Siempre me he demorado buscando el
no tiempo de la eternidad en la charla amable, junto al vino o la
cerveza y los fuegos, sea frente a la parrilla, sea frente al hogar
de leños, sea en la cocina. Siempre sucumbí fascinado ante la
transformación de los alimentos en la cocción... Luego de años de
vivir la fascinación de los fuegos, me atreví a poner mano en
asados, empanadas, tortillas o, simplemente, en el armado de los
platitos de la picada veraniega. Pero, la sensación de cierto
dominio sobre las técnicas, la expansión de las búsquedas y el
perfeccionamiento es más reciente.
¿Fui una rara avis, un varón
capaz de acumular estas vivencias? No me parece. Pensando bien la
cosa, un varón en la cocina no resulta tan extraño, tampoco
infrecuente. No faltan ejemplos en mi familia, y mucho menos en el
círculo de mis amigos. Tengo la impresión de que una encrucijada
social, un cambio de cultura, nos llevó a los varones a la cocina
por senderos inesperados.
Muchas mujeres de mi generación
representaron una ruptura en la construcción de la identidad
femenina. No importa cuáles son los nombres que se usaron para
definir este movimiento socio cultural; importa que ellas decidieron
ocupar su propio sitio en el mundo profesional y laboral. Fue así
que emigraron de su encierro en el hogar a la conquista del mundo
junto a sus varones. El hecho no tiene nada de malo... muy por el
contrario, es altamente positivo para una sociedad que se vio
enriquecida de miradas diferentes.
Lo que digo es por demás
evidente, pero lo que no lo es tanto es la ruptura que esto supuso en
la tradición culinaria.
Las mujeres que estuvieron en la
avanzada, si no todas, muchas de ellas por lo menos, militaron de
anti cocineras. La cocina rápida y fácil(1)
o el delivery y el “arreglarse con cualquier cosita” pasaron a
ser el liet motiv que informó su accionar. Se soltaron de las
cadenas que las vinculaban a las a las otras mujeres de la familia.
Fue de este modo que esa poderosa maquinaria didáctica, la comunidad
de las mujeres de la familia, que funcionó durante siglos, se
desarticuló como si siempre hubiese sido un castillo de naipes.
Basta ya de conquistar cotidianamente a un marido por la boca (como
sentenció, no sin sorpresa para las feministas, Juana Manuela
Gorriti en su Cocina
ecléctica).(2)
Los varones que nunca perdimos la
vocación de gorditos, que no podemos vivir sin almorzar, aunque
tengamos que cuidarnos del sobrepeso (casi siempre por prescripción
médica, casi nunca que por inclinación cultural), sentimos el vacío
que ellas provocaron. Muchos de nosotros decidimos ocuparlo.
Tradicionalmente, la cocina como
espacio físico, era el corazón de la casa, el lugar en donde las
mujeres hacían circular el afecto entre todos los integrantes de la
familia. Hoy, después de la rebelión femenina, vuelve a jugar un
papel central, pero ya no hay en ellas mujeres sumisas. Ahora la
cocina es el campo de cultivo de placeres a cargo de auténticos
sibaritas. Es un lugar donde el afecto circula como en una red sin
centro, pero el placer gastronómico tiene un dueño: el gordito de
marras.
Este paso supuso la necesidad de
resolver un gran problema. ¿Cómo aprender a cocinar? Las mujeres,
durante siglos aprendieron a cocinar sensualmente. Mirando podían
comprender como se hacían las cosas. Tocando y probando podían
sentir el punto justo de la textura de una masa, de la salazón de
una cocción, etcétera. Con los ojos y con las manos podían
calcular las proporciones de ingredientes sin necesidad de que todas
las tazas o todas la cucharas tuvieran la misma capacidad. Con el
oído podían medir la temperatura adecuada del aceite ¿Cómo
aprendimos los hombres? No sé otros, pero yo que empecé como un
autodidacta empecinado en transformar el asombro en un plato
nutricio. Tuve que razonar cada receta, tuve que acceder
intelectualmente a las técnicas para corregir mañas y defectos
propios del auto aprendizaje. Pero, aquí estoy en la cocina, feliz
de los pasos que he dado...
¿Hay algo más? Sí, sí, hay
algo más, pero ya no tiene que ver estrictamente con la cocina. Creo
estar en condiciones de exhibir las pistas para acceder a un tesoro,
si nos ponemos de acuerdo en valorarlo de este modo.
