En los países de la Cuenca del Plata, existe la extendida
costumbre de beber una infusión de amplio prestigio local. El mate ha sentado
ese prestigio sobre las propiedades estimulantes que posee, similares a las del
café, y el colorido entorno de su preparación, un verdadero arte. Por ello, la
expresión “arte de cebar mate” resulta más precisa a la hora de definir la
costumbre que “tomar mate”. Introducir una porción de yerba (hojas de ilex
paraguariensis secadas y molidas) en un recipiente (mate), verter el agua a una
temperatura adecuada (poco más de 80° C) y colocar la bombilla como corresponde
son las piezas que configuran un arte nada sencillo que satisface la vanidad de
quien alcanza su dominio y el buen gusto de sus acompañantes. El desarrollo
actual de la industria de la yerba mate y la calidad del producto que ofrece
permiten augurar que el arte de cebar adquirirá un refinamiento, en los
próximos años, como nunca ha alcanzado a lo largo de su historia milenaria. En
este sentido, podemos brindar testimonio de algunos hechos interesantes.
Escena uno. Era el verano de 1960. Los actores se hallaban en la
amplia cocina de una chacra, en el Partido de Nueve de Julio, a uno trescientos
kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Eugenio y Agustina, los dueños de
casa, eran oriundos de un pueblo de serranías sobre el Río Linares, en Rioja,
muy cerca de Navarra. Era el atardecer y tenían visitas. Agustina había
preparado buñuelos para agasajar a sus futuros consuegros. Los contertulios
gastaban conversaciones sobre temas generales y, mientras se iban conociendo y
pensaban en el matrimonio de sus hijos, apuraban los bocadillos. Sobre la
cocina económica, María Luisa, la hija de Eugenio había puesto a calentar agua.
Cuando el agua adquirió la temperatura adecuada, preparó un mate al estilo
cimarrón. Tal vez, esos inmigrantes desconocían que así se llamaba ese modo de
cebar. Lo cierto es que María Luisa tomó un hervidor de metal de un litro de
capacidad, vertió yerba en él hasta sobrepasar algo más de la mitad de su
altura, colocó una bombilla y cebó un único y largo mate. Alcanzó el jarro a
don Pancho, el padre de su novio, para que bebiera algunos sorbos y lo
entregara a quien estuviera a su lado. El hombre, que vivía en el ámbito urbano
de una pequeña localidad cercana, no conocía la costumbre del mate cimarrón y
empezó a tomar con paciencia digna de la causa. Cada tanto, y al ver que no
entregaba el mate a la circulación de la rueda, María Luisa lo incitaba a
hacerlo. “Paseló, don Pancho”, le decía. “Sí, sí, m’hijita, ya lo voy a pasar”.
Después de un largo rato, don Pancho hizo “sonar” la bombilla. Cuando comprobó
que ya no quedaba agua para beber en el recipiente, exclamó con orgullo “Me
costó un poco, pero me lo pasé todito”.
Escena dos. Héctor, el hermano de María Luisa, vivía en el barrio
de Mataderos en la Ciudad de Buenos Aires. Estaba casado con la hija de
Sebastián paisano de sus padres. Era el mismo verano de 1960. Héctor trabajaba
duramente el día entero porque ambicionaba un futuro mejor para su familia. Era
un matero conspicuo. Cebaba el mate en un pequeño jarrito de acero enlozado. No
usaba termo. Se levantó muy temprano y su desayuno consistió en unos mates
tomados de pie en la cocina. Adquirió la energía y el estado de vigilia
adecuados para enfrentar pelea por la vida con solvencia. Durante la noche,
cuando regresó a su casa, se vistió para la ocasión, pantalón pijama y camiseta
musculosa. Después de cenar, preparó el mate. Salió a la calle y se puso a tomar
mate en la vereda, sentado en un sillón de jardín. Disfrutó la bebida como se
disfruta un café después de una comida opípara. Aunque el arte de la
preparación era muy rudimentario en él, el mate era una compañía insustituible
tanto para despejar la mente antes del trabajo, como para relajarse antes del
descanso.
