15 a 18 de octubre de 2014
En
el hueco de un pehuén
hice
mi ruca,
que
en invierno sin auroras,
nieva
ya,
y
pretendo con tu sabia aunar mi sangre,
y
en el fruto,
piñonero regresar.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”)
I
Llegamos a San Martín de Los Andes a través del Camino Siete Lagos, por donde
ahora transcurre la Ruta Nacional N° 40. Luego de andar y andar, el camino pega
una vuelta y se dispone sobre una cornisa no demasiado empinada que balconea
sobre un lago... es el Lacar. La ciudad aún no se ve, pero se presiente
cercana. Una curva y otra y otra más y ahora aparece en todo su esplendor, allí
mismo donde le balcón decae suavemente sobre ella. El sol del mediodía la
ilumina. Todo brilla sobre la costanera. ¡Qué diferencia con San Carlos de
Bariloche! Aquí, la ciudad y el lago dialogan amablemente a través del paseo de
la costanera.
Las imágenes pertenecen al autor
Nos
instalamos en las confortables cabañas que bajo la denominación Lugar Soñado,
se disponen casi sobre el lago. Almuerzo, siesta y a recorrer la ciudad.
San
Martín es bella y luminosa, el sol no deja de asistir a cada rincón en ella.
Está tal como yo la recordaba, pero ha crecido. Ya no tiene aquella entonación
provinciana que portaba con orgullo cuando estuve hace más de treinta años.
Ahora es una ciudad, pequeña, pero ciudad al fin... y enteramente dedica a
confortar al turista y aún al viajero que busca aventurarse por lugares no tan
trillados. No tiene el aire exclusivo de Villa La Angostura ni la masividad de
Bariloche... Es única, moderada, bella y amable... muy amable.
Tomamos
la información que nos dieron y decidimos recorrer las atracciones de la
ciudad, básicamente algunos museos y edificios característicos. Nos sorprenden
algunos edificios públicos como el del hospital Ramón Carrillo y el de la
Escuela Primaria N° 5. La ciudad parece haber tenido un impulso significativo
en su poblamiento en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Nuestra
recorrida tuvo suerte varia. Quisimos visitar la casa del Dr. Koessler, primer
médico de San Martín que figuraba abierta al público en la información impresa.
La casa estaba cerrada. Luego tuvimos una serie de comentarios curiosos como
que el propietario, nieto del afamado médico, había decidido cerrarla a las
visitas; que había intentado transformar el lugar en un local gastronómico y
que... muchas cosas más. Sin embargo, la más curiosa de todas es que parece ser
que este buen señor es funcionario de la Secretaría de Turismo de la Ciudad.
Nada de todo esto nos dijeron en la Oficina de Información Turística, sólo se
limitaron a entregarnos folletería y a indicarnos algunos sitios, pero, entre
ellos, no se encontraba la casa Koessler.
Pudimos
acceder al Centro de Visitantes y Museo del Parque Nacional Lanín. La colección
es muy interesante, pero el edificio en donde se aloja lo es más. Se trata de
la antigua sede de la Intendencia de este parque nacional. Está ubicado en el
Centro Cívico, casi enfrente del edificio de la Municipalidad local. Fue
construido por Alejandro Bustillo e inaugurado en 1948. La exposición
permanente, breve pero impecable, da cuenta de la creación de los parques
nacionales, de la flora y la fauna local y de la historia de la ciudad.
El
otro museo al que concurrimos fue el que está ubicado en el edificio denominado
La Pastera. ¿Qué fue este edificio de madera que es bastante modesto desde el
punto de vista arquitectónico, por cierto? ¿Por qué hay allí un museo dedicado
al Che Guevara? El edificio es un galpón en donde se acopiaba el pasto para
alimentar a los caballos de los guarda parques. En ese mismo edificio, Ernesto
Guevara y Alberto Granados durmieron una noche. En su conocido viaje en moto,
habían llegado a San Martín de Los Andes y los trabajadores del Parque Nacional
les tendieron una mano. Les permitieron dormir y les dieron de comer. Lo cierto
es que ya no hay caballos para alimentar y la Dirección Nacional de Parques
Nacionales decidió demoler el edificio y
destinar el solar a otras finalidades. La Asociación de Trabajadores del Estado
solicitó que le permitieran usar el edificio para instalar el museo. Desde
2008, con la ayuda de Alieda Guevara March, hija del Che, ATE llevó a cabo la
puesta en valor del inmueble y la instalación de una muestra permanente. La
colección de documentación gráfica, fílmica y bibliográfica es profusa e
interesante, no sólo para el visitante común, sino también para el
estudioso.
