Apenas
habíamos llegado a Vitoria Gasteiz (5 de junio de 2012) por la tardecita,
después de una larga caminata por Bilbao, dejamos los bártulos en el hotel y
emprendimos otra andadura urbana. Todos pensarán que nos fuimos hasta la Plaza
de la Virgen Blanca; pero no, rodeamos el casco histórico sin meternos en él y
nos dirigimos por la calle Domingo Beltrán hasta la Vinoteca Rubio.
Con
palabras mesuradas y agradable simpatía, nos recibió Juan, el administrador del
local. Deposité en sus manos la botella de torrontés de San Pedro de Yacochuya
que había prometido. Me invitó a pasar a la trastienda en donde tiene una sala
acondicionada para la cata de vinos... fue entonces que descorchó una botella
del torrontés que produce Abel Mendoza en San Vicente de la Sonsierra, más
cerca de Briones que de Haro, en el mismísimo corazón vitivinícola de La Rioja
española. Allí mantuvimos un ritual casi mágico. Es que nos propusimos, Juan y
yo, ver qué tenía que ver el torrontés de La Rioja con el homónimo de Salta.
Tuve
noticias de Juan, de la Vinoteca Rubio y del ahora mítico torrontés de Abel
Mendoza a través de intercambios públicos en las denominadas redes sociales por
la internet. Juan me anotició de que don Mendoza era un productor de vinos
riojanos en una escala baja y de que está más preocupado por la honestidad de
sus vinos que por las ecuaciones de mercado con que los comercializa. Lo cierto
es que hay una vaga memoria en La Rioja de una cepa blanca, denominada
precisamente torrontés riojano, que se perdió durante la plaga de filoxera, en
el último tercio del Siglo XIX. El vitivinicultor de marras, la encontró, según
su relato, en un viñedo en Galicia y, desde entonces, la cultiva en San Vicente
de la Sonsierra. Estampa en sus etiquetas la expresión “T” para que el Consejo
Regulador de la Denominación de Origen le permita presentar su vino como un
auténtico Rioja.
Dos teorías he escuchado sobre el origen del torrontés riojano
argentino que da vinos maravillosos en los terruños de altura de la provincia
de Salta. Se las comenté a Juan. Nadie exhibió documentos que permitan
certificarlas, o por lo menos no he tenido conocimiento de ellos. Una se la
escuché a Alberto Zuccardi quien sostiene que el origen de nuestro torronés es
una evolución local de la uva moscatel. Según el bodeguero mendocino, los
primeros conquistadores no traían plantines injertados de vides, pero sí traían
pasas de uva. Fue así que seguramente algún monje, urgido por las necesidades
rituales de la misa, plantó las semillas. Ese procedimiento no garantiza la
estabilidad del viñedo y las plantas emergentes pueden seguir una evolución
caprichosa. Esta evolución habría dado origen a la nueva cepa adaptada al
terruño que la recibió. La otra sostiene que el torrontés riojano argentino
está vinculado con una cepa de origen riojano español, de allí su
especificativo, que se ha perdido en el origen a causa de la filoxera.
En los antecedentes de nuestra vitivinicultura se han dado dos
casos que pueden servir como testigos de la construcción del relato. Por un
lado, el del malbec, cepa emparentada con su homónima de Francia. Esta sí se había casi perdido con la filoxera,
pero fue recuperada en la localidad de Cahors. Por otro lado, tenemos el caso
de la bonarda que sólo tiene un parentesco de homonimia con la que da vinos en
la Toscana Italiana. La versión de Zuccardi sobre el torrontés argentino,
supone que sólo hay homonimia entre ambos torronteses; pero mi ilusión se
centraba en el otro relato, es decir, en haberme topado con el eslabón perdido
a la manera del malbec de Cahors. De modo que le dejé la botella de Salta a
Juan para que el caldo se calmara del ajetreo de nuestro viaje y la tomara con
Abel Mendoza y me traje una botella del otro para tomarla en Buenos Aires con
José Fernández Erro. No la traje con mucho entusiasmo porque el vino que probé
en Vitoria Gasteiz, a pesar de la potencia de mi deseo, se parecía poco a los
vinos de Salta.
Con
tiempo prudencial, Juan volvió a escribirme y me acercó esta nota de cata del
San Pedro de Yacochuya:
“Hola, amigo Mario, ya he probado el
vino torrontés en compañía de Abel Mendoza, que tan amablemente nos trajiste.
“Te comento la cata:
“Es un vino nos recuerda a la uva
moscatel, tanto en aromas como en boca.
En nariz es muy intenso, con el mismo perfil aromático que la moscatel, en boca
tiene poca estructura, con un paso fácil y ligero amargor final.
“Saludos
y encantado de conocerte en persona y recuerdos a tu mujer.”(1)
A mediados de noviembre de 2012, finalmente nos reunimos con José,
en cena familiar y pudimos probar los vinos. Como consecuencia de esa tomada de
vinos blancos, escribí unas notas apuradas a Juan para que tuviera nuestro
dictamen. Aquí va:
“Hemos
probado el torrontés de Abel Mendoza con mi amigo José Fernández Erro. José
recuerda que en el Museo del Vino de la ciudad de Cafayate, capital del
torrontés argentino, en la Provincia de Salta, hay una inscripción que sostiene
que el torrontés que se produce en La Argentina proviene de cepas de La Rioja
española perdidas en la tierra de origen a raíz de la plaga de filoxera del
siglo XIX y que, por eso, se denomina, en nuestro país, torrontés riojano a
esta uva. Ya te he comentado sobre la otra teoría que existe, pero ésta asume
casi un rango de teoría oficial. Sin embargo, compartimos tu parecer, nada
tiene que ver el vino de Abel Mendoza con los que se producen en La Argentina,
en rigor, sostiene José que entiende mucho más de vinos que yo, que el vino de
San Vicente de la Sonsierra se parece mucho a los Rioja blancos que ha tomado
en diversas oportunidades. Destacar las virtudes de este torrontés parece
superfluo porque las tiene, y muchas, es un vino amable, frutado y muy
agradable para tomar. El misterio subsiste... y el vino que me traje de manos
de tu amabilidad resultó con gusto a poco.”
El
origen del torrontés argentino sigue siendo un misterio, aunque unas notas queme enviara José diez días después de nuestro encuentro(2), aclaran bastante el
punto... se las remití a Juan y las publico aparte.
Notas y
referencias:
(1)
Correo-e del autor del 15 de julio de 2012.
(2)
Correo-e del autor del 26 de noviembre de 2012.
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