Escena tres. Es el invierno de 2001. En un importante organismo
estatal que concentra un significativo desarrollo de trabajo intelectual, José
decidió preparar unos mates. Después de cinco horas de trabajo, él y su equipo
hicieron un pequeño descanso, antes de terminar el informe que la Dirección
requería con urgencia. Allí se trabaja duramente, para un observador
prejuicioso no parece tratarse de una dependencia estatal argentina. José se
toma su tiempo, poco más de cinco minutos, y prepara unos mates para él y sus
compañeros. Se dirige al surtidor de agua fría y caliente. Llena un termo con
agua caliente y un pequeño vaso con una mezcla de calculada tibieza. Lo hace
todos los días, aproximadamente a la misma hora. Cuando está solo coloca el
termo junto a la computadora y, luego de preparar la infusión, sigue
trabajando. Ahora le tocó una tarea en equipo y podrá cebar mate en ronda, sin
perturbar la concentración en el trabajo. Coloca la cantidad de yerba adecuada
en la calabaza, la acomoda y reserva un poco en un rincón del mate para que no
se moje, vierte un poco de agua tibia, deja que la yerba se humedezca
lentamente y, luego de treinta o cuarenta segundos, coloca con precisión la
bombilla y empiezan a cebar mate para él y sus compañeros. En un par de horas
más, el equipo concluye el trabajo requerido.
Han pasado cuarenta años entre las primeras escenas y la última,
tiempo exiguo en la larga historia del arte de cebar. Hace casi quinientos años
que los europeos transitan la Cuenca del Plata con consciente continuidad. Los
indios guaraníes ya dominaban en plenitud el arte de cebar y habían
desarrollado el utillaje completo y la tecnología precisa para hacerlo, tanto
en utensilios (recipientes y bombillas) como en procedimientos (secado y picado
de la yerba y temperatura adecuada del agua).
En todas las tradiciones humanas, el tiempo permite que se operen
modificaciones que las afirman o las degradan. Este juego es el que les da
vitalidad en el presente o las archiva en el arcón de los anticuarios. Como se
puede colegir de las historias relatadas, el mate estaba muy presente en los
años ‘60, pero el arte estaba degradado, por lo menos en las historias familiares que rescato, y limitado al ámbito
de la cocina por el excluyente uso de la pava. Se usaban poco las calabazas y
no se cuidaban algunos aspectos fundamentales de la preceptiva. En el trayecto
de esos cuarenta años, otras escenas podrían rescatarse como jalones de una
historia de reafirmación hasta llegar al tercer episodio que hemos propuesto.
En esa historia, la adopción del termo en el occidente del Río Uruguay ha sido
decisiva.
Esta recuperación no fue el resultado de un decidido voluntarismo.
Para llegar hasta aquí, el mate ha tenido que superar prejuicios de larga
duración; como ser considerada una bebida excluyente de vagos y mal
entretenidos o ser excluida de toda posibilidad de refinamiento por tratarse de
un saber popular.
En 1604, el primer gobernador criollo del Río de la Plata, Hernando
Arias de Saavedra, hizo quemar, con la anuencia de los padres jesuitas recién
llegados a nuestra tierra, grandes cantidades de yerba en la plaza de Asunción.
Los vecinos de la ciudad habían tomado la costumbre de los indios y ello los
distraía de la debida disciplina en las tareas que cada uno tenía encomendadas.
Es que para disfrutar de la infusión era necesario interrumpir lo que se
estuviera haciendo, formar la rueda y hablar de cuestiones intrascendentes. Por
ser causa de indisciplina, se llegó a considerar el arte como hábito demoníaco.
A los jesuitas y a las autoridades españolas les llevó algún
tiempo desmantelar el prejuicio y reconocer las propiedades de la yerba. Los
miembros de la Compañía del santo de Loyola, lograron inventar una bebida de reconciliación.
El llamado “té de los jesuitas”. El mate cocido permitía extraer las virtudes
saludables de la yerba mate, sin relajar la disciplina porque bastaban unos
pocos minutos para prepararlo, servirlo en un tazón y consumirlo.
Sin embargo el prejuicio se mantuvo por siglos, y mientras el mate
adquiría refinamiento en los salones de la clase alta, era el signo de vagancia
entre las clases bajas.