Cómo
puede verse, Haydée y yo nos formamos una idea acabada de los edificios
públicos de la ciudad; pero poco pudimos ver, más allá de algunas vistas
exteriores de los restos de la edificación privada de la ciudad primitiva. En
San Martín se ha construido mucho en los últimos años y, si bien la ciudad es
prolija e impecable, se ha descuidado la preservación de un estilo local. Hay
muchos edificios que parecen copiados de Punta del Este, pero estamos en los
lagos de la Provincia del Neuquén y el paisaje y el clima distan muchos de los
que puede vivirse en la desembocadura oriental del Río de la Plata.
II
Ya he subrayado el carácter afable de los patagónicos. El personal de la
Oficina de Información Turística de San Martín de Los Andes, no fue la
excepción.
La Oficina está ubicada en la Avenida San Martín frente a la plaza
homónima, es decir, en pleno centro cívico de la ciudad. Hasta allí hemos ido
en varias oportunidades para obtener la información que utilizamos en cada
recorrido que hicimos por el casco urbano y por los lagos cercanos. Sin
embargo, lo más interesante fue la charla con una de las guías sobre la presencia mapuche en la gastronomía de la región, sobre todo en los locales de
restauración.
Pregunté qué debía esperar de las condiciones
del camino a la ciudad de Aluminé. Fue entonces que mi interlocutora se
manifestó oriunda de esa ciudad, nos explicó las condiciones del camino y no
aconsejó cómo comportarnos sobre el ripio. Ante el rumbo de familiaridad que
comenzó a ofrecer la charla, me animé y manifesté mi queja por la ausencia de
la música de Marcelo Berbel en la región (me refería básicamente a la música de
ambientación en los locales comerciales en donde la había). Me respondió con
una mezcla de asombro e indignación impostada... ¡Cómo vamos a olvidarnos de
don Marcelo, si el compuso el Himno de la Provincia!
La charla siguió y manifesté mi desorientación
por no encontrar platos de la cocina mapuche en la carta de los restaurantes y
en los recetarios que había comprado. Con relación a la cocina
mapuche-tehuelche, me corrigió, son los mismos indios los que no defienden su
inclusión en la gastronomía pública. En Junín de Los Andes tienen un predio en
el que ofrecen artesanías y productos locales. En ese predio, hay un
restaurante que administran y ¿saben cuál es el plato principal que ofrecen?...
Asado. Aquí mismo, hay algunas tímidas expresiones que recomiendo. Hacen unos
alfajores con harina de piñones... Aunque la preparación no es local, el
producto sí lo es...
La charla habría seguido un rato largo, si no la
hubiera interrumpido un señor. Era esbelto y, a pesar de los rasgos indígenas
de su cara, su altura de más de un metro ochenta desmentía su origen araucano.
La saludó, se retiró y ella nos dijo: es mi marido, como ven es tehuelche y, en
voz baja, como confesando un secreto, nos dijo: calza 47, una auténtico patagón...
III
Después de casi 35 años he vuelto a Quila Quina. El camino de cornisa es
difícil, pero transitable. Un par de
motoniveladoras lo estaban poniendo en mejores condiciones aún. A lo largo del
camino se ven las casas, humildes, pero dignas de los paisanos que viven de
unos pocos animales y de servicios y productos que ofrecen a los turistas,
pertenecen a la comunidad mapuche de Curruhuinca. El camino trepa el Cerro
Abanico y, cuando desciende hacia el lago, aparecen a la vista las
instalaciones del puerto y de algunos servicios náuticos y gastronómicos. Junto
al puerto, se despliega una pequeña feria de artesanías indígenas. Salvo el
restaurante y el servicio de comunicación fluvial permanente con San Martín, el
resto está cerrado... es que estamos fuera de temporada. El hecho es casi una
bendición porque, si bien el viajero desea alguna comodidad, la inactividad de
la parafernalia turística permite un mejor contacto con la naturaleza. Así,
pudimos ver y escuchar a una gran cantidad de pájaros que buscan escondite
cuando el lugar es recorrido por una excesiva cantidad de personas. El día
estaba espléndido y la caminata placentera.
Cuando nos fuimos, comenté a Haydée que estaba satisfecho porque alguien había expuesto una explicación plausible sobre los silencios de la cocina indio criolla... también le comenté la impresión que me causaba la facilidad para la charla que tenían los patagónicos... Fuimos a La Pastera y poco me costó imaginar por qué Ernesto Guevara y Alberto Granados no habrían dormido mucho en la jornada en que pernoctaron en ese edificio. Si los muchachos de Parques Nacionales de entonces eran como los patagónicos del presente, los viajeros debieron dedicar bastante tiempo a la charla amable de sus huéspedes.
La información de la Oficina no fue la única con la que contamos para armar y llevar a cabo nuestros recorridos. En San Martín, vive Beatriz Giovenco, una amiga de Haydée desde hace muchos años. Nos invitó a comer a su casa y la charla discurrió sobre varios andariveles entre los que no estuvieron ausentes los hechos del pasado compartido entre ellas y las condiciones de vida en esa ciudad que ya tiene 30.000 habitantes. Beatriz nos recomendó algunos sitios interesantes para visitar.
