Así,
Leopoldo Marechal piensa, entre otras cosas, claro está, en el destino de la
ciudad de Buenos Aires en su novela Megafón o la guerra de 1970.
Megafón,
el personaje central del relato, pronuncia una conferencia en un club de barrio.
En un pasaje dice: “nuestra ciudad ha de ser una novia del futuro, si guarda
fidelidad a su misión justificante de universalizar las esencias físicas y
metafísicas de nuestro hermoso y trajinado país”. La imagen es dichosa y asigna
a la gran ciudad un papel casi opuesto a la metáfora de la cabeza de Goliat de
Ezequiel Martínez Estrada.
Desde
hace algunos años vengo reflexionando sobre la dialéctica entre el fenómeno
superficial de la globalización económica que pretende vestir el orbe con un
atuendo uniforme (Coca Cola, McDonal's, Starbucks, etc.) y la demanda de una
justa integración de los pueblos que supone la aceptación y el respeto por la
profunda identidad diferenciadora de cada uno. Si marchamos inexorablemente
hacia el uno universal como pareciera deducirse de los slogans de la
modernidad, no debemos perder de vista que la Patria, La Argentina, el hogar,
el sitio entrañable en donde hemos formado lo que somos.
Paradójicamente
hay una brecha en las tendencias globales que permite la intromisión de los
pueblos, con el sentido que venimos exponiendo, en la fortaleza de la economía
mundial a partir de la oferta de lo diferente. En los mercados se valora lo
diferente y esa valoración corrompe de hecho la uniformidad. Esa brecha es una
oportunidad para el relato de la identidad diferenciadora.
El
fenómeno de las denominaciones de origen, por ejemplo, sigue siendo la otra
cara de la misma moneda, ofrecer un producto más vendible en el mercado global.
Sin embargo, además de ello, está permitiendo que un pueblo pueda expresar
algunas de sus particularidades y defenderlas. Es como el vendedor callejero
que logró poner el pie en el umbral para evitar que la puerta se cierre antes
de terminar su voceo. Que las sucursales mendocinas de McDonal's ofrezcan salsa
mctomatikan para sus hamburguesas no es la auténtica vindicación de la
identidad de un pueblo, pero es esa puerta entreabierta que se puede atravesar.
Hay que ser fuerte en la conciencia del propio ser, para aceptar el reto de
enfrentar esa dinámica y no quedarse en la superficie comercial del asunto.
Sea
como sea y estemos en el lugar en que estemos, la metáfora de Marechal es
señera si uno se propone mirar el verdadero rostro de la realidad de frente.
Pero las expresividad del poeta baja hasta lo más concreto.
La
novela comienza con una invitación de Megafón al propio autor que asume así la
estatura de personaje. Transcribo un pasaje de ese encuentro:
“La
noche había descendido en la casa de Megafón, al barrio, a la ciudad y al
mundo. Sobre la gran mesa del comedor Patricia Bell instalaba copas y fuentes
con aceitunas, maníes, cholgas, quesos, nueces, almejas y salamines cortados en
rodajas. Luego se fue y volvió con cierto botellón de vino que su consorte
recibió en el trance de una beatitud a mi entender excesiva.
“-El
vino es de Salta -me reveló él llenando las copas.
“Y
teniendo su mano sobre las fuentes como para bendecirlas, enumeró así:
“-Aceitunas
de Cuyo, nueces de La Rioja, salamines de Tandil, quesos de Chubut, maníes de
Corrientes, almejas de Mar del Plata, cholgas de Tierra del Fuego.
“-¿Un
mapa gastronómico de la República? -le dije yo entre humorístico y
desconcertado.
“-Eso
es -repuso Megafón-. Conozco estas frutas y conozco el ademán y la cara de los
hombres que las cosecharon. /.../”
Deseo
seguir el pendón que ha desplegado “el maestro” (la expresión la tomo de un
vecino de Villa Crespo que me mostraba, sentado en la vereda contigua, cuál era
la casa en donde había vivido Marechal). Siento que estamos en el seno del
hogar, que la mesa está tendida y que, si hacemos trabajar las mandíbulas, la
Novia del Futuro engordará nuestra justificada vanidad de argentinos.
Yo no veo almejas en Mar del Plata, quizás la globalización hizo que se fueran para otro lado. Siempre pensé que Argentina podía ser la novia del futuro pero primero debemos afianzar nuestra identidad, que por lo que vemos cada día se nos va un cachito. Quizás el poner "denominación de origen" sirva en el futuro para que nos conozcan.
ResponderEliminarSaludos
Gracias, Norma, por tus comentarios.
EliminarEn parte estoy de acuerdo con vos. Me parece que el asunto de las DOCs nos puede ayudar en mucho, ¿en qué?
En realidad creo que tenemos una identidad sólida que se basa en nuestra capacidad para vincularnos con el mundo, tomar, de lo que nos ofrece, lo que nos interesa y reformularlo según nuestros gustos y posibilidades. Lo que nos falta es tener confianza en el valor de estas reformulaciones, en el valor de un acento propio para vivir la vida. Es en ese sentido, en donde encuentro una oportunidad con las DOCs (v. g., la pizza porteña de molde y con fainá, el salame quintero de Mercedes, el dulce de leche de la cuenca del Salado, el malbec de Luján de Cuyo, etc.).
El problema de las DOCs es que nos obligan a trabajar sujetos a normas operativas de desarrollo de los productos y eso no nos gusta demasiado... tal vez, porque mellan la creatividad libertaria de que estamos facturados. Este dilema cultural que es, según mi modesta opinión, el ser argentino, se asemeja a una paradoja sin solución.