En el siglo XX, con el dispositivo altamente disciplinado del
sistema taylorista de producción, el mate siguió siendo herejía para el ámbito
laboral. El trabajo individual, casi siempre manual, en una línea secuencial
constituía un impedimento objetivo para que el mate fuera complemento adecuado
de la tarea, porque para tomar mate era necesario interrumpir el trabajo. Sin
embargo, en el último cuarto del siglo con las nuevas técnicas de organización
del trabajo, la valorización de la tarea intelectual y la articulación del
trabajo individual con el trabajo en equipo, el rechazo al mate recuperó la
condición de un prejuicio que, afortunadamente, estamos superando.
La historia de la ópera o del tango no requieren aditamentos para
demostrar por sí solas que todo arte popular es susceptible de refinamiento. El
arte de cebar mate no es ajeno a tal precepto. Es más tuvo ya épocas de gran
refinamiento en América Española durante los siglos XVIII y XIX.
Ese refinamiento estuvo vinculado con los utensilios del arte.
Bombillas, mates y hasta braseros y calderas de plata trabajada por habilísimos
orfebres constituyeron objetos de valor inapreciable. Estos objetos valiosos se
exhibían en los momentos de mayor expectación social en la vida colonial. Eran
infaltables en las tertulias y sobremesas de las familias acomodadas. En el
siglo XVIII esto no sólo ocurría en Buenos Aires, ciudad marginal de
contrabandistas y tenderos; sino también en la señorial y pomposa ciudad de
Lima, una de las ciudades más grandes del mundo en el setecientos.
Ya con otro sentido, cuando hablamos de refinamiento a principios
del Siglo XXI, estamos hablando de los placeres del gourmet. No se trata
solamente de cuidar la calidad de los utensilios, sino atender principalmente a
la calidad de la bebida, lo que supone consumir una yerba de calidad y dominar
el arte de cebar. En el siglo XVIII, en los salones el arte era ejercido por
esclavos. Generalmente eran dos: un especialista en mate dulce y otro en mate
amargo. En el Siglo XXI, José no admitiría tomar cualquier mate en su trabajo,
sino el que él o sus compañeros más duchos preparan con exquisita paciencia.
¿Dónde empezó el cambio? Hacia fines de los años ’60 y principios
de los ’70 hubo un una gran conmoción social en el mundo occidental que provocó
grandes cambios en las costumbres cotidianas. En esos años, todo cambiaba
vertiginosamente con el ritmo del joven poder y revolución social. Ocurrió lo
que suele ocurrir con los tiempos revolucionarios, las transformaciones
profundas siempre importan la restauración de elementos vitales del pasado.
Piazzolla, por ejemplo, revolucionó la música argentina restaurando la
centralidad del tango. La recuperación del arte de cebar tuvo su lugar en esos
años y, con esa restauración, la posibilidad de un nuevo refinamiento.
Otra escena. Era fines de marzo de 1973. Fernando, correntino de
una familia tradicional de la burguesía provincial, decidió ingresar en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Era el auge
de las carreras humanísticas. Tuvo que hacer cola toda la noche para poder
inscribirse. El otoño se apresuraba a llegar y la noche sería fresca. Los
jóvenes gastaban ponchos salteños para protegerse. Había guitarras a lo largo
de toda la cola que llevaba varias cuadras. Fernando pidió a un amigo que le
cuidara sus cosas y fue hasta un bar para llenar su termo con agua caliente. La
escena era poco frecuente todavía. Fernando cebaba siguiendo la preceptiva con
obsesión ortodoxa, casi dogmática. Apartaba yerba seca dentro del mate para uso
posterior y colocaba correctamente la bombilla y no permitía que nadie la
moviera, sus mates duraban todo el contenido de un termo. La guitarra iba de
mano en mano y las canciones folklóricas argentinas alternaban con el rock and
roll en castellano que producían los jóvenes del suburbio porteño. El mate
seguía a la guitarra como el pañuelo del hombre sigue al pañuelo de la mujer en
las cadencias de la zamba.
¿Hacia dónde marchará el refinamiento del arte de cebar en el
siglo XXI? Resulta difícil establecerlo de antemano. Intuimos tres vías: la
enteramente personal del acto estricto de preparar un mate, la de la delicada
tarea artesanal sobre los utensilios y la del esfuerzo de los productores para
mejorar continuamente la calidad de la yerba.