En
otros recorridos, llegamos hasta el Lago Nonthue y al Lago Lolog. El camino a
Nonthue es más llano que el de Quila Quina y el lago parece más apacible que el
Lacar, con el que está conectado. Apenas nos cruzamos viajeros... en esta época
del año, todo es paz y tranquilidad. Llegamos
hasta el Lago Lolog, donde nace el río Quilquihue. Poco antes de cruzar
el río hay una barrio de casas de gentes de dinero y, a poco de atravesarlo, se
levantan las cabañas que se pueden contratar en la oficina de turismo de mi
sindicato(1). El lugar es paradisíaco, bastante aislado de todo ruido urbano,
pero hay apenas 12 km de ripio hasta San Martín.
Anduvimos
y anduvimos kilómetros por entre bosques que ya insinuaban nuestra cercanía a
la tierra del pehuén; en algún rincón playero del Lago Nonthue encontramos un
arrayán aislado, pero bien vivo... vegetación de sombras apacibles y visión
entrecortada de luz solar intensa. De vuelta, nos atrevimos por el acceso al
Mirador Bandurrias. El camino es el más difícil que nos tocó transitar. Una
cornisa profunda, con una calzada angosta, a veces atravesada por hilos de agua
provenientes del deshielo. Pero la vista del Lago Lacar, desde esa altura es
maravillosa y bien vale la aventura.
IV
La ciudad tiene sus restaurantes de diversa calidad y su cerveza local que se
llama Lacar y es muy interesante.
El
más fanfarrón de los restaurantes a que asistimos es Posta Criolla. Está por la
Avenida San Martín, frente al Centro Cívico. Cordero al asador y espectáculo de
tango. El mozo nos anunció que nos iba a sorprender el modo en que íbamos
recibir el cordero. El corte no es tradicional, dijo casi con temor a que nos
fuéramos, sino industrial, se hace con una máquina. La verdad es que comimos
algo que se parece al cordero, sin poder identificar a que sección muscular del
animal pertenecía lo que teníamos en el plato que, además, estaba seco porque
había sido recalentado en el horno.
La
compensación estuvo en los restaurantes de la costanera. Son tres, Deli, La
Costa de Pueblo y La Barra. Los tres tiene locales muy lindos y con vista al
lago, los tres tienen un excelente servicio y una cocina patagónica muy digna...
pero hay uno que sobresale porque nos alimentó con una historia bella, una de
las tantas historias personales de esta tierra sin historia.
Deseaba
almorzar algo liviano y le recordé a Haydée que en el restaurante Deli ofrecían
una tarta de berenjenas. Pruebo la tarta y advierto que, además de un relleno
delicioso, tenía una masa extraña que me cautivó por su sabor, textura y
originalidad. Era una típica masa brisée, pero tenía cierta esponjosidad. Le
comenté a Haydée que parecía una mezcla de masa de tarta con pizza... esto
tiene levadura, dije... ¿A quién se le habrá ocurrido esta idea en este
restaurante cuyo nombre evoca a ciertos locales gastronómicos de New York?
Le
pregunté al mozo, me dijo que no sabía cómo era la receta y me contó que
viernes, sábado y domingo, doña Delicia (el restaurante se llama Deli en su
homenaje) concurre al local con sus 80 años y amasa las tartas para toda la
semana... pero que iría a preguntar cómo estaba hecha.
Diez
minutos después vino una mujer joven, la adicionista de turno, y nos dijo, Doña
Delicia es la bisabuela de mis hijos, es ella la que amasa, acabo de llamarla y
me pasó la receta. Tomó un papelito con sus apuntes y leyó manteca, harina
leudante, un huevo... de pronto se detuvo y dijo, ¡uy, no me dio las cantidades!
Repliqué que no se preocupara, que no se las había dado porque no las sabía,
porque debía preparar todo a ojo, y que me había dado el dato que yo quería...
Me
emocionó la historia que doña Delicia sigue construyendo todos los fines de
semana, me emocionó el resultado de su tarea amorosa, la tarta sabía a como si
ella me hubiera invitado a comer a su casa, me emocionó porque sigo
reivindicando las maravillas que se produjeron en las cocinas argentinas
gracias a la harina leudante, a pesar de la mala prensa que tiene.
Finalmente llegó el día, nuestro tiempo en San Martín de Los Andes
se había terminado por el momento. Esta ciudad es un lugar en donde se puede
vivir sin perder humanidad... pero teníamos que partir y así los hicimos... es
una lástima, ya me había acostumbrado a parar en todas las esquinas para que
primero crucen los peatones.
Notas y referencias:
(1) Asociación del Personal de Organismos de
Control (APOC)
...y el pedestal con los ciervos que nos recibían a la entrada de la ciudad? Claro, pasaron más de 30 años.
ResponderEliminarSaludos Mario
Gracias, Norma, por tu comentario:
EliminarDecime si no es un lugar para vivir...