino su apuro por intercambiar la carga para regresar a Moquehue antes de las primeras nevadas.
El circuito se completa y tomamos por la Ruta Provincial N° 23 que sigue el cañón del río hasta la ciudad. Hacemos nuestra última parada sobre un santuario pobre y mal cuidado en el que, se asegura, descansan los restos de Ceferino Namuncurá... No me parece que puedan estar allí los valiosos restos del beato... Hay demasiado abandono y descuido. Loló, la moza del restaurante Cocina de Encuentro, duda que se alojen allí esas reliquias, pero no afirma lo contrario.     
V Aluminé también tiene su gastronomía y su cerveza artesanal. Llegamos, el primer día, bastante pasada la hora del mediodía, dando por supuesto que en una ciudad de esas dimensiones (cinco mil habitantes) resultaría difícil encontrar dónde comer. Sin embargo, había varios restaurantes abiertos.
Elegimos la parrilla Aonikenk (también llamada Gente del sur). Parrilladas, minutas, pastas caseras, empanadas, todo preparado con especial dedicación. Lo mejor, el paté casero que sirven como aperitivo. Untado en pan y acompañado de cerveza Aluminé, es sublime...
Comimos pastas en el restaurante de la Posta del Rey (Haydée probó una salsa de hongos y piñones muy deliciosa) y pizza casera en el restaurante Cocina de Encuentro... y mirá que es difícil comer buena pizza fuera de Buenos Aires, pero la verdad es que la que allí probamos superaba sobradamente la exigente prueba.
En los restaurantes de Aluminé, nos encontramos, como era de esperar,  con la ya habitual afabilidad de los patagónicos. En la parrilla Aonikenk, conocí al ingeniero Ruddy González. Él, y su esposa que lo acompañaba aquella noche, fueron a vivir a la Patagonia a principios de los años setenta, cuando lo contrataron en las obras del gran desarrollo de las rutas nacionales que tuvo lugar en esa época en esa región del país. Vivieron dos años en Aluminé y, desde hace casi 40, están afincados en Trelew. Habían ido a Aluminé con motivo de las fiestas del pueblo. Ruddy tiene un audiovisual con viejas imágenes de ese rincón de la pehuenia y había recibido una invitación para exhibirlo en las fiestas de aniversario. La charla fue apresurada porque nosotros estábamos con el proyecto de levantarnos muy temprano en el día siguiente, pero los temas se sucedieron con vértigo: el amor por Aluminé a donde irían a vivir, si no fuera por el resto de la familia; el recuerdo del día memorable en que Ruddy asistió como invitado especial a un nguiñatún, la ceremonia de rogativa ancestral de los mapuches... Sin ser un nyc (nacido y criado), hablaba con notable orgullo de su condición de patagónico y quedé atrapado por sus historias como por tantas otras que venía escuchando a lo largo de nuestro viaje.
Belén, la encargada de turno de la conserjería del Hotel de la Aldea, nos recomendó el restaurante Cocina de Encuentro. De la carta no emergía nada que estuviera fuera de lo común de muchos locales gastronómicos de la Patagonia. Minutas, ahumados y distintas preparaciones con trucha eran la base de su oferta expuesta con originalidad en los nombres indígenas y locales que recibían unas preparaciones comunes... y, sin embargo, el local tiene un encanto especial. La comida es deliciosa y se nota que es preparada con un cariño especial, la ambientación del salón es amable... pero, el broche de oro, fue la charla con Loló, la moza que nos atendió.                
Loló (se llama Lorena) hizo que esa última noche que pasamos en Aluminé justificara las 65 leguas que tuvimos que transitar desde San Carlos de Bariloche para llegar hasta allí. Lorena es moza del restaurante, pero además es egresada de la carrera de Técnico Superior en Turismo, que se cursa en Aluminé. Además de su conocimiento, desplegaba entusiasmo por todo lo que le preguntábamos. Habló de su prima hermana mapuche, de las colectividades indio criollas cercanas en donde trabajó mucho tiempo... a nuestro pedido puso música de los hermanos Berbel. Cuando pregunté por la cocina indio criolla, nos contó que no sólo se estaba perdiendo la identidad de la cocina de esas comunidades, sino también la de muchas costumbres y prácticas rituales que se seguían llevando a cabo sin que nadie supiera ya acerca de su significado.
Por la mañana del día siguiente, pegamos la vuelta a San Carlos de Bariloche, satisfechos del camino andado, enriquecida el alma de experiencias e imágenes maravillosas, atesoradas en la marcha... Llevábamos a Buenos Aires una mochila cargada de sensaciones de las que es bueno conservar  memoria y de olvidos que es necesario rescatar de la oscuridad. Llevábamos historias de argentinos que viven la vida con intensidad y sin prisa, como si cada día fuera un día de fiesta. Espero que estas páginas hayan podido reflejar algo de estas vidas.
     



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