Si cocinar, como sostiene Jeff
Tobin,(3)
es una manera de pensar; si las mujeres fueron capaces de tener una
mirada integradora, donde las palabras de cada receta eran
interpretadas desde una memoria que no residía en la mente, sino en
los sentidos; si nos cuesta tanto a los hombres, a mí me cuesta por
lo menos, alejarnos de las abstracciones para comprender algo tan
simple y complejo a la vez como es una receta de cocina, es hora de
que emprendamos una revolución copernicana y aceptemos que esa
manera de pensar, la femenina, no constituye una cultura subalterna
como siempre sostuvimos... ¿Qué tal si pensamos que se trata,
simplemente, de un cultura diferente, de un idioma diferente que es
necesario valorar en su justa medida? ¿Qué tal si pensamos en el
valor de la convivencia de miradas y lenguajes? ¿Qué tal si
aceptamos que hay un tesoro en el mundo femenino que sólo es
accesible en la vida compartida?
Notas
y bibliografía:
(1)
2010, Berreteaga, Choly, Cocina
fácil para la muer moderna -edición aniversario35°-,
Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1° edición 1975. Este fue un
libro emblemático de esta corriente.
(2)
1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina
ecléctica,
Buenos
Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890.
leído
en
http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm,
el 4 de noviembre de 2011.
(3)
2005 Tobin, Jeff,
“Patrimonializaciones
gastronómicas: La construcción culinaria de la nacionalidad”
en AAVV, La
cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio
gastronómico,
Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp.
26-46.
Coincido con el supuesto. Somos la generación que se crió comiendo todos juntos, y lo añoramos. Por eso queremos volver a disfrutar comida elaborada como la que nos amamantó, enriqueció e hizo grandes. Las comidas hechas de y con tiempo. Volver a sentir el olor de los guisos que ahumaban mientras mirábamos, extasiados, el cucharón que servía siguiendo un rito en cuanto a quien le correspondía cada plato. ¡Y estábamos todos a la mesa! Me parece que esto es lo que más extrañamos. Porque la vorágine diaria desalojó el tiempo de compartir la comida hecha con amor o, a lo mejor, fue la pérdida del amor en hacer la comida lo que desarmó la mesa familiar. No sé . . .
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ResponderEliminarParece obvio que los ritmos de aquellos tiempos no volverán. Los tiempos han cambiado para bien y para mal... Y, sin embargo, no está mal el empeño de dar un espacio en nuestras vidas a las "comidas hechas de y con tiempo".
ResponderEliminarEs mi parecer que no se trata de entregarse al ritual melancólico de sobrevalorar lo pasado; sino de dar cauce a ciertos valores de la salud: tomar buenos productos, ingerir los alimentos con adecuada morosidad, disfrutar del amor que se pone en cada comida que se prepara y de la charla y la mesa compartida, etc.
Gracias, Oscar por tu comentario.
En mi caso, la comida como el baile, es en algunos casos, una forma diferente o si se quiere alternativa de comunicación. Cuando vienen invitados, el esmero en que todo esté perfecto, tanto en el servicio de mesa como en la comida y bebida hace que demostremos cuanto nos importa aquel que disfrutará de ese momento. Yo disfruto la comida. Prepararla y comerla. Y creo que algunos hombres lo experimentan de igual modo. En cada preparación, por más simple que sea,están incluidos los sentidos. Y eso, junto al disfrute que nos proporciona elaborar algo, es un complemento mágico a la hora de encender una hornalla, el horno aun con más de 30º de calor o simplemente,al preparar una picada. Experimentar, recordar sabores de las abuelas o las madres,transformar lo simple en algo gourmet,meter un dedo en la preparación para verificar la sazón y emitir un suspiro de placer total por haber obtenido el resultado deseado. Ambas partes hacemos exactamente lo mismo pero hay dos miradas sin dudas. Sin embargo en algún punto, ambas se entrelazan logrando una fusión maravillosa. Besos Marito....
ResponderEliminarCaramba, Verónica, siempre clara en tus escritos (alguna vez te dije que admiro en ellos ese equilibrio entre la racionalidad severa y la sensualidad amable).
ResponderEliminarComparto la idea de que la cocina es una forma de comunicación, comparto la descripción que hacés de lo que sentís cuando cocinás para invitados; pero lo más importante es que comparto también esa idea de las dos miradas que conviven.
Te mando un beso y te agradezco tu participación.