La adquisición de las técnicas de cebado representa una aventura
enteramente personal. Como en todas las pasiones del gourmet, la práctica y la
dedicación producen maravillas en el desarrollo del gusto y generan
innovaciones que son incorporadas inconscientemente al acervo de la disciplina.
El retobo de los mates (la cobertura de protección de la calabaza
que puede ser de cuero o metal) permite que orfebres y talabarteros estén
llamados a restaurar el arte tradicional o a crear diseños nuevos. Podrán
trabajar también los artistas y artesanos en las bombillas y el resto de los
objetos que configuran el repertorio de utensilios. Allí hay un enorme campo
para desplegar la creatividad artística y la consistencia profesional.
A las empresas está reservada la tarea más osada de la inversión
de riesgo en una actividad que ha tenido una fuerte expansión en los últimos
años y podrá desarrollarse mucho más si se trabajara en ello. Algunos
indicadores los muestran con palmaria evidencia. Entre 1989 y 2006, según
informa la provincia de Misiones, el consumo interno de yerba mate ha crecido
de cuatro kilos por habitante por año a más de seis kilos y medio. Las
exportaciones, alrededor del 13% de la producción total, han crecido casi desde
la nada durante ese lapso. No sorprende que Brasil consuma yerba argentina,
tampoco que la curva de sus importaciones sea fluctuante, también es un país
productor. Lo que sí sorprende, y muestra la vitalidad del sector productor, y
las oportunidades que podrán aprovecharse, es el sostenido crecimiento de las
exportaciones de yerba mate a Siria.
En el mercado interno el crecimiento del consumo se basó en una
política empresarial madura que incorporó tecnología de producción y un alto
componente de creatividad en marketing y comercialización. En la actualidad se
producen yerbas de exquisitos blends y de diversidad de sabores combinados con
otras hierbas, según la usanza de distintas regiones; se ofrecen mates
descartables en los kioscos de cigarrillos y golosinas; se instalaron
termo-tanques que suministran el agua a temperatura adecuada en las estaciones
de servicio en diversas rutas del país.
Esta dialéctica entre el consumidor-artista y el productor
cuidadoso de la calidad de la yerba pone a la vista un futuro más que
interesante para del arte de cebar.
Notas y referencias:
(1) El texto fue escrito en 2002 y actualizado en 2011 para su
inclusión en esta colección de artículos.
Querido amigo, te voy a estar debiendo algunas historias, de un correntino tomando mate mirando nevar en Berlin,aunque aqui en Sao Paulo, es tambien otra historia, la de intentar conseguir una yerba como la gente, o la de mi viejo viajando a EEUU y en la aduana, ante los 5kg de yerba URU, intentar explicar algo asi como green tea...
ResponderEliminarlo bueno que ahora consigo yerba orgánica! eso antes no existía porque era casi todo orgánico.
abrazo grande Mario,
Fernando
Gracias, Fernando, por tus comentarios.
EliminarLo del green tea de tu viejo es extraordinario... y la anécdota del correntino, por cierto que me la debés.
Hola, yo soy rioplatense, digo, nacida en Uruguay (Montevideo) y criada en Argentina (Buenos Aires). Mi marido es argentino y toma Taragüí o Nobleza Gaucha pero mi padre uruguayo en Montevideo, compra Canaria que es brasilera, no la conseguis en SaoPaulo? Saludos a ambos y muy bueno el post.
EliminarGracias, Patricia, por tu sabroso comentario.
EliminarYo tomo La Merced.
Cuando la consigo, tomo la yerba de la Cooperativa Agrícola Puerto Rico. Tiene un sabor auténticamente misionero.
EliminarMuy bueno el artículo, en lo que respecta a mi, siendo hija de provincianos, en mi casa no tenían hábito materos, el mate de yerba les hacía mal, de vez en cuando mate de te con yuyos, a mi particularmente también me hace mal la yerba, si tomo seguido, por lo tanto me reservo para compartirlo con amigos o aún sola, a la orilla de un río o en cualquier escenario natural nunca me puede faltar.......son estas pequeñas cosas que reviven la esencia de donde provengo......
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gracias, Delia, por tus comentarios.
EliminarEfectivamente, no hay como conseguir un buen lugar para sentarse a tomar unos mates... no sólo en la naturaleza, las ciudades también tienen bonitos rincones para ello.